ESTEFANÍA PARRA Y LA BATALLA DE BOYACÁ


Alfredo Cardona Tobón*

 


A menudo se confunde  la realidad con la leyenda o se inventan situaciones  que  tergiversan  los sucesos,  es el caso de Ricaurte en San Mateo,   Girardot en el Bárbula  y el de Pascasio Martínez cuando apresó al general Barreiro. Antonio Ricaurte no  se inmoló,  el cadáver de Atanasio  Girardot se encontró  en algún lugar del combate, que no era ciertamente la cima,  y el comandante español se entregó al primer soldado patriota para evitar que lo asesinaran  y  no tenía interés alguno en ofrecer dinero por su libertad, pues en ese momento, José María Barreiro estaba mejor en manos de Bolívar que en Santa Fe de Bogotá, donde el virrey Sámano le endosaría la derrota realista..

Muchos hechos  fueron magnificados para crear héroes y levantar la moral de los combatientes; podría ser el caso de  Estefanía Parra, la campesina que guio a Santander en su avance desde Tunja hacia el puente de Boyacá. Parte es verdad y el resto es ficción. Unos afirman  que fue una pastorcita de diez años que señaló el vado del rio Teatinos por donde cruzó  la caballería patriota y otros  aseguran que fue una campesina infiltrada en las tropas realistas que señaló la posición de las tropas españolas e hizo posible que los insurgentes  cortaran el paso a sus enemigos..

Al repasar la batalla de Boyacá tiene más lógica aceptar la  segunda versión, pues mal haría un comandante militar en confiar en una niña para tomar el rumbo que señaló el  triunfo patriota. Cuenta la leyenda que  las indicaciones de Estefanía Parra sirvieron  para  alcanzar las tropas de Barreiro en el rio Teatinos y permitir el paso de numerosos  jinetes llaneros por un vado seguro sin tener que abrirse paso por el puente de Boyacá, que fue cruzado por  la infantería con cuantiosas pérdidas.

Recuerdo  mis tiempos de servicio militar en el Batallón Miguel Antonio Caro-MAC- y no olvido las  largas caminatas por los cerros bogotanos. En esas duras jornadas con una ametralladora punto treinta a cuestas, había momentos  en que el cansancio era superior a cualquier aliento; sin embargo, a la par del batallón,  avanzaba una marchanta por las empinadas laderas, con  dos enormes canastos llenos de galletas, génovas y golosinas que ofrecía cuando  la tropa se detenía a descansar. No grabé su nombre, pero sí su figura robusta, de trenzas y pañolón, cara redonda y cachetes encarnados. Así debió ser Estefanía Parra, la brava mujer tunjana que acompañó con sus “comisos” a la tropa libertadora.

Al agradecer el esfuerzo de los llaneros y montañeses que nos dieron una nación soberana, tendríamos que considerar el valor de las mujeres que recorrieron las llanuras inundadas, el páramo gélido y las sierras escabrosas. Quizás para no divulgar la ruta  o por las dificultades y carencias de la marcha por el páramo, el alto mando patriota, al llegar a  Paya,  prohibió la presencia de mujeres en los campamentos  y  estableció el castigo de 50 latigazos a las que desacataran la orden o a quienes las acogieran en los cuerpos armados; pero ello no impidió que ellas continuaran en  la retaguardia, detrás de los combatientes, haciendo travesías para que no las descubrieran. Las  abnegadas juanas iban tras sus maridos o sus hijos, cargando su ropa  y las mantas, listas para auxiliar a los seres queridos heridos o enfermos  y darles compañía en los últimos momentos..

Los españoles sacrificaron centenares de mujeres que sirvieron de estafetas, de espías o  hicieron parte de las fuerzas insurgentes; sin embargo, muy pocas pasaron a la historia. En la marcha libertadora se recuerda a  Juana Velasco de Gallo, la matrona que entregó  sus dos hijos  a la Patria, compró telas y ayudó a confeccionar ropa para la tropa republicana   y suministró una partida de caballos al Libertador, incluyendo a  “Muchacho”, el hermoso alazán  que entró con  Simón Bolívar a Tunja.  Otra  heroína fue  Justina Estepa, una llanera asesinada el 16 de enero de 1816 en  Pore al descubrirse que era una auxiliar de las guerrillas;  Justina era dueña de un hato, amazona y domadora de caballos, a quien como a “la Pola” le compusieron canciones que se oyeron en los esteros y morichales del Casanare. También se recuerda a Juana Bejarano, una sargento  disfrazada de hombre, quien como Simona Amaya, combatiente de la aldea de Paya, cruzó lanzas con  los realistas.

Trascurridos doscientos años,  apenas ahora se está reconociendo la importancia de María Rosa Lazo de la Vega, propietaria de la Hacienda Tocaría, en Nunchía, Casanare,  quien alimentó y dio refugio a las guerrillas del coronel Santander entre 1815 y 1819.  Esta llanera puso a disposición de los patriotas 110.000 cabezas de ganado y 2.000 yeguas y caballos. Al final del conflicto esta generosa mujer quedó en la ruina y trató de que le reconocieran parte de la deuda, pero nada logró, enredada en la fronda de la burocracia que continuó con todas sus trabas, como herencia nefasta de los españoles.

Dice la leyenda que después de la batalla en el Puente de Boyacá, Estefanía Parra miraba desde lejos a Santander y a Bolívar sin atreverse a saludar a sus “amitos”, fue entonces cuando el lancero Rondón, que valoraba la gran ayuda de la campesina, la llamó y le dio una moneda de plata, que ella guardó en un taleguito de lana y mostró con orgullo a sus nietos.

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