Alfredo Cardona Tobón*
La realidad se construye a partir de un anhelo o un imaginario que, al
incrustarse en el sentimiento popular, se convierte en un hecho tangible. El
imaginario, por su parte, es un conjunto de conceptos heredados o creados que
aparecen, se esfuman y se transforman de acuerdo con el medio y con el tiempo.
Los imaginarios del Eje Cafetero se han tejido alrededor de la cultura paisa cuyas élites
crearon la visión de un mundo montañero, independiente, frugal, laborioso,
tradicional y religioso. Sin embargo, ese imaginario con raíces antioqueñas se ha
venido transformando por la influencia norteamericana y en algunas zonas del
Viejo Caldas por los aportes de los chocoanos
y de los indígenas.
LA CULTURA PAISA
Las comunidades antioqueñas que poblaron este territorio se impusieron
sobre los grupos raizales de las provincias caucanas y crearon el halo del
paisa avispado, recursivo y echado pa´lante. Por su parte, el resto de colombianos reforzó
el mito de los paisas y le agregó las características de aprovechado, enamorado
del dinero, interesado, religioso y
querendón de su familia, especialmente de su mamá.
Entre nosotros el mito paisa empezó en 1840 en los socavones de Marmato y creció con
las memorias de los viajeros europeos; la imagen del paisa blanco la trajeron
los colonos de Rionegro y Abejorral con ínfulas castellanas, que primó sobre la
percepción con relación a los paisas mulatos de Girardota y Otrabanda y de los
índígenas de los resguardos de Buriticá y del Suroeste antioqueño.
Hasta épocas recientes la solidaridad y el civismo fueron parte del
imaginario del Eje Cafetero; los convites para tumbar monte, sembrar maíz y
abrir caminos hicieron posible la supervivencia de los colonos; la actuación en grupo les dio fuerza para
enfrentar a los latifundistas, las Juntas Pobladoras democratizaron el reparto
de tierras, una Sociedad de Mejoras Públicas fundó la población de Buenavista, otra
emprendió la construcción de la carretera de Pereira a Santa Rosa de Cabal y la
Junta de Acción Comunal del Barrio Cuba, también en Pereira, transformó una
zona deprimida en el barrio más importante de la capital del departamento de
Risaralda.
EXPRESIONES AUTÉNTICAS
Hay manifestaciones que distinguen a los paisas de otros colombianos; en
nuestro medio el arriero está tejido al alma de la gente, por eso no es extraño ver gobernantes con un poncho
al hombro para dar la sensación de que están cercanos a su comunidad y en toda
fiesta popular, lo primero que hacemos es calarnos un sombrero aguadeño y
colgarnos un carriel o una mulera. Aunque las fondas desaparecieron de los caminos,
nuestro sentimiento las reinstala en las festividades, y no faltan los zurriagos y los berraquillos
que el impulso atávico trae hasta las ferias equinas y ganaderas.
En territorio cafetero los tangos y las zambas argentinas se acomodaron
desde la era del gramófono y las vitrolas, y siguen aferrados al gusto de las
generaciones mayores; aquí tenemos pontífices del tango, bailarines tan buenos
como los de Caminito y San Telmo y
fanáticos rendidos del “Mudo Gardel” y de Libertad Lamarque. La música sureña
se ha sincronizado con el machismo de nuestra cultura y hace parte de los
espectáculos populares, al lado de los
vallenatos, la salsa y la música de despecho
En cuanto a las manifestaciones gastronómicas, el Viejo Caldas tiene
propuestas nativas que dejan recuerdos que se combinan con el nevado del Ruiz,
con los Termales, los parques temáticos y el paisaje cubierto de cafetos. Al
lado de platos colombianos e internacionales el viajero degusta platos muy
nuestros, muy de la casa, que
difícilmente se encuentran en otros lugares. Enumeremos algunos manjares de la
región:
Riosucio nos deleita con chiquichoques,
estacas y nalgas de ángel; en Supía podemos probar colaciones de panela
de colores y sabores surtidos; en Aguadas encontramos Piononos, en Neira los
famosos corchos de dulce sabor y en Santa Rosa unos chorizos cocidos de gusto
excelente. Salento es famoso por sus truchas con patacones, en Mistrató se
ofrece la jaruma indígena, en Guática el masato y en Filadelfia los
bizcochuelos que se deshacen en la boca.
Obviamente en todos los rincones del Paisaje Cafetero no falta su majestad el Sancocho, la mazamorra con
dulce macho y la bandeja paisa, que son parte de las mil recetas que el
investigador Octavio Hernández presenta en su libro “El Paladar de los
Caldenses”
MITOS Y ESPANTOS
Para conocer cuantos duendes y aparecidos circulan por territorio cafetero
basta leer la obra “Mitos, leyendas y espantos de Caldas” del escritor Fabio
Vélez Correa; ese libro es como la radiografía del sentir ciudadano, crédulo y
supersticioso, donde caben los yerbateros, los rezanderos, los chamanes, los
expertos en maleficios y mal de ojo; además en el libro ‘Yerbabuena’ de Rodrigo
Jiménez, encontramos las fórmulas mágicas para hacer regresar al ser querido,
vengarse de la ingrata o hacer aburrir al vecino molesto.
Aunque la Madremonte, la Patasola, la Llorona, el Puto Erizo y el
Hojarasquin no son patrimonio exclusivo
del Eje Cafetero, nuestra gente les ha hecho todo tipo de adaptaciones. Vélez
Correa habla de Patasolas riosuceñas y pacoreñas, Putos
Erizos en el norte y oriente de Caldas y Lloronas en todos los municipios.
Fuera de los mitos compartidos tenemos algunos exclusivos; tal es el caso
del “Tesoro de Pipintá” que aún siguen buscando, la bruja María Laparda que vuela en San Félix,
el “Tesoro de la laguna Maravelez” en el Quindío y Xixaraca y Michua en las
faldas del cerro Batero de Quinchía.
SÍMBOLOS URBANOS
Armenia, Pereira y Manizales son tres ciudades intermedias que hace
cincuenta años eran unos pueblos grandes
con vocación campesina. Esas raíces no se olvidaron; más bien se reforzaron con
la inmigración hacia esos centros urbanos, cuyos imaginarios siguen atados al
pasado rural. Aunque lo campirano y lo citadino se juntan para formar una
identidad, la propaganda y los lemas turísticos van creando símbolos ligados a
cada localidad, mostremos unos ejemplos:
Pereira viene a la mente asociada con el Bolívar Desnudo o con el Viaducto;
Calarcá con los yipaos; Manizales con el nevado del Ruiz y con su catedral; recordamos
a Quimbaya por sus alumbrados del ocho de diciembre y a Marulanda por las
ovejas y las ruanas de lana.
Quien recuerda a Santa Rosa no olvida sus Termales, Belálcazar va de la
mano del imponente Cristo que domina el valle de Risaralda; Salento y el Valle del Cocora son uno solo y es
imposible retratar a Viterbo sin los samanes de su entrada.
Caldas es café, Pereira comercio, el Quindío es turismo, Salamina viejas y
bellas casonas y la Virginia se asocia con el río Cauca.
Esas improntas de nuestras ciudades y aldeas, a menudo se acompañan de
gentilicios que la picaresca lugareña acomoda a los vecinos. A los de Aranzazu los
denominan tullidos porque los
arrieros encontraban un tullido a la entrada del pueblo, uno en la plaza y otro
a la salida; a los de Chichiná los llaman sordos
por una razón parecida y a los riosuceños los conocen como patianchos pues así
tenían los pies los indígenas descalzos.
RETAHÍLAS Y DICHOS.
Con excepción de los “jilgueros” grecoquimbayas y del Doctor Otto Morales
Benitez, la oratoria no ha sido el punto fuerte de los vecinos del Eje
Cafetero, el acento es duro y golpeado y la fluidez verbal solo se ve en los
culebreros y en los políticos que han cogido práctica en los balcones.
Entre los campesinos y el pueblo llano la limitación verbal es extrema, se
utilizan pocas palabras y las ideas se rematan con dichos, lo que
lamentablemente ha llegado a los niveles universitarios cuyo lenguaje y
escritura son cada vez más limitados. Veamos algunas muletillas que no necesitan
esfuerzo mental para expresarse:
-“ Ave Maria pues!- ¡ Ave María mi don!-
denotan asombro
- Aloye pues- exige atención
- ¡Hombre por Dios¡- Equivale mas o
menos a: ¡no seas tan bruto¡
- ni puel putas¡- Es una negación rotunda
-Ay amanece y no lo prueba- Podría ser la contestación de una muchacha al
galán “empearrao” en gozársela.
Garitero- El que lleva la comida al
corte Bogadera- Bebida
Pergamino- Café seco
Traviesa- Cosecha menor
Peluseo- Recolección escasa de café
Bitute- Comida
Agonía- Se aplica al “amarrao” o avaro
Elda- Secadero de café
Moridero- charrascal
Para estar a tono con el deporte nacional, aquí tenemos fiestas en todas
partes y con todos los motivos: las hay de la colación en Supia, del agua en Pácora,
del fuego en Salamina, del retorno en Anserma, del oro en Marmato...
Entre todas esas fiestas se distinguen las siguientes:
En Pereira- Fiestas de la Cosecha
Calarcá- Reinado Nacional del Café
Aguadas- Festival del Pasillo
Manizales- La Feria de Manizales
Riosucio- Los Carnavales de Riosucio
En estas festividades conviven los imaginarios a lado y lado del Atlántico
y se conjugan las raíces españolas con las negroides y las indígenas. En sus
ferias, el manizaleño con un sombrero “vueltiao”
y una bota gallega repleta de manzanilla, arroja tusas de chócolo y dice ¡olé!
mientras tararea un pasodoble criollo al lado de una mujer vestida de manola.
Cada dos años el riosuceño cambia el manto de la Santa Patrona de la
Candelaria para afilar los cachos de Lucifer y darle rienda suelta al guarapo y
a la danza.
En Calarcá los yipes se lucen con
maniobras osadas y muestran su versatilidad en las calles engalanadas; en
Manzanares y Anserma los hijos ausentes regresan a las fiestas de aniversario
para reverdecer recuerdos y amistades.
ALLENDE LOS MARES
Después de muchas generaciones los descendientes de los antioqueños siguen
buscando el vellocino de oro que impulsó a los ancestros a dejar sus pegujales
y buscar nuevos horizontes. En una nueva diáspora cambiaron las mulas por los aviones y levantaron
vuelo hacia remotos países. Esta emigración está cambiando la cultura de mucha
gente que mezcla el inglés con el castellano, adopta el “Time is money” y deja
a sus hijos al cuidado de los abuelos o de los hermanos mayores.
Los valores tradicionales cambian en los emigrantes, pues en medios extraños
olvidan la solidaridad, la confianza en el prójimo y merman la autoestima;
algunos echan raíces en otras tierras pero siguen ligados a su terruño, los más
regresan, unos con dinero y otros llenos de frustración.
El Eje Cafetero es un expulsor de población
hacia Antioquia, el Valle y Bogotá, España, Estados Unidos e Inglaterra y es
receptor de gente del Tolima, del norte del Valle y del Chocó que se acomoda en
Pereira y otras ciudades capitales. Generalmente son desplazados por la
violencia y la falta de oportunidades, llegan con ilusiones, ganas de trabajar
y con costumbres que a la larga influyen en el imaginario de la región.
En cultura del Eje Cafetero vale más la improvisación que la experiencia;
se espera un golpe de suerte para enderezar la vida, o el milagro de un santo
para salir de apuros. La gente de esta zona es generosa, hospitalaria, poco
comprometida con el ambiente y la naturaleza, le encanta el pavimento y poco le
atrae el follaje y muchas veces su amistad solo va hasta la puerta del hospital
o se limita a una palmadita en la espalda.
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