Alfredo Cardona Tobón *
El paso de los caminos de mulas a las carreteras
para automóviles fue tan rápido en Colombia, que en
menos de una década quedaron obsoletas las disposiciones viales tomadas desde
1820.
Arrieros y choferes, recuas y carros, no tuvieron
tiempo para acomodarse en nuestra geografía y ese encuentro frontal,
intempestivo y excluyente, en muchos casos, dio lugar a choques violentos.
Antes que se construyeran las carreteras, los autos
llegaron a muchos caseríos del occidente colombiano; en turegas y despiezados entraron los Ford, los
Packard y los Buick a las cabeceras municipales, donde expertos mecánicos de la población de Medellín, los armaban parte por parte y tornillo por tornillo y luego enseñaban
su manejo a osados ciudadanos, que no imaginaban que estaban haciendo una hazaña que quedaría gravada en los anales de
la historia local. En el pasado glorioso quedaron estampados, por citar unos
pocos, los nombres de los primeros
choferes, se recuerda a "Pocholo" en Anserma, a Miguel Lahidalga en Riosucio
y a Camilo Mejía en Santa Rosa de Cabal, donde el primer automóvil causó tal
revuelo en 1925, que se tuvo que contratar un zurriaguero para que alejara a
fuete a la inquieta y alborotada muchachada que se empeñaba en tocar y subirse
al vehículo.
En aldeas sin carreteras, los automóviles se
convirtieron en el centro de diversión; una y otra vez recorrían sus calles
empedradas repletos de lugareños que reían y apretaban a sus parejas, que
despavoridas con la velocidad del aparato lanzaban gritos de terror y se
agarraban a sus amados.
No obstante el impacto del nuevo medio de transporte, hubo sitios donde los carros a motor dividieron a las comunidades. En Quinchía, por ejemplo, en 1930, las damas pías, el cura Herrera y los 'cargasantos' quisieron impedir la conexión del pueblo con la troncal de occidente, pues argüían que con la llegada de picapedreros y cadeneros, y posteriormente de choferes y "patos", no quedaría doncella en la localidad.
Años después cuando el gobierno del departamento de Caldas abrió una trocha que conectó a Quinchía con otra trocha que llamaron carretera troncal de Occidente, el directorio liberal,
respaldado por los carniceros y las muchachas de la vida, celebraron el
acontecimiento con el "Carnaval de las brujas", que fue el preludio
de los modernos Carnavales del Diablo del vecino Riosucio.
LAS DISPOSICIONES LEGALES
En 1924 problemas nuevos ocuparon la atención de la
Asamblea de Caldas. Al inaugurar las carreteras, en poco tiempo quedaban
inservibles debido al paso de las mulas y los bueyes que con sus cascos y
pezuñas formaban canalones por donde corría el agua de las lluvias. Para
evitarlo, el gobierno departamental prohibió el paso de las recuas por las carreteras,
advirtiendo, que en caso de ser imprescindible el tránsito de animales con
carga, se debía pagar veinte centavos por bestia, dinero que se emplearía en
el sostenimiento de la vía.
La Ordenanza No. 35 del 29 de abril de 1929 creó la
Inspección General de Tránsito y fijó las condiciones para obtener la licencia
de conducción, entre las cuales estaba ser mayor de dieciocho años, no tener defectos físicos, medir más de
ciento sesenta centímetros y conocer la ciudad y su nomenclatura, dicha Ordenanza estableció la velocidad máxima de 15
kilómetros por hora en la zona urbana , que se aumentaba a treinta en la
carretera, salvo en el accidentado tramo entre Armenia e Ibagué, donde no se
debía pasar de 24 kilómetros por hora. En un artículo de la mencionada
Ordenanza se prohibió a los choferes usar ruana y sombreros de paja y en otro
se estableció que ningún vehículo podía sobrepasar a los sacerdotes que
llevaban el Viático por las calles, en cuyo caso debían esperar o desviarse por
otra ruta.
Fuera de lo anterior se exigía a los conductores llevar reloj con la hora
oficial y en otro aparte del documento se indicaba que cuando dos carros
transitaran en la noche en sentido contrario, el que bajaba tenía que parar a
la derecha y a distancia prudencial, apagar las luces y esperar que pasara el vehículo
que iba subiendo.
Los primeros Ford en T y los pesados Packard dieron paso a pequeños furgones y a los
hermosos carrioles, con carrocería de madera lacada, asientos de terciopelo,
bar en el asiento trasero y un aparato telefónico para comunicar al chofer con los pasajeros del asiento trasero que nunca supe cómo lo
conectaban los gringos.
Llegaron también los Mercury y los Studebaker que bramaban en las difíciles vías llenas de baches y pedruscos y que al poco tiempo sentían el
efecto de las meadas de los perros, las coces de las mulas asustadas y el
desbarajuste al rodar entre tan irregulares superficies.
En esos primeros tiempos los viajes eran lentos y eternos, los choferes cargaban pica y pala para sacar los continuos derrumbes que taponaban las carreteras, se llevaban cadenas para envolver las ruedas y salir de los pantaneros, dos llantas de repuesto, inflador y parches. Pero a pesar de todo, los viajes eran aventuras inolvidables, era toda una proeza avanzar por los polvorientos caminos, donde la vida se detenía al pasar un vehiculo y cada persona que se dejaba atrás saludaba y deseaba un feliz viaje.
En esos primeros tiempos los viajes eran lentos y eternos, los choferes cargaban pica y pala para sacar los continuos derrumbes que taponaban las carreteras, se llevaban cadenas para envolver las ruedas y salir de los pantaneros, dos llantas de repuesto, inflador y parches. Pero a pesar de todo, los viajes eran aventuras inolvidables, era toda una proeza avanzar por los polvorientos caminos, donde la vida se detenía al pasar un vehiculo y cada persona que se dejaba atrás saludaba y deseaba un feliz viaje.
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