CÉSAR, OTTO Y LA PALABRA


 
Alfredo Cardona Tobón


                                                        Riosuceña en Carnaval
 

“Bendigo al Sumo Hacedor

que quiso hacerme cristiano,

músico, godo, caucano

y  antioqueño y  entrador”
                       

                                               Doctor Otto Morales Benítez
 

Este verso de  Gonzalo Vidal, un caucano autor de la música del himno antioqueño, podría aplicarse a los mestizos riosuceños cuyo explosivo coctel genético ha creado esos raros especímenes  del Ingrumá, capaces de santificar al diablo, bendecir el guarapo y dar sabor picante  al departamento de Caldas  que sin ellos sería una prolongación sosa de Caramanta o Abejorral.

Cuando Teófilo Cataño se inventó un Carnaval de la Bruja en Quinchía no se imaginó  que ese suceso daría pie para que los riosuceños inventaran un Carnaval presidido por el Diablo en el vecino Riosucio; tampoco imaginó César Valencia Trejos  en el año 1984, que una tertulia aguardentera con los aguadeños de  “Imágenes y Sueños”  y una parranda en “Leño Verde”, serían el germen del “Encuentro de la Palabra”, donde la provincia entabló batalla por su identidad y sus valores.

Atrás quedó la escuela de los jilgueros sin mensaje de los grecocaldenses  y demás  plañideros de  añoranzas ajenas, para dar paso a la voz de generaciones  llanas, comprometidas con la realidad y sus propios sueños.

A partir de entonces se han vivido decenas de “Encuentros de la Palabra”, son decenas de milagros en medio de la cicatería oficial y el desdén de la dirigencia departamental. En estos años Riosucio ha reunido lo más granado del pensamiento colombiano gracias a la fe y al tesón de su gente y ha consolidado un proyecto cultural que lo identifica en el concierto nacional..

Entre los artífices de los  “Encuentros de la Palabra” se destaca  César Valencia Trejos. Este riosuceño de profesión vio las primeras luces en la vereda “Ojo de Agua” y desde que estaba chiquito, como dicen sus biógrafos, ha estado inmerso en todo lo que beneficie a su pueblo  sin pensar en puestos ni dinero, del que parece divorciado o alérgico.

Inquieto de nacimiento ensayó estudios en  Bogotá y Medellín y siguiendo la herencia  de los culebreros y los trotamundos de su familia, César se ha enfrentado a los más disímiles oficios: locutor, periodista, animador en un colegio de monjas, cafetero, veterinario, empresario, matachín,  desenrroscador de culebras, pintor de arreboles y calibrador de truenos…

Aunque es godo y rezandero, Cesar Valencia entronizó a Otto Morales Benitez en las entretelas de los  “Encuentros de la Palabras” en vez del Corazón de Jesús.Y allí se quedó su paisano con sus carcajadas  impartiendo bendiciones  y trazando caminos  a quienes  en una u otra forma, modesta o ilustremente, trabajamos por el engrandecimiento de la provincia  colombiana.

Durante su fecunda existencia Otto Morales  estuvo presente en cuerpo o espíritu en los  “Encuentros de la Palabra” y los seguirá presidiendo aunque se haya apagado su risa franca  y no esté al lado de su millón de amigos. La trascendencia cultural de los “Encuentros de la Palabra” es innegable en el Viejo Caldas:  han desencadenado una serie de acontecimientos notables en la provincia  como los “Encuentros con la Historia”, festivales culturales, centros de estudios, la Academia Caldense de Historia y la Cátedra Otto Morales Benítez de la Universidad del Área Andina en Pereira.

LAS HUELLAS DE OTTO

Otto dejó testimonio de su obra en decenas de libros, en artículos de prensa, en las generaciones que lo precedieron. Fue el faro de la que llamó “La generación de las identidades” cuya labor se extiende hasta nuestros días en la poesía, la literatura  y la historia de la región. Otto Morales Benítez no le temió a los esbirros  de las tiranías como ocurrió en el Paraguay donde  no pudieron silenciarlo las  amenazas de la gente de Stroessner y  tampoco en Colombia, donde su voz se levantó en tiempos de Mariano Ospina y Laureano Gómez para exigir el  respeto a la vida en esos ominosos regímenes, donde la vida de los liberales valía  menos que la de un mísero perro callejero.

En el año  1947 los liberales organizaron una manifestación en Salamina, Caldas. Otto era el abanderado en la multitudinaria marcha. Ante un aguacero de piedras sus copartidarios  se guarecieron en los zaguanes de las casas del marco de la plaza y cerraron las puertas; Otto iba de lado a lado de la enorme plaza con el pendón rojo buscando un refugio que lo salvara del salvajismo de los atacantes, pero sin deshacerse  del estandarte que era el blanco principal de los violentos.   

Muy jovencito, Otto organizó las brigadas rojas en su pueblo y alineó en sus filas a los caciques pirsas de Bonafont y de Moreta. Los quinchieños cerraron filas alrededor del tribuno oscuro que se identificaba con los Guapacha y los Ladino, con los  Tapasco y los Largo.

                                                A la derecha  César Valencia Trejos

El paso de los años podrían diluir la esencia del aldeano que   se enfrentó a los “pájaros” de mitad del siglo  pasado al denunciar sus crímenes  en los flagelados municipios del occidente del Viejo Caldas. En sus crónicas “Campos desiertos y cementerios repletos” denunció los atropellos del régimen dejando la relación de los asesinatos y de los desplazamientos forzados. Infortunadamente todos ellos quedaron en la impunidad y en su tiempo ni la iglesia insensible, ni la sociedad, ni nadie, se condolió de la monstruosidad de los hechos.

Llegará el día que se reconozca el valor de Otto Morales. Cuando  se oxiden los incensario,  se acabe el monopolio de quienes se creen sobrinos del Papa  y bajen de sus pedestales a los paladines de la  aristocracia criolla, quizás se funda un busto en honor al caldense que no  fue presidente de  Colombia  al negarse a los condicionamientos de los barones electorales. Llegará, entonces, el reconocimiento  a ese “patiancho” riosuceño que brilló con luz propia  en los escenarios americanos y cuyas risotadas no se han perdido sen los pliegues graníticos del Ingrumá  y El Batero.

 

 

 

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