UNA FIRMA PORTENTOSA

 

LA GALLINA TITINA

Alfredo Cardona Tobón*

 




Era una gallina mestiza de madre criolla y  padre fino, de color gris oscuro  y porte mediano,  que alguien   regaló a doña Judith cuando la pollita estaba medio emplumada. Era una de las tantas aves que ocupaban el  espacioso patio con palos de mango, de zapote y  guanábana. A la gallina la pusieron Titina  y así  atendía, como si fuera un perro, cuando su ama la llamaba para darle algún pedacito de arepa. Fuera de esto Titina no tenía nada especial, salvo ser una ponedora excepcional que no fallaba con su huevo diario.

 

Es menester, como solía decir el padre Jaramillo, acreditar hazañas y gestos heroicos para figurar en una crónica ¿Pero qué portentos  puede hacer una gallina para merecer ese honor?-  Los gallos de pelea lo tienen, pero las humildes  gallinas solamente se mientan  para exaltar un  sancocho adobado con su carne o en  las alboradas campesinas animadas con su estridente cacareo.

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Sin embargo Titina, la gallina en mención,  hizo méritos para quedar indeleblemente grabada en la memoria del  pueblo, pues fue la actriz principal  de un suceso extraordinario que se tratará después de ver los antecedentes: de la escurridiza gallina:

Por las mañanas y al terminar la tarde Doña Judith aventaba la ración de maíz a sus patos, gansos y gallinas. En el resto del día la comunidad de aveplumas, como las  llaman los riosuceños, completaba la dieta con lombrices, cucarrones y chapolas que encontraban en el espacioso patio. Pero a la  Titina no le bastaba ese espacio y  extendía el rebusque por los solares vecinos adonde se colaba escabulléndose por las cercas. A menudo llegaba al corredor de la casa  y remataba su busca en la cocina, donde Rosa, la encargada de la alimentación de la familia, la premiaba con pedacitos de ñervos. Por eso Titina se mantenía gorda y rozagante con alientos de sobra para  poner  su huevo matutino  de cáscara rosada y gruesa, que no siempre iba a la cazuela, pues doña Judith  completaba las cluecadas con los huevos de Titina para asegurar  buenas ponedoras.

 

Pero la gallina consentida tenía un gran problema y era sus cluequeras prolongadas, pues cuando  terminaba su  ciclo normal de postura, el animalejo se quedaba en el nido vacío,  sin querer salir,  empeñada en sacar pollos sin tener huevos para calentar. En esas condiciones podía pasar semanas, sin que hubiera poder humano capaz de normalizar su situación, y en esas condiciones se enflaquecía sin comer y sin beber, de tal modo que se temía por su vida.  Para salir del trance los hijos de doña Judith bañaban la gallina, le amarraban tarros en la cola y la hacían  correr con la esperanza de que el pánico le ahuyentara la cluequera, cosa que ocurría después de muchos intentos

 

Pese a los sustos y a las prolongadas cluequeras se  creó un vínculo poderoso entre doña Judith y su gallina. Titina  seguía a su ama, brincaba cuando la veía y comía en la mano de su protectora.  Un día  la gallina cacareó más de la cuenta y no era para  menos , pues estaba avisando que había puesto un huevo extraordinario, un huevo que nunca figuró ni figurará en los anales de los registros avícolas.

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El huevo  de cáscara gruesa y rosada tenía estampada la  bella firma de doña Judith con puntos que resaltaban sobre  la superficie. Era una obra maestra digna del mejor copista de firmas en el mundo entero. Fue enorme  la conmoción en Quinchia, llegaron los vecinos, llegaron las amigas y los amigos, el padre Jaramillo con el sacristán, don Pedro  Luis Restrepo,  decano del magisterio, respetado por su ciencia  y  por sus conocimientos en todos los campos, que asombrado dijo que ese acontecimiento sin par no tenía explicación científica. Mientras el alboroto crecía la Titina siguió buscando afrechos y lombrices como si nada hubiera  ocurrido, y  contra toda esperanza , tampoco repitió la hazaña de poner huevos firmados.

Se aventuraron todo tipo de explicaciones al fenómeno y hasta se dijo que había que exorcizar la gallina pues estaba poseída por el demonio. Don Emilio Betancur llamó a a los periodistas para que registraran el  hecho pero creyeron que era una broma y no le pararon bolas. Don Germán  Tobón  quiso  cobrar para ver el huevo, pero  doña Judith  se opuso a  la mercantilización del prodigio. Para conservar el huevo  alguien dijo que extrajeran la clara y la yema con una jeringa y rellenaran la cáscara con parafina caliente. Eso hicieron, pero con  el calor se quebró el huevo y se perdió la firma.

 

Los meses pasaron y Titina no puso más huevos con la rúbrica de su dueña. Un día como a las seis de la tarde  la gallina subió al palo de mango donde solía instalarse a dormir y a la mañana siguiente, cuando doña Judith le echó maíz a sus animales no la vio por parte alguna, la buscó por el solar, por los bajos y el corral y nada. Al mirar el copo de mango vio el cadáver de Titina enredado en las ramas. Había muerto de repente en medio del frio de las sombras dejando su leyenda y un portento que pueden asegurar quienes lo vieron  como testimonio del enorme amor de una gallina por un ser humano.

 

¿Explicaciones?- las habrá, pero fuera de la ciencia, porque es imposible  aceptar que por medios físicos se  grave una firma en el interior de una  huevera.

 

*    http://www.historiayregion.blogspot.com

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