MANIZALES Y LOS AZOTES DEL DIABLO

Alfredo Cardona Tobón



El 15 de mayo de 1872 el Prefecto de Salamina  alertó al alcalde de Manizales sobre una terrible epidemia de viruela maligna en los distritos del antiguo Cantón de Supía. La situación era inquietante pues en el distrito de Riosucio se hablaba de 300 muertos y 400 enfermos; en el Resguardo de Guática las víctimas eran innumerables y la aldea de Higueronal, hoy Belén de Umbría, estaba prácticamente deshabitada debido a la enfermedad y al éxodo de los los vecinos para evitar el contagio.

"En semejante situación- decía el Prefecto al  alcalde de Manizales-  es preciso que usted, como la primera autoridad política del distrito, ejerza su acción protectora para salvar del contagio a la humanidad amenazada, empleando para ello todas las medidas higiénicas que la ciencia aconseja.."

Para evitar que la viruela se extendiera por Antioquia, las autoridades de Medellín restringieron el paso desde el Estado del Cauca, sin embargo,  pese a las precauciones tomadas el mal llegó al sitio de Alegrías, en Aranzazu, donde la primera víctima del terrible azote fue Anacleto Taborda .

Mientras los curanderos recomendaban  un tratamiento preventivo  con hojas de chilca, el Doctor Manuel Vicente de la Roche viajó a Marmato  en julio de  1882 y extrajo linfa de las pústulas de un niño vacunado anteriormente con virus vacuno. Después de  algunos ensayos  con reses del sitio de Maybá, cerca de Filadelfia,  el Doctor de la Roche  obtuvo una vacuna a partir de individuos atacados benignamente por la viruela al ser tratados  previamente con  virus extraídos de vacunos infectados
.
Al alcalde de Manizales se le encomendó la delicada misión de organizar comisiones de personas idóneas para que visitaran lo hatos y extrajeran el virus de las vacas enfermas, para luego inocularlo a los "niños robustos y  alentados, que no  hubieran sido vacunados anteriormente".

Tras de la  inoculación masiva, el alcalde hizo blanquear los edificios y erradicó chiqueros, pantanos y estanques inmundos de la población. La viruela se extendió por Pácora  y allí paró respetando a Manizales y al resto de Antioquia.

 LA TIFOIDEA

En enero de 1881 una epidemia de tifoidea enlutó a  la ciudad de Manizales; las autoridades prohibieron las reuniones numerosas, restringieron la visita a los enfermos y desinfectaron las casas afectadas con vinagre fenical, con ácido fénico o con cloruro de calcio.

Al poco tiempo de atenuarse la tifoidea y cuando la ciudadanía se reponía de los estragos de la enfermeda, Manizales se vio amenazada por otro brote de viruela que apareció en Villamaría. El 19 de enero de 1882 el alcalde de la vecina población pidió ayuda  para controlar la emergencia. El Prefecto Pedro Uribe Ruiz autorizó a Don Alejandro Gutiérrez y a Don Ramón Hoyos para que recogieran fondos  con destino a los virulentos y   encargó  a Don Marcelino Arango  de la organización de un hospital conjuntamente con los  villamarinos, donde se atendería y se aislaría a los contagiados. El apoyo de Manizales fue oportuno y decisivo. La aldea de Villamaría pudo controlar la crisis y Manizales se salvó nuevamente de la viruela.

LAS ENFERMEDADES VENÉREAS

En los primeros tiempos Manizales no fue el dechado de virtudes que  pintan algunos historiadores que ensalzan las virtudes del pueblo antioqueño;  la pequeña ciudad fue un puerto terrestre, un  enclave de caminos, a donde llegaban los vagos y prostitutas extrañados por el gobierno de  Pedro Justo Berrío y donde anclaron  las numerosas juanas que acompañaron los ejércitos victoriosos del  Estado del Cauca.

 El Visitador Fiscal  Luis María Botero en un informe con fecha del 5 de mayo de l873,  anota el progreso material de Manizales y celebra que  la localidad se haya  curado de "la lepra del vicio con que nació, producto de las escorias sociales que la ley enviaba allí bajo el castigo de confinamiento"

Las circunstancias anotadas hicieron de la ciudad fronteriza un foco de enfermedades venéreas. El 26 de diciembre de 1881, recién pasada la guerra con el Cauca y  vencida la revolución de los clérigos, el Prefecto Pedro Uribe Ruiz envió una nota al alcalde del distrito donde le decía lo siguiente: "Las enfermedades venéreas que tan comunes se han hecho entre nosotros, provienen  precisamente del contagio que comunican las mujeres, de que trata el caso 5 del artículo 160 de la ley sobre policía. Estas enfermedades deben tratar de extirparse, y se debe considerar como  cuestión social de grande trascendencia, porque la inoculación del virus es llevar el germen al seno de las familias, el  cual a la vez ataca a las madres, hacen que los hijos nazcan escrofulosos, llenos de úlceras y  raquíticos, y esto es un mal inmenso no sólo  para las familias, sino también para  la nación, la cual necesita hombres sanos y robustos..."

Como no existían hospitales, el Prefecto ordenó al alcalde que enviara  a las mujeres afectadas a la enfermería de la Casa de Reclusión. Para evitar que perdiera tiempo con sumarios indebidos lo remitió al diccionario  de la Real Academia de la Lengua donde  vería que  prostituta o ramera era aquella mujer que comerciaba "vilmente con su cuerpo, entregada al torpe y feo vicio de la sensualidad, tomándolo como exclusivo oficio  sin otros medios de ganancia o lucro''. Con tal definición, recalcaba el Prefecto, podría obrar según la ley sobre policía, sin cometer arbitrariedades.

El diablo  azotó  a los ancestros manizaleños con terremotos e incendios, con guerras y con  pulgas, y como no haya mal que dure cien años, la Providencia Divina  dio resistencia a Manizales para que soportara los ataques de la  viruela y de la langosta y el azote de las juanas caucanas, quienes, al  fin, amarraron los petates y  buscaron tierras más cálidas y  con menos curas.

Al repasar los papeles apolillados del Archivo Municipal, tan descuidado y tan deteriorado,  se recuperan estos episodios que quizá  hieran la susceptibilidad de algunos primos del Espíritu Santo que quieren dar una visión angélica de la ciudad. Al revivir la pequeña historia estamos atando los hilos del pasado para darnos cuenta del presente y del rumbo que siguen nuestros pasos, que  no están  marcados solamente por los  azucenos y los heliotropos sino  también por el pueblo pardo, sucio y maloliente, con sus defectos y virtudes, que puso los muertos y el sufrimiento y fue pasto de viruela, tifo, y demás azotes infernales.




Comentarios

  1. En la época en que viví en Manizales, década del 90 del siglo XX, me hice aficionado a darme una vuelta por el lado salvaje de la galería, y compartí con algunas de esas chicas famélicas y otras en cambio, rellenitas y morenas. Había una que bajo los efectos de la droga, se peinaba compulsivamente y mechones de pelo se quedaban en su peinilla, otras cicatrizadas por varias partes del cuerpo, con la piel y los pezones resecos. Es así como me salieron unas pústulas en la piel, abcesos o "nacidos" como dicen los paisas; los drenaron y volvían a salir. Afortunadamente me salieron en partes sensibles pero no nobles, como las axilas y tórax, hubo unos que intentaron salirme en el muslo, pero se secaron solos. Despúes del segundo, que me drenó una enfermera en el barrio La Enea, me sentí tan aliviado y con sensación de flotar en el aire después de varios días de no poder moverme bien, que me fui a un costado del aeropuerto La Nubia y me quedé esperando el despegue o aterrizaje de los muy pocos aviones que hay allí.
    jotagé gomezó

    ResponderEliminar
  2. En vacaciones en Pereira, usualmente a final de año, y los relatos de mi abuela, a oscuras, repitiéndonos sus recuerdos familiares ante las preguntas mías casi obsesivas, en donde estaban las muertes de sus hermanos mayores, varios por enfermedades desconocidas para los más chicos de la familia como mi abuela, por ejemplo la mayor, quien murió a los 17 años después de grandes fiebres y mucha tos, y otra hermana suya, quien muere después de salirle gusanos por la nariz, ante los ojos espantados de mi abuela y demás hermanos; me contaba, en todo caso, que llevaban varios meses sin casi ver a los hermanos enfermos, porque mis bisabuelos les prohibían verlos y hablarles y obligaban a guardar silencio, como también preguntar a los adultos qué era lo que tenían, por qué tosían tanto y perturbaban el sueño de los restantes 10 hermanos.
    jotagé gomezó

    ResponderEliminar

Publicar un comentario