LA CAMPAÑA LIBERTADORA Y LA BATALLA DEL PANTANO DE VARGAS


Alfredo Cardona Tobón

 

A mediados de 1819 la guerra contra los españoles parecía estar en un punto muerto: en los llanos venezolanos los patriotas contenían al enemigo pero no podían  avanzar hacia Caracas donde el general Morillo concentraba la flor y nata de la expedición invasora. Parecía más factible llevar la acción a la Nueva Granada donde había menor fortaleza enemiga y se contaba con mayores recursos  y el apoyo de comunidades  no contaminadas por la lucha de clases que envenenaba a Venezuela.

Bolívar se movió de sus cuarteles en Angostura para internarse en los llanos de Apure con la intención de atravesar el llano, remontar la cordillera y  caer por sorpresa al altiplano granadino.  El 21 de mayo de 1819 los patriotas llegaron al Caño Setenta, a orillas del rio Apure, y en una humilde choza, sentados en los cráneos de novillos, un concejo de oficiales convocado por el Libertador aprobó la campaña sobre la Nueva Granada.

Dos días después  empieza el avance de la tropa, pasan por Mantecal y en Guasdualito se comunica a la tropa la decisión tomada en El Setenta. No todos aceptan el reto; el llano es inmenso, han empezado las lluvias y está el paso por territorio desconocido por los llaneros; el Batallón Húzares deserta y  retrocede a los campamentos de Páez que tiene como consigna atacar  por Cúcuta para desorientar al enemigo; misión que no cumple, pues es una rueda suelta que hace su voluntad y  se opone  a Santander a quien despectivamente llama general de pluma.

El 12 de junio los hombres de Santander, reclutados en el llano y las montañas se unen a los venezolanos en la aldea de Tame, son 1200 infantes y  600 jinetes diestros en el combate y con la disciplina  que les ha permitido resistir al enemigo y mantener a Casanare en poder de los patriotas.

Una semana más tarde, en el Hato de Corozal, nuevas guerrillas se agregan a la tropa republicana que ocupa a Pore, donde aún está fresca la sangre de Justa Estepa y otros patriotas sacrificados por los españoles, la marcha continúa por Nunchía y surge de nuevo el fantasma de la deserción, pues algunos comandantes venezolanos se empeñan en regresar a los llanos  y continuar la ofensiva por Cúcuta.

Santander ha propuesto el cruce de los Andes por el páramo de Pisba, pero una avanzada patriota descubre que el paso está defendido por 300 realistas  fortificados en Paya. El 27 de junio de 1819 los patriotas, bajo el mando del general Santander y del coronel Arredondo, atacan las defensas en forma de estrella de ocho puntas rodeado de un foso y  tras cuatro horas de lucha los españoles se retiran hacia Labranzagrande. Es la victoria que abre el telón de la Libertad a media América.

En realidad empieza lo duro del ascenso. El triunfo de Paya y el apoyo de los montañeros de Paya, Morcote y Socotá  fijan definitivamente el rumbo. Y pese al frio, al soroche y las bajas la tropa sigue su marcha y remonta el páramo de Pisba.

En el descenso Bolívar y sus soldados acamparon en la vereda de La Quebrada, luego descienden a Socha, una población situada en los repliegues occidentales  de la vertiente del río  Chicamocha; adonde llegan el 4 de julio  diezmados, hambrientos  y desnudos. El cura Juan Tomás Romero y el alcalde recogen ropas, los vecinos suministran caballos, provisiones y ganado  y en el páramo  auxilian a los retrasados, atienden a los enfermos y recogen las armas y las provisiones abandonadas.

Ocho días estuvo el Libertador en Socha rehaciendo su tropa y luego estableció el cuartel general en Tasco, mientras el general Barreiro observaba los movimientos patriotas  y fortalecía los destacamentos realistas en  El Socorro, Tuta, Sogamoso, Cerinza , Gámeza  y Tópaga con la intención de taponar el acceso de los rebeldes a Santa Fe de Bogotá.

El 10 de julio  chocaron insurgentes y realistas en el punto “La Chivatera” y luego  combatieron en  Gámeza y en  Tópaga.  El Libertador vadeó el río  Chicamocha, tratando de sorprender  a los españoles que descubrieron sus maniobras y adelantaron sus fuerzas hasta las colinas que dominaban los pantanos de la hacienda de Juan Vargas, en cercanías de Paipa. La zona era una herradura de tierras bajas, parcialmente cubiertas de agua y juncales en la época de lluvias y  rodeada de alturas  que permitían el dominio de las partes bajas.

Barreiro ocupó las alturas sobre la derecha del pantano e instaló  el puesto de mando en el promontorio de la casa de Juan  Vargas, a quien Barreiro había asesinado junto con sus doce hijos. A  1.500 metros de tiro , encaramado en un cerro que hoy llaman Cerro de Bolivar estaba el Libertador.

Santander ataca repetidamente tratando de desalojar al enemigo pero tiene que retroceder. El comandante del batallón Bravos de Páez cae herido y  un proyectil de cañón arranca uno de los brazos del coronel  James Rook de la Legión Británica, que muere dos días después en un hospital improvisado en la hacienda de Belencito. Las tropas patriotas están atrapadas entre las colinas y el pantano de Vargas; todo parece perdido, pero un grupo de catorce lanceros liderados por Rondón  desestabiliza la caballería enemiga y cambia la suerte del combate. Llueve copiosamente... la tarde va convirtiéndose en noche  y sin definirse la victoria, las tropas de uno y otro bando se retiran a sus campamentos a reponerse de la dura jornada.

Para Bolívar ese 25 de julio de 1819 fue el día de “San Rondón”, pues sin ese jinete rudo, fuerte,  feroz, con fuerza de caudillo y decisión para jugar la vida  se hubiera consumado el desastre patriota. A su voz  “¡Camaritas: los que sean valientes síganme, porque en este momento triunfamos!” se abrió el camino hacia el  puente de Boyacá  y la esperanza de libertad en América..






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