JORCHA, EL BOBO QUE REVOLCÓ UN PUEBLO

 

EL BOBO QUE REVOLCÓ UN PUEBLO

Alfredo Cardona Tobón

 


Nunca se supo de donde vino ni cuando lo hizo;, tampoco se conoció su nombre, lo llamaban  “Jorcha”  y con ese alias lo sepultaron el día que un “ Pajaro”  afinó puntería en ese  personaje inofensivo.

“Jorcha” vivía prácticamente del aire y de los centavos que le daban por cargar un mercado, rajar leña o hacer mandados.  Los “patos” del pueblo  se aprovechaban de su candidez para tramar pilatunas como trancar el portón a los borrachos, espantar las vacas que ordeñaban en las calles  o levantar la bata a las muchachas .

“Jorcha” no se separaba de un sombrero alón que le robó a Silvio, el boticario,  ni de un poncho roto y color indefinido, este hombre de escasas luces intelectuales, no usaba zapatos, hablaba enredado  y en vez de correa ajustaba el pantalón con una cabuya dando el aspecto de un espantapájaros..

Este pobre hombre  habría pasado por el mundo sin dejar una mínima huella, pero no fue así, pues el Universo le tenía reservado un papel  en la tragedia que empezó el  28 de marzo de  1948,  cuando los hados crueles envolvieron la región en la   vorágine de la violencia política.

Todo empezó un domingo a las diez de las mañana: la plaza  llena de toldas parecía un hormiguero;   Celedonio, el sacristán, repicaba las campanas llamando a misa y como era usual en esos tiempos ,los  comuneros de la parcialidad de Currumí  llenaban de color la calle de “La Quiebra”, ellas con sus faldas repolludas y ellos con sus pañuelos raboegallos  y  los flecos rojos de las fundas de sus machetes

El  ruido sordo del mercado  se confundía con la música que desgranaban las vitrolas de las cantinas y el rastrillo de los cascos sobre el empedrado; en un costado unos loritos amaestrados sacaban las boletas de la suerte y en otro costado de la plaza el  culebrero ofrecía  pócimas milagrosas, al lado de la estatua de Bolívar los emberas de Guadualejo  vendían callanas y ollas curadas  mientras flotaba en el aire el olor a cagajón mezclado con el aroma del sirope, de cucas  y de ”nalgas de ángel”

Pero en ese día de sol con   dos nubes detrás del cerro Gobia algo no rimaba. Algo extraño se sentía en la  Plazuela y Callelarga y  se presentía por   La Unión y Lavapié.  Se acercaban  las elecciones de Cuerpos Colegiados y  en ese día los pocos conservadores del municipio se habían congregado a puerta cerrada en la casa de Ramón Gómez a escuchar las consignas  de sus jefes y recibir las instrucciones de un comando alzatista llegado de Manizales.

Los  “godos” bullosos de la tierra fría  tenían los gritos mudos y las banderas guardadas. Todo corría en paz  hasta que alguien anunció que  en la casa de Ramón Gómez se estaba fraguando un ataque. El rumor se regó como pólvora y  mientras  la bola corría, “Jorcha” consumía fresco con empanadas en el caspete de  Julio Ortiz, sin que otra preocupación turbara su magra existencia.

Los “perros” del pueblo vieron la ocasión de armar un bochinche  y al ver a “Jorcha”  les surgió la luminosa idea de contratarlo para que se arrimara a la casa de los Gómez y gritara a todo pulmón ¡ Viva el partido conservador¡- ¡Abajo rojos malparidos¡.. Este  fue el florero de Llorente y la chispa que encendió la mecha.  En la plaza se fueron a los puños el asentista  Baudilio Restrepo, de filiación conservadora,  y el personero, Juan Betancur de filiación liberal que , ardido por la osadía de los azules que mancillaban la “Plaza Roja” quiso  cobrar el atrevimiento.

Mientras el  populacho alborotado   golpeaba las ventanas y el portón de Ramón Gómez y atacaba varias  casas conservadoras,  Baudilio y  Juan pasaron de los puños a los tiros y se armó un verdaderos zafarrancho que hizo acuartelar la policía y movió al alcalde Diego Posada a correr a la telegrafía a comunicarse con el gobernador de Caldas y pedir  refuerzos para  controlar a los revoltosos.

Fue imposible hablar con el gobernador, pero con las horas la  trifulca amainó dando al oportunidad al  comando alzatista de escalar  un muro, alcanzar la carretera y ponerse a salvo de los energúmenos..

 A las seis de la tarde todo estaba calmado, no había problema, al fin y al cabo Quinchía era un pueblo pacifico sin odios guardados. Pero el refuerzo que no pudo solicitar el alcalde lo consiguió un funcionario  que se comunicó con las autoridades de municipios vecinos y  logró el auxilio policial en  Riosucio y Anserma.

Los policías entraron a Quinchía a sangre y fuego, disparando contra todo lo que se movía en sus calles dejando en el recorrido  tres  muertos y nueve heridos. A piedra, escopetazos y dinamita los quinchieños se enfrentaron a los  uniformados que tuvieron que retroceder para regresar reforzados con unidades de Riosucio.  A medianoche se presentó la segunda entrada de la policía.  El pueblo había recogido sus muertos y estaba auxiliando sus heridos cuando bandidos emboscados en una bocacalle sumaron nuevas víctimas al primer abaleo.

Después de cumplir el encargo “ Jorcha”    se  unió a los  revoltosos, estuvo en las barricadas y lo sorprendió la aurora velando a los muertos.. Como siempre el sol apareció por los lados del Batero, pero Quinchía no sería el mismo, sin saberlo  “Jorcha” había destapado una Caja de Pandora  y los tamaracas con todos los males se habían regado por sus cerros.. Meses después  Quinchía quedó en manos de los “pajaros”, vendría la  reacción  de los escopeteros,  las autodefensas  del Capitán Venganza y del Sargento García y de  las bandas criminales de  los Magníficos, las FARC, el EPL, el ELN....

En algún  rincón del camposanto acomodaron los huesos de “Jorcha” y   poco a poco se fue desintegrando la cruz de palo que testimoniaba la existencia del  bobo anónimo que franqueó el paso al demonio.

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