LA PROVINCIA DE MARMATO EN LA HISTORIA


Alfredo Cardona Tobón *

                                                  Calle de Riosucio 
         
 
 
Por su historia y por las comunidades que lo poblaron, la antigua Provincia de Marmato es la más interesante de cuantas conformaron el departamento de Caldas. 
Los límites de la región se extendieron variablemente entre los ríos La Paila, Cañaveral o el San Rafael y la quebrada Arquía, en límites con Antioquia, y desde la cordillera occidental a las riberas del Cauca.

La zona perteneció a Popayán y a Buga con el nombre de Cantón de Supía, formó parte del municipio de Toro a mediados del siglo diecinueve y desde 1875 hasta la conformación del departamento de Caldas tomó  el nombre de Provincia de Marmato con capital en Riosucio.

Fue una región densamente poblada en las lomas de clima medio y deshabitada en las zonas frias de la cordillera, el Valle de Risaralda, las riberas del río Cauca  y en dos extensas franjas colindantes con la Serranía de Polvocos ( Belalcázar) y  el Alto del Rey, en lo que hoy es  La Celia y Balboa.       Los resguardos indígenas de Pirsa, Quiebralomo, La Montaña, Quinchía, Guática, Tabuyo, Arrayanal y Tachiguí  ocuparon el extremo norte, y en la  parte meridional se asentaron negros libertos y los cimarrones de Carmen de Cañaveral y  de Sopinga.

PRINCIPALES POBLADOS.

En la Colonia, la localidad de Anserma logró alguna importancia. Cuando la abandonaron los encomenderos y se convirtió en un  poblado indígena,  Quiebralomo pasó a ser el eje de la explotación aurífera de la región.

Con la llegada de los  técnicos europeos a las minas de Supía y Marmato surgió  el poblado de San Juan, que  se convirtió en  el municipio más rico del extremo norte del Cauca. Por allí entró la ingeniería a Colombia y en ese pueblito recostado en una loma  se conformó un grupo humano, con sangre teutona y sajona, que ha dado lustre a la patria.

A mediados del siglo diecinueve las aldeas  de Quiebralomo y La Montaña desaparecen para crear la población de Riosucio, que se olvida de gobernantes nativos para ceder el poder a los políticos corruptos del Cauca.

Riosucio seguirá conservando el liderazgo de la antigua provincia hasta que la violencia política del siglo veinte  hace crecer el antiguo palenque de La Virginia, que al entrar el nuevo siglo se convierte en la población más promisoria de la banda izquierda del río Cauca. 

LA INVASIÓN ANTIOQUEÑA 

Las guerras civiles arrojaron su alud de desplazados, aventureros, desertores o gentes de bien, que buscaban la paz de las montañas en  la agreste topografía del territorio que conformó el occidente del viejo Caldas.

Hacia 1840 ganaderos y mineros paisas entran por la parte alta del Resguardo de La Montaña y fundan la población de Oraida. Diez años más tarde otra colonia minera se instala en un afluente que cae al  río Risaralda y levanta la población de  Papayal que alcanza la dignidad de distrito parroquial y desaparece sin dejar rastro.

Conservadores de Carmen de Viboral y de Marinilla,  en alianza con sus copartidarios riosuceños, desplazan a los nativos de Guática, se apoderan de la Cuchilla de Mismis y  construyen el caserío de Pueblonuevo, que inmediatamente se eleva a cabecera municipal con jurisdicción sobre los poblados indígenas de Quinchía, Guática y Arrayanal.

Desde los púlpitos de Jericó y de Támesis se concita una cruzada para poblar el norte caucano y librarlo de los ateos y enemigos de la fe. Se ofrecen semillas y lotes a los campesinos pobres que vayan a trabajar en los abiertos de Pedro Orozco en Ansermaviejo y en Belalcázar.

Desaparece la aldea de Tabuyo para  consolidar  la  agonizante localidad de Anserma, repoblada por los mestizos del suroeste antioqueño. Se extingue Tachiguí y con sus restos se levanta Belén de Umbría. Los nativos de Quinchía trasladan el viejo caserío a un sitio que tenga agua;  refugiados de la guerra de 1875 empujan a los emberas de las tierras altas de Tadó y  aparece Pueblo Rico.

Los empresarios de Supía en convivencia con  compañías extranjeras  arrebatan territorio y minas a los nativos de Marmato y Supía. Los Jaramillo y los Henao de Manizales  con los Marulanda de Pereira se antojan del valle del Risaralda y hacen correr a los negros de Carmen de Cañaveral, arrinconan a los descendientes sopingas en un callejón en La Virginia  y empujan a los colonos sin nombre hacia las estribaciones de la cordillera. 

LA PRESIÓN DE UN VOLCÁN 

No ha sido un lecho de rosas el pasado de la antigua provincia de Marmato. Poblada por paisas aventureros del suroeste, por descendientes de esclavos, por indios sometidos y vejados, por camanduleros que reestablecieron  la ignominia española en territorio chamí,  esa región ha sido una  continua explosión de violencia .

Por allí campeó la violencia partidista, crecieron los centros de sicariato y han salido innumerables   ‘mulas’ de droga alentados por el dinero fácil. En busca de oportunidades, que no encuentran en la provincia, miles de ciudadanos oriundos del viejo occidente viajaron a Europa y a Estados Unidos donde  han constituido colonias prósperas, que como la ansermeña en Nueva York , sostienen obras sociales y culturales en su municipio.

Tras de cien años en Caldas, la parte de la provincia de Marmato que quedó bajo la jurisdicción de Manizales, poco le tiene que agradecer al departamento. Excepto la troncal de  Occidente, no se ha visto una obra de aliento, ni se ha impulsado un polo de desarrollo, o se ha aprovechado su potencial minero. Riosucio está estancado y Anserma, que es un cruce natural de caminos, ha dejado pasar sus mejores opciones.

La parte de la provincia que quedó en  Risaralda no está mejor. Quinchía está en manos de gente incapaz de sacarla adelante, resultado del nombramiento de alcaldes populares; Santuario y Apía son cada vez más pobres y las vecindades de  Balboa y Mistrató todo dìa que pasa más despobladas y solitaria; mientras Manizales y Pereira crecen, la mayoría de  los pueblos de la antigua provincia de Marmato languidecen y se mueren. Han sido cien años perdidos debido a la incompetencia, a la politiquería y a  los intereses de grupo de la clase dirigente departamental. Un siglo desperdiciado por falta de líderes en la  provincia del viejo occidente

 
 
                                                  Panoràmica  de  Supìa

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