Alfredo Cardona Tobón*
En estos tiempos de velocidad y gasolina nos sentimos abrumados en medio de
tanto carro y de tanta motocicleta; nos asfixian los gases y retumban en
nuestros oídos los estridentes ruidos de los motores y de los pitos. Los
sufridos vecinos de las calles por donde
ruedan los buses han perdido el olfato, tienen los pulmones repletos de hollín
y los peatones somos ciudadanos arrimados en una ciudad construida para los
automotores.
Lo anterior hace presumir que las épocas pasadas fueron mejores y que los
bucólicos tiempos del Manizales de Antioquia fueron un remanso de tranquilidad
y de sosiego. Pero nos equivocamos. Hubo períodos igualmente calamitosos y hasta peores, cuando nuestro empinado
poblado era la rosa de los caminos por donde pasaban centenares de mulas y de
bueyes, el ganado para el consumo local y el que iba para ferias de Pereira, cruzaban
las vacas de leche para surtir los hogares manizaleños y las piaras de cerdos
gordos con destino al Cauca y de cerdos flacos rumbo a las poblaciones de la
Provincia del Sur.
En 1891 el problema de tráfico y de contaminación era severo; imaginemos el
polvero levantado por las recuas, los olores nauseabundos de la boñiga y de los
orines, el concierto de rebuznos y mugidos, además del peligro inminente de morir ensartado por un
novillo bravo o arrollado por un tropel de bestias.
El cacao que venía del Cauca, el tabaco que llegaba de Ambalema, las
garrafas de aguardiente provenientes del sur, las mercancías procedentes de
Honda, el maíz que bajaba de Antioquia... todo ello, además del ganado, las
mulas, los bueyes y los cerdos, pasaba
por Manizales, por una sola calle de Manizales, pues no había desvíos ni
variantes de tráfico.
EL ACUERDO NÚMERO 69
En agosto 12 de 1891, siendo presidente del Concejo Municipal don Juan de
Dios Jaramillo y alcalde don Rafael María Botero, los ediles aprobaron un
acuerdo para reglamentar el tránsito y controlar a los arrieros, las recuas y
los semovientes que circulaban por el poblado.
Manizales era el mayor centro comercial de la región y en la calle central las habitaciones de los
pisos bajos servían como almacenes, tiendas y bodegas de mercancías de toda índole. Al
frente de tales establecimientos descargaban y cargaban las mulas y los bueyes dejando
el empedrado cubierto de boñiga y cagajón.
Entre las disposiciones establecidas estaba la de permitir solo cinco
bueyes o mulas en los sitios de descargue y cargue, se exceptuaron los que llevaban tercios de
leña o materiales de construcción. Hay que recordar que en todas las casas se
cocinaba con leña y en ese entonces estaba en auge la actividad urbanizadora.
El acuerdo, en forma sabia, dispuso
que los dueños y encargados de los sitios donde se detuvieran los animales
para enjalmar y desenjalmar, cargar y descargar, estaban obligadas a
mantener limpia la calle en una longitud vecina de 25 metros; con ello se
buscaba atenuar los malos olores y disminuir las niguas que en ese medio se
reproducían como por encanto en los resquicios de las aceras y en el empedrado
de las calles.
Para evitar daños a personas e inmuebles por las estampidas se ordenó poner un ayudante adelante de las
recuas mayores de diez animales; aunque en el Acuerdo no se hablaba de
velocidad, obligaba a los arrieros a llevar despacio las mulas en su paso por la
ciudad, enfilándolas por el centro de la calle, de tal manera que las aceras se
vieran libres y seguras al igual que las bocacalles y los cruces camineros.
OTRAS DISPOSICIONES
El Acuerdo Número 69 reguló la permanencia del ganado y de los cerdos por
las calles de la ciudad: solamente podían estar el tiempo absolutamente preciso
para no estorbar y en caso contrario se
corría el riesgo de fuertes multas.
En ese tiempo era costumbre tener vacas
para alimentar a la familia y especialmente a los niños; permanecían en potreros cercanos a la zona urbana. Por la
tarde se recogían los terneros y se llevaban al solar o a la pesebrera de la
casa y en las mañanas se traían las vacas al poblado para ordeñarlas y
disfrutar de lecha espumosa y tibia. Pero era un problema mayúsculo, pues los
propietarios las ordeñaban en las calles obstaculizando el paso y dejando un
reguero de orines y de boñiga.
El Acuerdo 69 ordenó el recorte de
los cachos de las vacas para evitar tragedias y
prohibió el ordeño en las calles; para eso estaban los solares, adonde
entraban los animales por un amplio portón a un lado de la casa. Pero no
faltaba la novilla recién parida que se enfurruscara en busca del ternero y la
emprendiera contra los transeúntes.
Se prohibió estrictamente la presencia de todo tipo de animales por las
calles contiguas a la iglesia en los días festivos y se prohibió su presencia
en semana a las horas de entrada y
salida de la misa; aunque no lo dice el Acuerdo, era regla general y de
obligatorio cumplimiento detener las cabalgaduras y el paso de los animales
cuando se escuchaban las campanillas
anunciando que iba el sacerdote con la Comunión para los enfermos o el Santo Viático para un agonizante.
No se permitió amarrar los animales en las calles y se obligó a los dueños
a llevarlos a las pesebreras donde tenían agua y pasto. Se notificó a los niños
y a los sirvientes de llevar con cuidado las mulas y los caballos para seguridad propia y ajena y se facultaba a la
policía para que desmontara a los abusivos e impidieran las carreras en las
calles.
Si ahora hay que sacarle el cuerpo a las motos, en 1891 el cuidado era con
las mulas; si actualmente nos mortifica el smog, antes fue la boñiga; si las
calles fueron dominio de las recuas, en la actualidad son de los buses.... los
rebuznos no dejaban dormir a los vecinos de la carrera veinte ahora es el ruido
de los motores...
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