Por Carlos Alberto Villegas Uribe
El domingo por la tarde
llegando a Pueblotapao
cayó en Mitad del Camino
José Dolores Naranjo.
Sus padres, partícipes de esa epopeya de la esperanza que se denominó
la colonización antioqueña, partieron con él desde Rionegro, cuando tenía
cuatro años de vida y se radicaron en Calarcá, un incipiente caserío del
antiguo Caldas, hoy convertida en la segunda ciudad del departamento del Quindío,
a la cual siempre consideró como su tierra natal.
Talla en madera del Maestro Cartujias (1966)
Allí creció bajo la sombra protectora de robles, cafetos y guaduales, se hizo maestro de escuela y empezó a cultivar la poesía como condición vital de su existencia. En 1938 recoge en su primer libro: Lotos, los poemas que ya se conocían en el ámbito literario regional, en los tradicionales juegos florales y en la naciente radio regional. Posteriormente aparecerían Canciones al Viento (1945), Cenizas (1949), Niebla (1953), Antes de
Con ancho lote de angustia
y bajo un cielo de invierno
va el corazón avanzando
camino de Montenegro
Yo no se que es lo que siente
Pero le duele un recuerdo.
Luego de beberse todos los paisajes y de contar líricamente las
historias, las angustias, alegrías y tristezas de los hombres y mujeres de su
comarca quindiana, falleció en Calarcá el 27 de septiembre de 1965. Como
homenaje póstumo, el Comité Departamental de Cafeteros del Quindío, editó una
antología de su obra poética con el título: Baudilio Montoya: Rapsoda del Quindío.
Con este nombre se quiso identificar el carácter social que caracteriza la voz
de Baudilio Montoya. Una obra que en el sentir del escritor Lino Gil Jaramillo
(1972): Transustanció en sus canciones las inquietudes sentimentales de la
gente del agro y la aldea, de los campos y los caminos, por los cuales anduvo
de pueblo, en pueblo y de mesón en mesón cantando y soñando, viviendo y
muriendo, como los rapsodas antiguos o los trovadores medievales.
Ah, caminos de mi tierra
caminos hoy sin amparo
caminos ayer tan buenos
pero ahora tan amargos
caminos por los que viví
y por los que ahora estoy llorando
Y donde tantos caerán
al comenzar el ocaso
como cayó sin saberlo
José Dolores Naranjo
En Rapsodia del Quindío, el escritor y periodista Héctor Ocampo Marín
afirma que la poesía de Baudilio Montoya es de corte romántica, concebida con
notable dignidad; interpreta con sincero dramatismo la angustia del pueblo, los
sentimientos de su gente, calidad que le da prestancia y prolonga la vigencia
de esta poesía sencilla y trémula, pero autentica y honrada. Comprendida desde
la perspectiva de la escuela romántica, trascendida por los poetas capitalinos
de su tiempo, el crítico Jaime Mejía Duque vindica la producción poética de
Baudilio Montoya: Con ostensible coherencia estética y moral siguió siendo
romántico y braceando como tal por entre los desajustes y las fisuras de una
modernidad que definía ya las avanzadas literarias de América Latina.
Aseveración que permite validar y releer desde el contexto la obra producida
por un autodidacto, que nació, creció y expresó sus vivencias en una Colombia
que aún no iniciaba su transito definitivo de lo rural a lo urbano. No aparecen
en la obra de Baudilio Montoya - no podrían aparecer sin sonar a impostación, a
falsedad, a producción libresca, a ampulosa retórica - las angustias del hombre
urbano, citadino, pero si una concepción metafísica que le permite acariciar
desde la realidad vegetal que lo circunda una relación profunda con el cosmos.
Dame un árbol amada, cuando muera
que me acompañe en mi reposo eterno.
Un sauce fiel que se levante grave
señalando la paz de mi silencio.
(…)
Por su tronco, tatuado por los años,
todo cicatrizado por el tiempo
ascenderá mi espíritu anheloso
a contemplar la inmensidad del cielo.
El poeta y crítico literario Carlos Alberto Castrillón, autor de la
antología poética: Quindío Vive en su Poesía (2000), señala respecto a la
indagación metafísica de los versos de Baudilio: El solar es el espacio de sus
versos, el ámbito de los recuerdos que alegran el dolor, el lugar de la
cotidianidad. Es el sol, el campesino con su carreta, la mujer en su diaria
labor, las estrellas que apenas se asoman y el crepúsculo como una 'opulenta
catedral en llamas'. Pero es también el atardecer, no sólo como el último
aliento cromático de sol, sino como la puerta de entrada a los misterios
nocturnos. Es el árbol que crece con la savia de los muertos, y desde el cual
el alma puede asomarse de nuevo al mundo. Son las cosas en las que se hace
perenne la memoria de los muertos. Es la intuición metafísica que ve la armonía
del cosmos que se repite en la flor y en la semilla. Sin duda alguna su
condición de poeta social, en el doble sentido de la palabra: aquel que
participa de la vida cotidiana de un grupo humano, y aquel que da sentido a su
obra denunciando atropellos y tropelías de los poderosos, es la que ha hecho
perdurar su legado literario en el corazón de sus coterráneos sobre la obra de
otros poetas, considerados por los académicos, de mayor proyección nacional. En
su comentario sobre el Baudilio, Carlos Castrillón agrega: El magnetismo
natural de su persona y la presencia en su obra del sentir conjunto de un
pueblo, lo convirtieron en el poeta más popular entre nosotros. Ningún poeta
quindiano ha sido tan conocido, admirado y leído, ni sus versos aprendidos por
todos como los de Baudilio Montoya.
En el capítulo Poemas de
Baudilio clama por su tierra, por su paisaje, por su gente, por una violencia secular que se ensaña con el más pobre, con ese José Dolores Naranjo, que también fue símbolo nacional en la caricatografía política de Hernando Turriago, Chapete, y de Hernán Merino, en un periodo de la historia colombiana que parece duplicarse en la actualidad con ese horror de los espejos que lamenta Borges. Un tiempo detenido en la barbarie que permite al poeta perpetuar su voz para reclamar hoy por sus pescadores, por sus carboneros, por sus costureras, por los miles y miles de desplazados, campesinos sencillos, sencillos como su campo, de esos que cantan y siembran y que rezan el rosario y a ninguno le hacen mal, porque detestan el daño, hombres buenos que no saben qué vientos los han arrancado de sus parcelas.
Hoy cien años después de su nacimiento regresa la voz del poeta para gritar de nuevo la premonición que ahora nos alcanza:
Pero será mañana. Ciego el mundo,
tras vivo paroxismo,
rodará en encendido cataclismo
al vórtice profundo
que ensancha la justicia que demora,
y en el medroso grito de la hora,
confundiendo mezquinos privilegios,
con hórridos afanes
dirá alegre sus bárbaros arpegios
un loco torbellino de huracanes.
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