Alfredo Cardona Tobón
El Papá Noel ha ido invadiendo
los dominios del Niño Dios, y al paso que vamos, el pesebre y el nacimiento de
Jesús serán una reliquia limitada a las iglesias del catolicismo, pues la
cultura anglosajona habrá entronizado el consumismo y el derroche sobre la
humildad y la esperanza que un día predicó San Francisco de Asís.
En mi lejana niñez tuve la
fortuna de salvarme de las carcajadas de Santa Clauss, gracias al aislamiento
de mi aldea, donde apenas conocí de
refilón al viejo barbudo enfundado en el ridículo disfraz rojo.
A los seis años de edad descubrí
al Papá Noel en unas tarjetas de navidad que el encargado del correo había
birlado de la voluminosa correspondencia, enviada ese año por una congregación
evangélica de los Estados Unidos a su centro misional de Quinchía. Cuando
apenas había hojeado el Almanaque Bristol y la cartilla Alegría de Leer de mis
primos, esas tarjetas de los protestantes fueron un portento con pinos
festonados de nieve, venados deslizándose entre las nubes y extrañas leyendas
en alto relieve.
EL NIÑO DIOS Y EL PAPÁ NOEL
Con la cautela del combatiente
que se adentra en el campo enemigo y motivado por las raras tarjetas de
navidad, me aproximé a la casa de la misión protestante en busca de más
detalles sobre el personaje del disfraz rojo. Claro que no me arriesgué solo,
iba con dos lugartenientes de menor edad, que confiaban plenamente en mi
liderazgo y mi valentía. Por entre las guaduas del cerco que rodeaba la casona
de los evangélicos, los intrépidos exploradores observamos los corredores
profusamente adornados con bastones, estrellas y campanillas. Estábamos tan
embelesados que no caímos en cuenta de la aproximación de una señora rubia, de
cara bondadosa, cabeza blanca y hablar enredado que nos saludó amablemente y
nos invitó a comer pasteles de chocolate.
Pudo más la curiosidad y la
promesa de los dulces que el temor que inspiraban los protestantes, en cuyas
vecindades, diariamente un pichón de cura rezaba el rosario a plena voz, dizque
para librarlos de las garras del demonio.
Ya en confianza Miss Aída nos
mostró estampas de la Sagrada Familia y nos contó que Santa Clauss era un viejo
bonachón que vivía en el Polo Norte y cada año viajaba sobre un trineo halado
por renos para repartir juguetes a todos los niños obedientes y estudiosos.
Cuando contamos la aventura, papá Luis sonrió y el abuelo Germán, echando
chispas por los ojos zarcos dijo que nos estábamos volviendo evangélicos y que
había que dejar en claro que el único
que traía regalos era el Niño Dios y a
veces, cuando estaba muy ocupado, le dejaba el encargo del traído a los Reyes
Magos.
LOS AGUINALDOS
Además del desplazamiento de
Jesús recién nacido y de los magos Melchor, Gaspar y Baltasar, las nuevas
generaciones están viendo un cambio dramático en los aguinaldos. Los inocentes
regalos de hace cincuenta años se han convertido, por desgracia, en un símbolo de estatus y en un compromiso frustrante para quienes
carecen de suficientes recursos económicos.
Antaño no se presentaban las
astronómicas diferencias en los obsequios. Existía democracia en los regalos
del Niño, pues los lujos no pasaban de un carrito de madera más grande, una
pelota mayor o una muñeca de trapo con más perendengues.
Con cualquier “cosita” se manifestaba
el cariño y bastaba una bufanda tejida, un juego de vasos de cristal o unas medias de nylon. Entre los “pollos” y
“pollas” los aguinaldos se ganaban en franca lid. Había que pagarlo cuando no
se tenía una pajita en la boca, o cuando por algún motivo, a la orden de
estatua era imposible quedarse inmóvil. La muchachas se disfrazaban de hombre
para entrar a los billares y palmotear en la espalda al desprevenido amigo que
entonces tenía que dar el aguinaldo. Se jugaba a preguntar y no contestar, al si
y al no y al beso robado, que era una delicia para poder impunemente besar a la
mujer amada en presencia hasta del suegro.
UN TIEMPO MÁGICO
En tiempos pasados el novenario
era comunitario. En las pequeñas poblaciones las veredas y los gremios se
encargaban de cada día y pujaban para tener los castillos de pólvora más
vistosos, la vacaloca con más chispas,
los voladores más luminosos y la banda de música más estrepitosa.
El 24 de diciembre era el día del
“estrén” y hasta la tercera década del siglo pasado, fue al fecha
predilecta para alargar los pantalones.
¿Las navidades pasadas fueron
mejores?- En algunos aspectos sí, fueron
mejores, pues se afianzaba la unión familiar, participaban los niños y en medio
de la pobreza general, imperaba la frugalidad y era menos vistoso el derroche y
las desigualdades económicas. En otros aspectos las navidades presentes son
positivas, pues se ha limitado notablemente el uso bárbaro de la pólvora y
parece que se ha atenuado el consumo exagerado del licor y el cigarrillo.
Las
costumbres navideñas han cambiado muchísimo en los últimos cincuenta
años. Los modernos equipos de sonido desplazaron a los conjuntos musicales que iban de
casa en casa alegrando las noches
navideñas; se ha perdido la magia de esos días, donde en medio del alboroto se
daban los primeros besitos a la novia y se sentía con extraño escozor sus
afanados latidos al aprovechar los apretujones en los novenarios.
.El centro navideño se desplazó
de la iglesia a los centros comerciales y el 24 de diciembre se convirtió en
una parranda lejos de la casa. Los niños han ido perdiendo protagonismo y esas
festividades que aglutinaban la familia son miradas por muchos con horror, pues
son el tiempo del consumismo, de los gastos y de las deudas.
Antes las navidades eran un
tiempo de bonanza para los artesanos pueblerinos, hoy son un negocio para los chinos que nos
inundan de cachivaches inútiles que agostan nuestras menguadas reservas.
Aunque no todo lo pasado fue
mejor, yo añoro las viejas navidades.
Nuestra familia, en gran parte las sigue viviendo con el pesebre, la
natilla y los buñuelos, el Niño Dios, los regalitos sencillos, la presencia de
los niños y las novenas con sus villancicos.
En estos tiempos el corazón debe
abrirse para decir con sentimiento y vivir de verdad una feliz navidad y empezar un nuevo año con amor, con perdón y
mucho optimismo.
FELIZ NAVIDAD.
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