TATAMÁ


Por Bernardo Arias Trujillo-


Orillando el río Apía, un riachuelo reflexivo y  pacífico que tiene vegas de verdor eterno rubricadas por  el vuelo pausado de las garzas inmaculadas, se llega a una colina morena que está coronada por una orilla blanca, florecida y alegre, como las tazonas agobiadas de rosas que cuidan todos los días, con fraterno afecto las manos piadosas de las monjas, en las grietas apesadumbradas de los conventos viejos

Como una moza en el balcón, Tatamá mira la inmensidad desde su colina aireada y llena de sol. Tiene un clima suave, que invita al ensueño y a la sensualidad asordinada.

Por los huecos de las ventanas asoman frescas y risueñas con una tez mate, aperlada y transparente, que recuerda el color querido  de los románticos, cuando acaudillados por Alfredo de Musset, tomaban vinagre en las mañanas para palidecer su nobleza.

Tatamá se llamó antes Santuario y en realidad este nombre es el que le ajusta con armonía. Ellos lo saben y privadamente no han querido desprenderse de él.  Hasta parece que uno de sus diputados trae un proyecto de ordenanza por el cual se le restaura su apelativo primero o se le acristiana con un nombre más melodioso y acorde con la belleza suiza del poblado.

Una iglesita atediada de ocaso, como esas capillas de penumbra que se advierte  en diversos párrafos aldeanos de Azorín o en algunos finos flamencos, preside la soledad contemplativa de la plaza. Ella dialoga con el parquecito de enfrente, un parquecito suave claroscuro en parte y en otras zaherido de sol.

Es un jardín castellano barnizado de clara lumbre como los alrededores pintorescos de algunas aldeas meridionales. En la verdura del bosque ciudadano, destacase la figura adusta y el ceño fuerte de un busto de Rafael Uribe Uribe, el apóstol liberal de ayer, de  hoy y de mañana. Este amable detalle os da a entender que el fuego sagrado del liberalismo se cuida y es devoción de este pueblo libre y cariñoso.

Santuario, desgraciadamente apodado TATAMÁ por una asamblea de quimbayas, es un acantilado liberal inexpugnable. Su pueblo vive a una altura que lo precave de las pequeñeces y su espíritu es una bandera ondulada a los cuatro vientos. Las ideas se desenvuelven desde esa altura, como las cabelleras sensuales de las mujeres victoriosas.

Alejandro Uribe da a Santuario  la fisonomía de su austeridad y de su radicalismo. Alejandro Uribe es un hombre de 50 años, gesto dura, bigotes puntiagudos y erectos como los de Uribe Uribe o de Rivas Groot. Su pie va desnudo sobre la faz de la tierra. El cuerpo cicatrizados y sufrido de Alejandro Uribe,  está cubierto por toscas telas nacionales y su ruana de hilo le cruza el pecho como si aprisionara una bandera gloriosa de Peralonso. Él es carácter, el héroe desprendido que participa a su pueblo de las virtudes puritanas de su vida. A él lo acatan los universitarios y profesionales y el pueblo lo sigue con taciturna complacencia.

Santuario ha sido un fuerte liberal y se ha distinguido por su disciplina. Cuando los primates liberales pidieron la abstención las legiones santuareñas  acribillaron la ausencia en las urnas del comicio y cuando los jefes llamaron al sufragio atestaron las cajas electorales con votos ciudadanos. Todo esto bajo la jefatura de Alejandro Uribe que es el escudo blasonado y el espíritu de este pueblo libre y fuerte.

Bernardo Carrasquilla y Efrain Henao y otros admirables conductores vigilan la heredad liberal con devoto entusiasmo.

Santuario es un santuario de las ideas libres y Caldas bebe su doctrina, austeridad y orgullo liberales, en esa inspirada colina que atesora las mejores tradiciones  del radicalismo caldense.

Santuario está acorralado por hoscas montaña y enrumba su desembotellamiento hacia una carretera  a La Virginia. Es una vía fácil, barata, rica en balasto, de una pendiente tan suave que no se explica uno como es que el departamento ha abandonado esta rica región, sin ponerla en comunicación con la capital y con otros pueblos hermanos.

Saludamos a Tatamá, a la ciudad liberal por excelencia, al pueblo hospitalario por antonomasia  a la inteligencia y fortaleza de sus hijos que han dado categoría departamental al carácter, a la fe y a la esperanza.

NOTA ACLARATORIA DE ALFREDO  CARDONA TOBÓN

Bernardo Arias Trujillo escribió este artículo en los años treinta del siglo pasado.  Desde ese entonces muchas cosas han cambiado en el viejo Tatamá. Por un lado la Asamblea de Caldas volvió a llamarlo Santuario y con la violencia política de mitad del siglo XX, Santuario dejó de ser un fortín liberal y se convirtió en un municipio conservador, habitado por gentes foráneas, unas de Apía y Anserma y otras del suroeste antioqueño.

La   clase política liberal, guiada por Alejandro Uribe, emigró y la cultura dio paso  al desaliño de los labriegos que estrenaban zona urbana . Apenas ahora se está conformando una  nueva dirigencia pero sin los arrestos la visión de las generaciones pasadas

Santuario es un pueblo más entre las aldeas dormidas al otro lado del río Cauca. Vive del café y la caña de azúcar y su gente mantiene la maleta lista, presta a emigrar a Europa o  a USA  o a radicarse en  Pereira o en Cali

Como en tiempos de Bernardo Arias Trujillo, Santuario  sigue siendo una localidad bonita, con una extraordinaria calle de arquitectura antioqueña, el mercado de toldos, la animación de los domingos y paisajes que capturan  la admiración  del visitante. Entre sus intelectuales sobresale Jaime Vásquez Raigoza quien ha recuperado gran parte del pasado del municipio. Entre sus mujeres debe recordarse a doña Inés Uribe, quien conservó el archivo más completo sobre el pasado de Santuario y escribió una novela. Infortunadamente sus hijos destruyeron el archivo y la novela apenas se conoce.
Cuando se escriba imparcial y documentadamente sobre la violencia política  en el Viejo Caldas, habrá que referirse con detalle a lo sucedido en Santuario, como una muestra fehaciente del desplazamiento forzado de toda una comunidad por motivos políticos en una época donde un gobierno se amangualó con la delincuencia para acabar con sus contradictores.

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