Alfredo Cardona Tobón*
La Academia Antioqueña de
Historia tiene su sede en una amplia casona situada en el centro de Medellín;
es un sitio lleno de recuerdos de la vieja ciudad, con placas recordatorias, cuadros de próceres,
un amplio auditorio, valiosa biblioteca y oficinas con elementos modernos.
La Academia Antioqueña recibe
cumplidamente un auxilio monetario, lo
que no ocurre en Caldas ni el Quindío
donde los académicos se reúnen en sitios
prestados y tienen que hacer milagros para que la institución continúe
funcionando; la situación en Risaralda no es tan crítica, pues la Academia Pereirana de Historia cuenta con
instalaciones cedidas en comodato, pero no recibe auxilio alguno y tiene que
atender los archivos notariales que por ley son responsabilidad del Estado y debe sobrevivir con exiguos contratos con el Instituto de Cultura y Turismo que
tiene dinero para festivales del
despecho, pero no le alcanza para darle apoyo a entidades que afirman la
identidad del Departamento..
VARIAS VOCES
El 12 de junio pasado
acudieron a Medellín los delegados
de las Academias de Historia de
Antioquia, Risaralda, Caldas, Quindío, Valle del Cauca, Tolima, Huila y miembros de varios centros de historia para
hablar de la Colonización Antioqueña.
Aunque no estaban en la
lista de participantes, los indígenas de
los Resguardos de Riosucio, Caldas, se hicieron presentes con un documento donde
demandaban, en aras de la verdad y de la
historia, la presentación de las facetas de la colonización paisa que arrinconó
a los nativos y los despojó de su tierra y de su cultura.
En la mayor parte de las exposiciones los conferencistas volvieron sobre la leyenda
rosa de la colonización, cerraron los ojos ante el colosal crimen ecológico de sus
ancestros, olvidaron la explotación
inmisericorde de los más pobres, no analizaron la entronización de las castas de
Salamina y Manizales ni se refirieron el desplazamiento de los negros y de los indígenas
.
El comunicado de los
Resguardos de Riosucio sirvió de introducción a la ponencia de la Academia
Pereirana de Historia sobre “La
ocupación antioqueña de los Resguardos indígenas” donde el autor de este
artículo mostró las tretas, mañas y violencia de los antioqueños para apoderarse de las tierras a los nativos de los Resguardos de
Tachiguí, Arrayanal, Tabuyo, Guática, Supía, San Juan de Marmato, San Lorenzo,
El Chamí y Pindaná de los Cerrillos y arrebatar las minas y salados a los resguardos de Pirsa Escopetera, La Montaña, Quiebralomo y
Quinchía.
LA PONENCIA DEL QUINDIO
Con base en su tesis de
Maestría, la historiadora Natalia Botero
Jaramillo de la Academia del Quindío, se
refirió al papel de los vagos y las prostitutas en la ocupación de la región.
Fue un valioso abrebocas sobre el tema, que aún no se ha estudiado a fondo; baste decir que Manizales en sus primeros años fue el destino de los vagos y prostitutas extrañados
de los municipios de Antioquia, y conviene recordar el reclutamiento en Medellín de presos, vagos y hetairas con destino a las
fundaciones del suroeste de Antioquia
Habría que agregar que parte
de ese lumpen del suroeste continuó su marcha
Cauca arriba y se internó en las
lomas del Tatamá donde se mezcló con los nativos y los caucanos y que aldeas
como Arenales (hoy Belén de Umbría) fueron zonas de frontera dominadas por bandidos oriundos de Antioquia.
LA COLONIZACIÓN CALDENSE
Un día de conferencias fue
insuficiente; hubo espacio para
recordar a Parson, pero no alcanzó para
hablar de los empresarios que acapararon los baldíos de Pereira, las lomas de Belalcázar y del Valle
de Risaralda, como tampoco hubo un minuto para honrar la memoria del doctor
Otto Morales Benítez recientemente fallecido
Hubiera sido conveniente abrir el abanico de visiones como lo
solicitaron los indígenas de Riosucio para agregarlas a la imagen presentada
por Parson y Otto Morales, del labriego que con un
machete, una escopeta, un perro, una mujer encinta y un bebé en los brazos se
adentró en la montaña donde hizo frente a tigres, culebras y notarías para
quitarle un pedazo a la selva.
Quedó para otra ocasión la
separación de caldenses y antioqueños, metidos en el mismo saco. Es justo
repartir el mérito, ya que los caldenses, hijos de los antioqueños, poblaron la
mayor parte del norte del Tolima, el norte del Valle, la cordillera occidental
desde Balboa hasta Restrepo y Darién y ocuparon la cordillera central desde el
Quindío hasta Ceilán y Fenicia.
LO QUE NO SE DIJO
Desde las primeras décadas
del siglo XX la presión de la gente sin
tierra empezó a fragmentar las
propiedades de los empresarios que monopolizaron los baldíos. Inicialmente
surgieron líderes que dirigieron las invasiones; luego la Asociación de Usuarios Campesinos-
ANUC- canalizó la lucha agraria; y en el
gobierno de Lleras Camargo, al Instituto Colombiano de Reforma Agraria- INCORA-
no le quedó otro camino que legalizar las invasiones a numerosos predios
descuidados o abandonados. Fue una colonización de tierras buenas pero
improductivas que dio origen a numerosas comunidades campesinas.
Los delegados del Valle del
Cauca volvieron sobre las raíces españolas cuando hubieran podido referirse al encuentro de paisas y caucanos y al
choque de sus culturas; los del Tolima pasaron por alto la visión del librepensador Isidro Parra y los
fundadores de El Líbano y los del Huila olvidaron las oleadas de
labriegos paisas que a mediados del siglo pasado abandonaron su terruño para salvar la vida y
se internaron en los montes sureños.
El Congreso sobre la
Colonización antioqueña dejó más
preguntas que conclusiones; ojalá pudiéramos convocar nuevamente a los
estudiosos para escuchar a los negros, a
los indígenas y a los campesinos rasos, ver cómo la mano de clérigos y
políticos se extendió a los resguardos; evaluar
el papel del hacha y de las quemas; el exterminio de los animales de monte y la
extinción de las maderas valiosas en nuestros bosques.
Un análisis serio de la gesta paisa nos mostraría realidades que
ayudarían, en prospectiva, a
buscar el camino para ser más
tolerantes, justos y solidarios..
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