Alfredo Cardona Tobón*
En la orden general de Vanguardia, expedida en Tame el 11 de junio de 1819, en el numeral 126 se lee el siguiente inciso: “No marchará en la división mujer alguna, bajo la pena de cincuenta palos a la que se encuentre; si algún oficial contraviniere esta orden será notificado con severidad y castigado severamente el sargento, cabo o soldado que no la cumpla”.
Tal mandato, como todos aquellos que van contra la realidad de los acontecimientos, no lo acató nadie , pues las campesinas que acompañaban al ejército libertador no solamente calmaban las calenturas sexuales de la tropa, sino que eran enfermeras, cocineras, lavanderas, costureras, postas y combatientes.
La gran mayoría de las mujeres que servían la causa patriota pertenecían al pueblo raso, pero también se sumaron a las tropas damas prestantes que hicieron suyas las causas de hermanos, esposos e hijos.
En el fallido ataque a Pasto, el 13 de agosto de 1812 cayeron prisioneros el presidente de la Junta de Popayán, Joaquín Caicedo, y el coronel republicano Alejandro Macaulay, junto con varios oficiales y numerosa tropa.
Las autoridades de Quito ordenaron la ejecución de Caicedo y Macaulay, el fusilamiento de uno de cada cinco de los oficiales presos y uno de cada diez soldados capturados. Entonces Dominga Burbano, Luisa Góngora y Domitila Sarasti, damas de figuración y respeto, consiguieron el concurso de Doña Ana Polonia, esposa del ex gobernador Tacón y Rosique, para que se dilatara la orden y poder fraguar un golpe de mano para liberar a algunos cautivos.
Desgraciadamente se filtraron los detalles de la fuga y a la media noche del once de diciembre de 1812, los españoles sorprendieron a Luisa y Domitila, que, vestidas de soldados, intentaban liberar a Caicedo y Macaulay. De inmediato se les condenó a muerte y en la madrugada del doce de diciembre ejecutaron a las dos mujeres en el patio de la cárcel, con los presos y guardianes como únicos testigos.
Ese mismo día aprehendieron a Dominga Burbano, en juicio sumario determinaron su fusilamiento que ejecutaron sin dilación. Al igual que el de sus compañeras, sepultaron el cuerpo de Dominga en los terrenos de la prisión, sin que quedaran registros de sus muertes en los libros de defunciones.
LA MASACRE DE CORONILLA
En mayo de 1812 la provincia de Cochabamba en el Alto Perú, se levantó contra las autoridades peninsulares. El 24 de agosto de ese mes, cinco columnas realistas, enviadas desde Lima bajo el comando de Goyeneche, chocaron con los insurgentes en cercanías de Cochabamba.
Pese a la resistencia enconada, los realistas llegaron a las goteras de la ciudad. El gobernador Antezana quiso capitular y los habitantes de Cochabamba se lo impidieron.” Nuestro hogar es sagrado” gritaban las mujeres que bloquearon la entrada con una procesión de la Virgen de la Merced, tratando de evitar los saqueos, las violaciones y los asesinatos que vendrían con las tropas invasoras.
Una muchedumbre, en su mayor parte de mujeres, asaltó el depósito de armas para sacar los fusiles, cañones y municiones, y armada se parapetó en las laderas del cerro Coronilla.
Goyeneche exigió la rendición sin condiciones y ante tal alternativa los rebeldes contestaron que preferían morir matando que perecer en el cadalso. Con las armas tomadas y con garrotes, hondas y machetes, las mujeres hicieron frente a la caballería realista. La matanza fue despiadada, mujeres de todas las edades cayeron destrozadas por los sables de los húsares. Al frente de todas ellas estaba Manuel Ganderillas, una vendedora casi ciega, que pereció al lado de Manuela Rodríguez, esposa del prócer Esteban Arze,, de Manuela Saavedra, Rosa Soto, Juana Ascui, Luisa Alcocer, Mercedes Tapia y otras 22 compañeras que murieron con siete fusileros que las acompañaban.
Al día siguiente de la masacre se celebró el Corpus Christi; las descargas en los patíbulos se confundieron con los petardos de la fiesta sacra. Para honrar la memoria de las mártires del Cerro Coronilla los bolivianos celebran su día el 27 de mayo, fecha en que también se conmemora el día de las madres..
JUANA RAMIREZ, LA AVANZADORA
Esta mulata venezolana, hija de una esclava y un latifundista criollo, fue una lavandera manumisa que desde su adolescencia se enroló en las guerrillas patriotas de Mónagas.
Al extenderse la guerra, el general Piar organizó una batería con mujeres que se encargaban de cargar y cebar los cañones y situarlos en las posiciones de tiro y Juana Ramírez quedó al frente de dieciocho compañeras.
El 25 de mayo de 1813, en la batalla de los Altos Godos, Juana recibió el apodo de la “Avanzadora” por ser la primera en salir de la trinchera junto con sus compañeras y montar los cañones que definieron la batalla. Esta mujer alta y fornida no le tenía miedo a nada: En una ocasión atravesó el campo de combate, tomó la espada de un oficial enemigo muerto en la acción y la enarboló como estandarte.
Ya libre Venezuela, Juana se radicó en la aldea de Guacharacas, donde murió a los 66 años de edad. La devoción popular conservó un seto de cardones que señalaba la tumba de la Avanzadora. En 1975 el Comité de damas de la 58ª División de Infantería del Ejercito venezolano erigió un monumento, que visitan miles de turistas y que conserva la memoria de la valerosa combatiente, insignia de los artilleros patriotas.
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