Alfredo Cardona Tobón *
En el último día de 1851 el resplandor de las fogatas encendió la noche Cartagena. Desde una choza en las laderas del cerro de Santa Bárbara, la negra Eduviges Balanta observaba la población iluminada presintiendo que la próxima alborada traería una nueva vida para su raza. Por la colina subía el eco de los tambores y los ritmos alborotados de los africanos; innumerables antorchas, semejantes a inmensas luciérnagas, titilaban en las sombras en tanta que centenares de parejas danzaban alrededor de las fogatas en violento torbellino.
Partidas de negros de los caseríos de Japio, de la Balsa, del Bolo y Zaragoza habían partido días antes hacia Cartago, adonde el presidente José Hilario López había llegado para presidir el primero de enero de 1852 la ceremonia de liberación total de los esclavos ordenada por la ley 22 de junio de 1850.
UN LARGO CAMINO
La abominable esclavitud empezó a resquebrajarse en la Colonia, época en la cual los negros obtenían la libertad como un regalo del amo, la compraban tras largos años de privaciones y trabajo en aluviones y socavones auríferos, o simplemente la arrebataban fugándose a regiones inaccesibles o a los palenques defendidos por los cimarrones.
La abolición de la esclavitud se hizo más evidente en la guerra de independencia y es Cartagena la primera provincia en prohibir el comercio de esclavos; Antioquia fue más lejos al proclamar la libertad de los hijos de las esclavas nacidos después de 1814. En la reconquista española Bolívar huye a Haití y promete al presidente Alejandro Petíón liberar a la gente de su raza a cambio de ayuda en soldados negros, armas y barcos. El Libertador cumple su palabra, pero priman los intereses de terratenientes, mineros y hacendados, que en el Congreso de Angostura, convocado en 1816, revocan el decreto de Bolívar, posponiendo la liberación hasta que hubiese recursos para indemnizar a los amos.
La liberación de los negros se torna realidad con la ley 22 de 1821 que ordena la manumisión de los hijos de las esclavas nacidos a partir de la promulgación de la ley. La república siguió el ejemplo de la provincia de Antioquia en los tiempos del presidente Juan del Corral, sin embargo los legisladores se burlan del espíritu de la ley, pues los libertos quedan a merced de los amos hasta cumplir la mayoría de edad y otra ley permite la exportación de los esclavos, lo que da pie para que madres y críos se vendan a los esclavistas peruanos.
Por presión de los abolicionistas y de la opinión inglesa el gobierno nacional creó las juntas de manumisión, cuyo fin era comprar la libertad de los negros, pero su efectividad fue limitada por los dineros escasos en un país sumido en la pobreza.
INQUIETUDES INFUNDADAS
Se aseguraba que al ser liberados, los negros sé levantarían en masa contra los antiguos amos en una orgía de violencia y desafueros similar a la ocurrida en Haití. Se decía igualmente que los libertos invadirían las tierras de las haciendas y se negarían a trabajar en las propiedades de los blancos y los mestizos. Por otra parte estaba vivo el recuerdo de la guerra de los Supremos, con Obando al frente de montoneras negras y no se olvidaba la participación de los descendientes de los africanos en la guerra de la independencia, atraídos por las promesas de libertad en los bandos de patriotas y realistas.
Ante los rumores y el temor a los negros de Bolo y de La Paila, el presidente Hilario López viajó a Cartago a presidir el acto solemne de la liberación de los esclavos y a controlar, si fuera el caso, cualquier alteración del orden público.
El primero de enero de 1852 la negrería de Cartago y del norte caucano llenó las calles de Cartago. Esta población que fue epicentro de la conquista española, era ahora fiel testigo del acto oficial que liberaba a la raza oprimida. El presidente José Hilario López presidió los regocijos públicos y en todo el país las Sociedades Democráticas del liberalismo le dieron trascendencia a tan especial acontecimiento.
LOS SEUDO- LIBERTADOS
En la noche del primero de enero de 1852 la negra Eduviges Balanta vio llegar a su compañero Casto Cambindo, lleno de euforia y pasado de tragos.
_Ya somo libres Eduviges- dijo a su mujer.
-Y ahora que vamo a se negro. Quién nos va a dar la comida y los trapos y un rancho?-
Los turbios augurios de los esclavistas no se hicieron realidad, pero hubo un gran desajuste en la vida nacional. Por falta de mano de obra se malograron haciendas y cultivos y numerosos negros vagaron sin rumbo, sin saber que hacer con su libertad, acostumbrados a depender en forma absoluta de sus antiguos amos. Ante tal situación aparecieron los oportunistas; en 1853 el caudillo conservador Sergio Arboleda, defensor del viejo orden, inventó otra forma de esclavitud: reunió 174 manumisos de las haciendas de los Arboledas, los Arroyos y los Larrahondos y los contrató en la hacienda Quintero, brindándoles alimentación, vestido, techo y salario. Arboleda asignó una huerta a cada familia y ató a los libertos a su hacienda, pues no les permitió laborar con otro patrón, restringió la salida al pueblo y los puso bajo la férula de un capataz tiránico.
Muerto Arboleda, sus sucesores continuaron explotando a los descendientes de los seudo- libertados en las modalidades de concertación, terrazgo y aparcería. Con la ley 22 de 1850 se cumplió parcialmente el sueño de Bolívar, pues continuamos bajo el látigo de amos económicos y políticos. Basta con mirar la cuota del poder en Caldas para ver el abismo inconmensurable entre los llamados “ blancos” y el resto de los ciudadanos.
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