QUINCHÍA
Alfredo Cardona Tobón
En los regímenes partidistas
la policía dependía de los alcaldes y
gobernadores y constituía la
fuerza de choque del gobierno imperante. Por eso en numerosas ocasiones en vez
de garantizar el orden contribuyó a la violencia como lo recuerdan los tristes
episodios protagonizados por la policía “chulavita” en las presidencias de Ospina Pérez y Laureano Gómez,
Durante el régimen
conservador del pasado siglo se presentaron
numerosas confrontaciones entre las fuerzas de policía y el ejército nacional.
Ello sucedió el nueve de abril de 1948 y también en otras fechas y lugares del
suelo patrio, pues los oficiales liberales de las fuerzas militares se enfrentaban a la policía que atacaba a sus
copartidarios.
En la noche del 28 de marzo de 1948 policías y civiles provenientes de Riosucio
irrumpieron en Quinchía con un saldo de cinco ciudadanos liberales víctimas de las balas oficiales y del ataque aleve de antisociales resguardados por
las sombras. Fue el principio de una época de violencia con distintos rótulos y variadas motivaciones:
unas políticas y otras que han tenido que ver con la tierra, el oro y el narcotráfico.
Para entender los sucesos
acaecidos en Quinchía, recordemos que el municipio estaba rodeado por
municipios conservadores y que dirigentes
de este partido como Gilberto Alzate Avendaño y Silvio Villegas estaban
empeñados en acabar el liberalismo del
municipio para sumar su electorado al mar azul que dominaba la región desde la
aparición de los partidos políticos.
Después del ataque de ese 28
de marzo, la comunidad solicitó protección al ejército, ante lo cual el comandante
del Batallón Ayacucho, acantonado en Manizales, envió un grupo de soldados para evitar los desmanes de la policía y de
los “pájaros” de los municipios vecinos. La ciudadanía suministró alojamiento y
alimentación a los militares y una asociación ejemplar entre civiles y fuerzas militares garantizó
la paz por varios meses. En ese tiempo el gobierno fue cambiando los agentes de policía de
filiación liberal por agentes activos del conservatismo y en la zona rural,
sobre todo en límites con Guática y Anserma, se multiplicaron los ataques de “los
pajaros” contra la población liberal.
El objetivo inicial era
aterrorizar al electorado liberal para alejarlo de las urnas y lograr la mayoría conservadora. Por presión de
la ciudadanía, el gobierno de Caldas al
empezar el año 1949 retiró al agente
Horacio Agudelo, pues lo acusaban de promover guachafitas y desórdenes; pero fue
reintegrado gracias a las gestiones del directorio conservador orientado por
Julio Uribe. Nuevamente en su cargo, el agente Agudelo volvió a las andadas y
subido de copas amenazó a los ciudadanos
con su arma de dotación; fue entonces cuando el ejército intervino para calmar
los ánimos, la policía terció a favor de Agudelo y se trabó un encuentro entre
la policía y el ejército respaldado por los vecinos de Quinchía.
La policía se atrincheró y
disparó desde la Casa Consistorial mientras el ejército y la ciudadanía montaban
una barricada en la esquina del Café Lux
desde donde hicieron frente a la policía. Eran las dos de la tarde; Toto
Betancur, propietario del Café Lux repartía municiones y Gabriel Bolívar con
una bandera roja desafiaba al enemigo
con el puño cerrado.
La balacera se intensificó
al adentrarse la tarde: los tiros de grass de los policías eran respondidos por los fusiles del ejército
y por los revólveres y armas hechizas de los ciudadanos. En una de esas Mariano
Monroy se incorporó para fijar puntería y una bala le destrozó la cabeza; en el combate resultaron heridos los soldados
Benito Plata y Rosendo Arcila y en el bando contrario una esquirla lesionó al
policía Tulio Marín; no hubo más víctimas gracias al padre Alejandro Jaramillo
y al alcalde Martín Garcés cuya valiente intervención logró apaciguar a los combatientes.
Ante el deterioro de la
situación de orden público y el rechazo creciente a la policía, el gobierno
departamental retiró los agentes de
policía de Quinchía y los remplazó por soldados comandados por el
coronel Velandia, quien se desempeñó como alcalde del municipio. En septiembre de 1949 la gobernación retiró los soldados y el
pueblo quedó a merced de la policía. Las requisas se intensificaron al igual
que la detención de los líderes campesinos acusados de alborotadores.
Durante el mandato del gobernador
Castor Jaramillo Arrubla arreció la violencia no solamente en Caldas sino en todo
el territorio quinchieño. Ante el asesinato
de Simón Ladino, Arturo López y Gabriel Trejos, los diputados Johel Trejos y Emilio Chica
viajaron a Manizales, pero el gobernador, en forma descortés, no los atendió y les
dijo que estaban agrandando los hechos ya
que sabía de buena fuente que la paz reinaba en Quinchía.
Johel Trejos y Emilio Chica solicitaron el apoyo del comandante del Batallón Ayacucho quien
envió 30 soldados a resguardar a la gente
de Quinchía, amenazada por todos los costados por los contradictores políticos;
pero Jaramillo Arrubla al conocer tal determinación desautorizó al comandante
del Batallón y a los cuatro días hizo regresar la tropa.
Al finalizar octubre de 1949 antisociales provenientes de Guática y de
Anserma, cortaron las líneas telefónicas
que comunicaban a Quinchía con el resto del Departamento e irrumpieron en el
pueblo. Fue una noche de terror; los bandidos dinamitaban los portones de las
casas y disparaban a diestra y siniestra mientras la policía se limitaba a
hacer sonar unos pitos que en medio de
las sombras de la noche parecían el
preludio de la muerte. En la madrugada de ese nefasto día, Sigifredo Trejos
Botero y Eduardo Cataño Trejos salieron del pueblo por trochas y caminos; cruzaron las veredas de
Buenavista y Moreta y por Bonafont llegaron a Riosucio, donde solicitaron
auxilio a las autoridades. En vano, pues no los atendieron. Al llegar el día los antisociales salieron del
pueblo y sus habitantes agazapados en las viviendas y muertos de susto vieron que había llegado la hora de la
despedida.
Atrás quedarían las cenizas
de sus viejos, las aspiraciones y ambición de la familia. Para
la mayoría de los exilados empezaba una vida de nostalgia, pobreza y
limitaciones.
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