EL TRASLADO DE QUINCHÍAVIEJO
Alfredo Cardona Tobón*
Después de varios años de ausencia tuve la ocasión de regresar a Quinchía a departir con los compañeros de escuela, desempolvar amigos del alma y embelesarme con el paisaje más bello del departamento. Desde la entrada de la Ceiba mucho había cambiado: bonitas casas en las laderas y fincas cuidadosamente cultivadas. Al llegar a las primeras calles mi sorpresa fue indescriptible al encontrar una pequeña ciudad con modernos edificios de cuatro pisos, una amplia avenida de acceso, microempresas, elegantes restaurantes, calles asfaltadas, bellos parques, intenso movimiento cultural y palpar las ganas de salir adelante.
A Quinchía le ayuda su excelente tierra y la riqueza minera, pero más que eso, la clave de su progreso está en su gente de raíces caucanas e indígenas con espíritu solidario y comunitario, que ha vencido obstáculos que hubieran acabado con un pueblo diferente.
En medio de municipios agónicos es alentador ver a Quinchía con microempresas de joyería, cafés especiales, calzado, confecciones y alimentos que dan trabajo a sus habitantes y encontrarse con una economía diversificada empujada por las explotaciones paneleras, los frutales, la hulla y la minería del oro por barequeo y de veta con importantes trasnacionales que realizan cuantiosas inversiones.
Aunque el minifundio y la pobreza siguen acogotando las zonas indígenas, al contrario de tiempos pasados, cuando la miseria era pareja, en la zona urbana se ven barrios nuevos, casas restauradas e intenso movimiento comercial.
LA CELEBRACIÓN DE UN NUEVO ANIVERSARIO
Quinchía está cumpliendo 124 años y sus habitantes se unen para recordar el 29 de noviembre de 1888, fecha en que los ancestros abandonaron el caserío fundado en 1539 al lado de una misión franciscana, y se trasladaron al moderno pueblo; la localidad que sobrevivió a los ataques de noanamaes y tatamaes y fue asolado por la viruela y la langosta, había muerto de sed; la deforestación de los alrededores había cobrado un doloroso tributo, pues el riachuelo que surtió las ollas de barro y los calabazos durante siglos, era un hilo que desaparecía en tiempos de verano.
Para escoger un sitio adecuado para la nueva aldea, las parcialidades indígenas delegaron en la Virgen Inmaculada la delicada tarea: después de recorrer trochas y atajos, los cargueros llegaron a un sitio que se humedeció de repente e hizo que resbalaran y que la imagen se recostara sobre un pequeño barranco. Esa fue la señal esperada para construir allí una iglesia y trazar las calles y las plazas del moderno pueblo.
UN PROCESO AUTÓNOMO
Sin pedir permiso ni contar con nadie, las parcialidades indígenas iniciaron trabajos a partir de 1875; todos colaboraron en la empresa: la gente de Naranjal abrió caminos, los de Moreta cortaron las maderas, los vecinos de Sausaguá levantaron las chozas y los vecinos de Guarguará llevaron el agua por tubos de guadua hasta la plaza principal.
El cabildo indígena contrató un maestro montador y a cambio de la mitad del carbón del Resguardo, Protasio Gómez dirigió la obra del templo con el apoyo de los sacerdotes José Domingo Sánchez, Clemente Guzmán y Simón de Jesús Herrera, que durante una década se unieron a la comunidad en las mingas y convites.
LA MISA DE DIFUNTOS
Con las últimas luces del 28 de noviembre de 1888, el sacerdote José Joaquín Hoyos congregó a la comunidad para celebrar una misa de difuntos en la capilla de Quinchiaviejo. Don Antonio Bermúdez, hijo del capitán Zoilo Bermúdez, fue testigo del impresionante acto litúrgico : tres candelabros iluminaban el altar y las sombras de los feligreses se proyectaban sobre las paredes de bahareque como danzando en medio de la penumbra. Era una despedida; los recuerdos se agolpaban y las lágrimas corrían por los rostros de los feligreses que dejaban las cenizas de los seres queridos; atrás quedaban las luchas de las generaciones de Aricapas y Guarumos, de Tapascos y Guapachas y el sudor de los Trejos, los Bermúdez y Vinascos cuya sangre caucana se había entremezclado con la nativa para formar el alma quinchieña.
EL DESFILE TRIUNFAL
Al aclarar el alba del 29 de noviembre de 1888 empezó el traslado de las imágenes y de los ornamentos; el capitán Zoilo Bermúdez encabezó el desfile con la imagen del arcángel San Miguel, después iba La Inmaculada y el padre Hoyos con el Santísimo Sacramento rodeado por la abigarrada feligresía. Al contrario de la víspera, en esa mañana los quinchieños estaban radiantes, iban a un altozano verde, se dirigían a un sitio fresco y bello, acurrucado en las laderas del Cerro Gobia, y rodeando por las colinas de Cantamonos, Puntelanza y Yarumal. En el horizonte se recortaban los nevados del Ruiz y de Santa Isabel y al fondo se erguía majestuoso el Cerro Batero, morada de Xixaraca, el dios tutelar de los ancestros, y de Michua, la Señora del Valor y de la Guerra.
A los remisos en abandonar las viejas construcciones no les quedó otra alternativa que empacar sus bártulos, meter las gallinas en costales y seguir la procesión al lado de los ranchos destechados que cargaban en minga numerosos vecinos. El desfile cruzó la quebrada Lavapìé, ascendió hasta donde ahora está la plazuela de La Pola y al fin desembocó en la plaza recién abierta y allí se ofició un Te Deum para dar gracias al Señor y pedir de hinojos la bendición al Altísimo.
UNA HISTORIA DIFERENTE
Quinchiaviejo nació del caserío de Nuestra Señora de La Candelaria levantado a mediados del siglo XVI al lado de una doctrina franciscana; la aldea desapareció en un incendio y la refundaron como Quinchía que era el nombre del resguardo que incluía las parcialidades vecinas.
Los exilados patriotas de Antioquia y también el sabio Boussingaut, describen el caserío: según ellos era un pueblo miserable. Sin embargo a mitad del siglo XIX ese paupérrimo rancherío adquiere importancia al aliarse con los liberales radicales del Cauca y convertirse en su punta de lanza en las confrontaciones con los conservadores de Antioquia.
La Regeneración de Núñez tuerce nuevamente la historia: de distrito municipal con jurisdicción sobre Ansermaviejo, Guática y Arrayanal los conservadores rebajan a Quinchía a corregimiento de San Clemente y dejan a las parcialidades a merced de los invasores paisas que intentaron quitarles las minas y las tierras.
En 1919 Quinchía recobró la dignidad de municipio y siguió adelante venciendo todo tipo de vicisitudes . Todo ha cambiado, es un municipio con identidad, con posibilidades y realizaciones que puede enseñar muchísimo al resto de los municipios del departamento.
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