Alfredo Cardona Tobón*
Antonia Santos
En el alma de hombres y mujeres hay una fuerza interior que en algún momento puede convertirse en luz o en llama: luz para crear e irradiar paz, llama para la destrucción y la guerra.
Dios hizo la mujer para amar y dar semillas… pero cuando se amenaza su hogar, cuando se profana lo que quiere, se convierte en una leona que no teme a jaulas, a lanzas ni a metralla.
En la independencia americana la mujer luchó hombro a hombro con los varones, algunas veces bajo las banderas de España y otras muchas bajo el pabellón republicano. Infortunadamente, como el vencedor escribe la historia, el recuerdo de las mujeres realistas se perdió en las brumas.
Para la mujer, la Patria empieza en el fogón, en la sonrisa de los hijos, en la seguridad del hogar, en el credo de los mayores. Así que todas, republicanas y realistas, lucharon por la Patria, por la Patria que entendían, sin tener en cuenta las consideraciones políticas y económicas que generalmente mueven a sus compañeros.
Hablemos de dos mujeres: una granadina, otra chilena, que dieron lo que tuvieron en aras de la libertad y la felicidad de los suyos:
ANTONIA SANTOS
En la noche del 12 de julio de 1819, el ladrido de los perros alertó a los moradores de la hacienda del Hatillo en la provincia del Socorro. No se trataba del latido para ahuyentar un zorro era un aviso de peligro que se convirtió en gañidos al acercarse los intrusos a las ramadas de la finca.
Se había informado que la hacienda era el centro de operaciones de la guerrilla de Coromoro y por orden del comandante realista Lucas Fernández, el sargento Pedro Agustín Vargas se movió entre las sombras para sorprender a los insurgentes.
Antonia se despertó y alertó a su gente, pero nada podían hacer para evadir a los atacantes que destrozaron la puerta y apresaron a Antonia, a su hermano menor, a los esclavos Juan y Juan Nepomuceno y a la sobrina Helena Santos Rosillo, una bella muchachita de quince años que acompañaba a su tía.
Según la tradición, Antonia contaba en ese entonces con 33 años, era una mujer alta, bella y blanca que estaba al frente de ganados y cultivos, en tanto que su hermano Fernando se movía por riscos y cañadas al frente de una guerrilla, que con la de La Niebla y la de los hermanos Almeida venía acosando a los realistas.
Eran tiempos difíciles, eran los años de la reconquista española. Pero para los Santos, descendientes de un capitán comunero, la causa republicana estaba viva y seguían resistiendo al lado de Fernando y Gabriel Tobar. Antonia conseguía armas y municiones y despachaba provisiones a los alzados en armas que. de tanto en tanto, arrimaban a la hacienda.
En el momento de la captura la guerrilla de Coromoro se había dividieron en dos grupos con la misión de hostilizar los destacamentos del Socorro para evitar que se unieran a las tropas de Barreiro que intentaban frenar el avance victorioso de Bolívar.
Tras un juicio sumario, los españoles condenaron a muerte a la prisionera, a los guerrilleros Pascual Becerra e Isidro Bravo y a los dos esclavos. Antonia marchó al cadalso sin abatimiento ni lágrimas. En el banquillo entregó las alhajas de oro con que iba engalanada y regaló un anillo al oficial de la guardia. Se sentó y anudó un pañuelo alrededor de sus pies para evitar que se levantara su falda y pidió a los soldados que le apuntaran derecho al corazón.
Los fusiles tronaron. El 28 de julio de 1819 la bella joven pasó a la inmortalidad a tan solo ocho días de la gloriosa batalla de Boyacá que selló la independencia granadina.
Los cadáveres permanecieron en el patíbulo desde las once de la mañana , hora del fusilamiento, hasta la caída de la tarde. La reacción ciudadana fue inmediata. Con palos, piedras y aperos de labranza los vecinos del Socorro se unieron a las guerrillas que merodeaban por las montes cercanos al pueblo y acosaron las tropas realistas, que al conocer el desastre del Pantano de Vargas, salieron a reforzar a las fuerzas de Barreiro que iban camino a Santa Fe.
DESPUES DE LA MUERTE DE ANTONIA SANTOS
Antonio Morales, el mismo que armó la trifulca del florero el 20 de julio de 1810, siguiendo las ordenes de Bolívar se desplazó con algunos llaneros hacia El Socorro a incorporar las guerrillas patriotas al ejército regular y atajar el avance de Lucas Gonzales, quien con 800 realistas trataba de unirse a la fuerza de Barreiro.
El 30 de julio llegó Morales a Charalá donde se le unieron los capitanes guerrilleros y allí esperó a Lucas Gonzales. Sin técnicas militares y pobremente armados los charaleños se enfrentaron a los hombres de Gonzales. “Peleando cuerpo a cuerpo- dice Horacio Rodríguez Plata- primero entre las agitadas aguas del río Pienta que se tiñeron de sangre, luego haciendo la más titánica resistencia en el paso del puente, conteniendo el incendio de la población que en muchas casas comenzó a propagarse, arrojando desde las tejas que cubrían las habitaciones, improvisando barricadas con muebles para atajar el avance de los soldados enemigos, a garrote limpio y a piedra, contuvieron los denodados charaleños por espacio de tres días las hordas de Gonzales”.
En la horrenda batalla de esos tres días, la sobrina de Antonia Santos, que era conducida por la soldadesca realista escapó de sus captores y se refugió con numerosas personas en la iglesia, “acogiéndose a sagrado” , como entonces se decía, pero las hordas de Gonzales no respetaron el asilo cuando tomaron la ciudad que saquearon y anegaron de sangre, incluyendo el templo, donde violaron y asesinaron a Helenita Santos.
La pesadilla terminó el seis de agosto. La diezmada fuerza invasora dejó a Charalá en ruinas y sembrada de cadáveres. Terminada la matanza, el comandante español continuó su marcha que cambió de rumbo al saber que el siete de agosto los patriotas habían destrozado al ejército de Barreiro en el Puente de Boyacá.
PAULA JARAQUEMADA
En febrero de 1818 las fuerzas aliadas de Argentina y Chile triunfaron en Chacabuco haciendo replegar a los realistas a Talca, donde se atrincheraron para esperar refuerzos del Perú. El 18 de marzo San Martín acampó en el llano de Cancha Rayada para preparar el ataque a la ciudad.
El enemigo, que estaba en desventaja en hombres y armamento, vio que la única posibilidad era sorprender a los republicanos. En la noche, mientras la gente de San Martín descansaba, los seguidores del rey se acercaron al campamento y en las sombras le causaron enormes bajas
Con su tropa dispersa y O.Higgins herido, los aliados retrocedieron para reagrupar sus fuerzas, mientras los realistas, también maltrechos, tomaron rumbo hacia el norte.
No había bagajes, los heridos eran numerosos, faltaban caballos y municiones. La situación era crítica para San Martin. De improviso la esperanza renació en las filas insurgentes con la estanciera Paula Jaraquemada que ofreció ovejas y granos, cabalgaduras y pertrechos y una columna de peones, dirigida por su hijo, que se sumó a las tropas libertadoras.
La hacienda de Paine se convirtió en hospital de campaña y allí San Martín reorganizó sus fuerzas y preparó la campaña que culminó con el triunfo de Maipú.
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