PRESBÍTERO JOSÉ IGNACIO VELÁSQUEZ


ANTE EL TRIBUNAL DE DIOS


Alfredo Cardona Tobón

En  la tarde del 18 de marzo de 1884 el presbítero José Ignacio Velásquez durmió en la paz del Señor mientras a su lado velaban algunos parientes y el Cabildo Indígena de Guática, a cuyos miembros el sacerdote, antes de morir,  les había recordado sus deberes como cristianos y el compromiso de apartarse  de las insidiosas doctrinas de los enemigos de la Iglesia.

A la misma hora de la muerte del padre Velásquez fallecía en Aranzazu el doctor Salvador Ramírez; los ancianos de la población norteña aseguran que no fue una coincidencia,  que fue una cita del padre Velásquez y del doctor Ramírez ante el Tribunal de Dios.

Según manifestaron algunos testigos, unos años antes  el doctor Ramírez manifestó al levita que sus prédicas eran falsas  y los anatemas contra los liberales reñían con las   enseñanzas de Cristo que predicaban la caridad y el perdón. Aseguraron los testigos que el padre Velásquez tremendamente indignado citó al doctor Ramírez ante el Tribunal de Dios: “para probar que no he mentido, allí veremos quién tiene la razón.”

RETRATO DE UNA EPOCA

La vida de José Ignacio Velásquez tuvo enormes contrastes; en sus  años mozos fue aserrador y  cargó mercancías entre Mariquita y Salamina, un trabajo que fue el más difícil de todos los oficios.

Fue un ferviente católico y conservador hasta los tuétanos; al quedar viudo a la edad de cuarentas años, dejó la prole en manos de los familiares y entró al seminario;  las guerras interrumpieron sus estudios, pero al fin  el 8 de abril de 1866, cuando cumplía los cincuenta años, alcanzó la dignidad de sacerdote.

El padre Velásquez desempeñó su  ministerio en el Chocó y en 1876  lo vemos como capellán del ejército conservador acantonado en Manizales bajo las órdenes del general Marceliano Vélez. El 5 de abril de 1877 irrumpen los caucanos  por el Arenillo, por Morrogacho, por Morrogordo, por San Antonio y La Florida; los combates son intensos y crueles, se lucha por la familia y por la Iglesia católica y en medio de las balas el padre Velásquez va de un lado a otro  acompañando en sus últimos momentos a los moribundos y dando una voz de aliento a los heridos. Sus bendiciones son la entrada al cielo y sus palabras, el bálsamo que atenúa el horror del combate.

Después de la derrota de los antioqueños, llega el  gobierno presidido  por el general caucano Tomás Rengifo y arrecia la persecución religiosa: se  prohibió  ejercer las funciones del culto sin permiso  del poder ejecutivo, se obstaculizó el funcionamiento de las escuelas confesionales, los cementerios quedaron bajo la administración del poder civil y se desterraron los obispos y los sacerdotes que no estaban de acuerdo con las disposiciones  oficiales.

En el exilio, el Obispo de Medellín Ignacio Montoya,  encabeza la resistencia contra los perseguidores: autoriza la celebración de la misa en casas particulares, al aire libre o en altares portátiles y permite  la confesión de las mujeres fuera del templo, pero en horas del día, en piezas bien iluminadas y en presencia de por lo menos dos personas.

Sin embargo un grupo numeroso de sacerdotes, entre quienes estaban los de Manizales y los de la Provincia del Sur,  tranzaron con el gobierno y   continuaron con su labor evangélica bajo las condiciones del gobierno. El padre José Ignacio  no transige ni acepta la coyunda del poder civil. Se niega a bautizar a un niño porque su padrino era un reconocido activista liberal y al ser reconvenido por su extremismo manifestó a su superior eclesiástico  que  aunque  otros se hubieran sometido a las  órdenes del “impío gobierno” él no lo haría jamás

Tras el triunfo de los  “Restauradores” conservadores y amainar la tormenta religiosa, el presbítero Velásquez se dirigió a la aldea de Guática, donde  el Obispo de Popayán lo  había nombrado cura de la extensa parroquia que comprendía ese caserío junto con Anserma, Quinchía y Arrayanal. ( Mistrató).

Era una zona de conflicto donde los paisas habían invadido los terrenos de los Resguardos de La Montaña y de Guática y fundado en tierra ajena las aldeas de Llanogrande y Pueblo Nuevo. El padre José Ignacio Velásquez emprendió  una activa  tarea evangélica y partidista; se trataba no  solamente de atender espiritualmente a  los antioqueños  y a los nativos sino  también de  borrar el influjo de los radicales liberales que por décadas, chocaron con la iglesia, y hasta entonces contaron en sus filas a las parcialidades indígenas de Guática, Quinchía y Arrayanal.

El padre Velásquez  ganó la confianza del Cabildo indígena, pero como su interés principal era ganar  almas para el cielo, poco le importó la situación material de los indígenas  que en irresponsable piñata estaban cediendo, vendiendo, alquilando y pagando servicios con las tierras del Resguardo  incluidos bosques, salados y minas de carbón.

 Loa años pasaron. Los antioqueños  fortalecieron su  presencia y  la localidad de Guática se convirtió en una aldea paisa, los nativos cada vez fueron más pobres y día a día más devotos y conservadores.  En la noche del 14 de febrero de 1882 una grave enfermedad afectó la salud del sacerdote, sus familiares angustiados  llaman en Riosucio  al Presbítero José G. Hoyos para que lo atendiera espiritual y médicamente. El padre Velásquez se opone: “Gracias a Dios que tengo la conciencia tranquila y por lo tanto no hay necesidad de llamar con tanto sacrificio a un sacerdote”- dice el enfermo. Tras dos años de padecimiento el padre muere asistido por el cura de Ansermaviejo.

El presbítero  José  Ignacio Velásquez nació en Santa Bárbara, Antioquia  el 17 de agosto de 1816. Fue un cura  sin pergaminos y con pocas letras que dedicó su vida a difundir la fe católica y  combatir a  los enemigos de la iglesia.

Fue un sacerdote de recio temple que dejó huella en Neira, Aranzazu, Guática y en las soledades del Chamí,  donde aunque olvidaron su nombre, guardan la imagen de un cura de fuerza descomunal que trataba con amor y generosidad  a sus sencillos feligreses.

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