Alfredo Cardona Tobón
La
entrada de tropas a Manizales no era novedad pues en esa ciudad fronteriza se
concentraba la fuerza conservadora que guardaba la frontera con el Estado del
Cauca; sin embargo la llegada de soldados
calentanos del Tolima fue algo inusual, primero por su marcha valerosa
remontando la cordillera burlando al enemigo y segundo porque la presencia de
esa columna mal armada y peor vestida llenaba de esperanza a una comunidad
amenazada por todos sus flancos al terminar ese año de 1876.
Los
ochocientos tolimenses marcharon al
compás de una caja de guerra por la calle empedrada que llevaba a la plaza
principal de Manizales; la mayoría de ellos iba a pie limpio, sin zapatos ni cotizas, con vestidos andrajosos, jíqueras en vez de
carrieles, mal armados, con las privaciones
y el hambre pintadas en su semblante después de una larga marcha por caminos imposibles y desiertas montañas.
El
general Manuel Casabianca venía a reforzar al ejército conservador de Antioquia
y a repeler el ataque liberal que se
cernía sobre Manizales por dos frentes:
el general Santos Acosta, con sus veteranos de Cundinamarca y Boyacá se
acercaban por Lérida, y el general Julián Trujillo avanzaba desde el Valle del Cauca con fuerzas del Estados del Cauca y otras panameñas desembarcadas en Buenaventura.
¿QUIÉN
FUE EL GENERAL MANUEL CASABIANCA?
Parece
que Manuel Casabianca nació en aguas de la Guajira, a borde de un barco inglés,
de madre venezolana y padre oriundo de Córcega. El médico Agustín Casabianca
quedó viudo, frente a la costa inhóspita con un niño recién nacido.
Un pasajero de apellido Canal se condolió de
la situación del galeno y lo invitó a la región de Chinácota donde podría
ejercer la profesión y atender adecuadamente al pequeñín. Agustín Casabianca y
su protector desembarcaron en Maracaibo
y en un bongo remaron Zulia arriba con una india que amamantaba al recién
nacido.
Contra
todos los pronósticos el bebé sobrevivió en medio de los zancudos, mil clases
de bichos y el calor asfixiante de la
selva. Transcurren algunos años y Manuel Casabianca, sin terminar aún los
estudios de bachillerato se enreda en los movimientos armados bajo las banderas
conservadoras de la familia Canal.
A
los 23 años de edad el joven Casabianca es veterano de tres campañas. En 1860
al frente de una escuadra de caballería vence al enemigo en las acciones de
Saldaña e Ibagué y es uno de los
paladines azules del estado Soberano del
Tolima. En 1870 sus copartidarios promulgan la primera y única constitución conservadora
en la historia del Tolima y llevan a Casabianca al Senado de la república.
Al
estallar la guerra de 1876, Casabianca,
con el grado de general y en calidad de segundo
comandante de las fuerzas de su Estado, toma las armas y en alianza con los antioqueños se rebela contra el régimen del presidente Aquileo Parra, en
una guerra con matices religiosos que se extiende por media Colombia.
EL
CRUCE DE LA CORDILLERA
Para
hacer frente a las fuerzas de Cundinamarca y del Cauca, aliadas del gobierno
liberal, los Estados soberanos de
Antioquia y del Tolima decidieron aunar fuerzas y para tal fin el general
Manuel Casabianca reunió mil soldados de infantería y unos doscientos jinetes y
salió del Guamo por la trocha del Quindío con rumbo a Manizales.
Casabianca
y sus hombres llegan a Ibagué el 14 de septiembre de 1876 y empiezan el ascenso
a la cordillera central seguidos muy de cerca por la columna liberal del general Daniel Delgado que quiere,
a toda costa, impedir que los tolimenses se unan a las tropas antioqueñas. Casabianca
llega a Salento y amaga un ataque en el Valle del Cauca para hacer creer a
Julián Trujillo que se acerca un gran ejército. mientras Casabianca ejecuta la
maniobra de distracción sitúa una avanzada
en el sitio del Toche, en las faldas de la cordillera, con la intención de frenar las avanzadas de
Delgado y cubrir su retaguardia.
El
Toche era un paso difícil, donde una pequeña unidad militar estratégicamente
situada, podía impedir el paso a todo un ejército. Allí, el coronel Lozano con
apenas 150 tolimenses contuvo la tropa liberal que venía pisándoles los
talones, dando tiempo a Casabianca a
salir de Salento por marañas de guadua y
bosques impenetrables con dirección a Pereira.
Al
llegar a la quebrada de Bolillos, en la trocha de Condina, fue imposible el
paso de la caballería, pues en los
profundos tremedales se hundían hombres y bestias; Casabianca no
podía improvisar puentes, ya que el ruido de las hachas retumbaría en la
montaña y advertirían la ubicación de su gente; el general, entonces, ordenó
degollar a los caballos cuya marcha era imposible en esos bejucales y sobre los
cuerpos palpitantes de los nobles brutos continuaron su camino hacia las
márgenes del Otún y luego con destino a Manizales.
LA OTRA CARA DE LOS TOLIMENSES.
Mientras
los manizaleños rezaban para que Dios protegiera la marcha de los tolimenses,
los vecinos de Villamaría oraban para
que no llegaran a reforzar a los enemigos de Manizales que en noviembre de 1876
habían cruzado el río Chinchiná para
ocupar su poblado.
El
temor de los villamarinos se hizo realidad, pues los tolimenses llegaron a su
aldea y la saquearon en tal forma que no
dejaron ni siquiera las cobijas, robaron
las cosechas de maíz y fríjol, arrasaron plátanos y yucas, se comieron las
gallinas, las vacas y los cerdos, dispararon a las mujeres y a los niños y remataron a los soldados caucanos que estaba atendiendo en un hospital improvisado.
Días
después del saqueo los generales Casabianca y Marceliano Vélez se desplazaron con su
gente hacia el Estado del Tolima y se enfrentaron a Santos Acosta en los llanos
de Garrapata .Fue una batalla sangrienta, cruel e inútil, donde Marceliano
malogró la victoria y dejó un campo lleno de muertos donde perdieron por igual
los liberales y los conservadores.
El valor
que le faltó a Marcelino le sobró a Manuel Casabianca. El descendiente de
corsos llevaba en su sangre el fuego que
animó a Napoleón a enfrentarse con Europa. Era uno de esos gallos de pelea que
bañaron con sangre la historia del siglo XIX; Casabianca combatió en todas las
guerras de fines del siglo pasado en defensa de los intereses de la iglesia y
de su partido conservador y como hombre público desempeño con lucidez la
gobernación del Tolima y la cartera del ministerio de guerra. El 27 de mayo,
cuando aún se oían los cañones en la contienda fratricida de los Mil Días,
Manuel Casabianca murió en Bogotá, en su casa, lejos del campo de batalla
donde siempre quiso dejar la vida.
Hay una vereda o aldea llamada Santo Domingo, perteneciente a Villamaría pero se llega más fácil a ella desde Manizales por Chinchiná, a pesar del rodeo que se da. Estuve en dicha vereda una vez,dando una introducción al programa de actividades educativas con los campesinos de la región. Después de la charla, salí a dar una vuelta por el villorrio y me perdí un rato entre cafetales. Al rato, quise pasar por Santo Domingo nuevamente para tomarme un tintico. Los alumnos estaban en su tiempo de descanso y noté que me miraban fijamente con cara de pocos amigos. En la tienda, se me acerca un señor raramente vestido de traje y corbata y me pregunta quién era yo. Se identifica como el intendente del lugar y ante mis explicaciones me mira desconfiado. Venía de hablar con los alumnos, que estaban a unos metros del mí y lo que más me extrañó fué que ninguno le había dicho en esos momentos previos que yo estuve en una capacitación con ellos. Ahí supe lo que es sentirse como un forastero. Tal vez incidió que durante la charla que dí, miraba yo repetidamente a dos chicas que me sonreían igual, y como buen citadino no liberal sino liberado, no "acaté" a pensar que en el campo y en ésta aldea conservadora, ya hace rato que las "reses están marcadas".
ResponderEliminarjotagé gomezó