Alfredo Cardona Tobón *
Los diseñadores del billete
de cien mil pesos, sin tener esa intención, nos presentan dos ángulos
diferentes de la historia colombiana: en
el anverso del billete se exalta la
memoria de un bogotano perteneciente a la flor y nata de las castas que han
manejado el país y en el reverso, en
medio de un poema, se les escapó la presencia
de un calarqueño nacido del puro
pueblo y fundador del primer núcleo comunista del país.
En el billete de cinco dígitos
se recuerda a Carlos Lleras Restrepo, eximio jefe liberal, gerente de empresas, estadista de alto vuelo,
promotor del ICBF, PROEXPO, COLCIENCIAS, COLCULTURA y COLDEPORTES; promotor de
exportaciones, manzanillo y creador de burocracia, bajo cuya presidencia se sancionaron las leyes de creación de
Risaralda, Sucre y Cesar con todos los dolos y corruptelas de los
departamentos matrices.
El billete de cien mil pesos representa la más
alta tecnología y belleza en su género, de tal forma que uno piensa que estaría
mejor enmarcado en un museo que en las manos sucias de ciertos traficantes.
Al otro lado de Carlos Lleras Restrepo, con la flor del siete
cueros y el pájaro barranquero inmersos en la visión capitalista, está el Valle del Cocora con los picos nevados al
fondo y con un breve poema dedicado a las palmas de cera del Quindio:
A la palma del Quindío, le
conté mi sueño un día.
Era la palma, era, era la
palma de cera, la palmera, la palma del sueño mío.
Cohete que sube al cielo y
estalla en el estrellío.
Y cuando pasan los vientos, la palma se vuelve río…
Oíd el ruido del aire, el río…
la palma del niño mío
aquí la palpa guardada, aquí
en el pecho, al lado izquierdo del alma en donde llevo al Quindío.”
Es el mundo opuesto al
imaginado por Lleras Restrepo con las petroleras, las minas y las chimeneas.
En el lado de la naturaleza está un
raspador anónimo colgado de una palma, y un bosque que quizás nuestro bisnietos
no podrán conocer, donde se recuerda un mundo lleno de historia con los
espartanos que disfrazados de harapientos soldados tolimenses siguieron tras las banderas de
Casabianca y como en las Termópilas defendieron el paso del Turpial. Es el mundo de las bandadas de loros
orejiamarillos, de musgos y de paisajes
que confunden al Quindío con el Paraíso Terrenal.
POR UN LADO DEL BILLETE
El doctor Lleras fue fiel a las camarillas oficialistas;
no se separó un ápice del directorio de su partido. Por
ello fue el ministro infaltable de los gobiernos de la República Liberal donde
demostró enorme capacidad intelectual y
una visión moderna en los campos de la
economía y la política.
Lleras Restrepo no
tembló ante la violencia desatada durante los regímenes de
Ospina Pérez y Laureano Gómez; no obstante, en su tránsito por los caminos de
la oligarquía, hubo de enfrentarse con
las tesis populistas de Jorge Eliecer Gaitán
y marchó contra el capitán que
mostraba la luz a un pueblo sin esperanza. Tal vez por esa rivalidad con el caudillo, Lleras
Restrepo junto con otros directivos que
no fueron gaitanistas, buscó el nueve de abril de 1948 un resquicio para entrar al Palacio de
Gobierno a testimoniar su apoyo a Mariano Ospina mientras la sangre del pueblo
enloquecido empapaba las calles bogotanas y estaba fresco el clamor de un
partido que exigía el derecho a la vida.
En las elecciones de 1970 el sector popular que una vez acompañó a Gaitán, llenó las urnas
con votos a favor del general Gustavo Rojas Pinilla. Al caer la noche la
mayoría rojaspinillista era abrumadora. Por calles, barrios y veredas se empezó a celebrar el triunfo; entonces se suspendieron las trasmisiones de
radio y televisión, se decretó el toque de queda y al amanecer, bajo el gobierno de Lleras
Restrepo, la ventaja no era del general Rojas Pinilla sino de Misael Pastrana Borrero, candidato del
Frente Nacional.
En el hogar de Roberto
Vidales y de Rosaura Jaramillo, una pareja de masones radicales, nació en julio
de 1904 un muchachote agitador, iconoclasta, organizador de paros, enemigo de
la inequidad y la injusticia.
Este inquieto e inteligente
calarqueño pasó por los bancos de la escuela pueblerina, vio al Negro Marín en
las calles de Honda, estudió en Bogotá y cursó estudios superiores en París. Fue un
comunista del ala trotskista con treinta y siete entradas a la cárcel por promover insurrecciones, alterar el
orden público o simplemente por ser sospechoso de auxiliar a las guerrillas. A
los veinte años de edad escribió el libro “Suenan Timbres” que trascendió las
fronteras nacionales y lo matriculó como adalid
de una poesía vanguardista sin rima ni métrica que asombró a unos y escandalizó a otros que la
consideraron como una profanación y un acto aberrante contra la literatura.
En 1932, cuando soldados
anémicos y picados por toda clase de bichos se
batían por el trapecio amazónico, el poeta vanguardista y comunista
incitó a los combatientes de ambos bandos a volver sus fusiles contra los oficiales
que representaban las clases explotadoras de Colombia y del Perú. Una turba
patriotera quemó el periódico “Tierra” y
tuvo que ocultarse para salvar la vida, como lo hizo nuevamente en 1953 cuando
la violencia partidista lo empujó como exilado a las playas chilenas.
Durante el gobierno de Turbay Ayala, en una de esas frías noches bogotanas, un comando de la Brigada de
Institutos Militares irrumpió en el apartamento del anciano de 84 años y lo retuvo en un lóbrego
calabozo como si fuera un peligroso guerrillero. El mundo entero protestó, se oyó el clamor de Europa y de las naciones americanas exigiendo su
libertad.
Tuvieron que dejarlo libre:
no se podía tocar a tan notable colombiano distinguido con el Premio Nacional
de Poesía en 1982 y con el Premio Lenin de la Paz en1983 “Es que no sabíamos
que era tan importante” dijo el general Vega Uribe cuando trató de atenuar el
atropello
Lleras Restrepo llena la
mitad del billete; las palmas de cera con el pájaro barranquero, la flor del siete cueros y
los versos que deben leerse con lupa llenan
el resto.
¿Dónde está Luis Vidales?
Como tal, no está en parte
alguna del billete. Quizás su firma
figure al pie de los versos que
se colaron con su rebeldía y su comunismo. Eso lo sabrán quienes manejen esos
billetes de cien mil, que no son tantos con las
viles entradas económicas de la
mayoría de los colombianos.
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