-CUENTO DE NAVIDAD-
Alfredo Cardona Tobón
Jirones de
neblina se deslizaban, abriéndose y volviéndose a cerrar entre el ramaje del
bosque, para condensarse en el vidrio
panorámico del campero que ascendía pesadamente por el camino destapado.
El paisaje se
escabullía loma abajo entre yarumos blanquecinos y troncos recortados de
quiebrabarrigos hacia los riachuelos perdidos en la profundidad del abismo. En
los barrancos a plomada orquídeas raquíticas se balanceaban sobre los esquistos
rocosos ; de trecho en trecho surgían manchones de guadua y matorrales de
yaraguá , cuyos festones rosados
parecían danzar al son del viento.
¿ Qué dices
Gabriel?- preguntó Antonio.-
-Nada patrón-
Estaba pensando que nos cogió la tarde en esta trocha peligrosa.
El campero
continuó su camino, tragando curvas y rastrillando cascajo con rumbo al poblado
de Opirama, y Gabriel y Antonio siguieron rumiando cada uno sus propios
pensamientos.
El golpe de un
alud de ramas sacudió al vehículo. .. después se oyó un ruido seco
multiplicado por el restallar de bejucos
partidos y el cimbronazo del campero al chocar con el árbol que cayó en medio
del camino.
Pese a las
advertencias de no viajar a esas horas
por la trocha infestada de bandidos, los dos amigos habían persistido en llegar
ese día a Opirama y habían caído en otra
celada de los antisociales.
¡ Quédese
quieto Antonio!- Si saca el fierro nos fritan.
Como salidos
de una pesadilla aparecieron ocho... doce encapuchados, con camuflados del ejército
y botas pantaneras.
Una muchacha
de pelo recogido y el fenotipo de los indígenas bajitos y rechonchos del
occidente caldense, se adelantó metralleta en mano y les quitó la pistola, los
documentos y los regalos de navidad.
Abránse
manes!- Sigan loma arriba! Y ojo con
intentar escapar!.
EMPIEZA LA
MARCHA.
Adelante iban
cuatro antisociales, en el medio Antonio y Gabriel y atrás el resto de la
banda.
Se cerró la
noche. Sube y baja. Sube y baja sobre la hojarasca podrida y resbalosa,
rodeados de árboles musgosos, zarzas y
bichos... miríadas de bichos.
Tras varias
horas el grupo llegó a un rancho ruinoso, donde los captores obligaron a los
secuestrados a tenderse en el piso con olor a amoníaco y a caca de chivo.
El lazo que
aprisionaba las muñecas era un martirio y la sed... esa sed abrasadora empezaba
en la lengua y se internaba como un hierro al rojo hasta las entrañas.
Amaneció. La
marcha continuó por sendas solitarias hasta lo alto de la montaña. Era una
caravana en fila india, que no escuchaba el canto de los pájaros, ni admiraba
los chorros de espuma de los riachuelos que se mecían entre flores. Era un
grupo de fantasmas encapuchados, que avanzaban sin voces y sin risas empujando
a dos seres humanos como ganado al sacrificio.
Vea niña!-
repitió Antonio por enésima vez a la líder de la banda- Somos gente pobre y sin
importancia. Suéltenos que están equivocados- Yo no tengo un peso y mi amigo es
otro pobretón que no tiene dónde caerse muerto.
Hombre no
joda!- Nosotros sólo cumplimos órdenes. Dígaselo a mi comandante cuando
lleguemos al cambuche y cierre el pico que nos tiene cansados con tanta
cantaleta.
EN VÍSPERAS DE
NAVIDAD.
La tarde del
22 de diciembre Irmita esperaba a su papá en Opirama.
Cuándo llega
papito?- preguntó a la mamá.
Ya es muy tarde
mi amor. Acuéstate. Cuado llegue Antonio te despierto para que le des un
besito.
Fue una noche
de incertidumbre esperando noticias. En la mañana del 23 se confirmó el
secuestro. Un bus de recorrido encontró al campero estrellado y vacío.
No había nada
que hacer. Sólo esperar las exigencias de los bandidos. Para qué acudir a las
autoridades si todos conocían la
debilidad del Estado en el pusilánime gobierno de ese entonces.
En la noche
del 23 de diciembre los antisociales llegaron con sus víctimas a un pequeña
explanada desde donde se divisaban las luces del pueblo.
Llovía a
cántaros. El retumbar de los truenos hacía vibrar el desfiladero. Estaban
mojados hasta los tuétanos. Penetraron a una cueva y para calentarse un poco
los bandidos prendieron una hoguera y destaparon una y otra botella de
aguardiente.
Bajo los
efectos del licor los captores se durmieron uno a uno sin acordarse de amarrar
a los prisioneros.
¡ Gabriel!- ¡
Gabriel!- Ves ese voladero?-
-Claro- y también
esas enredaderas que trepan por las rocas.
Pues mijo,
vámonos!- Es preferible despeñarnos a
que nos asesines estos vergajos.
Los amigos se
descolgaron con cuidado por los bejucos hasta llegar a una saliente unos seis
metros abajo.
La oscuridad
era total. Parecía que nada habían logrado: al frente el precipicio y atrás una
muralla de rocas.
De
repente algo rozó la pierna de Antonio.
Pensó que era una culebra. Retrocedió asustado y con asombro escuchó el gruñido
juguetón de un cachorro. Donde hay perros hay camino y hay gente, pensó, y a
tientas lo siguieron entre la maleza.
EL REGRESO.
En la
madrugada del 24 de diciembre Antonio y Gabriel entraron a Opirama, molidos,
magullados, lacerados y exhaustos. Los borrachitos amanecidos, los repartidores
de leche y los carniceros los acompañaron en medio de vivas hasta sus casas.
Antonio abrazó
a su esposa y despacito se acercó a la cuna de Irmita para saludarla con un
beso. La niñita, de unos cuatro años, se aferró al cuello de su padre.
-En la novena
yo le pedí al Niño Dios que te trajera, papito-
Y como estaba muy ocupado en el pesebre mandó a Pilín a que te trajera.
Quién es Pilín mijita?-
Irmita levantó
la cobija de la cuna y le mostró un perrito de peluche, lleno de cadillos y de
zarzas, igualito al cachorro que los había salvado en la montaña.
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