EL PADRE FRANCISCO DE LA VILLOTA Y LA GUERRA DE LOS CONVENTILLOS


Alfredo Cardona Tobón*



Entre 1839 y 1841 un conflicto como arrancado de la edad media azotó a la Nueva Granada. El gobierno del presidente Ignacio Márquez con la bendición del Obispo de Popayán suprimió  los conventos con menos de ocho monjes en la provincia de Pasto para dedicar sus recursos a la evangelización del Putumayo.
Los fieles  reaccionaron contra la medida  y el padre Francisco de La Villota en una reunión de notables, con voz entrecortada por la emoción, azuzó a la concurrencia para que marcharan contra los impíos que atentaban contra la iglesia. El cura montó a caballo y con el estandarte de San Francisco, al igual que el padre Hidalgo con la Virgen Guadalupana, se lanzó a la revolución seguido por una iracunda muchedumbre.
Los monjes de los conventos suprimidos ofrecieron los goces de la vida eterna  a cambio  de la entrega a la causa de Cristo. La rebelión pastusa se extendió por toda la nación, pues los llamados “Supremos” o sea los caudillos regionales aprovecharon la coyuntura para consolidar  sus dominios, librarse de un gobierno central e instituir un sistema federal con estados soberanos.
Los pastusos aclamaron al rey español Fernando VII desaparecido siete años atrás y con palos y machetes se hicieron masacrar por las tropas  gobiernistas comandadas por  los generales Herrán  y Mosquera y por el presidente Flórez que buscaba como premio la anexión de un vasto sector pastuso.
El padre Villota es un personaje  sumamente controvertido  y hasta lo han querido  llevar a los altares adjudicándole virtudes que no tuvo. Francisco de la Villota fue heredero de terratenientes y él mismo era propietario de extensas haciendas en Catambuco; el sacerdote  asignaba pedazos de tierra inculta a las familias indígenas  y cuando estaban cultivados y próxima la cosecha arrojaba de los predios a los nativos, que sin medios se asilaban donde por caridad les dieran un plato de comida.
En la época de la Independencia, Villota militó en las filas realistas, fue perseguido por las tropas quiteñas  y para escapar de las retaliaciones de los patriotas buscó refugio en unas cuevas cercanas al caserío de Jenoy. Dicen sus biógrafos que Francisco de la Villota no se bañaba y estaba invadido de bichos dizque para alejar al demonio;  se cuenta  que vivía de la caridad pública, entre los milagros que le atribuye la leyenda se dice que haciendo  palanca con el báculo, el sacerdote movió una enorme piedra que impedía ampliar el templo.
El cura Villota se unió  a Fray Juan Caicedo y a Mariano Álvarez, exjefe militar de Pasto, y azuzó a la  multitud fanatizada  para que hiciera frente a las tropas del gobierno central. La rebelión contó con el apoyo del general José María Obando, por entonces acusado del asesinato del general Sucre. El obispo de Popayán excomulgó a Villota que se vio obligado a salir del país y asilarse en Tulcán y ponerse bajo la protección de los frailes franciscanos.
A Villota no le importaba la suerte miserable de los indígenas, no le dolía su pobreza ni su tragedia. No se desprendió  de las tierras heredadas ni buscó el mejoramiento de la gente. Era un ser soberbio, anacrónico, ortodoxo, convencido de que había que sufrir en este mundo para alcanzar la felicidad después de muerto. Era asceta y tenía fama de agorero como se vio al anunciar el terremoto de 1834 que produjo innumerables víctimas. El día anterior al movimiento telúrico mandó apuntalar las paredes de la iglesia de Pasto y la imagen del Jesús del Rio;  días antes había recorrido las   de Pasto tratando de parar las fiestas del Carnaval. Al  presentarse la tragedia dijo que era un castigo de Dios por los Carnavales con sus bailes, embriaguez y corridas de toros
 Aunque se oponía a las fiestas profanas, el padre Villota no era ajeno a las fiestas religiosas; dice la tradición que  en la época del Padre Villota, una lavandera de  la aldea de  Mocondino, de nombre Dolores, se encontraba jabonando  una ropa cuando vio bajar un muñeco arrastrado por las aguas. Lo recogió sin  prestarle importancia y al mostrárselo a la mamá del padre Villota vio que se movía y entonces el sacerdote dijo que era una señal divina para que construyesen una capilla y se estableciera  una fiesta en honor al Divino Niño. Así fue y hasta el día de hoy, en Macondino se celebra la fiesta del Niño Dios antes de la fiesta de los Reyes Magos.
Este cura escapado de la época medieval  terminó sus días el 20 de julio de 1864 en los físicos huesos  pues parecía un esqueleto andante.  Después de muerto los padres del Oratorio de San Felipe Neri, establecido por Villota,  se dedicaron a buscar pruebas que mostraran la santidad de Villota.
La gente de Pasto y los alrededores lloraron a Villota como si fuera un santo,  rompieron su traje mugriento y le arrancaron media oreja para venerarlos como reliquias. El Jefe Municipal debió poner guardia y proteger al cadáver para evitar que lo despedazaran. Villota dejó este mundo  a la edad de  74 años, al practicar la necropsia  se estableció que la causa de su deceso fue una nefritis renal acompañada de avanzado estado de desnutrición.
La guerra de los Conventillos contribuyó a la formación  de la identidad regional y en Pasto encendió  la venganza por la persistente lucha de los indígenas contra las élites que monopolizaban las tierras. En este conflicto sangriento llamado también de ”Los Supremos”, el gobierno del presidente Márquez venció, uno por uno, a los cabecillas rebeldes.  En el sur cayó Obando quien  derrotado se exiló en el Perú; en Antioquia fue vencido Salvador Córdova, en Mariquita y en Salamina lo fue Vezga y en la Costa Atlántica las fuerzas centralistas doblegaron al general Carmona. Villota pasó a la historia por su intransigencia y su guerra ratificó la imagen guerrerista y valiente de los viejos pastusos.
*    http://www.historiayregion.blogspot.com

Comentarios

  1. Todo lo que aquí se afirma es completamente falso el Padre de la Villota di dejó un legado que los pastusos de hoy en día admiramos fundó la ccomunidad de padres del oratorio con sus respectivos colegios,la casa de ejercicios,la Iglesia de San Felipe El todo lo donó Mijitayo y la Loma en Buesaco,fue un ser desprendido de los bienes materiales.

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  2. ¿Y tus fuentes de información?

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  3. Este artículo me imagino que lo escribió un bueno para nada, chismoso, poco ético, que no sabe que es mortificación, amor a la causa de Dios, y solo como serpiente venenosa quiere dañar la imagen a una persona llena de virtudes y caridad cristiana, que sin duda alguna lo amaron por su servicio a los más necesitados. Pero, claro, los que son incapacitados en hacer algo bueno en la vida, la envidia de gente que alumbra por si sola, le causa escozor, les resulta más fácil, rascarse el ombligo, y dedicarse en su lastimosa vida que deben llevar, a tratar de calumniar a un hombre de grandes virtudes como lo fue este Santo varón de Dios.

    Atte. Diana.

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    1. Esta respuesta la debió escribir una beata fanática buena para nada...a la que seguramente le hace falta que un varón de Dios le dé su buena donación

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  4. Tristemente se ve la ignoracia y resentimiento de quien escribe este articulo.El padre grande, como asi era llamado, hizo todo por su pueblo y lucho con el para liberarnos de la opresion. Todo lo que tenia lo dejó a los pobres y a la comunidad.
    Gracias a él no se cerraron algunos convento y la fe permanció en su pueblo.
    Solo aquellos que les gusta vivir arrodillados al sistema de turno se atreven a decir tonterias.
    Que Dios se apiade de su alma ignorante.

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  5. Este artículo es el producto del resentimiento. El Padre Fco. De la Villota fue un hombre de su tiempo. Para la época se podía tener tierras más no efectivo. Fue un hombre que lo dejó todo por una vida ascetica y consagrada a Dios. Los que si despojaron de tierras y maltrataron al indígena y desarraigados fueron los generales de la República que buscaron en la guerra el sentido del robo, el pillaje y el asesinato.

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  6. Al terminar la guerra de los conventos, el padre villita sufre juicio canónico queda excomulgado y va refugiarse en ecuador. (Obando, Antonio Lemus. Guzmán, p465)

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