EL ASESINATO DE EMILIO CORREA URIBE Y LA LIBERTAD DE PRENSA

LA CLAUSURA DEL PERIÓDICO EL TIEMPO.


-Tomado del periódico El Tiempo-  julio 30 de 2005-
 
 




EL 13 de junio  de 1953, el comandante de las Fuerzas Armadas, teniente general Gustavo Rojas Pinilla, depuso al presidente Laureano Gómez y asumió el gobierno de la nación. En esta acción no había tomado parte alguna el Partido Liberal, no obstante ser la víctima de la violencia política desatada por el régimen neoconservador que subió al poder el 7 de agosto de 1946. Esa violencia obligó a los campesinos liberales a armarse para defender sus vidas, y a organizarse en guerrillas que, para mediados de 1953, tenían en jaque al gobierno de Laureano Gómez, quien, debido a una enfermedad grave, no ejercía la presidencia desde 1951, y estaba encargado del Poder Ejecutivo el primer designado, Roberto Urdaneta Arbeláez.

El régimen neoconservador se había convertido en una dictadura civil y cometido los peores atropellos contra la libertad de expresión y contra el derecho de un partido a actuar con libertad e independencia. El parlamento había sido clausurado en 1949 por el presidente Ospina Pérez para evitar la censura política que lo habría obligado a renunciar, y si bien se efectuaron elecciones parlamentarias en 1950 y se reanudaron las sesiones del Congreso el 20 de julio de ese año, el liberalismo, desposeído de garantías, se abstuvo de participar, como no lo hizo tampoco en los comicios presidenciales de 1950, en que fue elegido Laureano Gómez.

Aun si lo hubiese querido, el presidente Gómez no podía detener la violencia oficial desencadenada contra el liberalismo. En últimas, su enfermedad lo redujo a la impotencia total. La derecha fascista que lo secundaba continuó desenfrenada la tarea violenta de hacer tabula rasa con el liberalismo. La respuesta de los liberales no podía tardar y el partido, o un sector de él, incurrió en el error de responder a la violencia con la violencia, táctica a la cual se opuso con energía el ex presidente, y director propietario de EL TIEMPO, Eduardo Santos, partidario de la resistencia pacífica aconsejada y practicada por Gandhi. Las guerrillas liberales comenzaron a contraatacar y en un combate el 2 de septiembre de 1952, en el municipio de La Rivera (Tolima) murieron cinco policías. Del entierro de los cinco agentes en Bogotá, el 5 de septiembre, salió una manifestación que, debidamente escoltada por carros de la Policía, atacó e incendió los edificios de EL TIEMPO y El Espectador, y las casas de los jefes liberales Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo.

A partir de ese día quedó declarada en Colombia la guerra civil, a la que puso fin, de manera oportuna, el golpe cívico militar del general Rojas Pinilla, respaldado por los jefes del conservatismo antilaureanista, Mariano Ospina Pérez y Gilberto Alzate Avendaño. Como se dijo, el liberalismo no tuvo arte ni parte en lo ocurrido el 13 de junio, pero sí apoyó con entusiasmo la caída de Laureano y saludó al general Rojas como a un libertador. El 13 de junio, a las cinco de la tarde, las calles del centro de Bogotá estaban llenas de liberales que vitoreaban enardecidos y felices al nuevo presidente.

Ese día, EL TIEMPO completó sus 15 mil ediciones, de modo que la celebración para el diario fue doble. Siguiendo la corriente incontenible del partido, EL TIEMPO respaldó como de transición al gobierno de Rojas Pinilla, en la esperanza que le devolvería a Colombia la normalidad democrática, sostenida en los postulados fundamentales de "Paz, Justicia y Libertad". Rojas, no sin pedir a los periódicos la prudencia necesaria para restablecer las delicadas heridas infligidas al país por la violencia, levantó la censura de prensa. Todo pareció encauzarse hacia la plenitud de la vida democrática.

Unos días antes de cumplirse el primer aniversario del gobierno de las Fuerzas Armadas, ocurrieron los desgraciados sucesos del 8 y 9 de junio de 1954, en que una veintena de estudiantes fueron asesinados a quemarropa por la tropa en la calle trece con carrera séptima, cuando se dirigían a Palacio a pedir justicia al Presidente por la muerte, el día anterior, de uno de sus compañeros a manos de soldados en los predios de la Ciudad Universitaria.

Nadie culpó al mandatario por lo sucedido, pero de ese momento en adelante las buenas relaciones que habían reinado entre el Gobierno y el Partido Liberal empezaron a deteriorarse, renació la violencia contra el liberalismo y a las redacciones de EL TIEMPO y de El Espectador llegaban a diario denuncias de la persecución de que eran objeto los liberales por parte de elementos conservadores, sobre todo en el Valle, donde los perseguidores actuaban con impunidad absoluta, dirigidos por un sujeto, León María Lozano, a quien llamaban El Cóndor , el mismo personaje que sirve de protagonista a la novela de Gustavo lvarez Gardeazábal.

Además, el Gobierno estaba molesto por las críticas constantes -muchas de ellas injustas, hay que admitirlo- que se le hacían a sus medidas económicas, no solo desde las columnas de los diarios liberales, sino de órganos conservadores eminentes como El Colombiano de Medellín. También se había convertido en un factor de fricción la reunión de la Asamblea Nacional Constituyente -Anac- que el Gobierno del general Rojas deseaba aplazar y que era exigida por los liberales y por un sector del conservatismo, "como un mal menor necesario para recuperar la actividad legislativa que no puede quedar al arbitrio del Gobierno".

En esas circunstancias, a principios de julio de 1955 fueron asesinados, cuando viajaban de Pereira a Cali, el director de El Diario, de Pereira, don Emilio Correa Uribe, y su hijo Carlos. El asesinato había sido ordenado por el Cóndor León María Lozano, y el gobierno lo sabía, pero no movió un dedo para detener a El Cóndor, que siguió volando tan campante y planeando la masacre del grupo de liberales que enviaron una carta a EL TIEMPO para denunciar las actividades criminales de Lozano y la impunidad con que actuaba. En efecto, el 16 de julio el doctor Arístides Arrieta Gómez, uno de los firmantes de la carta, fue abatido a balazos en Tuluá, por disposición de El Cóndor.

No hubo investigación, ni se le causó a Lozano la menor molestia. En cambio, se estableció una severa censura a los periódicos liberales EL TIEMPO y El Espectador de Bogotá, y Relator de Cali, que en adelante no podrían publicar una línea sobre la violencia en el Valle, encomendada a los expertos dedos de El Cóndor.

A raíz del asesinato de los señores Correa, hizo El TIEMPO un duro y angustiado reclamo editorial: " Hasta cuándo va a durar la dolorosa y amarga situación del Valle del Cauca? Hasta cuándo esa región, ya suficientemente martirizada y castigada por el sectarismo salvaje, va a seguir bajo el siniestro signo de los "pájaros"? Porque esta nueva tragedia abominable, como todas, es señal inequívoca de que los depravados empresarios del crimen mantienen su máquina de muerte, como si no hubiese pasado nada el 13 de junio de 1953".

La resolución de censura a los diarios liberales -decreto 3.000- decía que no podrían publicar sin autorización del censor noticias relacionadas con asuntos de orden público, pero no prohibía la libertad en los comentarios editoriales. Así es que, tanto el editorial de EL TIEMPO del 21 de julio, como La Danza de las Horas, de Calibán del 22, fueron despiadados en su crítica al discurso pronunciado por el presidente Rojas con motivo de la fiesta patria del 20 de julio, discurso que EL TIEMPO resumió, en el título de la nota editorial, como Un instante infortunado . La respuesta del Gobierno fue extender la censura a los comentarios editoriales. Calibán burló la mordaza con el recurso de la ironía sutil y comentó el 28 de julio: " Recuerdan ustedes la peluquería que funcionó aquí hace algún tiempo y cuyos artistas se hicieron célebres por la manera como mutilaban a sus clientes en forma tal que nadie los conocía después de sometidos a las tijeras inmisericordes? El establecimiento hubo de ser clausurado por causas independientes a la voluntad de los operarios. Lo que causó grande satisfacción a cuantos querían conservar intactos sus adornos capilares. Como todo retorna, y siempre suele retornar la misma jeringa con distinto bitoque, la peluquería ha vuelto a funcionar. Mejorada y perfeccionada. Ya no emplea la tijera sino la barbera. Ya no hay mutilación sino rapada completa".
 

Por esos días, el presidente Rojas preparaba un viaje a Ecuador para reunirse con el presidente Velasco Ibarra y consolidar los lazos de amistad y fraternidad que unían a las dos repúblicas vecinas. En vísperas de su viaje se anunció que los directores! y gerentes de los diarios de Colombia harían una reunión en Bogotá el 13 de agosto, resueltos a formar un frente común a favor de la plena libertad de expresión. Al mismo tiempo, el presidente de la Unión Nacional de Periodistas del Ecuador, Jorge Mantilla, puso un telegrama al presidente de Colombia en el cual le pedía que se levantara "la censura de prensa impuesta a los diarios colombianos", y la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, se manifestó en igual sentido y le dijo al presidente Rojas que "la ausencia de libertad de prensa significa un lamentable retroceso a los días oscuros de vuestros predecesores y crea una impresión, que esperamos sea errónea, de renacimiento de los actos de pesadumbre que motivaron el 13 de junio de 1953, cuando vuesencia fue aclamado salvador de la República. En nombre de la prensa de América, suplicamos a vuesencia abolir la nueva cortina de hierro y devolver a esos mencionados órganos periodísticos el derecho de publicar sin censura previa".

Rojas viajó a Quito el 30 de julio. Fue recibido con aclamaciones jubilosas por el pueblo ecuatoriano y con un abrazo estrecho del presidente Velasco Ibarra. Sin embargo, las ruedas de prensa lo asediaron con la pregunta de cuándo se iba a restablecer la libertad de prensa en Colombia? . Rojas respondió que la censura estaba limitada a unos pocos diarios -EL TIEMPO, El Espectador y Diario Gráfico, de Bogotá, y La Tribuna, de Ibagué- "que ponen en peligro la paz del país". A la pregunta de por qué el Gobierno no había detenido a los asesinos del director de El Diario de Pereira y de su hijo, el general presidente contestó que "no podía detenerlos porque el Gobierno colombiano no tenía conocimiento de quiénes eran los autores de ese crimen". Esta declaración del presidente colombiano movió al director de EL TIEMPO, don Roberto García-Peña, a remitir al diario El Comercio, de Quito, un telegrama en el que rectifica lo aseverado por Rojas y asegura que el Gobierno tiene cabal conocimiento de los autores intelectuales y materiales del asesinato de don Emilio Correa Uribe y de su hijo Carlos.

El telegrama del Director de EL TIEMPO fue publicado por El Comercio de Quito en su primera página de la edición del primero de agosto de 1955. El texto se consideró por el gobierno del general Rojas un crimen de lesa patria. El presidente decidió darle a EL TIEMPO "la oportunidad de salvarse" mediante la publicación, durante treinta días seguidos, de una nota de rectificación, firmada por el señor García Peña, a lo dicho por él en el telegrama, y presentada como iniciativa de EL TIEMPO y de su director.

Don Roberto García-Peña se negó a acatar lo mandado por el Gobierno, y "en la noche del 3 de agosto, fuerzas de policía ocuparon el edificio donde funcionan las prensas de EL TIEMPO e impidieron la libre edición de este diario", dice su director propietario, Eduardo Santos, al comenzar el célebre ensayo, publicado el 28 de agosto siguiente, De cómo vivió y de cómo sabe morir un periódico libre.

A Rojas le hicieron creer sus asesores que la clausura de EL TIEMPO sería bien recibida por los colombianos y contribuiría a acentuar el carácter antioligárquico de su gobierno. Si la primera parte de la premisa hubiese sido cierta, tendría que haberse preguntado el mandatario por qué EL TIEMPO había vivido cuarenta y cuatro años si el pueblo no lo quería, cuando la condición indispensable de vida para un periódico es el favor de sus lectores, y a EL TIEMPO se lo habían mantenido los suyos, de manera creciente -en ese momento tiraba ciento ochenta mil ejemplares diarios- día por día durante cuarenta y cuatro años.

La clausura de EL TIEMPO duró hasta la caída del presidente general Gustavo Rojas Pinilla, un año y diez meses después del 4 de agosto de 1955. Aunque Rojas, tras una semana de paro general, abandonó el cargo el 10 de mayo de 1957, Eduardo Santos no quiso que EL TIEMPO reapareciera enseguida, sino un mes más tarde, el 8 de junio de 1957, como homenaje a la memoria de los estudiantes muertos en 1954.


 

 



 

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