Alfredo
Cardona Tobón
Don
Libardo Flórez Montoya guardaba entre sus recuerdos la historia de las tiendas
de abarrotes de Aguadas, no muy diferentes a las de Marsella, Samaná o Supía...
Según don Libardo esos establecimientos no solamente eran empresas tradicionales sino
“el paño de lágrimas” del pueblo llano
cuando no había dinero para comprar el diario yantar.
La
infraestructura de las tiendas era simplísima: un mostrador, anaqueles de
tablas, la escalera para subir y bajar los artículos, un “almud, “una pucha” y
una “cuartilla” para medir los granos, la balanza para el pesaje y el taburete
de vaqueta donde el tendero se recostaba
contra el marco de la entrada mientras esperaba la clientela.
A
la tienda iba el muchachito o la encargada de la cocina con una libreta donde
se anotaban las cuentas: “Manda a decir
mi mamá- o la señora- que le fie un
atado de panela y se lo apunte que el lunes pasa a pagarle” y don Bonifacio empacaba el artículo en un
pedazo de periódico, anotaba el valor en la libreta y hacía lo mismo en su cuaderno de fiados.
Podrían
llenarse libros con los apuntes de los viejos tenderos. Un día llegó un preguntón a la tienda “El puntillazo” de don
Pedro Marín, en el sector de La Bodega, en Balboa “ ¿ don Pedro , usted tiene
huevos de pato?- No mijo, le respondió , tan solo una artritis que me está
matando”. Otro de los perros de la vereda le dijo en otra ocasión :” ¿ Oiga don
Pedro y usted para que tiene un garrote colgando de esa viga?- “ Es para cobrar
las cuentas sin dolor”- fue la respuesta.
Algunas
de esas beneméritas instituciones con
venta de aguardiente tapetusa, agujas, hilos, sombreros y bayetas fueron el principio de grandes cadenas de almacenes de cadena y de supermercados modernos. Don Libardo Flórez afirma que ”La 14” se
inició con la tienda “La Casa Roja” en
Aguadas, y Almacenes LEY ( de Luis Eduardo Yepez) empezó en Arma, funcionó en San José de
Risaralda y finalmente se instaló en
Barranquilla, donde la empresa se hizo conocer a nivel nacional.
Las
tiendas de provincia contaban con
literatura propia. Hubo frases y avisos exclusivos en las vitrinas y
paredes de esos negocios. “ El centavo
menos” de “Machuca”, ubicada a la salida de Belalcázar, tenía una leyenda con gruesos caracteres que decía: “El
que fía salió a cobrar” y en el muro de enfrente otra que rezaba: “El que fiaba
se murió, ni saludos les dejó”. Era
clásica la frase “ Hoy no fío, mañana tampoco”
y el cuadro donde figuraba un señor mofletudo, rozagante, con la frase
“Vendió al contado” y al lado un individuo cadavérico y amarillo con el letrero “ Este vendió al
fiado”. También era común el
letrero “Si vino a fiar, media vuelta, carrera mar”.
Pese
a los perentorios avisos contra el fiado, las tiendas de vecindad del siglo pasado atendían las funciones de
los bancos modernos con sus tarjetas de crédito o de las grandes áreas comerciales con tarjetas de
consumo. En ellas se surtía el campesinado y el pueblo en general con pagos que cubrían cuando llegaba la
cosecha, se vendían los productos de la finca, se sacaba el novillo gordo a la
feria o el Estado cubría el dinero de la nómina.
Las
tiendas adquirían la fisonomía de sus dueños y se identificaban con ellos. Juan
de Dios Giraldo, por ejemplo, tenía un
negocio en La Habana, Aguadas, y no se despegaba de la guitarra; era pues una
tienda con música que desgranaba pasillos y bambucos desde que abría en la
mañana hasta el cierre con la luz del crepúsculo. “Perucho”, en Santa Ana,
Guática, madrugaba los lunes para
preparar el sirope con canela para los
enguayabados; dicen quienes lo conocieron que cuando alguien solicitaba un
aguardiente, Perucho decía,” que sean dos los que sirvo, porque yo también tomo”.
En
la Avenida El Ciprés de Riosucio, el
caratejo Aurelio tenia una tienda mixta, es decir de abarrotes y de cacharros.
Fueron famosos los apuntes que don Rafael Vinasco recuperó e hicieron inmortal el “chuzo” de ese matachín
parrandero. “Véndame una pucha de leche le solicitó algún día Margarita Largo .
“No mija, le contestó el caratejo, se dice litro de leche y aquí no hay más leche que la que toma el gato”. En
otra ocasión la misma Margarita le pidió prestados dos pesos para quitarse de
encima a Leopoldo Aricapa. “Nada se gana vecina- le reviró el caratejo- porque
se baja Leopoldo y enseguida me le subo yo”.
Cuenta don José Jaramillo, que en Caldas, Antioquia, hubo uno a quien llamaban Manuel "Pegadilla", porque se pegaba para todos los entierros, aun sin saber quién era el muerto. La tienda que tenía resolvió venderla y con el nuevo dueño convinieron en no decir nada, mientras don Manuel recogía los créditos, para lo cual se sentaba en el marco de la puerta, en el clásico taburete de baqueta, con el cuaderno de los créditos en la mano, cobrándoles a los clientes en la medida que llegaban. Cualquier día, unas viejas chismosas le gritaron desde la acera del frente: -¿Verdad, don Manuel, que usted se quebró? A lo que contestó el viejo: -No, niñas, una cuerda levantada, no más.
Cuenta don José Jaramillo, que en Caldas, Antioquia, hubo uno a quien llamaban Manuel "Pegadilla", porque se pegaba para todos los entierros, aun sin saber quién era el muerto. La tienda que tenía resolvió venderla y con el nuevo dueño convinieron en no decir nada, mientras don Manuel recogía los créditos, para lo cual se sentaba en el marco de la puerta, en el clásico taburete de baqueta, con el cuaderno de los créditos en la mano, cobrándoles a los clientes en la medida que llegaban. Cualquier día, unas viejas chismosas le gritaron desde la acera del frente: -¿Verdad, don Manuel, que usted se quebró? A lo que contestó el viejo: -No, niñas, una cuerda levantada, no más.
Las
tiendas de antaño eran tan fieles a las marcas como lo eran sus clientes. Ese
raro maridaje ha desaparecido con la profusión de ofertas y la batalla inmisericorde
por las ventas; en el ramo de las gaseosas, por ejemplo, los laureles eran para la
“Calmarina”; si se solicitaba chocolate, por derechas se despachaba “Luker” o
“Cruz”; el café llevaba la marca de “La Bastilla” o “Sello Rojo”; “Maizena” no tenía rival, las pastas
eran “La Muñeca”; para complementar la nutrición de los niños no faltaba la
Kola Granulada JGB y la Emulsión de Scott, la “Alucema” era parte del tocador y
la leche en polvo importada siempre era “Nestlé”.
En
la era de los caminos, es decir cuando no había carreteras, los panaderos cargaban su mercancía en
enormes canastos que llevaban al hombro o a lomo de mula; en los pueblos se producían los
refrescos y la cerveza, las fábricas de jabón y las de velas daban trabajo a
los vecinos; en vez de plásticos se usaban
costales de fique y rollos de cabuya; se
envolvía en hojas de bihao evitando la profusión de bolsas de ´polietileno que atentan contra
el planeta; y los numerosos periódicos de provincia, una vez leídos, se
convertían en papel higiénico
Las tiendas como el mundo que las rodeaba funcionaban a ritmo lento: abrían a las ocho de la mañana, cerraban a las doce; después de la siesta de medio día reabrían el portón hasta las seis de la tarde. Entonces con el toque del Angelus todos se iban a casita a rezar el rosario y a comer fríjoles con garra con remate de mazamorra y dulce macho.
Las tiendas como el mundo que las rodeaba funcionaban a ritmo lento: abrían a las ocho de la mañana, cerraban a las doce; después de la siesta de medio día reabrían el portón hasta las seis de la tarde. Entonces con el toque del Angelus todos se iban a casita a rezar el rosario y a comer fríjoles con garra con remate de mazamorra y dulce macho.
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