LUIS VIDALES

SUENAN TIMBRES EN LA PUERTA DEL POETA

 

 

Carlos Vidales-


 En los primeros días de abril de 1979 la casa del poeta fue allanada por las tropas del ejército colombiano, por órdenes expresas del general Camacho Leyva. Los hechos ocurrieron de manera mucho más dramática de lo que muestra la caricatura del diario El Espectador (7 de abril de 1979). Los heroicos soldados de la república escalaron la fachada del edificio hasta el segundo piso, donde vivía el poeta – que ya se acercaba a los ochenta años –, destrozaron la ventana de su dormitorio y se plantaron, metralleta en mano, sobre la cama en que reposaban el anciano Luis Vidales y su esposa Paulina. Eran las tres y media de la madrugada.

El peligroso poeta fue maniatado con cuerdas, vendado y conducido a empujones a la Escuela de Caballería, donde debió permanecer de pie durante más de doce horas, sin más compañía que los caballos y los curiosos reclutas que llegaban, uno tras otro, con la misma pregunta:


¿Y vusté, tan viejo y metido a guerrillero?

Luis Vidales fue siempre un revolucionario chaplinesco y, en consecuencia, mantuvo el buen humor y aprovechó para dictar cátedra marxista a los reclutas. Pronto se formó un corro de soldados alrededor del viejo y así todos, soldados y caballos, pudieron oír que ellos eran proletarios, explotados, víctimas del capitalismo que los condenaba a reprimir a sus hermanos de clase y a traicionar su propia dignidad.

Al promediar la tarde, el escándalo nacional e internacional era mayúsculo. Poetas, intelectuales, políticos, jefes de estado europeos y periodistas de todo el mundo asediaban al señor presidente de la República, Julio César Turbay Ayala, indagando por las graves razones de estado que obligaban a maniatar, vendar y mantener en plantón riguroso a un anciano poeta septuagenario. De todas las respuestas que obtuvieron, la más poética y hermosa fue la del comandante de la Escuela de Caballería, general Vega Uribe, quien explicó la arbitraria detención y el brutal asalto al domicilio del poeta con esta frase inmortal:

Es que no sabíamos que este señor fuera tan famoso.



 


En efecto. En esos momentos, más treinta mil colombianos arbitrariamente encarcelados llenaban las cárceles del país. Ellos no eran tan famosos. Su delito era pertenecer a la oposición. Y muchos millones de colombianos más eran sospechosos y presuntamente enemigos de la democracia. La paranoia oficial era monstruosa.

Los motivos y las causas de la detención del poeta eran – también – un poco chaplinescos, esto es, tragicómicos. El día primero de enero de ese año, la organización guerrillera M-19 (Movimiento 19 de abril), de cuya dirección nacional yo era miembro, había robado más de siete mil fusiles de la guarnición del Cantón Norte. La operación fue una obra brillante de ingeniería subversiva: un túnel de casi noventa metros por debajo de las muy trajinadas calles de la capital. Pero fue también un ejemplo inmortal de chapucería militar: los responsables comenzaron a caer y las armas robadas fueron recuperadas por los genios del ejército, debido a gravísimas fallas en las rutinas de seguridad de los rebeldes. Y las cosas se complicaron porque uno de los detenidos, quien era habitualmente muy intelectual y muy celoso de los principios (como suele ocurrir), soltó la lengua del modo más lamentable y cantó lo que sabía, lo que no sabía, lo que sospechaba y todo lo demás. Naturalmente, me identificó como miembro de la dirección nacional de la organización, dijo que yo me llamaba Carlos Vidales que mi alias de guerra era... Luis.

Y era cierto. Porque mi jefe superior, el comandante Álvaro Fayad, había tenido la humorada de ponerme el alias de Luis a la hora de repartir los apodos de guerra. Otra chaplinada.


Y fue por eso que el astuto y genial general Camacho Leyva, asesorado por el talentoso general Vega Uribe, quien a su vez era asesorado por los caballos de las caballerizas de Escuela de Caballería, impartió la orden perentoria:

– Detengan de inmediato a Luis Vidales.

De más está decir que mi padre estaba muy contento. Para un revolucionario como él, nada más grato que ser honrado con un allanamiento brutal en la ancianidad, como una confirmación de que seguía siendo peligroso para los cerdos capitalistas. Su Partido, el Partido Comunista, también estaba feliz. Ahora podía mostrar que su poeta, su viejo e ilustre bardo, encarnaba la dura y heroica resistencia de los bolcheviques contra la represión oficial.


A mí todo eso me pareció muy bien, y muy conveniente. Yo estaba escondido, pero salí de mi escondrijo para solicitar asilo en la embajada de Cuba. ¿Por qué? Sencillamente, porque pensé que era mi única forma de aparecer en público sin entregarme a las autoridades, y que mi aparición obligaría al régimen a soltar a mi padre.

Pero los cubanos me negaron el asilo. Me dijeron que esperara, porque el escándalo internacional iba a obligar a los militares a soltar a Luis Vidales.

Así ocurrió. Yo continué en las filas del M-19 hasta el 11 de diciembre de 1979, fecha en que decidí abandonar esa organización por razones que en este contexto no vienen al caso. Solamente diré que hubo en aquel año dos miembros de la dirección nacional del M-19 que se opusieron rotundamente a la operación del robo de armas del Cantón Norte, por considerarla estúpida y aventurera: uno de esos dos miembros era yo. Y no he cambiado de opinión. Así, pues, me pareció deliciosamente irónico y chaplinesco – tragicómico – que mi padre, comunista y poeta, pagara con el honor de un plantón, vendado y maniatado, un operativo militar de otra organización en cuya dirección se había llegado a proponer mi fusilamiento, precisamente por oponerme a la realización de dicho operativo. El padre, preso y maltratado por lo del Cantón Norte, y el hijo, al borde de la ejecución por oponerse a lo del Cantón Norte. ¿No es chaplinesco?

Estos son, pues, algunos de los entretelones chaplinescos del brutal allanamiento y la arbitraria detención de Luis Vidales, en abril de 1979.

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