Un día de mil
novecientos treinta y tantos, Luis Felipe Cardona dejó las lomas de Pácora y
con su esposa Ana María Ramírez viajó a Manizales en el cable aéreo del norte
de Caldas. Era una odisea que empezaba
en Aranzazu y se extendía por largas
horas sobre una vagoneta que danzaba al son del viento por encima de enormes
precipicios.
En la capital
caldense tomaron el tren y al acorde de
pitos y el traqueteo de las ruedas sobre los rieles el matrimonio paró en una
estación entre Pereira y Cartago. Trabajo
no faltaba así que Luis Felipe se
enganchó en una de las grandes haciendas de los alrededores y luego laboró en la carnicería de la "Fonda Central", que en aquel tiempo era un centro comercial
donde se conseguía todo tipo de mercancías.
.
Posteriormente Luis Felipe se encargó de la
alimentación del personal de la Estación Villegas, donde se instaló con su familia en una casita
anexa. Allí atendió a los bodegueros,
los coteros, los funcionarios y policías que atendían ese sector del Ferrocarril de
Caldas. Debieron ser muy ricos los sancochos y los fríjoles con tocino
preparados por Ana María, pues por
varios años el matrimonio trabajó en la
Estación Villegas, donde nacieron los hijos del matrimonio, entre ellas Ofelia,
una niña vivaracha y juguetona que aprendió
a caminar viendo pasar los trenes y oyendo el pito de las locomotoras.
El tiempo
pasó y Ofelia se convirtió en una agraciada mujer que ocupó el puesto de telegrafista de la Estación Villegas hasta que apareció un patán
que tocó el corazón de la muchacha, la llevó al
altar, le dio tres hijos y le encimó malos tratos. Un día se le acabó la paciencia y Ofelia dejó las ataduras
de un mal marido y con sus hijos buscó otros horizontes en el puerto de La
Dorada donde trabajó con un hermano en una finca denominada "Media Luna".
Con la familia crecidita y sin arredrarse ante nada, Ofelia se internó en los baldíos a orillas del río Magdalena y a “mano vuelta”, o sea concertando trabajo con los otros colonos de la zona, abrió 20 hectáreas al lado de la quebrada del Ermitaño y en seis años de intenso trabajo las sembró con yuca, maíz, plátano, ñame, mafafa y pasto. En el abierto en la selva Ofelia y sus muchachos levantaron cerdos y gallinas cuya carne combinaban con las guabinas y las perrolocas que pescaban en la quebrada, con las tortugas que recogían en los arenales y las guaguas, gurres, guatines y micos que cazaban en el monte.
Con la familia crecidita y sin arredrarse ante nada, Ofelia se internó en los baldíos a orillas del río Magdalena y a “mano vuelta”, o sea concertando trabajo con los otros colonos de la zona, abrió 20 hectáreas al lado de la quebrada del Ermitaño y en seis años de intenso trabajo las sembró con yuca, maíz, plátano, ñame, mafafa y pasto. En el abierto en la selva Ofelia y sus muchachos levantaron cerdos y gallinas cuya carne combinaban con las guabinas y las perrolocas que pescaban en la quebrada, con las tortugas que recogían en los arenales y las guaguas, gurres, guatines y micos que cazaban en el monte.
Ofelia no tuvo tiempo de empacar ni cargar
herramientas, ropa ni menaje; de pura
suerte les perdonaron la vida y la dejaron marchar por las trochas para
refugiarse con sus hijos en un cuchitril en Barrancabermeja. Hubo que
empezar de nuevo, sin conocidos y sin un peso. Pero Dios es grande y un gerente
del Banco Popular les tendió la mano para explotar una finca en compañía y
salió adelante con la fortaleza y la
tenacidad que jamás abandonaron a Ofelia
Cardona. Después de cuatro años de durísimo trabajo en el
predio denominado “El Silencio” la
familia consiguió unos ahorritos para trasladarse a Bucaramanga donde Marco Aurelio Ramírez Cardona, el hijo menor
de la camada, terminó el bachillerato e ingresó a la Policía Nacional.
Ante esas circunstancias Marco Aurelio Ramírez,
nacido en la Estación Villegas en 1936, regresó con su mamá Ofelia, a la vereda Esperanza en Galicia donde se
reencontró con los suyos, reinició la lucha por la vida y puso su capacidad y
liderazgo al servicio de la comunidad contribuyendo a la electrificación del sector, la construcción del
alcantarillado, la instalación de
teléfonos y el suministro de agua potable.
Con varios semestres de derecho, Marco Aurelio calificaba para desempeñarse como Juez de Paz
y eso está haciendo desde hace diez años en el corregimiento de Cerritos donde
se ha constituido en un destacado
formador de identidad y un componedor de entuertos .. Entre los
graves problemas que ha tenido que resolver Marco Aurelio Ramírez en su comunidad compleja y repleta de
inconvenientes fue la invasión de los emberas- chamies en el año de 1997. En ese entonces llegaron a la vereda
centenares de nativos procedentes de
Pueblo Rico y del Chocó y sin respetar la ley ni a los vecinos trataron de
ocupar los predios. Fue una situación delicada que
Marco Aurelio Ramírez, como Juez
de Paz debió sortear con todo el cuidado del mundo para evitar una
confrontación sangrienta.
En cuanto a Ofelia, con 79 años cumplidos sueña con
una casa decente donde terminar sus días; está enferma y muy sola ,pero en sus ojos y en sus palabras siguen
vibrando esos chispazos de coraje que le permitieron levantar una familia sin arredrarse ante nada, porque ni bandidos ni culebras fueron
capaces de doblegar su espíritu.
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