José
Ruiz Valencia
La
popularidad del doctor Galloway era indiscutible. Lo conocía todo el mundo,
bueno, es una manera de indicarlo, con ello se quiere decir que todos los
habitantes de Pereira sabían de él, unos de oídas y otros porque sus caminos se
habían cruzado por uno de esos avatares de la vida.
Su
carro, un automóvil “colepato” de color verde indefinido, era peculiar por las
calles cementadas, empedradas y entierradas de ese entonces y, al verlo, la gente
decía: “Ahí va el doctor Gallo”; se
podría decir que era su más fiel representante.
Pereira
era por esos tiempos una villa populos con un comercio incipiente, de una fe
religiosa exuberante, poseedora de una galería vieja donde se expendían toda
clase de alimentos para el diario vivir y ropa para hombres y mujeres. La
edificación estaba construida por fuera de ladrillo y cemento en tanto en su
interior toda de madera, armazón que
dejaba entrever las vigas aherrojadas, desafiantes y altaneras dentro del
cual, decían los rumores populares,
habitaba una descomunal culebra cazadora, que vivía como Pedro por su casa holgazaneando en medio
de los puestos de comercio, alimentándose de lo lindo con ratones, cucarachas y
otros bichos que son comunes en esta clase de negocios.
Tenía
la Perla del Otún un grato servicio de
tranvías, que pocas ciudades lo usaban y en el que se desplazaban los usuarios
desde “El Descanso” hasta “Casablanca”, un parrandeadero, lo que simbolizaba el
principio y fin de aquella vía, de la calle primera hasta la cuarenta. El valor
del pasaje era de cinco centavos por persona y con su tilín tilín iba
despertando los amaneceres de la villa y empujaba a los obreros para evitar llegar tarde a su
trabajo, tempraneando a sus quehaceres
cotidianos.
Pereira
poseía, igualmente, su hermosa catedral consagrada a la Virgen de La Pobreza,
la que albergaba en su cielorraso varias pinturas alusivas a la vida bíblica, y
el lienzo aquel de la Virgen cuya historia se entrelaza con la fundación de
Cartago antigua. Funcionaba la feria de ganado caballar y vacuno, la estación
del ferrocarril de Caldas, otro aspecto novedoso de la villa, cuyos ramales
unían a Manizales con Buenaventura, Cali, Medellín y otras ciudades intermedias
con la Perla del Otún.
Venido
de los Estados Unidos a principios del siglo XX, el doctor Gello (Galo) había
sentado sus reales por estas tierras en busca de otros horizontes, acompañado
de la mujer que fue el símbolo de sus amores y de un niño que era el norte hacia donde
apuntaba la existencia de ambos.
El
doctor Gello esperaba desempeñar, en parte,
el cometido de una vida dedicada a la ciencia médica aplicándola siempre
en favor de los más necesitados y los menos favorecidos por la suerte. Así lo
esperaba y así lo hizo. La Historia lo confirma. Los casos se sucedieron, uno
tras otro, atestiguándolo.
El
médico gringo era eficiente y cuidadosos
con el bolsillo de sus clientes, el
siguiente caso sirve de confirmación:
Uno de tantos enfermos acudió donde él para que le curara un pequeño tumor situado debajo
del dedo gordo del pie derecho; al verlo, lo acostó en una camilla, boca abajo,
y en un dos por tres lo abrió con un bisturí, exprimió fuerte para sacarle la
madre, o sea la envoltura del tumor, esterilizó la herida y lo despachó para la
casa, rengueando, es cierto pero operado
con todas las de la ley. Le cobró una exigua suma, por lo que consideraba una
intervención ambulatoria. De más está
decir que el pariente sufrió las penas del infierno, pues no se aplicó
anestesia de ninguna clase y el dolor fue muy fuerte; cuando lo exprimió para
sacarle la materia purulenta el paciente creyó que se iba a morir del dolor.
Este
otro caso lo dibuja de cuerpo entero:
Mi
patrón un joven de 25 años, amaneció un
día con un ojo convertido en una masa
sanguinolienta, como si hubiera sufrido una hemorragia óptica.
Los amigos lo alertaron, pues podría ser de cuidado y había que ir donde el médico lo más pronto posible.
El
consultorio del doctor Gallo quedaba a
media cuadra de distancia. Fue donde
éste, ya que era buen médico, acertado. Acudió al consultorio y al auscultarlo, acomodado en la silla, le
pidió que abriera la boca, la observó detenidamente, y sin mediar palabra, se retiró un poco y
volvió trayendo en sus manos un gatillo sacamuelas, le agarró la raíz
infectada, le puso yodo para evitar complicaciones, aplico una inyección con antibióticos, le dio a tomar aspirina
para el dolor y resuelto el problema. El mal estaba en el colmillo infectado y
no en el ojo y, eso era lo que producía
efecto en la vista. El paciente se recuperó rápidamente y sólo quedó el
mal recuerdo del momento aquel en que vio el infierno al soportar el dolor por falta de anestesia
en la intervención. Qué médico tan bruto, solo a él se le ocurría sacar la raíz
del colmillo infectados sin anestesia. Así era el doctor Gallo: rápido y a bajo
costo.
Algún
tiempo después, el gobierno de los Estados Unidos ocupó al doctor Gallo enl la
zona petrolera de Barrancabermeja para
que atendiera allí a los trabajadores de la empresa, donde había elementos
norteamericanos. Cumplida la misión se trasladó a su suelo nativo a recibir los
aplausos por su afán de servir a la humanidad.
Yo
también le estoy agradecido por la
hermosa y delicada operación practicada a mi hermano mayor, quien nació con el
labio superior hendido. El cirujano tomó
carne de los glúteos para rellenar el faltante y una vez sanada la intervención
le hizo la caja de dientes para que todo quedara como debía ser, gratis, gratis.
Donde quiera que esté su alma o espíritu
del doctor Gallo, que el Supremo Amor le devuelva con creces el inmenso favor
hecho a mi hermano. Mientras tanto reciba mi
eterna gratitud
Siendo yo una niña de 9 años me opero de las amígdalas muy rapido en una silla como de
ResponderEliminarddentista.