EL ASESINATO COMO FORMA DE VIDA


Juan Miguel Alvarez

 

  Especial para El Espectador

Marzo de 2010-

 

Este relato de Pereira, se puede extender con distintos nombres a la mayoría de los municipios del llamado Eje Cafetero en el centro de Colombia. Es la radiografía de una generación perdida  o tal vez dos generaciones, con valores trastocados por las mafias de la droga y que se consumen solas, porque el Estado colombiano ha sido incapaz de contralarlas.




 

UNO

El  17 de febrero de  2010  el CTI de la Fiscalía y la Policía capturaron en Pereira  a 12 personas, entre ellas dos menores de edad y una madre de familia, tras un operativo en los barrios el Dorado, el Plumón y el Libertador pertenecientes a la ciudadela Cuba, la comuna más populosa del Eje Cafetero, equiparable proporcionalmente a Kennedy, en Bogotá.

 En la legalización de la captura el juez dejó en libertad a dos —hombre y mujer— menores de 25 años, mientras que a la madre de familia le permitió reclusión domiciliaria; los demás respondieron por concierto para delinquir agravado, posesión y tráfico de drogas, porte ilegal de armas y homicidio agravado. Algunos medios de comunicación local y nacional informaron el hecho diciendo que habían capturado a una “banda de sicarios”.

DOS

Uno de los primeros registros que existen en la ciudad sobre la acción de sicarios data de mediados de la década del setenta. Un amplio sector de gentes de Pereira con grandes capitales seguía lucrándose con el contrabando de café, telas y repuestos de automóvil a través de una ruta hacia el Pacífico, cuya estación principal era Tadó, municipio del Chocó limítrofe con Risaralda. Usaban el miedo como instrumento de dominio. Contrataban asesinos a sueldo. El más reconocido fue alias Caballo, cuya mano derecha Cara de Angel,también era de temer Expertos en manejo de armas de fuego y tortura, perpetraban asesinatos brutales y muy visibles. Actuaban desde una moto Yamaha TT 500 plateada y se decía que entre 1974 y 1984 habían dejado más de 300 víctimas. Al mismo tiempo, una banda de ultra derecha conocida en la calle como Los Guajiros, desde 1979 asesinaba a indigentes, gamines, prostitutas, travestis y otros marginales. Nunca se comprobó quién los financiaba.

Esta época empalmó con la aparición de los primeros traficantes de cocaína en la región, quienes demandaron una oficina de cobro que no tardó en aparecer. Asesinos S.A., como se le conocía en las esquinas de Pereira, se dio a la tarea de agrupar a todos los aprendices de sicario.

TRES

Todo se agravó en los primeros años de la década de 1990 con la reunión del cartel del Norte del Valle. Barrios enteros de Pereira y su área metropolitana empezaron a ser dominados por bandas de jóvenes vecinos que terminaban trabajando para el cartel, para milicias urbanas del Eln y de las Farc, y para nuevos grupos de ultra derecha. Fueron muchos los matones que tuvieron cortos períodos de éxito y respeto. Entre ellos, alias Gato Triste, adolescente al que el olor de marihuana y bazuco le exacerbaba su instinto homicida, cosa que aprovechaban los de ultra derecha para usarlo como verdugo de consumidores y expendedores. Se le contaron unos 50 crímenes.

Después de año y medio en la cárcel La 40, salió libre y no tardó en aparecer desnudo, castrado y amarrado con alambre espino desde la cara hasta los pies en el mismo descampado donde años más tarde Luis Garavito enterró restos de sus niños violados.

Sin embargo, el cartel se hizo al asesino más sanguinario de todos: alias Rambo. Joven campesino de La Celia —municipio de Risaralda limítrofe con El Águila, norte del Valle— que había crecido en medio de la guerra que sostenía su familia con otra de Santuario prolongada con una más de Apía, todos pueblos cafeteros. Rambo fue el primer jefe militar y el escolta de mayor confianza de Iván Urdinola. Según un penalista, en esa época defensor de oficio adscrito a la Defensoría del Pueblo, Rambo fue el responsable de buena parte de los descuartizados arrojados al Cauca de la masacre de Trujillo. Rambo, me dijo el penalista, “se reía mientras me contaba que cuando se le daba un garrotazo en la nuca a una persona los ojos se salían de las cuencas y quedaban colgando en el aire”.

Cuando Urdinola se entregó y fue recluido en la cárcel de máxima seguridad en Palmira, Rambo lo siguió con el fin de continuar escoltándolo. Tras varios años de prisión, le dieron libertad condicional y una mañana fue ametrallado en las afueras del presidio.

Su alumno más aventajado fue Martín Bala, un muchacho de Balboa, Risaralda, pueblo contiguo a La Celia. Su fama de asesino certero era nacional, por lo que viajaba con frecuencia a otras ciudades a realizar trabajos por encargo. Cuando transitaba en su Toyota por La Virginia, la Policía se acuartelaba. Está muerto, no se sabe si a manos de la Fuerza Pública o de sus colegas.



Renglón aparte merece alias Jabón. Una tarde, por los días en que daban la serie El Cartel, y la producción filmaba en el barrio Pinares de San Martín, en Pereira, el taxista que me transportaba, al ver las cámaras y el logo de la serie, orgulloso me dijo que había trabajado para Jabón y que “era así de asesino y así de brutal como lo muestra la TV”.

CUATRO

En la década de 2000 destacan algunos a Caín, porque a sus 19 años dominaba subametralladoras y escoltaba a un traqueto de Marsella, pueblo a una hora de Pereira. Después de escaparse del Hospital San Jorge, camuflado como enfermero, fue acribillado junto a su patrón. El Chinche, porque en meses llegó a controlar el tráfico de drogas y a varias pandillas en Colegurre, San Judas y el Balso, tres barrios de Dosquebradas ubicados frente a un Carrefour de Pereira, a orillas del río Otún. Pereció en España mientras trataba de matar a un narcotraficante; no tenía 24 años.

Otro con el Alias de Majin Bu,  llegó a ser el cobrador más respetado de Cordillera, la estructura criminal que desde 2005 controla el tráfico de drogas del Area metropolitana de Centro Occidente, Vivió como sicario hasta los 34 años, edad exagerada de vida útil en este oficio, antes de ser capturado por la Fiscalía en enero de 2009. Por último, alias Katherine, a quien un grupo de jueces de paz de Dosquebradas consideraban su Rosario Tijeras. Confesó que no asesinaba a una persona que considerara que no lo mereciera y cobraba mínimo un millón.

CINCO

A finales de 2008 y comienzos de 2009 el grupo Cordillera ya estaba expandido por casi todo el barrio Cuba. Cuando entró al Dorado, hizo lo que ya había hecho desde 2005: reclutar a sangre y fuego a los jóvenes que pudieran garantizarle la distribución y venta de drogas. “O vende como le decimos, o se muere”. Al cabo de días, Cordillera también controlaba el barrio, prostitución infantil, flujo de dinero y de armas.

Seguramente, los diez muchachos judicializados el pasado 17 de febrero serán condenados y la justicia habrá cumplido, al menos en este sentido. No obstante, Cordillera sigue al acecho de la población juvenil que anhela lucir tenis Nike y un televisor para la “cucha”. Será cuestión de tiempo para que otra camada de adolescentes vuelva a ser capturada y presentada como banda de sicarios.

La heroína y los pistoleros

Juan Pablo Vélez, director científico del Hospital Mental de Risaralda, dice que ocho de cada diez pacientes que ingresan al centro son jóvenes drogadictos; de esos, el 30 por ciento depende de la heroína. Al escuchar sus relatos de vida para redactar la historia clínica, se ha dado cuenta de que todos ellos han trabajado para el grupo Cordillera. Vélez explica así el fenómeno: “Cuando tienen entre 8 y 10 años son inducidos a la drogadicción dándoles muestras gratis de heroína. Para conseguir dinero y suplir su vicio, se emplean como campaneros de las pandillas de los barrios, otros como correos humanos que entregan dosis de droga a los distribuidores de colegios. Cuando tienen entre 12 y 14 años empiezan a disparar revólveres y pistolas, y se entrenan para cometer atracos. Después, cometen su primer asesinato, generalmente a un muchacho de un barrio vecino. Son conscientes de que no son matones profesionales y que si hay que darle a un grande, la organización contrata a un duro. Algunos llegan a ser sicarios duros, sobre todo cuando tienen unos 20 o 21 años de edad. La mayoría muere antes; los pocos que sobreviven no pasan de los 25 años, porque los matan o los capturan”.

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