MUJERES EN LA INDEPENDENCIA AMERICANA
Alfredo Cardona Tobón*
En los anales independistas Juana Azurduy y Manuela Sáenz figuran con títulos de teniente coronel ; Manuela Medina como capitana de las fuerzas mejicanas; la argentina Macacha Güemes también capitana patriota.
A Doña Antonia Navas, una mejicana que acompañó a su marido con rango de general, las tropas la llamaron generala, porque en las campañas de la Sierra de Xaliaca atendió heridos, combatió al enemigo y soportó con estoicismo hambre, fatiga y sufrimiento.
A Doña Antonia Navas, una mejicana que acompañó a su marido con rango de general, las tropas la llamaron generala, porque en las campañas de la Sierra de Xaliaca atendió heridos, combatió al enemigo y soportó con estoicismo hambre, fatiga y sufrimiento.
Pocas mujeres patriotas tuvieron mando en las tropas pero un número muy grande lucharon en el frente de batalla, en esta ocasión vamos a exaltar la memoria de la mejicana Manuela Medina y de las granadinas Estefanía Parra y María Antonia Ruiz
CON JOSÉ MARÍA MORELOS
En 1813 la Suprema Junta de Zitacuaro, en Mexico, nombró capitana a Manuela Medina. Manuela había dejado hogar y familia para luchar por la independencia de su pueblo. Era una indígena de Taxcoco con el fuego que suele inspirar el amor por la Patria. Su capacidad de liderazgo era extraordinaria, pese a ser mujer, arrastró consigo a centenares de combatientes que se unieron a las tropas insurgentes de López Rayón.
Alguna vez alguien dudó de su arrojo. “También la mujer sabe morir por la Patria”- fue la respuesta confirmada por la participación de Manuela Medina en siete combates e innumerables escaramuzas.
Era tal la admiración de la heroína por el general Morelos, que no dudó en recorrer más de quinientos kilómetros en territorio hostil, erizado de peligros, para conocerlo. Morelos, que sabía de su valor y su lealtad, recibió a Manuela con un caluroso abrazo. “¡Ahora sí¡, dijo Manuela; ya puedo morir tranquila, feliz. ¡No importa que me despedace una bomba de los realistas, porque ya tuve el gusto de conocer a nuestro Jefe, el General Morelos”. El 13 de abril de 1813 Manuela luchó al lado de su General en Acapulco y el 20 de agosto de ese año se cubrió de gloria en la toma del Castillo de San Diego.
La lucha de Manuela continuó hasta 1822. En ese año la atravesó una lanza enemiga y murió tras una larga agonía en el pueblecillo de Tepaneca. Apenas, ahora, después de doscientos años, los mejicanos están rescatando la memoria de la capitana.
CON SIMÓN BOLÍVAR
Otra valiente y osada patriota fue la granadina Estefanía Parra; aunque poco se conoce de la vida de esta campesina del altiplano de Tunja, sabemos que era una espía que se infiltraba en las filas realistas como vendedora de comisos y fritanga y cuya información fue vital para derrotar a los españoles en la batalla de Boyacá.
En los primeros días de agosto de 1819 Estefanía Parra se integró a la División de Vanguardia que, comandada por Santander, marchaba hacia Tunja después de la batalla del Pantano de Vargas; los patriotas ocuparon la ciudad el día siete y como Estefanía era de fiar y conocía al dedillo las trochas y recovecos del territorio aledaño, se le comisionó para que sirviera de baquiana y guiara a las tropas republicanas hasta colocarlas a la espalda de las fuerzas realistas del general Barreiro.
Estefanía fue al frente señalando el camino a las tropas y en plana batalla de Boyacá, sin temer a las balas enemigas recorrió las orillas de la quebrada Teatinos para señalar un vado por donde cruzó la caballería patriota para cargar sobre las tropas realistas y asegurar la victoria.
Al terminar el combate Estefanía recorrió el campo de batalla preguntando por “miamo Bolívar” y por “miamo Santander”; no para saludarlos, sino para verlos aunque fuera de lejos, pues la humilde mujer no se atrevía a saludar personalmente a “esos amitos tan grandes”.
El único que reconoció la labor heroica de Estefanía fue Rondón; el bravo llanero se acercó a la campesina y le dio una moneda de plata como premio, regalo que Estefanía conservó hasta su muerte en una bolsita tejida que sujetaba al cuello y que mostró a sus hijos y nietos como un recuerdo de su participación en la batalla de Boyacá.
MARÍA ANTONIA RUIZ
Esta negra liberta creció en la hacienda San Agustín en el Valle del Cauca. Fue una mujer sin miedo que perdió a su hijo en la guerra y luchó como una leona para vengar su muerte.
Cuando el cruel Simón Muñoz se acercaba con su tropa a la estancia donde vivía María Antonia, dejando muerte y ruinas a su paso, la negra reunió a un grupo de peones y emboscados en la maleza con tambores y gritos hicieron creer a los atacantes que se encontraban ante una gran fuerza patriota y como Muñoz era experto para el ataque aleve y malito para luchar de frente se alejó con su gente y se salvó la estancia.
Poco después vemos a Maria Antonia vestida de hombre en el combate de San Juanito, acaecido en las cercanías de Buga el 28 de septiembre de 1819. Alli la esclava volvió a mostrar su osadía. La lucha era pareja, la resistencia española era sólida y nadie podía acercarse a la casa donde se parapetaron valientes realistas con sus banderas enlutadas en señal de guerra a muerte; entonces María Antonia con una antorcha en la mano y una lanza en la otra desafió el fuego graneado y, sin importarle el peligro, avanzó hasta el reducto español, le prendió candela a unas edificaciones vecinas y obligó a los defensores a salir a campo abierto, donde los arrolló la caballería patriota.
Terminada la guerra María Antonia trabajó en Popayán en la casa de sus amos Mosqueras, una familia prestante amiga de Bolivar, cuenta la leyenda que en uno de sus viajes el Libertador se acercó a la esclava la abrazó y le dio las gracias por su valentía y su patriotismo.
Con mujeres como la Macacha, como la Medina, Estefanía y la negra María Antonia cuajó la independencia americana, fueron patriotas que desafiaron la muerte y ofrendaron la paz de sus hogares para darnos una Independencia, que los americanos han despilfarrado en guerras intestinas y sosteniendo regímenes de corrupción que han prolongado la infelicidad de nuestra gente.
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