Los españoles no delimitaron las
enormes extensiones deshabitadas del Amazonas, donde los portugueses
se adentraron por ríos y caños extendiendo su dominio sin
respetar el Tratado de San Ildefonso que solamente concedía una faja costera a
la colonia brasileña.
Durante el dominio español el
virreinato de la Nueva Granada se extendía nominalmente hasta el rio Amazonas;
sin embargo era nula su presencia en ese territorio, adonde
llegaron por primera vez los hermanos Reyes a fines del siglo XIX.
En mapas confusos no se sabía hasta dónde llegaban las
fronteras: los colombianos pretendían un territorio difuso, en tanto
que los peruanos ocupaban de hecho una vasta zona que iba desde Iquitos hasta
el río Caquetá.
Tanto Ecuador como
Colombia y el Perú reclamaban derechos sobre parte
de la Amazonia; en 1916 se fijaron límites con Ecuador tomando como
base el divorcio de aguas entre los ríos Putumayo y Napo;
esto daba a Colombia una amplia faja al sur del río Putumayo
y en contraprestación para Ecuador se quitaba la presión del Perú
sobre su territorio. Pero en el año 1922 en el Tratado
Lozano-Salomón Colombia entregó
al Perú el territorio que cedió Ecuador recibiendo
a cambio el trapecio amazónico.
EL CASERÍO DE LETICIA
En 1867 el gobierno de Brasil había
montado una batería de cañones en el punto de Tabatinga en vista de
lo cual los peruanos instalaron una base militar en un punto cercano que el
ingeniero Manuel Charón denominó Puerto Leticia, en memoria de la
bella loretana Leticia Smith Buitrón, que Charón cortejó sin esperanzas. Los
comunicados oficiales identificaban la instalación militar con el nombre de
General Castilla, pero el caserío aledaño, fundado por dos comerciantes y
varias familias peruanas, continuó conociéndose como Puerto Leticia.
A las cinco de la tarde del 24 de marzo
de1922 con la firma del Tratado Lozano Salomón Perú cedió a Colombia un
territorio en forma de trapecio que conectaba esta nación con el rio Amazonas,
en tanto que el Putumayo marcaría la frontera común a lo largo de 1626
kilómetros. Aquí empezó un enredado proceso, pues habitantes de la
provincia de Loreto, con capital en Iquitos, no estaban de acuerdo
con el recorte de su territorio; los habitantes de Leticia no querían cambiar
de nacionalidad y un gran número de peruanos se oponían a que otro país
conformara con Perú y Brasil el condominio del Amazonas.
En el año 1927 el Senado del
Perú aprobó finalmente el Tratado y en agosto de 1930 la bandera de Colombia
ondeó por primera vez en Leticia, que por ese tiempo era un rancherío miserable
sin edificios de gobierno, sin hospital ni escuelas.
Cerca de Leticia el ciudadano peruano
Enrique Vigil había establecido la estancia
“Victoria” que surtía de azúcar y mieles a Iquitos; con el cambio de
nacionalidad sus finanzas se resintieron notablemente al pagar
derecho de aduana por sus productos. En vista de ello, ofreció la
hacienda al gobierno colombiano, pero no obtuvo respuesta; esta inversión de
ochenta mil dólares que no se hizo, representaría a Colombia el gasto de
millones de dólares en armamento y en suministros de guerra, porque fue en “La
Victoria” donde se fraguó la ocupación peruana de Leticia.
VUELVEN LOS PERUANOS
A las cinco y cuarenta minutos de la
mañana del primero de septiembre de 1932, el secretario de la alcaldía de
Leticia oyó el paso acelerado de varias personas; abrió la puerta,
se asomó a la calle y vio doce civiles armados de carabinas. Al preguntar que
sucedía le contestaron: “Somos peruanos que venimos a tomarnos a
Leticia.” Al descubrir que era funcionario colombiano lo llevaron
detenido al Resguardo de la Aduana junto con el intendente, el administrador de
Aduanas, dieciocho policías, al telegrafista, un mecánico y varios maestros.
Los invasores contaban con carabinas
Winchester, fusiles máuser, una ametralladora y dos cañones. Hubo un
profuso tiroteo pero no hubo heridos ni muertos; a los retenidos los expulsaron
a la localidad brasileña de Benjamín Constant, sin que se sepa de otros atropellos
y maltratos.
Entre los promotores del asalto figuran
el ingeniero Oscar H. Ordoñez, el alférez Juan F. de la Rosa y
Enrique Vigil. a toma de Leticia fue un hecho anunciado, hasta los
niños de la escuela estaban al tanto de la incursión, de tal modo que días
antes pintaban la bandera peruana y decían a los maestros que no les enseñaran
geografía de Colombia porque pronto volverían a ser peruanos.
Las autoridades bogotanas
también lo sabían, pero nada hicieron para prevenirlo, ni reforzaron la guarnición
porque se sentían incapaces de hacer frente a un ataque peruano en esa zona tan
lejana de cualquier base colombiana.
De inmediato la gente de Iquitos
desconoció el Tratado de 1922 y respaldó a los
invasores. El tres de septiembre llegó a Leticia un
hidroavión peruano y la lancha cañonera “América” con lo
cual se reforzaron las fuerzas loretanas y se empezó a oficializar
la ocupación.
Los sucesos de Leticia se conocieron al
día siguiente en Bogotá: el presidente Olaya Herrera los consideró
como un asunto de policía, mientras el presidente peruano, Sánchez
Cerro inculpó a los comunistas y The New York Times anotó en tono
jocoso, pero realista, que las hostilidades empezarían cuando los gobiernos de
Colombia y el Perú supieran dónde quedaba Leticia.
Mientras el gobierno de Lima apoyaba a
los loretanos y trataba de engañar al gobierno de Colombia que
inútilmente trataba de conseguir que Lima desautorizara a los invasores,
el 18 de septiembre unas sesenta mil personas se concentraron en la
Plaza Bolívar de Bogotá mientras miles de colombianos
marchaban por las calles de las capitales y poblaciones del país con carteles
que decían “Queremos la guerra”, “Vamos a Lima”: Estaba fresco el recuerdo de
la separación de Panamá y no se quería otro recorte del suelo
patrio.
En Manizales se
conformaron escuadrones de caballería, en todas partes
los ciudadanos regalaron sus joyas y hasta sus anillos de
bodas para comprar armas; en Pereira donaron mulas y se compraron
otras y hasta la parcialidad de Naranjal, en el Resguardo de Quinchía, se sumó
al esfuerzo bélico y se puso a las órdenes del presidente Olaya
Herrera en la carta donde se lee:
“Su Excelencia en el
Capitolio o en el Palacio de la Carrera, tomando medidas de
ir avante de acuerdo con todos sus ministros; y
nosotros dispuestos para ir a las selvas del Caquetá contra los proyectiles
peruanos”. (sic)
jejeje, se cagaron de miedo ante un puñado de civiles...
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