Por su historia y por las
comunidades que lo poblaron, la antigua Provincia de Marmato es la más
interesante de cuantas conformaron el departamento de Caldas.
Los límites de la región se
extendieron variablemente entre los ríos La Paila, Cañaveral o el San Rafael y
la quebrada Arquía, en límites con Antioquia, y desde la cordillera occidental
a las riberas del Cauca.
La zona perteneció a Popayán y a
Buga con el nombre de Cantón de Supía, formó parte del municipio de Toro a
mediados del siglo diecinueve y desde 1875 hasta la conformación del
departamento de Caldas tomó el nombre de
Provincia de Marmato con capital en Riosucio.
Fue una región densamente poblada
en las lomas de clima medio y deshabitada en las zonas frias de la cordillera,
el Valle de Risaralda, las riberas del río Cauca y en dos extensas franjas colindantes con la
Serranía de Polvocos ( Belalcázar) y el
Alto del Rey, en lo que hoy es La Celia
y Balboa. Los resguardos indígenas
de Pirsa, Quiebralomo, La Montaña, Quinchía, Guática, Tabuyo, Arrayanal y
Tachiguí ocuparon el extremo norte, y en
la parte meridional se asentaron negros
libertos y los cimarrones de Carmen de Cañaveral y de Sopinga.
PRINCIPALES POBLADOS.
En la Colonia, la localidad de
Anserma logró alguna importancia. Cuando la abandonaron los encomenderos y se
convirtió en un poblado indígena, Quiebralomo pasó a ser el eje de la
explotación aurífera de la región.
Con la llegada de los técnicos europeos a las minas de Supía y
Marmato surgió el poblado de San Juan,
que se convirtió en el municipio más rico del extremo norte del
Cauca. Por allí entró la ingeniería a Colombia y en ese pueblito recostado en
una loma se conformó un grupo humano,
con sangre teutona y sajona, que ha dado lustre a la patria.
A mediados del siglo diecinueve
las aldeas de Quiebralomo y La Montaña
desaparecen para crear la población de Riosucio, que se olvida de gobernantes
nativos para ceder el poder a los políticos corruptos del Cauca.
Riosucio seguirá conservando el
liderazgo de la antigua provincia hasta que la violencia política del siglo
veinte hace crecer el antiguo palenque
de La Virginia, que al entrar el nuevo siglo se convierte en la población más
promisoria de la banda izquierda del río Cauca.
LA INVASIÓN ANTIOQUEÑA
Las guerras civiles arrojaron su
alud de desplazados, aventureros, desertores o gentes de bien, que buscaban la
paz de las montañas en la agreste
topografía del territorio que conformó el occidente del viejo Caldas.
Hacia 1840 ganaderos y mineros paisas
entran por la parte alta del Resguardo de La Montaña y fundan la población de
Oraida. Diez años más tarde otra colonia minera se instala en un afluente que
cae al río Risaralda y levanta la
población de Papayal que alcanza la
dignidad de distrito parroquial y desaparece sin dejar rastro.
Conservadores de Carmen de
Viboral y de Marinilla, en alianza con
sus copartidarios riosuceños, desplazan a los nativos de Guática, se apoderan
de la Cuchilla de Mismis y construyen el
caserío de Pueblonuevo, que inmediatamente se eleva a cabecera municipal con
jurisdicción sobre los poblados indígenas de Quinchía, Guática y Arrayanal.
Desde los púlpitos de Jericó y de
Támesis se concita una cruzada para poblar el norte caucano y librarlo de los
ateos y enemigos de la fe. Se ofrecen semillas y lotes a los campesinos pobres
que vayan a trabajar en los abiertos de Pedro Orozco en Ansermaviejo y en
Belalcázar.
Desaparece la aldea de Tabuyo
para consolidar la
agonizante localidad de Anserma, repoblada por los mestizos del suroeste
antioqueño. Se extingue Tachiguí y con sus restos se levanta Belén de Umbría.
Los nativos de Quinchía trasladan el viejo caserío a un sitio que tenga
agua; refugiados de la guerra de 1875
empujan a los emberas de las tierras altas de Tadó y aparece Pueblo Rico.
Los empresarios de Supía en
convivencia con compañías
extranjeras arrebatan territorio y minas
a los nativos de Marmato y Supía. Los Jaramillo y los Henao de Manizales con los Marulanda de Pereira se antojan del
valle del Risaralda y hacen correr a los negros de Carmen de Cañaveral,
arrinconan a los descendientes sopingas en un callejón en La Virginia y empujan a los colonos sin nombre hacia las
estribaciones de la cordillera.
LA PRESIÓN DE UN VOLCÁN
No ha sido un lecho de rosas el
pasado de la antigua provincia de Marmato. Poblada por paisas aventureros del
suroeste, por descendientes de esclavos, por indios sometidos y vejados, por
camanduleros que reestablecieron la
ignominia española en territorio chamí,
esa región ha sido una continua
explosión de violencia .
Por allí campeó la violencia
partidista, crecieron los centros de sicariato y han salido innumerables ‘mulas’ de droga alentados por el dinero
fácil. En busca de oportunidades, que no
encuentran en la provincia, miles de ciudadanos oriundos del viejo occidente
viajaron a Europa y a Estados Unidos donde
han constituido colonias prósperas, que como la ansermeña en Nueva York
, sostienen obras sociales y culturales en su municipio.
Tras de cien años en Caldas, la
parte de la provincia de Marmato que quedó bajo la jurisdicción de Manizales,
poco le tiene que agradecer al departamento. Excepto la troncal de Occidente, no se ha visto una obra de
aliento, ni se ha impulsado un polo de desarrollo, o se ha aprovechado su potencial
minero. Riosucio está estancado y Anserma, que es un cruce natural de caminos,
ha dejado pasar sus mejores opciones.
La parte de la provincia que
quedó en Risaralda no está mejor.
Quinchía está en manos de gente incapaz de sacarla adelante, resultado del
nombramiento de alcaldes populares; Santuario y Apía son cada vez más pobres y
las vecindades de Balboa y Mistrató todo
dìa que pasa más despobladas y solitaria; mientras Manizales y Pereira
crecen, la mayoría de los pueblos de la
antigua provincia de Marmato languidecen y se mueren. Han sido cien años perdidos
debido a la incompetencia, a la politiquería y a los intereses de grupo de la clase dirigente
departamental. Un siglo desperdiciado por falta de líderes en la provincia del viejo occidente
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