Antonio Diaz Villamil
Presentado por Julian Chica Cardona-
Literatura boliviana
En tiempos muy remotos, nuestro país lo habitaban los sapallas que estaban orgullosos de su suelo. Sus majestuosos montes nevados, su pampa inmensa y solemne, su cielo diáfano y purísimo, su lago legendario, sus aves, sus flores, todo. (…) La tierra retribuía con prodigalidad el esfuerzo de los agricultores; el Sol les enviaba desde lo alto la dorada bendición de sus rayos para madurar los granos, y la Luna con su luz suave plateaba las noches serenas y presidía el cortejo de estrellas; el lago ofrecía a los pescadores abundantes y sabrosos pececillos; hasta los ríos les traían desde su misterioso y lejano origen brillantes arenas de oro puro, que las depositaban como un regio presente sobre la linfa de sus orillas.
Muchos años hacía que los sapallas soportaban esta infame
dominación. Parecía que su servidumbre ya no tenía remedio. (…) Por
ese tiempo vivía entre la raza de los sapallas un niño llamado Choque. Tenía
apenas quince años y era el último descendiente de los jefes sapallas. (…) Los
orgullosos Karis, sabiendo que Choque era de noble origen, querían humillarlo
más que a los demás y le ordenaban cumplir los más bajos oficios.
Al fin, cuando las últimas hojas de las plantas se hubieron agotado, el
ave blanca ordenó a Choque:
Era tan abundante la nueva cosecha que tuvieron que emplear treinta noches en transportarla, guardándola cuidadosamente en ocultas cuevas de las montañas.
Fue entonces que recién los sapallas comenzaron a pensar en su triste condición, en la ayuda de los dioses y en la posibilidad de reconquistar su perdida independencia.
(..) Mientras tanto, los Karis, que tan avaramente habían guardado los frutos verdes de la última cosecha, cuando comenzaron a servirse de ellos como alimento, empezaron también a sufrir terribles trastornos en su organismo. Era que las verdes bolitas que ellos tomaron como excelente alimento no sólo no eran alimenticias sino hasta en cierta manera venenosas.
* "Leyendas de mi tierra" de Antonio Díaz Villamil
Presentado por Julian Chica Cardona-
En tiempos muy remotos, nuestro país lo habitaban los sapallas que estaban orgullosos de su suelo. Sus majestuosos montes nevados, su pampa inmensa y solemne, su cielo diáfano y purísimo, su lago legendario, sus aves, sus flores, todo. (…) La tierra retribuía con prodigalidad el esfuerzo de los agricultores; el Sol les enviaba desde lo alto la dorada bendición de sus rayos para madurar los granos, y la Luna con su luz suave plateaba las noches serenas y presidía el cortejo de estrellas; el lago ofrecía a los pescadores abundantes y sabrosos pececillos; hasta los ríos les traían desde su misterioso y lejano origen brillantes arenas de oro puro, que las depositaban como un regio presente sobre la linfa de sus orillas.
Año tras año, los desgraciados sapallas después de arar, sembrar y regar
constantemente sus inmensos campos, cuando llegaba el día de la cosecha,
miraban con estupor y llenos de indignación como llegaban los Karis y recogían
con sus propias manos los abundantes frutos que tanto trabajo y fatiga les
había costado.
Los Karis, después de colmar sus depósitos y graneros, recién permitían
a sus esclavos entrar a los campos a recoger los desperdicios de la cosecha.
Los pacientes sapallas, los antiguos súbditos de su padre, que
presenciaban aterrorizados los terribles tormentos que sobre el hijo de su
Curaca hacían llover sus despóticos señores, lamentaban en silencio la heroica
terquedad del niño, pero no sentían contra los verdugos el menor asomo de
rebeldía.
(…) Pachacamaj, el Dios de los dioses, resolvió
bajar a la tierra en forma de un bellísimo cóndor blanco. Desde la altura
de las nubes, cerniéndose majestuosamente comenzó a
avizorar el sitio en que estaba Choque. Al fin lo
divisó trepado entre las breñas de una cumbre donde el niño acostumbraba
asilarse para no frecuentar el trato de sus opresores. El cóndor, rápido
como un rayo se dejó caer verticalmente, deteniéndose sobre una roca,
junto a la cual estaba el pequeño tocando su flauta de carrizo.
Choque, azorado por la presencia del raro animal, echó mano de la honda que siempre llevaba arrollada en la cintura, disponiéndose a lanzarle un proyectil. Pero el cóndor, al ver la actitud hostil del niño, le habló de esta manera:
Choque, azorado por la presencia del raro animal, echó mano de la honda que siempre llevaba arrollada en la cintura, disponiéndose a lanzarle un proyectil. Pero el cóndor, al ver la actitud hostil del niño, le habló de esta manera:
Hijo mío, deja en paz tu honda y
escúchame. Choque, entre asombrado y lleno de curiosidad se
acercó al cóndor.
¿Quién eres que así me hablas como un ser
humano? — le dijo.
Hijo mío, los dioses han resuelto
proteger a ti y a tu raza contra la crueldad de vuestros opresores. Por
encargo del cielo vengo a decirte que no desfallezcas en tu santo afán de
levantar el espíritu de tu pueblo. Tus heroísmos han movido
favorablemente a los dioses. (…)
Hermosísimo
y buen cóndor, mensajero de los dioses, - contestó con profunda gratitud
el niño – hace ya tiempo que he ofrecido mi sangre y mi vida por la libertad de
mi pueblo. Ordena lo que debo hacer. Que por mi parte estoy
dispuesto a todo. Lo único que me apena es que la gran raza sapalla
olvide su dignidad y se resigne a vivir en la ignominia.
Es cierto cuanto dices - añadió el
cóndor-. Pero no debes desalentar en tu noble empresa. (…) Y ahora, sube
a la cumbre más alta de aquel monte. Allí encontrarás un montón
inmenso de una semilla hasta ahora desconocida para los hombres.
Cuando llegue la noche, reúne secretamente a los tuyos y ordénales que,
recogiendo esa semilla, cuando, llegue el tiempo de la siembra, la echen en los
surcos en lugar de la quinua, oca, kañahua y otros productos que hasta ahora
cultivan. Cuando venga la cosecha y vean sus resultados, entonces
comprenderán los sapallas que cuentan con la ayuda de los dioses.
Tales cosas le dijo el ave, y, después de
hacer prometer al pequeño jefe que todo se haría como indicara, extendió sus
enormes alas blancas y levantó su majestuoso vuelo hasta perderse entre las
nubes.
Llegado el mes de las cosechas, los Karis comenzaron la recolección de
los nuevos frutos. Y fue tal su ambición que no dejaron ni una sola para
sus esclavos.
Los sapallas resignados, aunque sin mucha confianza en los resultados de la promesa de su pequeño jefe, después de presenciar desde cierta distancia la ávida cosecha, se retiraron a sus casas con las manos vacías.
Los sapallas resignados, aunque sin mucha confianza en los resultados de la promesa de su pequeño jefe, después de presenciar desde cierta distancia la ávida cosecha, se retiraron a sus casas con las manos vacías.
Lleva a tus sapallas a los campos cultivados y, aprovechando de las
noches de luna, diles que ocultamente escarben entre la tierra de los surcos.
La orden del cóndor fue fielmente cumplida. (…) Los sapallas vieron con
gran sorpresa que las raíces de las plantas que habían sembrado terminaban en
unos raros tubérculos. Los partieron y vieron que bajo la capa oscura y
terrosa había una pulpa blanquísima. Cocieron algunas en el fuego y
comprobaron que era un alimento exquisito cual nunca habían conocido.
Era tan abundante la nueva cosecha que tuvieron que emplear treinta noches en transportarla, guardándola cuidadosamente en ocultas cuevas de las montañas.
Fue entonces que recién los sapallas comenzaron a pensar en su triste condición, en la ayuda de los dioses y en la posibilidad de reconquistar su perdida independencia.
El pequeño jefe, lleno de entusiasmo al notar el cambio que se operaba
en el espíritu de sus compañeros, les habló cálidamente del ideal de libertad y
aceptado por ellos éste, les ordenó que fueran preparando secretamente sus
hondas y sus flechas para el día del levantamiento. Como los sapallas ya
habían olvidado el uso de las armas guerreras, fue preciso hacer sigilosamente
los manejos y los ejercicios de adiestramiento para el combate.
(..) Mientras tanto, los Karis, que tan avaramente habían guardado los frutos verdes de la última cosecha, cuando comenzaron a servirse de ellos como alimento, empezaron también a sufrir terribles trastornos en su organismo. Era que las verdes bolitas que ellos tomaron como excelente alimento no sólo no eran alimenticias sino hasta en cierta manera venenosas.
La situación de los dominadores se hizo cada vez más crítica. Cada
día morían centenares de Karis. Los restantes, o enfermaban gravemente o
caían en una completa postración y debilidad.
Muy tarde ya se dieron cuenta de que los nuevos frutos eran la causa de
su desastre. Entonces, encolerizados contra los esclavos, quisieron castigarlos
cruelmente. Mas el mismo día Choque, desde lo alto de una cumbre, tocó su
cuerno de guerra dando la señal del levantamiento.
Los sapallas, fuertes y decididos, salieron a luchar contra sus
opresores. Los Karis, sorprendidos por el repentino denuedo de los
sapallas, no atinaron a atacar, ni siquiera a defenderse. Y cuando
quisieron tomar las armas, estaban tan débiles que no tenían fuerzas para el
combate.
Entretanto, Choque, a la cabeza de los suyos, cayó con ímpetu nunca
visto sobre los Karis y los derrotó completamente.
Los invasores sobrevivientes a la derrota, no tuvieron más remedio que
abandonar esa tierra en la que tanto tiempo habían dominado y regresaron a sus
antiguas tierras dominadas por el volcán.
* "Leyendas de mi tierra" de Antonio Díaz Villamil
No en cuentro
ResponderEliminaryo queria resumen por capitulos PD estuve aqui
ResponderEliminarwazooo
ResponderEliminarWazaaaa
EliminarMuy bueno 😃
ResponderEliminarNo
ResponderEliminarNo que?
EliminarChoque
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