AMELIA
RIO Y MEMORIA
Alfredo Cardona Tobón
La madeja de nuestras vidas parece desenvolverse a partir de los abuelos; son ellos quienes nos descubren los caminos cubiertos por la hojarasca de los años, nos traen la nostalgia de los sucesos sin nombre y aclaran los enigmas que forjaron nuestros sueños. De ahí el protagonismo de los abuelos en el nuevo libro del escritor Jaiber Ladino Guapacha donde redescubre su casta y hace sentir el espíritu de su tierra.
En “ Amelia-Rio y Memoria” confluyen dos mundos; el uno es el ancestral, el de los umbras y los mestizos, y el otro es el mundo de los zenúes y de los negros. En el primero se vislumbra, entre montañas, la tragedia que empujó a Ladinos y Guapachas, a Tapascos y Aricapas lejos de su tierra empujados por la violencia o por la llamada del oro y de la tierra, mientras en el segundo mundo estalla el trópico lluvioso y es el rio el escenario de las crónicas.
Jaiber recorrió las trochas de Encenillal, de Caustría, Anchisme y Batero tras los sueños del abuelo Carlos Ladino y entre canalones añoró el aroma de los tamales y las arepas de corazón negro de la abuela Amelia. En los reglones van sumándose las circunstancias que influyeron para que el abuelo partiera hacia lejanas tierras : la pérdida de su bus escalera al despeñarse por los lados de La Pintada, a lo que se sumó las exigencias de las bandas del “Capitán Venganza” y el presentimiento de Carlos del fin de sus caminos y la terminación de su tiempo. Cantos de sirena encantaron al abuelo y él con la abuela Amelia y los hijos siguieron la carretera que los llevó a Tarazá y los encaminó por sendas perdidas llenas de culebras y fieras a la región bañada por el río Uré. No eran los primeros umbras que se adentraban en esa lejana región cordobesa, la tropilla presidida por Carlos Ladino era parte del silencioso desplazamiento de labriegos de Riosucio y Quinchia a baldios con linderos limitados solamente por la garra y el esfuerzo de los colonos que le ganaron al monte lo que alguna vez perteneció a los nativos zenúes, , luego a los africanos libertos y ahora se rendían al hacha y machete de los umbras.
En el libro de Jaiber, doña Amelia sintetiza la fortaleza y el empeño y en sus cuartillas la familia se enaltece como conquistadora de una tierra sin amos. En sus páginas Carlos es el dueño de los sueños que se van esfumando a medida que el trópico lo enflaquece y mina su fuerza mientras la fiebre sube y la tos persistente lo va acogotando. Un año después de la llegada a las riberas del Uré, Carlos Abraham Ladino Trejos deja sus cenizas a orillas del río. El recorrido fue corto, con apenas 45 años de edad el joven abuelo se reencontró con los suyos en la eternidad.
El abuelo andariego no se quedó quieto ni siquiera en la tumba, pues una creciente del Uré barrió el cementerio y sus restos se perdieron en el lodo y los remolinos. Ya sin capitán la partida de los Ladino Guapacha repasó el camino y regresó a las faldas del Batero donde los nietos ensartaron los recuerdos viejos con los nuevos recuerdos entre tanto otros umbras seguían tras la senda del abuelo Carlos y se entreveraban con las mulatadas de San José de Uré y de San Benito Abad.
Pasaron unas décadas las imágenes de la niñez halaron la imaginación de Ima con los bocachicos, el barro rojo de las orillas, el ruido de la guacamayas, el correteo de las babillas y el canto de los negros... Un día Ima convenció a Jaiber y como peregrinos de recuerdos pasaron por Medellín y Caucasia subieron a San León y por fin llegaron a su destino esperando revivir los pasos del abuelo, encontrando tan solo un lote lleno de escombros en el sitio donde estaba la casa y un cerco de maderos musgosos lindando con las riberas del río..
Es triste el despertar del viajante que encuentra sombras donde esperaba hallar el arco iris, en la mente de Jaiber los colores de Uré se esfumaron como un espejismo borrando el mundo que quisieron conquistar sus abuelos, ello se siente en “Amelia. Rio y Memoria”, donde además uno cae en cuenta que Jaiber con sus maestrías y doctorado, con Mishima y Kavadis guarda la esencia umbra con escenarios amplios y diversos que incluyen lo que otros tergiversan y donde logra el ensamble del sentimiento con las técnicas que consiguió en la Academia. Él es auténtico y nuestro, no tiene ruana ni cotizas, tampoco lleva corbata. No necesita sahumerios, le basta el brillo de su voz y el don de la escritura.
“Amelia. Rio y Memoria” compendia relatos escritos con fluidez y donaire, con la cartografía de paisajes con olor a chontaduro y bocachico; es la historia, según escribe Ana Lucía Cardona, de una familia que busca escapar de la violencia y de la pobreza; es el registro de una abuela guerrera, donde se muestra el temple de una estirpe que ha sobrevivido a todos los cataclismos y continúa buscando horizontes perdidos.
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