Alfredo Cardona Tobón
Maria Ana Duque Haenker
Una noche de ventarrones y truenos del año 1904, los goterones machacaban las viejas tejas de la casona salamineña de Don Antonio José Duque. En uno de los tantos fogonazos de los relámpagos, la esposa de Don Antonio, Doña Ana Haenker Ritchel, vió salir a María Ana Julia de su cama con dirección al oratorio familiar.
Doña Ana siguió los pasos de la criaturita de apenas unos seis años.
Qué estas haciendo mi niña?- Le preguntó preocupada- Mamita- contestó la hijita aún medio dormida- estoy acompañando al Niño Dios. No ves que está solito?-
Pasaron los años. María Ana ingresó al noviciado de las Hermanas Dominicas de La Presentación y el 21 de noviembre de 1925 hizo su consagración perpetua a Jesucristo con el nombre de hermana Berenice.
Cuando se desempeñaba como maestra de junioras en Medellín, la religiosa obtuvo permiso para catequizar a los obreros del turno nocturno de la textilera Fabricato y la autorización de su Madre Superiora para llevar el mensaje de Dios a la abigarrada comunidad de Guayaquil, donde se confundían culebreros, vivanderas, prostitutas, carretilleros y vendedores de billetes premiados de la lotería.
Con jóvenes obreras de fábricas vecinas y algunas muchachas humildes de la plaza de mercado de Medellín, la hermana Berenice conformó un pequño grupo que se dedicó a enseñar el evangelio y a mostrar el sendero de la Vida a los vecinos del turbulento sector.
La religiosa trasmitió a las discipulas su amor a Nuestro Señor Jesucristo, quienes día a día crecieron en piedad y entrega a los más pobres y desgraciados. Algunas jóvenes quisieron ingresar a una comunidad religiosa para seguir los pasos de la hermana Berenice, pero ni la Congregación de La Presentación ni otras Órdenes católicas recibían muchachas pobres, morenas y de extracción humilde. Eran tiempos de una Iglesia sin sacerdotes negros ni indígenas; cuando las jóvenes sin dote ni apellido, que deseaban ingresar a la vida religiosa, apenas calificaban como postulantes dedicadas a las labores domésticas en los conventos.
Un día, cuentan los biógrafos de la hermana Berenice, una Visión mostró a la religiosa el camino para fundar una Comunidad para muchachas humildes que deseaban servir a Dios y a los seres más abandonados. De inmediato, con la aprobación de la Madre Superiora y del Arzobispo de Medellín la hermana Berenice dio los primeros pasos para establecer tal comunidad bajo el manto de la Comunidad de La Presentación.
Desde un principio los obstáculos fueron infinitos; pero para la hermana Berenice no existían los imposibles; en sus venas corría la sangre del teutón Ritcher que desafió los socavones de Marmato y de su compatriota Haenker que trabajó como barquero en el río Cauca domeñando las corrientes impetuosas del paso de la Cana, y su temple venía por herencia de los colonos paisas que a punta de hachazos levantaron poblados en medio de la selva y las alimañas.
La hermana Berenice consiguió un galpón de piso en tierra y allí, el 14 de mayo de 1943, algunas jóvenes catequistas se despidieron de los suyos, recogieron sus pocas pertenencias e iniciaron su Casa Religiosa. Unas llegaron con el sol- cuenta Carmen Hernández- otras a lo largo de la mañana, en total doce, como los apóstoles, con poco más de lo puesto, dejando tras de sí familia y necesidades para encontrar fraternidad y más pobreza. Sin dote, sin recursos ni Mecenas, las jovencitas trabajaron de niñeras en casas de familia acaudaladas; al anochecer se recogían en el galpón para rezar y dedicarse al recogimiento cristiano.
Enemigos gratuitos se confabularon contra la obra de la hermana Berenice y a los tres años de sembrar cizaña hicieron que la comunidad religiosa de La Presentación rebajara a la naciente Congregación a un Patronato de obreras, sin hábito y sin permiso para ejercicios de piedad comunitaria.
Para alejarla de sus discípulas y acabar de raiz con los sueños de Berenice la superiora de la Presentación la envió a Francia y le prohibió su comunicación con Colombia. Pese a tan calamitosos hechos las cuarenta jovencitas que seguían a la hermana Berenice perseveraron y continuaron unidas sin desfallecer ante la persecución que pretendía desbandarlas.
Llega el invierno a Francia y la hermana Berenice enferma gravemente en Toulon. El médico aconseja que la envíen de regreso a Colombia pues cree que morirá muy pronto. El 16 de diciembre de 1948 llega a Bogotá con una parálisis del lado izquierdo del cuerpo. Nadie da un centavo por su salud, pero Dios tiene sus planes y la religiosa se repone al pisar nuevamente su Patria.
NACE UNA CONGREGACIÓN
El Nuncio apostólico, que conoce sus esfuerzos y quiere democratizar la Iglesia colombiana, motiva a la hermana Berenice para que retome la dirección de las jovencitas humildes de Medellín que aspiran a ser monjas y funde la Congregación de las Anunciatas sin nexos con La Presentación .
La nueva Orden crece como espuma. En pocos años se extiende por los países andinosy por Centroamérica, las Anunciatas crean núcleos en Europa y establecen misiones en Costa de Marfil en África.
Nada parece menguar la fortaleza de la Madre Berenice. Operaciones quirúrgicas y quebrantos continuos de salud no logran frenar su actividad prodigiosa. Es una líder y es una santa. Como otros seres predestinados tiene dones extraordinarios; tuvo el don de la profecía y la virtud de recomponer los hogares destruidos por la irresponsabilidad de los cónyuges. Su misión eran los niños, pero también el hogar de los pequeñines, adonde llegaba con consejos y ayuda.
Una hermanita de la Anunciación la cuidaba permanentemente cuando ya muy viejita no se levantaba de una cama. La hermanita que la atendía sufrió una lesión en la columna vertebral al levantar una pesada tina con ropa lavada. Desesperada por el dolor y casi sin poder moverse le pidió a la Madre Berenice que rogara al cielo por su salud. La Madre colocó sus manos arrugaditas en la frente de la enferma y oró. Una especie de corriente eléctrica pasó por su espalda y de inmediato sanó y quedó como si jamás hubiera tenido algún percance.
La Madre Berenice abrió un camino con las hermanitas de la Anunciación. Ayudó a dar vitalidad y aliento a una Iglesia anquilosada y clasista.
La fundadora murió el 25 de julio de 1993 en Medellín; allí está su tumba y sus reliquias; en esa ciudad de la eterna primavera se siente, más que en otras latitudes, el halo de su virtud y los frutos de una vida plena entregada a Dios y a sus semejantes. De la noble cepa salamineña, que sigue dando lo mejor de Caldas, salió la más bella flor de nuestra tierra.
Las hermanitas Anunciatas han empezado los trámites de su beatificación. En tiempos , quizás no lejanos la verán nuestros hijos en los altares y el el pueblo colombiano recibirá la bendición de esa norteña corajuda que nos mira con amor desde el cielo.
Gracias por compartir su historia. Llena de amor, resignación, humildad y entrega.
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