Alfredo
Cardona Tobón*
Al
repasar los sucesos acaecidos a finales
del siglo XIX en el antiguo Cantón de Supía vemos cómo una clase abusiva y privilegiada despojó a
los indígenas de sus tierras, se apropió de sus riquezas y en contubernio con
el Estado cometió impunemente todo tipo
de bellaquerías.
Los
historiadores se quedan cortos ensalzando la
colonización de los antioqueños pero no se han detenido a analizar la invasión
paisa a los resguardos indígenas de la banda izquierda del rio Cauca, con las secuelas de desplazamiento, violencia
y atropellos sin cuenta.
LAS
PARCIALIDADES INDÍGENAS
En el territorio occidental del moderno Eje
Cafetero, a mediados del siglo XIX existían
los resguardos indígenas de Marmato, Supía, San Lorenzo, La Montaña,
Quiebralomo, Quinchía, Guática, Arrayanal, Tabuyo y Tachiguí con sus respectivas
aldeas y vastos territorios rodeados de algunos baldíos. Las parcialidades habían
sobrevivido al dominio español y su
gente había convivido con los caucanos enquistados en sus cabildos y encargados
de la administración pública.
Los
resguardos de Quinchía y Guática eran aliados de los radicales caucanos;
mientras que otros como el de La Montaña y San Lorenzo, eran fieles seguidores
de los conservadores cartagüeños. Ambos eran carne de cañón en las continuas
guerras civiles; y sus macheteros fueron
famosos en los conflictos de 1860 y
1876.
Al
empezar el siglo XIX los mineros antioqueños comenzaron a llegar a Marmato y en el valle de Risaralda fundaron
a Papayal, una aldea de efímera duración ubicada al borde de la loma del Tatamá en la desembocadura
de uno de los riachuelos que bajan de la cordillera.
A mediados
del siglo XIX colonos del sur de Antioquia levantaron la aldea de Oraida en la
tierra fría del resguardo de La Montaña;
desde allí empezaron a desplazarse por la Cuchilla de Mismís estableciendo los
caseríos de Llanogrande y Pueblo Nuevo
dentro de los Resguardos de La Montaña y Guática. Fue una invasión violenta
que desplazó a los nativos hacia las malsanas tierras colindantes con el río
Cauca.
LA OCUPACIÓN DE LAS TIERRAS DE MARMATO Y SUPÍA
En 1841
figuran en Supía Manuel Estrada, Justo Céspedes
y Martín Machado, todos ellos oriundos de Heliconia, una población antioqueña.
En 1869 se instalan Baldomero Ospina, de Abejorral, Antonio Cardona y Francisco Villegas procedentes del Retiro. Son familias paisas
que encabezan el poblamiento antioqueño de Supía y Marmato, adonde llegan
incentivados por el oro de las vetas y aluviones.
Las
empresas inglesas y otras de socios caucanos y antioqueños promueven el desmantelamiento de los resguardos de Marmato
y Supía para hacerse a sus tierras y explotar el oro. El 17 de septiembre de 1869 Manuel María Castro, presidente del Estado del Cauca, sancionó la Ley 252
que concedía libertad a los indígenas del Cantón para que dispusieran de sus tierras reservando 80 hectáreas para el área de la
población y una fanegada para las escuelas. En la escritura No. 54 de 1874 del Distrito de
Supía, se oficializó la distribución de
los terrenos de los indígenas; por ese entonces
Juan Gregorio Trejos figuraba como
administrador de los Resguardos de Supía y de Cañamomo; Ricardo Sánz era
el procurador del Distrito de Supía y
Javier Zapata era el procurador de San Juan de Marmato.
Con
la distribución de las tierras empieza la desaparición de los resguardos de Supía
y Marmato. Son los administradores y los funcionarios quienes disponen delos
bienes de los nativos, pues para la ley estos
son menores de edad que quedan bajo la tutela de individuos
que manejan a su antojo las tierras, los salados y las minas de carbón de los
indígenas.
En la escritura 54 los
procuradores (alcaldes) y el administrador de los resguardos de Marmato y Supía
entregaron a vil precio 154 hectáreas a cada uno de los establecimientos
mineros de Tabordal, Arcón y el Viringo, con lo que favorece a los Chávez
y a otros empresarios de Antioquia y
Cauca. El precio no se fijó por subasta: lo fijaron los compradores y los
procuradores de los distritos quienes usaron el dinero recaudado para pagar al abogado que hiciera los
trámites, estableciendo de antemano que en caso de necesitarse una suma mayor a
la recaudada, los indígenas debían pagar el resto, sin que los empresarios
favorecidos tuvieran que aportar un centavo..
El
terreno que quedó después de ceder los lotes de 154 hectáreas se distribuyó en
tres partes iguales: una para los indígenas de San Juan y de Supía, otra para el distrito de San Juan y la
tercera para el distrito de Supía. Es decir, que de un plumazo, las autoridades
despojaron a los primitivos habitantes de las dos terceras partes de sus mermadas tierras.
Y
eso no fue todo: la generosidad del administrador Juan Gregorio Trejos se extendió a costa de los intereses de las
parcialidades: en 1874 dona 50 Hectáreas a Guillermo Santacoloma en la parte
que este eligiera y “según su voluntad” en
pago a los grandes e importantes servicios que le había prestado a los
resguardos, que en honor a la verdad solo fueron unos memoriales dirigidos a
las autoridades del Cauca.
CONTINÚA
LA RAPIÑA
Los
procuradores de Supía y Marmato se apresuraron a vender por bicocas los
terrenos cedidos a los distritos. En marzo de 1878 el procurador de Supía, Emigdio
C. Piedrahita vende a Bonifacio Zabala
20 Ha en la fracción del Rodeo y en mayo de 1883 el gobernador de la
parcialidad de Supía, Isidro Vélez, vende a Martín Cifuentes otro lote de 54
hectáreas en el sitio de Hojas Anchas.
Para
aumentar las injusticias hacia los indígenas
cabeza de familia solamente les reconocieron una hectárea de cultivo y
el solar donde tenían su rancho. Quienes después de dura faena habían
establecido sus cultivos tuvieron que pagar las mejoras para continuar trabajando en el terreno que labraron con
tanto esfuerzo.
A
los colonos, ajenos a los resguardos y con más de diez años de residencia, se
les adjudicó media hectárea. Solamente
se reconoció una posesión de labranza o mejora en caso de tener dos o más posesiones;
debía escoger la que más le conviniera y tenía
que comprar el resto.
Sin
embargo, a los empresarios se les
reconocieron sus grandes propiedades sin
que pagaran por ellas . Eso sucedió con los extensos lotes de terreno
denominados “Benítez”, “El Peñol”,
“Roldán”, “Arenal”, “Aguacatal”, “Marmato”, “Cerro de Loaiza”, “Moraga” y
“Guamal”. Esas propiedades correspondían
a haciendas, a minas y a la comunidad negra protegida por los Castro y los
Chávez.
Para
rematar los atropellos, Rudecindo Ospina, administrador de las minas de “ The Wastern Andes Mining
Company Limited” y Bartolomé Chávez,
propietario del Cerro de Loaiza.fijaron
los límites de las propiedades de “Marmato” y “Loaiza” .
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