CAMINOS: EJE
POBLADOR
Alfredo Cardona Tobón
A medida que surgieron los
pueblos mestizos y la civilización europea se extendió por selvas y por
resguardos, las trochas trilladas por los
cargueros indígenas se ampliaron
para dar paso a las mulas y a los bueyes. Los
caminos reales comunicaron los caseríos coloniales y sobre las lomas y los valles se
levantaron tambos y aparecieron fondas.
En los horizontes se dibujaron los
campanarios de los pueblitos montañeros que se quedaron en embrión a la vera de
trochas solitarias y en los cruces camineros se
marcaron las rutas de las aldeas que se transformaron en ciudades
populosas..
El desarrollo inicial
de la región siguió el eje de los
caminos y luego estos se extendieron tras los
pies desnudos o las cotizas o albarcas de los buscadores de oro o de
arrieros y colonos. La rosa vial corrió de un lado a otro como los arrieros
trashumantes; primero se situó en la
Anserma encomendera, después pasó Cartago y allí estuvo hasta que se desplazó a la frontera paisa y
favoreció a Manizales. Hoy los caminos conducen a Pereira y, quizás mañana, se
dirijan a La Virginia o a La Dorada.
La historia de esta región
estuvo ligada a las trochas, a las
sendas y los caminos. En este capítulo
repasaremos el pasado de la región en relación con las viejas vías,
desde las rutas indígenas hasta los caminos de arriería. Recordaremos
testimonios de viajeros y la lucha de los pioneros que domeñaron páramos y
hondonadas para enlazar las nacientes comunidades que conquistaron nuestra
arisca topografía..
Las altos riscos, los
profundos cañones, los ríos y las selvas aislaron a las comunidades durante siglos. En la época colonial y hasta entrado el siglo veinte, fue más fácil
viajar desde un puerto sobre el mar o el río Magdalena a cualquier nación
lejana, que movilizarse dentro del país venciendo plagas y precipicios, heladas
y aguaceros torrenciales, animales ponzoñosos, hambre y forajidos, por vías desiertas que hoy existían y mañana
desaparecían borradas por los aludes o la maleza.
Los primitivos habitantes
de la región no conocieron la rueda ni
utilizaron bestias de carga: todo se
transportaba a lomo de indio, por sendas pendientes, con pocas curvas, diseñadas
para acortar las distancias y trepar o descender con ayuda de bastones o
agarrados a los palos y bejucos que circundaban la trocha.
Los poblados quimbayas y
ansermas se unieron por caminos estrechos, tan provisionales como los frágiles
rancheríos, cuya ubicación variaba con el clima, la caza, los embates enemigos
o la degradación de las tierras de labranza. Los españoles avanzaron por los caminos indígenas
trazados en las crestas de las serranías en busca de climas benignos, libre de
bichos y plagas y generalmente en direcciones paralelas al río Cauca.
LOS CAMINOS DE ANSERMA
Desde los primeros tiempos
de la conquista la población de Ansermaviejo se comunicó con las
fundaciones europeas de Arma y Cartago
por una vía que estableció un vínculo entre las avanzadas conquistadoras y las
enlazó con otras aldeas establecidas por los
españoles en las provincias de Popayán y Antioquia.
Ese camino empezó a unir el
occidente granadino y sirvió para el transporte, a lomo de indio, del oro de
Marmato y Supía hasta las fundiciones de Cartago. De la vía partieron ramales
hacia el Chocó y el río Magdalena, con paso sobre los ríos Cauca, Pozo y
Sopinga. El recorrido entre Arma y Cartago, por serranías de pendiente media,
cruzaba terrenos lluviosos y poblados
por tribus pacíficas, de escasa población, aunque en ocasiones se tornaban
peligrosos por las incursiones esporádicas de las tribus levantiscas del Chamí.
El camino que empezaba en
Arma, bajaba al río Cauca y por los
pasos de Bufú o de La Cana pasaba a la banda occidental del río para continuar
por Supía hacia las viejas aldeas de
Quinchía y Anserma; luego descendía al río Sopinga, cruzaba la aldea de Tachiguí situada
en las lomas del Tatamá, cruzaba el Cauca por el vado de Anacaro y terminaba en
Cartago. (Mapa No. 1)
En la parte media del
camino estaba Tachiguí, un caserío que
creció al lado de una misión franciscana y sobrevivió hasta fines del siglo
diecinueve. Desde un punto cercano al rancherío se adentraba una trocha en la
selva tupida de la cordillera occidental, por donde los indios cargueros de San
Juan del Tatamá, transportaban el contrabando de oro y plata de las minas de Supía, surtían de maíz cerdos y sal a las balandras holandesas
que remontaban el río Atrato y regresaban
con mercancías a las
explotaciones mineras.
El recorrido entre Tachiguí
y el Arrastradero de San Pablo, un istmo que separa al río San Juan del Atrato,
duraba varios días. Como la carga, de tres a cinco arrobas, no permitía a los
nativos llevar otra cosa, cada carguero iba acompañado de su mujer o los hijos que transportaban la
comida, los petates y la ropa para la travesía[1].
El camino perdió
importancia cuando los encomenderos de Ansermaviejo, arruinados con la escasa
producción aurífera y atemorizados por las incursiones de los indios chocóes,
fundaron cerca de Cartago una nueva población, adonde llevaron los títulos, las
imágenes y los pergaminos coloniales. En
1777 la orden de extinción del convento franciscano da el puntillazo final a la
Anserma encomendera, la selva y la
soledad invadieron nuevamente el camino entre las dos Ansermas, por donde
ocasionalmente circulaban los nativos de las aldeas de Tachiguí y Tabuyo..
En 1830 J. B. Boussingault recorre la trocha
abandonada y en ese recorrido entre
Cartago y Supía. vence barrizales y pantanos, cruza raudales desbordados y se
enfrenta a una naturaleza indómita, que hoy parece fantasiosa, al recorrer ese
mismo trayecto donde sólo se ven
cafetales , potreros y riachuelos semisecos.
En sus crónicas de viaje,
Boussingault se refiere así a esa zona:
“Desde mi
salida de Ansermanuevo no había dejado de llover y al entrar a lo más espeso de
la selva, las mulas avanzaban con dificultad. Tomé la delantera acompañado de
mi asistente; llegado al río Cañaveral apresuré la marcha con la esperanza de
llegar al río Apía antes de una creciente; caminaba lentamente en los
barrizales de Villalobos bajo una especie de techo de guaduas gigantescas,
cuando vi a un hombre acurrucado cocinando alimentos; se enderezó y se dirigió a mí, manteniendo en la mano un
largo cuchillo; yo desenfundé la aguja y
colocándome en posición le ordené
detenerse si no quería que le tumbara el brazo; bajó entonces su arma y
permaneció inmóvil: era un anciano de barba blanca, un europeo un mestizo…era
un galeote evadido de prisión.”
“… Al salir del río Apía, se enrumba hacia el
este para acercarse a la cordillera central; el camino empapado y resbaloso
impidió llegar al río Sopinga, en donde tenía intención de acampar, lo que fui
obligado a hacer en el torrente del Diablo, viejo conocido y llamado así por su
impetuosidad y por los bloques de una roca negra y sonora que arrastra. Nada
más curioso que esos fragmentos que dan a la playa un aspecto lúgubre; parecen
menhires y algunos tienen las formas más raras. Había claro de luna y estábamos
acostados, sin abrigo, mojados, con frío y con hambre al pie de una roca,
estado favorable a las alucinaciones. Creímos ver un hombre escondido detrás de
una roca espiándonos a unos cien metros
de nuestro fuego; envié a mi asistente a mirar y resultó ser una ilusión.” [2]
LA TROCHA DE HERVÉ
En la época colonial la
provincia de Antioquia se comunicó con el río Magdalena por las vías de
Palagua, Nare y Hervé. Eran trochas por donde no podían circular carruajes ni
animales de tiro, y eran estrechas,
desiguales, cortadas por canalones, cárcavas y
fangales, donde se hundían las mulas y los bueyes.
Los caminos de Palagua y
Nare llevaban hasta el caserío de Nare en las orillas del Magdalena y movían la
mayor parte del comercio antioqueño; la vía de Hervé estaba al sur de Antioquia y unía esa parte de la
provincia y el cantón de Supía con el río Magdalena.
Los trayectos de esos
caminos eran extensos y desiertos. Había enormes recorridos sin fondas ni ranchos donde guarecerse y recobrar energías; eran apenas tambos de vara en tierra y techo de
palmicho con fogones de tres piedras, rodeados de un medio hostil, donde las
hogueras alejaban las nubes de mosquitos y espantaban los jaguares que
acechaban las muladas por la noche. En Palagua y Nare los peones competían con
las bestias. Sobre las espaldas deformadas de los silleteros se acomodaban
los viajeros y sobre los hombros deformados de los cargueros se ajustaban
jotos de cuatro arrobas de peso, como si se tratara de mulas o de bueyes. Al
lado de los pobres peones convertidos en acémilas, iba su mujer o un hijo, con
las provisiones que mitigarían el hambre y las esteras que tenderían en los
tambos al terminar cada jornada.[3]
En 1781 el gobernador de
Antioquia ordenó al capitán Pedro Biturro Pérez trazar los planos de los
caminos de Palagua, Nare y Hervé y hacer un estudio pormenorizado del trayecto
de cada uno, anotando ventajas e inconvenientes, distancias, pastura, tambos,
puentes y vados.
Después de recorrerlas, el
capitán Biturro recomienda la vía de
Palagua, que al describirla se alegra el corazón- según dice en su
informe- ante el tropel de
inconvenientes que debe presentar al referirse a las vías de
Nare y Hervé.[4]
En el trayecto de Palagua
se encontraba pasto y posada mientras que en el camino de Nare, que pasaba por
tierras malsanas y tórridas, no había alimento suficiente para los bueyes y las
mulas, que sin pasto comían hojas y cogollos que las enfermaban y mataban. Y en
cuanto al camino de Hervé, informó Biturro: “es
empresa trabajosa y da mucha fatiga presentar a la imaginación no sólo caminar
la vía del monte Hervé corporalmente, sino mentalmente. Porque es tan dilatado,
fragoso y peligroso que sólo traerlo a la memoria del que lo vio, le aflige y le impone un
género de horror y de aprensión”.
El gobernador encargó a
Carlos Barnesilla la revisión de los planos de Biturro y la ratificación de su
informe, dado que era experto viajero, conocedor de los andurriales
antioqueños. Barnesilla comprobó los datos del oficial y anotó que el camino de
Hervé era sumamente fragoso, con bastantes precipicios y riesgos para la gente,
las recuas y las mercaderías. “En cierto
tiempo- agrega Barnesilla- se hacen
pantanos que dan al aparejo de las cargas, lo que fatiga mucho a las bestias
por lo pedregoso de aquel barro, agregándose a esto la angostura de los
canalones que se han hecho en el tráfico y como topan de lado y otro los fardos
de las cargas, resultando de lo primero mucha pérdida de mulas y también daño
que hacen los tigres.:.”
La trocha de Hervé empezaba
en la desembocadura del río Pozo en el río
Cauca. Era una ruta solitaria y escabrosa, que servía a los mineros de
Marmato y Supía y ocasionalmente a la gente de Rionegro en sus desplazamientos
a Honda y a Santa Fe de Bogotá. La trocha de Hervé seguía hacia las cabeceras
del río Pozo hasta el divorcio de sus
aguas con el rio Guarinó, bajaba hasta Mariquita y llegaba a la población de Honda.( Mapa No. 2)
En 1825 J.B Boussingault recorrió el camino de Hervé y sufrió en carne
propia las calamidades enunciadas por
Biturrro. El francés salió de Mariquita con R.Walker y seis cargueros cotudos
que llevaban el equipaje. Trepó hasta el nacimiento del Guarinó por lomas
resbaladizas, en medio de una tormenta con rayos y centellas, entre árboles
centenarios ahuecados por los incendios.
Al acercarse a la cima descansó en un rancho primitivo, en cuya vecindad
pastaban centenares de reses que se levantaron agitando la cola con mugidos amenazadores.
Tres días después,
Boussingault llegó al paso de Velásquez sobre el Cauca y lo cruzó en una balsa
de guadua amarrada con bejucos, fabricada por un individuo que pasaba los
viajeros de un lado al otro lado del río. La travesía fue muy difícil en medio de una corriente
enloquecida. Al llegar a la orilla opuesta, que casi no escala el cansado
viajero, el europeo se sintió tan agotado y sediento, que al no encontrar otro
licor reconfortante, echó mano a una botella
de aguardiente, y una vez la consumió, se tendió en una hamaca y durmió la
rasca hasta el día siguiente.[5]
La trocha de Hervé no figura en los estudios de la colonización del
sur de Antioquia. Sin embargo puede deducirse, que como la senda seguía el
curso del río Pozo, era la ruta expedita para los primeros pobladores de
Sabanalarga y los colonos que luego se asentaron en las márgenes del río
Chamberí.
EL CAMINO DEL QUINDÍO
Los quimbayas atravesaban
la cordillera central por numerosas sendas. La ruta más conocida bordeaba la
ribera izquierda del río Otún y se bifurcaba en el sitio que hoy se conoce como
San José; un ramal cruzaba el Otún y se
dirigía al norte; otro ramal llegaba a la vereda La Bananera, subía por la
Bella, continuaba por el Manzano y
bajaba por el Roble a buscar el río Quindío por
Alegrías, para cruzar por Tochecito y continuar hasta la población de
Ibagué.( Mapa No.3)[6]
Los caminos primitivos de
los indios no seguían las curvas de nivel, su pendiente era extrema y el
espacio era reducido, pues no existían mulas, ni caballos ni bueyes y todo se
movía con fuerza humana. En 1547 el tesorero del Nuevo Reino de Granada, Pedro
Briceño, solicitó al virrey la construcción de un camino de arriería que
permitiera comunicar a Santa Fe con la provincia de Popayán cruzando las montañas
del Quindío. Briceño pretendía proveer de carne, sal y ropa a los territorios
del sur desde el centro de la Nueva
Granada, según decía: “porque aquí es
mucha la abundancia que hay de puercos y de lo dicho y allá mucha falta..”
No parece que las
autoridades virreinales hubieran acogido la propuesta del tesorero del Reino,
pero los alcaldes de Ibagué, Francisco Trejo y Juan Bretón, hicieron suya la
idea y pusieron manos a la obra con el concurso de indios pijaos y quimbayas a
quienes, después de la revuelta de 1542, se los obligaba a trabajar en los
caminos. Esa vía para animales de carga iba
por las orillas del Combeima hasta el nacimiento del río, bordeaba los
nevados del Tolima y del Quindío y bajaba por la cabecera del río Quindío hasta
la ciudad de Cartago.[7]
En 1558 el Oidor López
Medel recorrió la senda abierta por Trejo y Bretón para atender el clamor del Obispo Juan del
Valle que denunciaba la violencia encomendera en las ciudades de Cartago, Anserma y Arma, y se quejaba de los
excesos contra los indígenas, a quienes muchos españoles trataban peor que a los irracionales.
Sesenta años después de la
visita de López Medel, las circunstancias habían empeorado para los naturales
y ante la disminución de la población y
los abusos de los españoles, el Oidor Lesmes de Espinosa y Saravia realizó un
viaje en 1627, para reunir a las tribus dispersas y frenar los atropellos. El alto funcionario remontó
los Andes por la trocha del Quindío, y con centro en Cartago, recorrió las regiones de los quimbayas y los
ansermas, atendió las quejas de los nativos, sancionó a los encomenderos
acusados y agrupó en nuevos pueblos a
las menguadas comunidades [8]
Con el traslado de Cartago
desde el Otún a La Vieja, la ruta del Quindío se acortó pues es menor el
trayecto entre El Roble- Piedra de Amolar que el recorrido El
Roble-Cartagoviejo- Cartago A partir de1601,
la fragosa senda cobró importancia a medida que aumentó la producción de
tabaco, ron y cacao en el Valle del Cauca y los asaltos de los indios y los bandidos hicieron
intransitable la ruta de Guanacas, que
era la otra opción para remontar la cordillera.
En 1776 el español
Francisco Nicolás Buenaventura presentó un informe al virrey Manuel Antonio
Flórez sobre el camino entre Ibagué y Cartago con detalles de las dormidas (tambos),
los pasos más difíciles, las rancherías y el estado general de la trocha, con
recomendaciones para mejorar el tránsito por ese estrecho y peligroso camino.
Buenaventura calculó la
distancia entre las dos poblaciones en 34 leguas basado en los tiempos que
gastaban los viajeros en recorrerla. Según los expertos los bueyes cargados
demoraban 14 días; las mulas y los cargueros nueve días; los peones y
charqueros ( peones que drenan los charcos)
tres o cuatro.
En uno de los apartes del informe se relacionan los
pasos peores, de los cuales haremos un
resumen corrigiendo la ortografía original:
Las subidas y bajadas se hallan la mayor parte
de su tránsito en angosturas que llevan el camino bastante hondo y en parte
profundo. Las de las travesías y llanadas, aunque son menos, forman lodazales
que imposibilitan el tránsito. Den ellas quedan muertas mulas y bueyes, y por encima pasan las que le siguen
sufriendo la fetidez quienes recorren el camino.
Las travesías y llanadas, especialmente las del
Quindío, Sigayá y de Chiquero a los Cerritos (Cartagoviejo a Cerritos) con guaduales que se anegan en tiempo de lluvia
dan origen a profundas cañadas que no alcanzan a cruzar las recuas.
Los ríos San Juan y Quindío por falta de puentes
detienen las arrias ( mulas o bueyes) en
tiempos de crecientes, causando enormes demoras. En las quebradas de Azufral, Yerbabuenal, San
Rafael, Barroblanco, Consota y Sigayá las entradas y salidas son muy difíciles
por los lodazales y atascamientos. La de San Rafael tiene un peñón con piso
liso que da a un voladero profundo, la bestia o ganado que cae o sale. La carga
la sacan con grandísimo trabajo y trastorno.
La falta general de pastos, es lo peor de la
montaña, los ganados pierden peso y las arrias perecen con graves perjuicios
para sus dueños.
En el documento presentado
al virrey, Nicolás Buenaventura sugiere algunos cambios para mejorar las
pésimas condiciones de la trocha. Propone ensanchar las estrechuras en cuatro
varas para permitir el paso de las recuas, drenar los caños y desmontar los
alrededores de los tambos para evitar accidentes con la caída de los árboles.
Buenaventura se anticipó al poblamiento de la región al recomendar al virrey el establecimiento de
vecinos en los sitios de amanecida a los cuales se les ayudaría dándoles
tierras, ayudándoles a montar potreros y cultivos, levantar ranchos para
hospedaje y ramadas para abrigo de las recuas.
Por esa misma época, año 1778,
el empresario español Sebastián Marizancena
abrió una hacienda entre los puntos de Piedra de Moler y El Roble, y en
los alrededores de la Balsa fundó un pueblo con
cuatrocientas personas, allí edificó una iglesia y la dotó de muebles y
ornamentos, Para comunicar la nueva
aldea con Cartago y con Ibagué, Marizancena desvió el camino que iba hasta
el Otún y la trocha del Quindío y torció hasta La Balsa. ( Mapa No.4 )[9].
En 1825 el inquieto Boussingault viaja de Santa Fe por el camino
del Quindío con destino a las minas de Supía. En Ibagué contrató “silleros”
y peones para transportar los víveres, la cama y las hojas de platanillo
que servían de colchón. Fue una travesía plena de obstáculos y dificultades::
A la una de la tarde del 27
de mayo de 1827 Boussingault" estaba en la quebrada de las Cruces y
a las dos en el Alto de las Cruces (altura 2663 metros y 13. 7 grados
centígrados ). Desde este sitio la vista se reposa sobre un horizonte de verdura, donde se lanza
la gigantesca palmera de cera en grupos parecidos a blancas columnas; a lo
lejos estas columnas paralelas hacen el efecto de mástiles de bajeles anclados
en una rada. La bajada del Alto fue tan
penosa como la subida; huecos llenos de barro líquido y una lluvia incesante.
Vimos aparecer entre ese barrizal a un
negro que acababa de ser juzgado en Buga e iba con las manos esposadas,
llevando sobre la cabeza una provisión de plátano.. tenía un aspecto tan
infeliz, que sentí mucha pena no darle
una limosna.." [10]
En 1857 el paso del
Quindío, en medio de la selva tupida, asombró al inglés Isaac Holton que vio con horror cómo se empleaban los
seres humanos como bestias de carga, e impresionado plasmó la estampa de un
sillero en sus dibujos y en su crónica de viaje:
“No es hombre de contextura atlética. Desnudo de
la cintura para arriba, lleva bien arremangados los pantalones, en especial
cuando hay mucho barro. Todo su equipo consiste en una rústica silla de guadua,
con un pedazo de tela blanca de algodón
para proteger al viajero hasta donde se pueda del sol y de la lluvia. La silla
se amarra al cuerpo del sillero por medio de dos correas que le cruzan el pecho
y otra que le pasa por la frente. El pasajero tiene que permanecer
completamente quieto, porque si el sillero se resbala o tropieza, cualquier
movimiento del pasajero lo hará caer
inevitablemente. Por tanto es mucho mejor y más seguro viajar dormido.” [11]
En 1892 el historiador Heliodoro Peña llegó a la
pequeña planicie donde fundaron a Barcinales y
describió el paisaje y el camino que lleva a la serranía, no con asombro
como los viajeros extranjeros sino con deleite al ver las maravillas de la
naturaleza, que desplegaba sus galas en la cresta y las laderas cortadas por la
trocha del Quindío:
“Salento goza de una vista
encantadora: por un lado la cima de la cordillera, desde donde se domina
perfectamente todo el valle del Quindío, cubierto en parte de montes seculares
y en otras de sementeras, arrastrando en su seno el río Barragán con sus numerosos afluentes.”
“Siguiendo el ascenso de la cordillera por el
camino público, se llega al sitio denominado Boquerón del Páramo, en toda la
cima de la sierra, desde donde se domina perfectamente todo el valle del
Quindío y parte del Cauca, disfrutando del espectáculo más imponente. El
viajero del Quindío al llegar a este punto dice, impulsado por un sentimiento
patrio, el último adiós a sus lares, y es costumbre colocar allí una cruz al
lado de las innumerables que existen en forma de cementerio de niños, en señal
que se tornará al hogar.”.[12]
El Boquerón del Páramo, en
la trocha del Quindío, era un sitio donde los viajeros plantaban pequeñas
cruces para rogar a Dios por un venturoso regreso o pedirle que los siguiera amparando en el resto del camino.
Desde allí el espectáculo es magnífico y lo sería, aún más, en los tiempos de
una naturaleza virgen. En 1829 el Libertador Simón Bolívar pasó por el Boquerón del Páramo y al llegar al sitio
de las pequeñas cruces y contemplar el hermoso paisaje que quedaba a sus pies
exclamó asombrado: “Oh sí, ni los campos
de Toscana. ¡ Este valle es el jardín de América!
En 1860 el poeta y
costumbrista José María Vergara y
Vergara llegó a la cúspide del Boquerón
y miró al Valle del Cauca, y al igual que el Libertador, quedó tan ensimismado
con el paisaje que describió esa mañana en medio de una naturaleza que
bostezaba con el día como la más bella
de su vida.
DISPOSICIONES OFICIALES
Para poblar la vía del
Quindío, conectar el oriente y el occidente del país y hacer más expedito el
paso de los viajeros por esas soledades, el gobierno estableció estrategias
para atraer colonos a las cercanías de la vía y motivarlos para que
construyeran tambos y posadas. Mediante el decreto 27 de 1842 el Congreso de la
Nueva Granada asignó recursos y personal de los presidios para abrir un camino
de herradura entre Ibagué y Cartago.
El gobierno adjudicó a los
tamberos doce fanegadas de baldíos, les dio herramientas y semillas y les
asignó seis fanegadas adicionales de
monte por cada hijo, con la sola condición de comprometerse a residir
durante cierto tiempo en el lugar donde
se les hiciere la donación. Al resto de los colonos, el gobierno les entregó
veinte fanegadas y los exceptuó de prestar servicio militar durante doce años.
Esas disposiciones fueron novedosas, según afirma Olga Cadena en el "Compendio
de historia del Quindío", pues se incentivó la colonización individual
y se apoyó el establecimiento de
familias de escasos recursos en zonas de
importancia vital para el Estado.[13]
La Administración del Cauca
se sumó a los planes del gobierno central
de poblar y mejorar la vía del
Quindío. Como en 1842, en el trayecto entre Ibagué y Cartago, no se encontraba
una sola casa decente para atender a los viajeros y resguardar las mercancías en tránsito, el gobierno del Cauca
ordenó construir una posada y un depósito en el sitio de Boquía sobre el camino
Real.
Ese fue el principio del
poblamiento del Quindío, pues a sus vecindades se trasladaron
los habitantes del caserío de Buriticá y fundaron la aldea de Nueva
Salento. No muy lejos de allí, varias familias caucanas y antioqueñas
levantaron el pueblito del Palmar a los
lados del camino y la selva cerrada se
fue convirtiendo en un emporio agrícola. Los paisas repoblaron a La Balsa y
surgió Furatena; la aldea de Nuevo Salento se trasladó a Barcinales y siguiendo
el camino del Quindío surgieron los poblados de Filandia y de Circasia.[14]
REMINISCENCIAS DE JUAN FRANCISCO ORTIZ
"Cuando pasé por la Montaña del Quindío-
hacia el año de 1842, más o menos- estaba como Dios la crió. No había camino
posible, sino una senda conocida solo de los cargueros, buena para los tigres y
para las culebras. Inmensas soledades!… Páramos altísimos que forman la
cordillera central, pues los Andes granadinos se dividen en tres ramales que
atraviesan la república de sur a norte, ríos
sin nombre, torrentes caudalosos, precipicios horrendos, despeñaderos
profundos, lóbregos callejones, una que otra explanada, cerros que subir,
cerros que bajar, tremedales espantosos, hondos abismos, arboledas seculares,
variadas temperaturas, fieras que huían, culebras que se arrastraban, aves que
gorjeaban, y en el centro de la Montaña la ranchería del Moral.[15]
EL CAMINO DE LA COLONIZACIÓN PAISA
El paso de los antioqueños por la Mermita, a orillas
del río Arma, se incrementó al empezar el siglo diecinueve Por el camino
de Hervé los paisas se internaron monte adentro hasta el sitio de
Sabanalarga, en tanto que los armeños abrían trocha por la quebrada Paucura, acosados por el gobierno
de la provincia, cuyas disposiciones favorecían a los sucesores de José María
Aranzazu.
A medida que surgieron las
aldeas paisas, un camino se extendió hacia el sur y complementó una trocha, que
ya existía en 1843 entre Cartago y Salamina, como consta en el informe que
envió el doctor Jorge Juan Hoyos,
gobernador del Cauca, a la Cámara de la Provincia:
"Se ha
descubierto ya por personas que desean establecerse en aquel desierto,
una vereda por la cual se transita de Cartago a Salamina sin pasar por el río
Cauca, se me ha asegurado que el terreno es muy bueno y que no se presenta
obstáculo alguno para abrir el camino, lo cual es muy creíble, puesto que no existiendo más que una estrecha vereda, se
ha podido introducir marranos por ella a Medellín. Los descubridores han pedido
que se les asignen tierras baldías, como a nuevos pobladores, y sus solicitud pende ante el Poder
Ejecutivo, apoyada por la gobernación. El camino y un población (que se funde
al sur del río Chinchiná) serán muy útiles para la provincia, porque nos pondrá en fácil comunicación con la
industriosa y rica provincia de Antioquia" [16]
El camino del sur de
Antioquia se extendió a medida que aparecieron las fundaciones y al llegar a la
frontera con el Cauca impulsó el comercio en el centro occidente del país con
el transporte del cacao del Valle, el tabaco del Tolima, las mulas del Cauca, los
cerdos con destino a los pueblos paisas y el maíz que salía de Antioquia hacia
las regiones sureñas. El comercio de la zona convergió en Manizales, una aldea
montañosa, de topografía erizada, que se convirtió muy pronto en la segunda
ciudad de Antioquia y en la capital de la arriería.
Medellín, la capital de Antioquia, que hasta
entonces sólo había mirado hacia el río Magdalena y anhelaba salir al mar por
Urabá, se vio obligada a mirar hacia el sur, adonde apuntaba el desarrollo y se
consolidaba la fuerza económica del Estado. Esa conexión no fue fácil, como
tampoco lo fue con el océano. Manuel Pombo en sus "Obras Inéditas"
muestra la odisea por los tremedales del sur,
en un viaje que realizó en 1852 entre Medellín y Manizales:
“El día
estaba nublado y anunciaba lluvia…Desfilábamos pausadamente, dando tiempo a
nuestras cabalgaduras para que recapacitasen sobre los pasos que habían de
aventurar, cuando el que rompía la marcha dio con el primer resbaladero, liso y
perpendicular como un espejo en la pared. La mula se detuvo, vaciló y volvió la
cabeza en diferentes direcciones, como buscando otra senda menos abrupta.
- Hum, dijo el jinete, ¿esto lo bajará o lo
saltará? Para lo primero está muy pendiente y para lo segundo muy alto.
- No le sugiera usted nada: deje que ella
resuelva el punto bajo su responsabilidad.
La mula tomó al cabo su partido, reunió las
patas y las manos y, procurando guardar el equilibrio, se dejó deslizar,
estampando en su descenso una huella más bruñida aún sobre el resbaladero. El jinete
agarró las riendas y se aferró de la grupera para no salir despedido por las
orejas… ¡ sus¡... en un segundo estuvieron abajo.”[17].
En el trayecto entre
Salamina y Manizales los viajeros iban en mulas y las cargas en bueyes. Los
jinetes iban alerta, listos a brincar de las bestias cuando resbalaran o
cayeran de bruces en los tremedales. Tras quince días de camino la noche agarró
a los viajeros en una de las cuestas de la tenebrosa ruta:
“ ..quedamos en tinieblas y perdidos en aquel
caos de lodo y despeñaderos, sin más guías que las mulas a cuyo instinto
tuvimos que confiarnos. Con la obscuridad, las dificultades tomaron las
dimensiones de lo fantástico: los árboles parecían sombras, las piedras
túmulos, fosas las grietas del terreno; las laderas, abismos; cavernas, las
estrechuras. El don del desacierto nos acompañaba; tomábamos por veredas el
cauce de las aguas y nos extraviábamos; por suelo firme el barro y en él nos
hundíamos; nos ocurrían, en fin, todas las complicaciones, sin hallarles mejora
ni término.
Mucho tiempo llevábamos de esta angustiosa brega cuando sorprendió
agradablemente nuestros oídos un acento amigo, una voz de auxilio que nos
reanimó: el ladrido de un perro. Siguiendo la dirección de esa voz protectora
dimos con una casa en donde en rústica algazara se solazaban riendo y cantando
al rasgueado son de la vihuela unos tantos labradores…”[18]
(Mapa No.5)
LOS CAMINOS DE SANTA ROSA DE CABAL
Por divergencias con la
Sociedad González y Salazar el molinero Fermín López y otros compañeros
abandonaron la aldea de Salamina y en territorio caucano fundaron el caserío de
Santa Rosa de Cabal. El nuevo establecimiento paisa se convirtió en refugio de
desplazados políticos de Antioquia y en centro de poblamiento con estrechos
vínculos con las nuevas aldeas de Obaldía y a Salento, en el Quindío, con las
cuales se comunicaba por una trocha que
bajaba por el Boquerón y llegaba hasta el Roble.
Los vecinos de
Santa Rosa se desplazaban a Cartago por una ruta que utilizaron los indios en la época de la
Colonia, llamada el "Camino de los Venados", que llegaba al Alto del
Oso, seguía por la quebrada de San José y bordeando el antiguo asentamiento de
Cartago a orillas del Otún, cruzaba por Pindaná de los Cerrillos y terminaba en
las orillas del río La Vieja.[19]
Además de los caminos
citados, los pobladores de Santa Rosa
usaban otra senda que cruzaba el Alto de la Cruz y se entrelazaba con un camino que llevaba al Tolima. Esa vía,
utilizada por los indígenas, se internaba por las laderas cordilleranas, partía
del actual municipio de Buenavista, pasaba por el actual Pijao, atravesaba el
valle de Chilí, y llevaba a Ibagué por
los modernos asentamientos de Santa Elena y Roncesvalles.
FONDAS Y FUNDACIONES
Las fondas nacieron con los
caminos. Marcaban el final de la jornada de los arrieros y caminantes y
constituían las despensas, los supermercados, las bodegas, el sitio de
distracción de los labriegos, el punto de venta de los sacatines de
aguardiente, los burdeles entre sacos de maíz y bultos de fríjol.
Alrededor de un mostrador
de cedro y recostados en taburetes de baqueta los líderes campesinos
repartieron las tierras, señalaron el exilio, la tumba o la alianza de clanes y
de familias.
El dueño de la fonda fue
confidente, celestino, cómplice, banquero, usurero, negociante, asesor,
maestro, filántropo, soplón y consejero.
Sobre el cordón de
tragadales y la sucesión de huellas
dejadas por las mulas, las cotizas y los bueyes, nacieron las fondas y junto a
ellas surgieron gran parte de nuestras aldeas. Algunos poblados murieron al
lado de sus caminos, como sucedió con Oraida y Llanogrande en Riosucio, con La
Bendecida en Mistrató, con Santa Ana en Anserma, con Miraflores en Pácora…
otras florecieron y se convirtieron en
pueblos grandes o chicos, que perduran al lado de carreteables polvorientos o
de modernas vías asfaltadas.
Fondas primitivas Poblado
alrededor de la fonda
La Manuela Aguadas
San Roque
Balboa
Peralonso
Peralonso
La Celia
La Celia
Quiebra de Varillas Risaralda
El Guamo
San José
El Tambo
Apía
De Jesús Buitrago Quimbaya
EL CAMINO DE HERVEO
El Cabildo de Salamina
quiso concluir la vía al Tolima iniciada en 1835 y su presidente, Cosme
Marulanda, contrató a Francisco
Velásquez para que continuara los trabajos pendientes. “Me comprometo a abrir el camino de Herveo que conduce al Estado del
Tolima- escribió Velásquez en el contrato-
y cuya empresa está a cargo del Cabildo, en dos trechos que comenzando
del punto denominado “Brujas” va a terminar en el de “Cruces” y el segundo que
principia en “Pantanos” y termina en el llamado de “La Picona”.[20]
La terminación del Camino
de Herveo era de urgencia suma para Salamina; allí se estaba jugando el futuro
de la aldea, de por sí muy afectado con el progreso de Manizales, que se había
convertido en bodega y centro de arriería con el comercio creciente con el
Cauca. El camino de Herveo era vital en las comunicaciones del Cauca y el
Tolima, dos estados políticamente afines, por donde salía gran parte de
Antioquia al Magdalena y por donde entraba el tabaco que consumían los paisas.
El camino de Herveo fue la
arteria que alimentó la colonización antioqueña del norte caucano. Por la
Cuchilla de La Picona bajaron los pobladores de Aguabonita y Manzanares y por
la Cuchilla de La Estrella se dirigieron
los labriegos a buscar tierra baldía en
Montebonito
Los caminos de Manizales a
La Soledad mermaron el tránsito por la vía de Herveo, a ello se sumó su
deterioro en 1879, pues el general Braulio Henao, que era el contratista
encargado del mantenimiento, no pudo cumplir sus compromisos porque fue a la
cárcel por orden del gobierno de Tomás Rengifo. El nuevo Cabildo quiso anular
el contrato por incumplimiento de los términos; pero era imposible que Braulio Henao lo hiciera desde prisión, a lo
que se sumó la incuria de la administración de Salamina que no reparó la parte
que le correspondía y contribuyó en grado sumo a la ruina de la importante vía
salamineña.[21]
La "Sociedad
católica" de Salamina, lideró la colonización de las tierras aledañas al
camino de Herveo y con el liderazgo del general Cosme Marulanda se fundó a
Plancitos, pero la guerra de 1879 cambió la perspectiva de sus moradores, que
se internaron monte adentro, alejándose de un camino, que los acercaba a sus
enemigos políticos.[22]. Al finalizar el siglo
diecinueve la ruta que se trazó sobre la trocha de Hervé se convirtió en un modesto paso de ganado
hacia los pastizales de las alturas y en una senda secundaria que llevó a
los colonos rezagados a los últimos baldíos del Tolima.
EL CAMINO DE VILLEGAS
Con este nombre se conoció
la vía de herradura que unió a Sonsón con la localidad de Mariquita y se
relaciona, según afirma el hermano Florencio Rafael[23], con la concesión real al
español Felipe Villegas y que comprendía la llanura que va del Guarinó a la
moderna población de Victoria. (Mapa No. 6)
Los españoles convirtieron
este trayecto que hoy recorre una carretera solitaria, en un presidio adonde
enviaron a los patriotas para abrir una ruta entre Antioquia y Mariquita. En su
“Autobiografía” Don José Manuel
Restrepo, egregio varón de la Montaña, cuenta lo siguiente: “El 20 de agosto de 1816 me comunicó el
gobernador Sánchez Lima, la orden de que siguiera a Sonsón a dirigir el nuevo
camino que se estaba abriendo de esta parroquia a la ciudad de Mariquita...Yo
conseguí con más de mil hombres romper el camino el 21 de septiembre de 1816,
en el que se unió con el de La Honda y Mariquita...”[24]
Las vicisitudes de los
prisioneros fueron muchas, víctimas del hambre, los bichos, las fieras y las
enfermedades. “Mi vida era llena de
cuidados, de trabajos y de incomodidades- cuenta don José Manuel- pues dormí muy mal y estaba viviendo en un
rancho miserable.”, pero estaba vivo, mientras sus compañeros caían bajo
las balas de Morillo en Santa Fe de Bogotá.
Don Manuel Antonio
Jaramillo continuó la obra iniciada por Restrepo, pero el camino hacia
Mariquita no se terminó y la labor de esos mil hombres", en tiempos tan
difíciles, se perdió, pues después de la independencia nadie se acordó del
camino de Villegas y la selva recuperó
los tramos que tan arduamente le habían quitado.
Cincuenta años después, el
gobierno del Estado de Antioquia, cedió un gran globo de baldíos a Don Luis E.
Ramos, a cambio de la construcción de un camino que unió a Pocitos, hoy Nariño,
con el Estado del Tolima. La obra se terminó, en esa ruta que se alargó hasta
Honda. Los colonos paisas fundaron la población de Victoria.
DE MANIZALES AL TOLIMA
Desde los primeros años de
la fundación de la aldea, los vecinos de Manizales trataron de comunicarse
con Mariquita y Honda. La primera vía
trazada. buscó los termales del Ruiz, por un lado del nevado, continuó hacia el
derrumbe del río Lagunilla y atravesó la naciente población del Líbano, como
consta en la relación de Manuel Pombo en 1852, año en que salió de
Manizales con destino a Bogotá
con trece bueyes, tres perros, un guía y cuatro arrieros: adelante iba
el buey con seis bueyes sin carga y un arriero; y atrás de la caravana
marchaban cinco bueyes cargados con todo el equipo, toldos para acampar etc...
La trocha era fangosa;
cruzaba un chuscal lleno de espinas con maleza que impedía ver adelante. Los
viajeros cabalgaban sobre bueyes, tendidos sobre sus lomos, para evitar el
golpe de las ramas bajas y atentos al barro que alcanzaba los ijares en los
lodazales profundos que se extendían entre los estrechos barrancos y los toros
salvajes que trataban de embestir. Pero los perros les clavaban los colmillos
en las patas y en las corvas y los
espantaban.
Al anochecer, el grupo armó
las toldas bajo un intenso frío. Al día siguiente cambiaron los bueyes, pero el buey de Pombo
no obedeció a la nariguera y en su frenesí brincaba y daba botes, se elevaba y volvía a caer con el
jinete encima. En el accidentado recorrido hubo sitios tan peligrosos, que Pombo y sus acompañantes
prefirieron desmontar y continuar a pie. Después de un descanso en los
termales, cambiaron el buey por la mula y tras seis días de camino llegaron a
Lérida.[25]
LA LEYENDA DE BERMÚDEZ Y MARIA LA PARDA
En la travesía de la
cordillera central entre Manizales y El Líbano, la partida de Manuel Pombo hizo
alto en el sitio de Sabanalarga, donde en un tambo nuevo encontraron agua
fresca, yerba para los bueyes y un clima soportable. Entre taza y taza de café,
seguramente matizada con un poco de brandy, se habló del viaje, y de lo que
faltaba por recorrer. En medio del palique alguien trajo a cuenta la leyenda de
Bermúdez y María La Parda, cuyos nombres identificaban los canjilones que
habrían de vencer al día siguiente:
“Bermúdez era un hombre rico, dueño de tierras,
hatos, salados y minas por los lados del
páramo. Era renegado de Dios y malintencionado con los prójimos, áspero de genio, de lengua
viperina, matrero, caviloso y de un engreimiento tal que creía que el mundo
había sido creado para servirle y obedecerle. La María Pardo, la esposa, que
tenía que sufrirle todo su despotismo, era una buena mujer, aunque atontada por
el trato de su consorte; y como no tenía hijos, todo el amor de su corazón lo consagraba a los pobres.
Vivieron muchos años sin que el hombre se
amansase ni con los frecuentes avisos que le daba la Providencia, ni con los sinsabores que le acarreaba su
carácter, hasta que un acontecimiento vino a terminarlo todo de una manera
extraña.
Incurrió en una leve falta un esclavo, y el amo
lo condenó a la desproporcionada pena de un novenario de ayuno y látigo. El culpado imploró el perdón,
pero Bermúdez fue implacable.
Al tercer día del castigo el esclavo pudo
fugarse, y previendo que por esa dirección
no se le buscaría, tomó para el Magdalena y en unos balsos se echó río
abajo, resuelto a dejarse devorar por los caimanes si por acaso se veía
alcanzado.
Furioso el dueño cuando supo que su víctima se
le escapaba, ensilló un macho alazán y ante los cielos y la tierra pronunció
este voto:
- ¡Que el diablo me lleve en cuerpo y alma si me
desmonto antes de atrapar ese bellaco!-
Y creyendo encontrarle entre las breñas de la
cordillera montó para perseguirle.
Apenas ocupó la silla cuando el macho se desbocó,
y desbocado anda todavía desde hace más de cien años, sin dejar apear al jinete
y pasando con él como un relámpago por su casa y por toda la extensión de la
cordillera...”
La María Pardo invirtió todo su capital en obras
piadosas esperando que Dios se apiadara de su marido y le permitiera capturar
al prófugo, y su alma no quedara en poder del diablo.[26]
En 1855 las autoridades de
la provincia de Córdova pretendieron correr los límites de su jurisdicción
hasta el río Claro, no solamente para hacerse a unas tierras que explotaría ese
gobierno en compañía con los sucesores de la Concesión Aranzazu, sino para
facilitar y favorecer la salida de Manizales
al Magdalena por una ruta menos fragosa y difícil. La presión del
gobierno del Cauca y la oposición de los vecinos de María impidieron la expansión de los antioqueños,
que pese a todo, consiguieron que el Estado del Cauca autorizara la vía y
brindara protección a los empresarios que adelantaban los trabajos.[27]
Según testimonio del
político y escritor Aquilino Villegas, su padre Ignacio Villegas “gastó toda su fortuna y las más de las
energías de su emprendedora juventud en ese camino. Tuvo que abrir leguas por
una montaña absolutamente virgen y salvaje, luchando contra todos los
obstáculos, llevando pobladores para surtir el camino, desafiando el frío, el
calor, las fieras, las incomodidades de todo orden. Agotados sus recursos,
tomaron acciones en la empresa Gabriel Arango y Pablo Jaramillo.”[28]
Trece años más tarde de
haber empezado a abrir la vía a Mariquita por el páramo, apareció el siguiente
aviso en el Diario Oficial de Antioquia:
NO MÁS GUERRA
“Pablo
Jaramillo, Gabriel Arango, Francisco Jaramillo e Ignacio Villegas, tienen el
gusto de anunciar al público en general y al comercio de Antioquia, Cauca,
Tolima y Cundinamarca en particular, que para el mes de junio próximo estará
acabado el camino de herradura que conduce de Manizales a Santana, y que para
entonces podrá ofrecer vehículos de transporte para personas, equipajes y toda
clase de cargas, ya sea de Honda a Manizales o de Manizales o Honda por la vía
de Santana y Santo Domingo, a precios sumamente cómodos y en el espacio de dos
a tres días. Está por demás manifestar las ventajas que dicha vía tiene sobre las demás que se
conocen, pues todo el mundo sabe que
antes de empezar el camino se examinaron todas, para ver cuál era la mejor.”[29]
Por iniciativa de Manuel
María Grisales, Rufino Murillo, Pedro Uribe y Pantaleón González, en 1890 se
empezó a construir el camino de Moravia. Estos
empresarios- dice Albeiro Valencia Llano en su libro “La Aldea Encaramada”- obtuvieron
el privilegio de los Estados de Antioquia y del Tolima, para abrir este camino
que salía de Manizales, llegaba a Hoyofrío, el río Guacaica, la Rocallosa,
fonda los Sauces, fonda Ventiaderos, La Plancha, San Pablo (donde se puso fonda
y se instaló el peaje), la Línea, La Moravia y el caserío de Brasil, para
empatar con el camino que llevaba al
Fresno por Mesones.(Mapa no. 7)
Este camino ayudó a
descongestionar los otros dos caminos que iban de Manizales al río Magdalena:
el del Ruiz y el de Aguacatal o la Elvira, atestados de recuas, que se
confundían y se atropellaban en todo el recorrido. Era un camino largo y se
complicaba con la tenebrosa falda de Moravia, descrita por el francés Félix
Serret en 1911:
“Una vez que hubimos desayunado, nos pusimos
nuevamente en ruta. El camino subía muy rápidamente, y como era en extremo
fangoso, habían colocado sobre las partes más llenas de baches una especie de
tablados denominadas empalizados, formados por troncos de árboles recortados y
puestos transversalmente de manera que los animales de silla o carga tuvieran
puntos de apoyo suficientemente sólidos…
Era ahora, en efecto, cuando las dificultades y
los peligros iban a comenzar, porque el sendero, convertido apenas en un
estrecho por donde cabía una mula, estaba, además, bordeado, de un lado por la
montaña tallada a pica y en partes desplomada, y del otro por un horroroso
precipicio de setecientos a ochocientos metros de profundidad. ¡ Pero esto no
era todavía nada!; lo que hacía la bajada particularmente peligrosa era la
extremada rapidez de la pendiente, el gran número de codos y recodos bruscos del sendero, pero sobre todo la
naturaleza del terreno que al estar constituido por una roca que el tiempo
había terminado de pulir, no ofrecía
ningún asidero sólido a los cascos de nuestras mulas, de tal modo que había
veces que no podían avanzar más que dejando deslizar las cuatro patas a la vez.
Hubo un momento que creí
que una caída era inevitable. Después de una violenta sacudida, la correa que
sujetaba mi silla se rompió bruscamente, de tal modo que no quedó asegurada más
que por la cincha, ya de por sí floja, que vino a deslizarse bajo el efecto de
mis pies, y me vi de golpe a horcajadas sobre el cuello de la bestia, con la
siniestra muralla a un lado y con el abismo al otro. ¿ qué hacer entonces? ¿
saltar a tierra? . De ninguna manera; yo no habría encontrado donde poner el
pie; y si permanecía en esa crítica postura habría corrido el riesgo de ir a
romperme la cabeza en el abismo que parecía atraerme.
En breve, después de haber reflexionado por el
tiempo de un relámpago, no vi mi vida más que en lo que en el cuartel se llama
la “sexta rienda”: la cola; echándome bien hacia la parte de atrás, la así,
agarrándome con la energía del desespero; mientras soltaba completamente las
bridas, confié mi suerte a la prudencia y la seguridad de los pies de mi mula“.
! No tenga miedo!”, grita mi guía, que venía detrás de mí , tirando del
cabestro la bestia que traía la carga. No respondí nada, temeroso de espantar o
hacer dar un paso falso a mi mula, que no avanzaba más que con infinitas
precauciones, como calculando el peligro que yo corría, o sobre todo el que
corríamos los dos.”[30]
LOS CAMINOS IBAN AL RÍO CAUCA
Al contrario de lo que
sucedió con el río Magdalena, que sirvió de límite entre los Estados, el río Cauca no sirvió de frontera divisoria,
sino más bien como un medio para integrar las provincias de los estados del
Cauca y Antioquia mediante puentes, pontones, tarabitas o
barcazas..
En nuestra región, las
orillas del Cauca se entrelazaron por los pasos de Moná, Bufú, La Cana, Velásquez, El Ciruelo,
Arauca y Bedoya. En Moná existió una tarabita desde tiempos coloniales, en Bufú
hubo un puente colgante, y canoas haladas por cables en La Cana y en el paso de
Bedoya. En los años ochenta del siglo XIX,
los Chávez instalaron un pontón no muy
lejos de Sopinga (La Virginia) y
en 1884 construyeron el puente del Pintado, entre Filadelfia y Riosucio.[31] Al adentrarse el siglo
veinte el departamento de Caldas levantó puentes metálicos en Irra, en La
Virginia y en Arauca, y a mitad de siglo, el Estado levantó otro puente en La Felisa y remplazó
los anteriores por otros de más capacidad.
Los puentes del Cauca
fueron confluencias de caminos. Por el lado oriental de La Cana salía un camino
hacia El Tambor (La Merced), pasaba por la quebrada El Palo y terminaba en
Salamina.(Mapa No. 8). Por el lado occidental
empezaba una vía de herradura que cruzaba las cabeceras de Supía,
Riosucio, el caserío de San Clemente y bajaba hasta Anserma.
Los Orozco de Támesis y los
Chávez de Supía, abrieron un camino entre Anserma y el río Cauca, que pasó por
Varillas, reptó por la serranía de la Soledad y terminó en el pontón de Puerto Chávez. Sobre este camino de arrieros
se fundó a San Joaquín, hoy Risaralda, creció la aldea del Guamo, hoy San José,
y floreció la localidad de Belalcázar.
En el punto de La Cana no hubo ningún caserío, quizás
por lo abrupto del terreno o por los bichos que eran dueños y señores de esa
malsana tierra; tal vez hubo un rancho que sirvió de bodega o refugio. En la Virginia se asentaron descendientes de
los antiguos cimarrones del Valle del Cauca y al rancherío, que fue famoso por
los bandidos y las peleas, desembocaron el camino de las Ansermas, el camino de
Guarato que comunicaba con el Chocó, la trocha de la Giralda que bajaba del
Alto del Rey y un sendero que unía el puerto con Ansermanuevo, vadeando el río
Cañaveral. (Mapa No. 9).
EN EL PASO DE ANACARO
Don Tomás Uribe Toro, padre
del general Rafael Uribe Uribe, tras
algunos descalabros económicos en Antioquia, estableció una ganadería en Tunia,
en la parte media del río Risaralda. Tampoco le fue bien en esta aventura, por
el rastrojo de uña de gato que invadía los potreros y los pumas que
descaradamente le echaban garra a los terneros
en los corrales y a cualquier hora del día.
Don Tomás compró tierras
en Buga y allí trasladó los ganados de
Tunia. Los vaqueros arrearon las reses por la trocha de las Ansermas hasta las
orillas del río Cauca y dispusieron su
paso por el vado de Anacaro. Los dos
muchachos, Julián y Rafael, atendieron la orden de Don Tomás y cabalgaron hasta
el río Cañaveral donde ayudaron a recoger los animales rezagados. Así se lee en
las “Memorias” de Julián Uribe:
“Partida por partida “’ibamos acercando al paso de Anacaro- cuenta
Julián Uribe en sus memorias- y era tal la resistencia de esos animales a
entrar en el agua, que a pesar de darles
palo y levantarlos de atrás en el hombro, hubo días que sólo alcanzáramos a
pasar cincuenta. Muchos de ellos se devolvían de medio río y aún de la orilla
opuesta, no obstante los gritos y los palancazos de los bogas. Sólo la energía
y la tenacidad de Diómedes, el vaquero, pudieron sacarlo airoso de tan tremenda
empresa. Recuerdo que a los bogas les tiraba con cuanto hallaba a la mano,
cuando creía que tenían la culpa del regreso de una res; y aún a Rafael y a mí
nos regañó violentamente porque se nos fue un ternero, y porque, embarcados en
canoa, tratábamos de imitar a los bogas en la peligrosa maniobra de tomar las
reses por los cuernos para que no se devolvieran”
“Terminada al fin la penosa tarea de la que solo
escaparon una pocas reses que se quedaron por los lados del río Catalina,
emprendimos el pesado viaje hacia Morillo, con ese ganado enflaquecido por las
trasplantas y estropeado en el paso del
río Cauca. Más tarde volví a buscar los
rezagados… Tal sería la traza en que salimos Rafael y yo de Anacaro, con
zamarros, ruanas, sombreros y pantalones hechos pedazos, que estando en una
bocacalle de Cartago, un muchacho , que iba para la escuela nos preguntó con
fingida admiración: ¿En donde ha sido la derrota?. Recuerdo muy bien la
contestación grosera que le di yo, pero no quiero consignarla”.[32]
.
EL CAMINO DE VENTANAS
A partir de la
administración de Pedro Justo Berrío, Antioquia buscó afanosamente una salida
al Pacífico. Al terminar el siglo
diecinueve el ingeniero Roberto White
trazó una ruta que cruzaba el punto de
Ventanas en la frontera con el Cauca, seguía por la cabecera del río Oro y se
descolgó hacia Mampay con la intención de seguir a Tadó.
Sobre esa vía el caucano
Rafael Tascón fundó la población del Rosario, que progreso de tal manera, que
en 1920 contaba con colegio de bachillerato, imprenta, fábrica de cobijas y
ruanas y hasta un molino de trigo. Del Rosario salía un camino hacia Riosucio y
otro a Llanogrande y Barroblanco. Fue una senda transitada por los colonos que
repoblaron la aldea de Ansermaviejo y fundaron las poblaciones de la Serranía
de Belalcazar y de las lomas del Tatamá. Cuando se abrió la carretera troncal
de occidente la vía de Ventanas desapareció junto con las poblaciones de El Rosario, Llanogrande y Oraida..(Mapa No.
10)
LA LEGISLACIÓN CAMINERA
A mediados del siglo
diecinueve, el gobierno antioqueño quiso mejorar las difíciles situaciones que
debían afrontar los arrieros y los viajeros en los arduos caminos de herradura
y siguiendo el ejemplo de la nación adjudicó doce fanegadas de tierra al borde
de la vía, a quienes establecieran
fondas en su trayecto y para incentivar su estadía en el lugar, agregaba seis
más por cada hijo que tuviera el
beneficiado, a quien se eximió de
impuestos y de contribuciones directas.
El gobierno exigía que las
fondas estuvieran a una distancia mínima de tres leguas una de otra, tuvieran
agua abundante y pasto para las bestias, bodega para guardar mercancías y
aperos y hospedaje para los caminantes.
Manizales fue el principal
centro de arriería. Por ello sus autoridades legislaron y establecieron reglas
para evitar el caos que formaban las recuas y boyadas, que en determinados días
colmaban las calles del poblado. El acuerdo N. 69 del 12 de agosto de 1891 ordenó la circulación de
las partidas por el centro de las calles, dejando libres las aceras, y obligó a
los dueños de las piezas o depósitos a limpiar las calles en todas su ancho y
en una longitud de 25 metros y a no descargar o cargar más de cinco animales
por vez. El Acuerdo en mención establecía, además, que toda punta de mulas o
bueyes con más de diez animales, debía contar con una persona responsable que
la vigilara y evitara su estampida y prohibía el cruce de animales frente a las
iglesias, a la entrada o salida de misa ni el chalaneo de menores o jinetes
borrachos por las calles de Manizales.
Cuando Rafael Reyes creó el
departamento de Caldas, el interés de sus primeros gobernadores fue integrar
esa colcha de retazos del Cauca, Antioquia, el Tolima y el Chocó, que conformó
la nueva entidad territorial. Para ello la Asamblea expidió normas para controlar e impulsar las
vías de comunicación, que en su tiempo fueron un ejemplo para el resto del
país. La Ordenanza No. 29 de 1912 estableció Juntas Municipales de caminos, de
libre remoción y a cargo de los
concejos, con el objetivo de fomentar y dirigir el desarrollo de las vías. Las
funciones principales del presidente de la Junta fueron conformar la lista de
los contribuyentes, nombrar los cabrestantes o capataces y vigilar el estado de los trabajos de apertura o
mantenimiento de los caminos.
El gobierno departamental
fijó contribuciones a los beneficiados con la mejora o la construcción de los
caminos. Se podía pagar en dinero o con trabajo. Para los peones asalariados,
que se contrataban en las obras, se fijó un horario y se establecieron
condiciones. En Filandia, por ejemplo, se trabajaba de seis de la mañana a
cinco de la tarde y no se permitía el
trabajo personal de menores de edad, ni de débiles ni de flojos para los
oficios duros.
Años más tarde, la
Ordenanza No 18 del ocho de abril de 1916, dio un salto al futuro al legislar
en función de los vehículos motorizados, que apenas se estaban conociendo en el
país. Entonces el departamento de Caldas
dispone un ancho de veinte metros para los nuevos caminos, y sin olvidar
los viejos tiempos, fija un ancho de
seis metros, como mínimo, para los caminos de herradura. La Ordenanza prohíbe
arrojar tierra a las vías y construir cercos
u obras que embaracen el libre tránsito,
no permite mantener ganado en los
caminos y ordena que una persona vaya
delante de la punta cuando se conduzcan
animales bravos y a una distancia
conveniente para advertir del peligro a los transeúntes. La Ordenanza prohíbe perros o animales feroces sueltos en las
inmediaciones del camino y prender fuego
u hogueras sobre los puentes o en su cercanía.[33]
En la parte técnica la
Ordenanza No. 18 fija una pendiente
máxima del 10% para los caminos de herradura que se construyan a partir de la
fecha, de manera que pueda convertirse el piso en camino de ruedas, y en caso extremo,
por las limitaciones topográficas, la inclinación debe ser tal que la
caballería trote sin embarazo, sea en subida o en bajada. También dice la
Ordenanza que deben construirse tambos en caminos que atraviesen territorios
desiertos. La distancia de los tambos no será mayor a diez kilómetros y serán levantados en zonas con agua y
potreros de más de cuatro hectáreas,
para procurar pasto para las mulas y los bueyes.
CUADRO
DE LOS CAMINOS
CAMINOS
DE LA COLONIA
Trocha
de Hervé- comunicaba
el extremo norte de la provincia de Popayán ( Supía y Marmato) con Mariquita.
Camino
del Quindío- enlazaba a Cartago con Ibagué
Camino
real- Unía la región
de Antioquia con Cartago, a través de Ansermaviejo y Ansermanuevo.
Camino
al Arrastradero de San Juan-
iba de Tachiguí a Sn Juan del Tatamá y al río San Juan
CAMINOS
DE LA REPÚBLICA
Camino
de Herveo- comunicaba a Salamina con Honda
Camino
real- unía a Arma con Supía, con Anserma, Tachiguí
y Cartago
Camino
del sur- Conectaba a
Sonsón con Salamina y Manizales
Camino
de los Venados- partía de Santa Rosa y llegaba a Cartagoviejo.
Camino
de Chili- salía de
Santa Rosa, seguía por el Roble hasta la
cumbre de la cordillera para bajar a Santa Elena y caer a Ibagué.
Camino
del Quindío- partía
de Cartago, por La Balsa, cruzaba la cordillera hasta Ibagué, un ramal pasaba
por Condina y desembocaba en Cartagoviejo.
Camino
de Ventanas- salía de
Bolombolo, llegaba a las cabeceras del río Del Oro para continuar hacia
Ansermaviejo o por Cedral, hacia el Chamí.
Camino
del Tatamá- arrancaba del paso de la Cana, seguía por
Supía, Riosucio, Quinchía, Ansermaviejo y terminaba en Cartago
Camino
de Villegas- iba de
Sonsón, cruzaba el río La Miel y
empataba con los llanos de Victoria.
Caminos
de Manizales a Mariquita-
Eran tres: el de Aguacatal, el de
Moravia y el del Ruiz.
A PRINCIPIOS DEL SIGLO VEINTE.
A lomo de buey se
construyeron los cables aéreos que unieron a Manizales con Mariquita y con la población de Aranzazu y
permitieron la exportación de gran parte del café caldense por la vía del río Magdalena. Los cables movilizaron carga y
pasajeros y las mulas siguieron transportando los viajeros que preferían la
seguridad de los cascos, a la aventura en medio de los vuelos y las nubes.
En 1911 Manizales estaba en
todo su apogeo económico y político y eran numerosos los manizaleños que atendían negocios en la capital del país,
ya de exportación de café o de importación de mercancías. Don José Jesús Robledo
había montado un negocio de telas en Bogotá y viendo que su empresa iba viento
en popa decidió trasladar su familia a la altiplanicie.
En una fría tarde
capitalina con una memoria asombrosa para sus 96 años de edad, Doña Isabel Robledo de Isaza, recuerda la
salida de Manizales en una brumosa madrugada, en medio de petacas, peones,
mulas y el llanto de la abuela, que presentía que jamás volvería a ver a los
nietos.
Siete años tenía Isabelita; de la ciudad natal recuerda un globo que se
elevó con un señor Guerrero y vio desde las escalinatas de tierra de su tía Mercedes Jaramillo que quedaban en
una loma en las afueras de Manizales y no olvida la escuela de Matildita donde
hizo la primera comunión y le enseñaron las primeras letras. Así narra la
matrona:
"El día de nuestro viaje a Bogotá me
acuerdo muy bien de mi mamá acompañada de su hermano Mnuel Mejía, que le
decíamos familiarmente Papapacho, el famoso Mister Coffee. El día de la partida
salimos en una caravana con mis cinco hermanos, de los cuales yo era la mayor,
y seguían Inés, Teresa, Manuel, Alfonso y Lucía quien apenas estaba de meses de
nacida.
Mamá y Papachacho iban a caballo, mientras que
nosotros viajábamos en unas sillas de madera a espaldas de corpulentos peones.
Lucía como era la más chiquita iba en una petaquita como de canasto, acostada.
La primera noche dormimos en una posada, de la
que sólo me acuerdo que tenía una mata de mora que en vano traté de alcanzar.
La segunda noche dormimos en otra posada distinta y la tercera ya llegamos a
Mariquita. Allí nos hablaron de los Chorros de Jaramillo que no dejaban pasar
los vapores del Alto Magdalena y nos obligaron a quedarnos tres días. Mi único
entretenimiento era recoger tapas de cerveza debajo del tanque de agua del
ferrocarril.
¿Se imaginan este viaje para mi pobre mamá con
cinco hijos pequeños?-
De Mariquita tomamos el tren a Beltrán, enfrente
a Ambalema, y allí nos debimos embarcar en un buque, que creo se llamaba el
Rafael Núñez, para remontar el Alto
Magdalena hasta llegar a Girardot.
En Girardot nos hospedamos en el Hotel San
Germán, que recuerdo como una casa grande, con una alcoba amplia, donde nos
esperaban cuatro camas con su respectivo mosquitero de colores azul, rosado y
amarillo. No sé por qué me acuerdo del color de los mosquiteros. Al día
siguiente tomamos temprano el tren en Girardot para llegar a Faca, pasando por
Tocaima, Apulo, Portillo, La Mesa, La Esperanza, La Capilla, Cachipay, Zipacón.
En Faca había que cambiar de tren, por la diferencia del ancho de las trochas,
para llegar al fin de nueve días de viaje a la Estación de la Sabana en Bogotá,
donde nos esperaba Papá, quien nos llevó en coche hasta nuestra nueva casa,
cerca de donde quedó después la Clínica de Marly…" [34]
CONFLICTOS Y CAMINOS
Así como los caminos llevaron
el progreso, a veces llevaron, también, la desolación y la ruina.
En 1840 las tropas caucanas de Eusebio
Borrero, agobiadas por la viruela, recorrieron el desolado camino de las
Ansermas en su retroceso desde Itaguí hacia el Valle del Cauca y regó la muerte
por donde pasó, esparciendo el dolor y la ruina en Tachiguí y en las otras comunidades indígenas de la
región.
Durante la revolución
melista las autoridades antioqueñas
restringieron el paso por el camino entre Manizales y la Aldea de María, a
cuyos habitantes les prohibieron la entrada a las oficinas públicas, por
considerarlos espías[35].
Los paisas quisieron correr
los límites de su estado hasta Rioclaro, en parte para apoderarse de tierras
fértiles y, principalmente, para tener dentro de su territorio la vía que
comunicara a Manizales con el Tolima. El
empeño antioqueño fue inútil, pues el gobierno nacional reconoció al final la
validez de los argumentos caucanos y en 1855 el corregidor de María quiso
impedir a toda costa la construcción de la vía que había emprendido Ignacio Villegas por territorio de
la Aldea.
En la violenta década de 1860 los manizaleños
apedrearon a los aldeanos que atravesaban el río Chinchiná con destino a su
ciudad, y en numerosas ocasiones pusieron talanqueras y cercas para evitar la circulación de la gente de
María. Los aldeanos, a su vez, destruyeron los puentes que unían a Manizales
con San Francisco y Santa Rosa
En 1861, en la guerra contra Mosquera, el Estado de
Antioquia cerró todos los caminos e impidió la entrada o salida del Estado sin
un permiso especial[36]; lo mismo hicieron los
Restauradores en 1863 y las autoridades de
Villamaría en 1878 cuando
cerraron el camino de El Tablazo para obligar a las tropas que venían de
Antioquia a torcer su rumbo hacia Chinchiná,
y librarse de la obligación de abastecer las fuerzas radicales en
tránsito hacia el Cauca..
Durante las sangrientas guerras fratricidas, la región
fue paso obligado de los ejércitos en pugna y sus montañas refugio de
guerrillas de todos los matices. En cada alto y en cada recodo de los caminos,
la historia y la leyenda recuerdan épocas aciagas llenas de sangre y estéril
sacrificio.
En la cuesta de la Frisolera los salamineños
frenaron en 1840 a la tropa de Vezga, que viéndose derrotado montó un caballo
sin silla y trató inútilmente de eludir a sus perseguidores. En la trocha entre
Riosucio y Quinchía en 1876 se libró el combate de Batero, donde al llegar la
noche los conservadores pudieron huir por el camino de Las Brujas, librándose de
una inminente matanza.
El Alto de las Coles, entre
Salamina y Pácora fue escenario de enfrentamientos en distintos conflictos, al
igual que el Alto del Reventón entre Supía y Marmato. En 1885, en Quiebralomo, entre Riosucio y Supia,[37] Gorgonio Uribe, primo de
Uribe Uribe paró su mula en medio del camino para infundir valor a su tropa
amedrentada y se puso a fumar mientras las balas silbaban a su lado.
EL DIABLO, EL MISTER Y LAS MULAS
El filósofo Fernando González es, quizás, el
último viajero famoso que recorre el camino de arriería entre el Arma y
Manizales. El envigadeño remonta la cuesta del Arenillo que va de la orilla del
río a ” las putas Encimadas”[38], en la parte más alta
de Aguadas. En ese “Viaje a pie” Gonzalez hace una semblanza del diablo, del
bachiller, el mister, el arriero y el mendigo, que, según ese pensador
antioqueño, compendian al pueblo colombiano.
“El diablo es el gamonal de los pueblos
antioqueños.- dice González- Estos son caseríos edificados en las cimas de las
cordilleras o tendidos en la vertiente. Para llegar a ellos desde otro hay que
bajar a un río, a la cortada que el agua ha hecho a los Andes juveniles y
altos, caminar por la hondonada, atravesar un puente y subir casi gateando
hasta la cima de otro repliegue”.
El pensador de la Yurá[39] divaga por todo el
camino. Al cruzar por Aranzazu, “que es el pueblo más pueblo” enlazado por
nuestros caminos, piensa en las vidas
comarcanas atormentadas por Lucifer, por los anatemas de los curas, y
explotadas por la falsa dulzura del mendigo y la vecindad aterradora del cementerio.
Mientras salta por tremedales y el peyón quiere saltar de la mula, el filósofo
recuerda al gringo que encontró en una posada de Alegrías y en las recuas con
que se topó en el camino y sentencia:
“Mister es todo el que tiene los ojos azules, no
sabe espolear a la mula, ni arreglarle la barbada del freno. Es un rey en la
fonda; los arrieros lo tratan con cuidados femeninos y algo irónicos. ¿Preguntáis
por los árboles, aves e insectos?- Sois entonces el Mister.- ¿Y el arriero?.
Uno piensa que los que ruedan por los embarrados caminos tras los caprichos de
las mulas y la parsimonia de los eunucos vacunos caben en la misma cofradía
itinerante, pero no: El arriero del buey es apacible y el de la mula es
renegado y violento. Se les ha contagiado el carácter de sus animales. Va el
buey lento, pero siempre igual y seguro como un metafísico alemán; es la mula,
híbrida maliciosa que se finge cansada y que aprovecha el primer descuido para
desviarse a pacer o para echarse en el camino. De ahí los gritos y maldiciones
que llenan el sendero colombiano. Afirma el arriero que la mula no camina si no
se le dice puta y otros improperios sonoros que debían ser alabanzas, porque
ellas han acompañado nuestro progreso lento.”[40]
CENTROS CAMINEROS EN 1910
MANIZALES:
Caminos departamentales:
1-
El que parte de la
cabecera, pasa por María y va a San Francisco por el camino llamado de Don
Ramón Arana.
2-
La vía que sale de la
ciudad, sigue por La Linda, Cascarero, Irra y Riosucio y va por Arroyohondo, en
límites con el Jardín en el departamento de Antioquia.
3-
El que empieza en
Manizales en el punto de Palogrande y pasando por los de las Minitas, La
Aurora y Popayán va al río Perrillo,
límite con el corregimiento de Brasil en el Tolima.
PEREIRA:
Caminos departamentales:
1-
El que parte de Pereira y
conduce al puente de Mauricio en el río La Vieja y su ramal de Cerritos a
Puerto Chávez en el Cauca.
2-
El que empieza en La
Tribuna, pasa por Filandia y Montenegro y empalma con el que de Armenia conduce
a La María en el río La Vieja.
3-
La vía que sale del Manzano
y va a Circasia.
ARMENIA:
Caminos departamentales:
1-
La vía que sale de Armenia
hacia Calarcá pasando por el puente de
La María en el río Quindío.
2-
La que partiendo de la
cabecera de Armenia va a La María y luego a Montenegro.
3-
Sale de la ciudad, pasa por
San Pedro y por el corregimiento de Barcelona va al río Barragán, límite con el Valle.
AGUADAS:
Caminos departamentales:
1-
Empieza en el puente de San
Pedro sobre el río Arma, límite con
Antioquia, pasa por las poblaciones de aguadas, Pácora, Salamina Aranzazu,
Neira, Manizales, San Francisco, Cabal, Pereira, Circasia y Armenia.
2-
Va desde Aguadas hasta el
puente sobre el río Arma en la vía hacia Santa Bárbara en Antioquia.
3-
La que partiendo de la
cabecera de Aguadas va al río Arma en la vía a Sonsón.
ANSERMA :
Caminos departamentales:
1-
De la cabecera por Polvocas
hasta La Virginia
2-
La vía que va de Anserma hacia Belén por la margen
izquierda del río Risaralda y a la población de Arrayanal. (Mistrató)
3-
La que va a Quinchía y
Riosucio por el lado del río Opiramá.
4-
LOS CONVITES CAMINEROS
Entre los primeros afanes
de los fundadores de cualquier caserío estaban la construcción de una capilla y
del camino que los comunicaría con el poblado vecino o con la vía principal, que ellos llamaban camino
real, y que conducía generalmente a la capital de la provincia.
En un país pobre,
deshabitado, sin mayores reglones de exportación, la economía era de simple
subsistencia. Las parcelas producían casi lo suficiente para el
autoabastecimiento familiar y los labriegos salían al caserío para conseguir lo
que no se producía en la finca como la panela, la sal, quizás el chocolate y
las burdas telas para sus trajes. La familia campesina asistía a misa y
aprovechaba el domingo para vender la camada de cochinitos, las gallinas gordas
y los pocos excedentes de maíz o fríjol[41].
En los pequeños cascos
urbanos los mayoristas acumulaban fríjol y maíz
y en muladas los enviaban al Estado del Cauca. Esta región vivió en
función del Cauca, pues de allí llegaba el cacao, las reses gordas, las mulas y
hacia allí se enviaban los cerdos cebados y los granos.
Los sacerdotes entendieron
desde el principio del poblamiento de la zona, que a la par de la tranquilidad
de conciencia estaba la estabilidad de la precaria economía, y además de ser
los líderes espirituales de las comunidades, muchos de ellos se convirtieron en
gestores del desarrollo material que empezaba con el templo y los caminos.
Los más transitados se
hicieron por concesión, pero los secundarios se abrieron durante el siglo
diecinueve generalmente con convites o mingas con el cura al frente, o con los
notables, que de cuando en cuando
pensaban en cosas distintas a las continuas guerras y los pronunciamientos políticos.
El padre Daniel María López presidió los
convites que abrieron el camino hacia Manzanares y hacia la Quiebra, este
último de tan acertado trazado, que sólo necesitó la ampliación para
convertirlo en carretera. El padre Felipe Gutiérrez, cura de Arboleda, y el
padre Misael Toro, cura de San Félix, abrieron un camino entre las dos
localidades que perduró mientras circulaban las recuas y se perdió en la maleza cuando Arboleda se unió por
carretera con La Dorada y San Félix se comunicó con Salamina,.
A partir de 1920, las
carreteras remplazaron esos caminos de herradura que fueron durante siglos las
arterias de la patria. El camino de Herveo se llenó de maleza y sobre los
canalones de Alegrías, se trazó la banca de la carretera al norte. La trocha
que pasó por Chinchiná, cedió el espacio para la moderna vía que une a Pereira
con Manizales.
Los caminos principales, o
reales, dieron paso a las vías asfaltadas y sobre gran parte de los secundarios
se trazaron las carreteras, veredales, por donde circulan solamente camperos,
debido a las pendientes, los baches y el
afirmado; por ellas aún retumban los cascos de una que otra recua, que conecta
fincas apartadas y en sus repechos todavía resoplan las mulas y los caballejos
con la remesa de los campesinos más pobres o de esos viejos labriegos que se
resisten a emparejarse con el atropellado transcurrir del progreso.
Las trochas coloniales
llevaron a los colonos a los baldíos y los caminos republicanos sirvieron como eje de poblamiento en el Quindío y en las aldeas que surgieron
en las Concesiones de Aranzazu, Ramos y
Burila.
Las comunidades siguieron
el horizonte de los caminos y otros caminos unieron los poblados que surgieron
en los abiertos de la selva, para formar una telaraña vial que transformó esas soledades, dominadas por los tigres y las
culebras, en emporios de riqueza.
BIBLIOGRAFÍA
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Bogotá. 1985
CADENA Corrales Olga- “Compendio de Historia del Quindío"Editorial
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española" Carlos Valencia
editores. Bogotá. 1978
GACETA DEPARTAMENTAL DE
CALDAS- Número 711 y 712- Manizales.
GÓMEZ Luis Enrique- "El general Manuel Casabianca y su
tiempo" Cámara de Representantes. Bogotá. 1998.
GIRALDO G. Alicia- "El río Negro- Nare" CORNARE. Medellín. 1996.
GRISALES O. Jaime- "Compendio de Historia del Quindío".
2003.
GONZALEZ Fernando- “Viaje a pie”. Editorial Bedout. Medellín. 1929
GUTIERREZ Díaz
Emilio- Trascripción del informe
original de Nicolás Buenaventura. Pereira
HENAO B. Luis Ernesto. "Tierra Matria"- Editorial
Zapata- Manizales. 2005-
HERMANO FLORENCIA RAFAEL-
“Pensilvania. Avanzada colonizadora”- Librería Stella-Bogotá. 1961-
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Andes" Banco de la República-
Bogotá. 1981.
PEÑA Heliodoro- "Geografía e historia del Quindío"- Instituto de Cultura de Pereira-2003-
POMBO Manuel- “De Medellín a Bogotá”- Biblioteca V
centenario Colcultura- Bogotá. 1992
MELO Jorge Orlando- “Historia de Antioquia”- Suramericana de Seguros- Medellín. 1988
URIBE U. Julián- "Memorias"- Banco de la
República- Bogotá. 1994
VALENCIA Llano Albeiro- “La Aldea Encaramada”- Bancafé-
Manizales. 1999
[1]
Cardona, (2004), p. 30.
[2] Boussingault, (1985), p.85
[3] Giraldo, (1996), p. 88
[4] Ibidem, p. 100
[5] Boussingault, (1985), p. 173
[6] Lopera, (2003), p. 110.
[7] Velez, (2004), p. 23
[8] Friede, (1978), p.189
[9] Lopera, (2003, p.1007.
[10] Boussingault,(1985), pag 79
[11] Holton, (1854), pag 384.
[12] Peña, (2003), pag 48
[13] Cadena, (2003), p. 134
[14] Grisales, (2003), p. 99
[15] Valencia, (1955), p. 33
[16] Gaceta oficial del cauca- Septiembre de 1843-
[17] Pombo, (1992), p. 93.
[18]Ibidem , p. 101
[19] Vélez, (2005), p. 23
[20]Archivo
de Salamina, sin clasificar
[21] Archivo de Salamina, sin clasificar
[22] Cardona, (2006), p. 219
[23] Hermano Florencio, (1961), p.81
[24] Ibidem , (1961), p. 81
[25] Pombo, (1992), p. 121
[26] Ibidem, p. 125
[27] Archivo del Concejo de Manizales, (1855), sin clasificar
[28] Valencia Llano, (1999), p. 87
[29]"Diario oficial de Antioquia- Abril 18 de 1868-
[30] Valencia Llano, (1999), p.89
[31] Henao, (2005), p. 91
[32] Uribe, (1994), p.40
[33] Gaceta departamental de Caldas, mayo de 1916.
[34] Entrevista con Doña Isabel Robledo de Isaza en Bogotá en el año 2004.
[35] Archivo del Concejo de Manizales, año 1854, sin clasificar.
[36] Archivo del Concejo de Manizales, (1861), sin clasificar.
[37] Cardona, (2006), p. 291.
[38] En
Aguadas se utiliza esa frase para indicar la lejanía de la vereda Encimadas a
la cabecera municipal
[39] La Yurá es una quebrada de Envigado, Antioquia. Se decía que era la causa de la mítica fertilidad de las mujeres envigadeñas.
[40] GONZALEZ, 1929, pag 147
[41] Hermano Forneció , (1961), p.413.
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