EN LA GUERRA CONTRA EL PERÚ
Alfredo Cardona Tobón*
Sin la exuberancia de los caribeños, los manizaleños también tienen sus
momentos de efervescencia y de calor cuando los acontecimientos sacuden los
vientos fríos del Ruiz, como sucedió con el recibimiento del piloto Machaux cuando aterrizó en la Enea o en el
desbordamiento patriótico para rechazar la toma peruana de Puerto Leticia,
reseñado con detalle en el periódico “La
Voz de Caldas”.
REPASEMOS LOS HECHOS PREVIOS
En el tratado Salomón-Lozano firmado en 1922, el Perú reconoció la soberanía colombiana sobre la extensa franja entre los ríos
Putumayo y Caquetá y cedió el trapecio amazónico con el puerto Leticia. Durante
las primeras décadas del siglo XX hubo
malestar y escaramuzas continuas en esa frontera, pues gran parte de la opinión
peruana y en especial los loretanos consideraban ese Tratado injusto y lesivo
para sus intereses. El primero de septiembre de 1932 un grupo de 48 civiles
peruanos bajo el mando del ingeniero Oscar Ordóñez con 200 soldados de la
guarnición de Chimbote apresaron a los
funcionarios colombianos y a los dieciocho soldados de la guarnición de Leticia
e izaron la bandera peruana.
Sin marina, sin aviación, con un ejército mal armado y el país en crisis,
el presidente Olaya Herrera hizo frente a la invasión como si fuera un problema
de orden público, pues al principio el gobierno peruano negó su participación
en los hechos y en Bogotá consideraban que era la rebelión de unos particulares
que no querían pertenecer a Colombia.
Al complicarse el conflicto, la oposición conservadora cerró
transitoriamente filas tras el gobierno liberal: “Paz en el interior, guerra en
las fronteras” fue la frase de Laureano
Gómez, quien con Aquilino Villegas había declarado meses antes que haría
invivible la república liberal y había proclamado la “Acción Intrépida” contra
el régimen de Olaya Herrera, es decir la extensión de la violencia que azotaba
a Boyacá y Santanderes aupada por caciques y por curas “guapos”.
La guerra en el Amazonas en ese entonces era como una guerra en otro
planeta, pues para llegar a las bases colombianas era necesario remontar el Amazonas y otros ríos de Brasil,
que neutral al principio, al fin se inclinó peligrosamente a favor de los peruanos.
Para sufragar los gastos del conflicto la ciudadanía entregó anillos y joyas; los niños rompieron las alcancías; y con lo
que se recaudó se adquirieron unos buques viejos en Europa y algunos aviones
con pilotos alemanes.
MANIZALES EN PIE DE LUCHA
Al conocer la noticia de la invasión los manizaleños reaccionaron con furor
patriótico: el 18 de septiembre de 1932 se izó el pabellón nacional en
edificaciones suntuosas y humildes y todos a una llevaron en blusas, camisas y
solapas la insignia tricolor.
Desde tempranas horas la multitud colmó el centro de la ciudad y después de
la Misa Mayor en la catedral se improvisó una manifestación que recorrió las
principales calles de Manizales con el clero y las autoridades civiles al
frente; a los gritos de ¡Viva Colombia!, el gobernador Gartner se dirigió a la
multitud desde el balcón en el parque Bolívar exhortando a los ciudadanos a luchar contra los enemigos de la Patria.
El Himno Nacional repetido por todas las gargantas se escuchó hasta en los
barrios más alejados y la señora María Cuervo Márquez con un grupo de damas
agitando las banderas tricolores aumentaron el fervor nacionalista de un pueblo
con la sangre hirviendo en sus venas.
Después del discurso del gobernador, el patricio Simón Santacoloma, poeta,
héroe y escritor riosuceño, leyó una bella poesía que compuso en ese momento
pleno de inspiración; luego se unió al gabinete departamental y a los bomberos con
sus máquinas y continuaron el recorrido, haciendo altos en el camino para
escuchar las arengas de los oradores.
En el parque Caldas el señor Antonio Álvarez Restrepo pronunció un
vehemente discurso y desde la casa de enfrente habló el señor Guillermo Guingue
a la multitud enardecida; en ese momento un hidroavión de la empresa SCADTA
surcó a baja altura los cielos manizaleños con una bandera que tremolaba en una
ventanilla del aparato. Fueron momentos de indescriptible emoción con el
sentimiento, el sacrificio y la entrega por la Patria a flor de piel.
La enorme columna ciudadana continuó por la calle de la Esponsión. En el
balcón de la casas de José Pablo Escobar, el doctor Jaime Robledo Uribe
pronunció un discurso; en el balcón del Splendid Swiss Fernando Londoño arengó
a la concurrencia , más adelante lo hizo el doctor Néstor Villegas y desde el
segundo piso del Hotel Europa doña Soffy Tobón de Arango se dirigió a la
muchedumbre embriagada de celo patriótico, para decir que sería la primera
mujer en despachar a su esposo para la guerra
y que llegado el caso ella misma empuñaría las armas para defender la
frontera.
Mientras en las calles los manizaleños desfogaban su malestar con los
peruanos, en la cárcel municipal los presos se organizaron por pelotones y al
son de un tarro de lata, que les servía de tambor, recorrieron los patios del
penal y ofrecieron su vida por la Patria.
CONTINÚA LA DEMOSTRACIÓN PATRIÓTICA
A la una y media de la tarde se disolvió la primera marcha, pero a las
cuatro de la tarde salió el batallón Ayacucho con la banda departamental y recorrió las calles a los acordes del Himno
Nacional, seguido por los niños de la escuela de menores que iban armados con
escopetas de madera. Una lluvia de flores cayó sobre el desfile, las lágrimas
rodaban por los rostros de los presentes y desde los balcones se oyeron proclamas y discursos de Juan David Robledo,
Ernesto Arango Tavera y de Aurelio Jaramillo.
Las sombras cubrieron la ciudad que no quería recogerse como en otros días;
a las nueve de la noche llegó al clímax con la entrada de 500 jinetes que componían
el llamado Batallón Neira, acompañados desde la quebrada de Olivares por una abigarrada multitud que seguía entonando
el Himno Nacional. De nuevo don Guillermo Guingue se asomó al balcón y desde
allí saludó al batallón Neira con un vibrante discurso.
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