LAS CAMPANAS DE “NAVIDAD”
Alfredo Cardona Tobón*
LAS
CAMPANAS DE “NAVIDAD”
Hace
muchos años llegó a San Ramón de los Cerros un extraño personaje
a quien apodaron “Navidad” por su parecido con el Papá Noel. No
se conoció su procedencia ni se supo la edad porque padres, hijos y
nietos lo recordaban con la misma barba y el mismo bigote sin que lo
afectara el paso de los años.
“Navidad”
parecía estar en todas partes: lo veían en la iglesia, en el
directorio azul, en el de los rojos y hasta en la casa de las
muchachas de la “buena vida” que lo llamaban a menudo para
reparar los destrozos causados por los borrachos; sin embargo, al
llegar la noche, hiciera lo que hiciera, estuviera donde estuviera,
“Navidad” suspendía lo que estaba haciendo y se retiraba a una
antigua casa situada a la salida del pueblo y rodeada por unos
pinos llenos de telarañas. Afirmaban que la edificación estaba
embrujada pues allí se aparecía el espanto de un general cojo que
guardaba un cofre con libras esterlinas enterrado en la Guerra de
los Mil Días. A “Navidad” lo tenía sin cuidado el fantasma,
pero el padre Aventino, párroco del pueblo, le tenía tanto terror a
la casona, que para no acercarse a ella dejaba de cobrar el alquiler
de ese ese inmueble dejado en herencia a la parroquia.
En
un pequeño taller contiguo a la edificación, “Navidad” tallaba
imágenes y fundía estatuas que despachaba a sitios lejanos como
Paratebueno y Lenguazaque y a otros más remotos como Juncaná, en
la Trinitaria, México, donde le encargaron una cruz para adornar la
capilla donde reposan los restos del general Melo.
Al
empezar la novena decembrina, “Navidad” se retiró a su cuarto y
abrigado por la ruana se quedó dormido con los zapatos puestos.
¡Fuego¡- ¡ Fuego¡ gritaron los vecinos cuando las llamas
envolvieron la vivienda; no valió el esfuerzo titánico de los
bomberos ni de los voluntarios que acudieron a sofocar el incendio.
La candela consumió las imágenes, las herramientas, la madera y
acabó con “Navidad” de quien apenas se pudieron rescatar la
ruana y los zapatos, porque del cuerpo no quedaron ni las cenizas.
A
falta del cadáver la gente de San Ramón de los Cerros puso la ruana
y los zapatos dentro de un ataúd y en solemne procesión llevaron el
féretro al cementerio y lo sepultaron en medio de los sollozos y las
lágrimas de los vecinos.
LA
CAMPANA MILAGROSA
Con
un viejito ruso que recogió en un camino, “Navidad” venía
trabajando en una misteriosa campana de bronce con la cual pensaba
cubrir los alquileres atrasados, pero la obra quedó bajo las ruinas
del incendio, quizás fundida por el calor de las llamas .Sin embargo
una semana después de la tragedia, cuando el padre Aventino estaba
organizando el pesebre, encontró la campana terminada aunque
renegrida por el tizne de la candela. El párroco la instaló en el
frontis de la Capilla del Divino Niño, amarró el badajo con una
cuerda resistente, y al tocarla, en vez del timbre cantarino de las
campanas se escucharon las notas de un villancico.
¡Milagro¡-
¡ Milagro¡ fue el grito que se extendió por todo el pueblo cuyos
habitantes tras la muerte trágica de “Navidad” y los sucesos
que la rodearon quisieron contar con su propio santo, pues si en
Angostura veneraban al padre Marianito, en Jericó a la Madre Laura,
en Pácora al beato Maya y en Salamina a la Madre Berenice , ¿ por
qué no exaltar la santidad de “Navidad” teniendo en cuenta
su entrega a la gente y su amor por la Iglesia?. No lo pensaron dos
veces: La Congregación de las Devotas de María editó una bella
novena, el poeta del pueblo publicó un sentido soneto y la Casa de
la Cultura abrió un concurso para llevar al lienzo la imagen de
“Navidad”, quien si en vida no tuvo dinero para comprarse una
camisa de repuesto, ahora se había convertido en una mina de oro
para la parroquia.
Para
promover el ascenso a los altares, la Oficina de Fomento Municipal
contrató la talla de una ruana y unas botas que puso sobre la tumba
de “Navidad”; los hoteleros trasladaron la campana de la capilla
del Divino Niño a un monumento levantado en el parque central y para
sufragar los gastos se fijó una contribución a los visitantes y
vendieron agua bendita sacada de un humedal cercano.
Pero
como en toda obra humana no faltaron los envidiosos y los
malquerientes que trataron de enlodar la memoria del taumaturgo
local. Unos dijeron que “Navidad” era el criminal apellidado el
“Pájaro Verde”, quien arrepentido de sus maldades había buscado
acomodo en San Ramón de los Cerros; otros aseguraron que el incendio
era el resultado de una borrachera orquestada por el presunto santo
con el disoluto ayudante ruso.
Mientras
el padre Aventino reparaba la iglesia gracias a la donación de un
benefactor anónimo, en un caserío de los Montes de María apareció
un personaje parecido al Papá Noel acompañado por un cojo oriundo
de las estepas rusas. Los recién llegados armaron una carpa y
empezaron a fundir campanas que tañían villancicos al ritmo de la
champeta; fue el delirio para los costeños y sabaneros que acudieron
a las iglesias atraídos por las campanas guapachosas. No tardó el
Nuncio Apostólico en prohibir las campanas por profanas y
escandalosas. Sin oficio los exfundidores se dedicaron a jugar dado y
a tomar aguardiente hasta que un día cualquiera desaparecieron con
los dineros de la Caja Agraria y los ornamentos valiosos de la
parroquia de los Montes de María.
Un
investigador especial, asesorado por la CIA, descubrió que el ruso
cojo era el científico que había descubierto la fórmula para
transformar los impactos en música y se supo, igualmente, por las
declaraciones de una de las Devotas de María en su lecho de muerte,
que “Navidad” había encontrado el tesoro del general y se
había escapado con el entierro en medio de la confusión del
incendio. También confesó que el ruso, en un acto de
desprendimiento había regalado la valiosísima campana guapachosa
que quedaba en el mundo.
-
¿Y donde quedaron el tesoro y la campana? - preguntaron a la
moribunda. La Devota de María se volteó hacia el rincón y abandonó
este mundo sin responder la pregunta.
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