MARTINA Y EL OSO DE PELUCHE*
Alfredo Cardona Tobón
Un 24 de diciembre Martina
jugaba con un osito de peluche en la casa de su abuela, el osito lucía un gorro
de navidad, y en su cuello pendía una campana con un moñito, que hacía juego
con la camisita a rayas y el azul de los ojos de la niña.
- Abuelita, abuelita,
exclamó la niña, abrazando a la abuelita, cuéntame una historia donde mi osito se
convierta en un héroe, vuele por encima de las nubes, me proteja y cuide al
Niño Dios que está en el pesebre.
- Huy Martina- dijo la abuela-
me pones en un aprieto pues los osos que yo conozco son dormilones y se pasan
el día buscando miel y frutas. Pero haré lo que pueda y daremos superpoderes a
tu osito de peluche para que pueda cumplir lo que le pides...
Martina se instaló en el
amplio sillón con su osito de peluche y la abuela reencauchó uno de los cuentos
que había narrado cuando
se reunía con los nietos en el corredor de la finca
La abuela Martica apuró un tazón de chocolate
acompañado de una lonja de queso y envuelta en su mantón empezó el relato mientras la escuchaba con atención
la nietica más pequeña, señora y reina en la casa solariega.
Martina se recostó en el
hombro de la abuela, cerró los ojos y a medida que la abuela hablaba, la imaginación de la niña
voló hasta un pueblito enclavado en los recovecos de la cordillera, donde vivían
unos indios que usaban collares de plumas, cazaban con flechas, sacaban oro de
un riachuelo cercano y pescaban sabaletas de colores.
Los nativos vivían
tranquilos en su resguardo, pues habían domesticado un oso que les servía de
centinela. El enorme animal jugaba con los niños, dormía en la entrada del
caserío y con sus gruñidos mantenía lejos a los forasteros y a los otros
animales del monte.
Al llegar la Navidad los nativos
decoraron la capilla, organizaron los jardines y armaron un pesebre hermoso
adornado con musgos y unas orquídeas que parecían mariposas. El oso era muy
curioso, por eso se acercó al pesebre y se convirtió en un asiduo visitante,
olía a los reyes magos, le pasaba la lengua a un tigre que estaba al lado de
los pastores y espantaba los perros y los cerdos que pudieran dañar el
pesebre levantado a la entrada de la
capilla.
Un artesano había tallado la
Virgen y a San José, ella morenita clara y él con barba, sombrero y una jíquera
donde llevaba pan y panela. Pero faltaba el Niño Dios, que dejó para lo último,
pues todo era tan lindo que el artesano no lograba hacer un recién nacido que hiciera
juego con el resto de las figuras. Los días pasaron, la Navidad se acercaba y
faltaba el divino niño que al fin decidieron remplazar con uno prestado por un
parroquiano.
En la mañana de Navidad el
oso desapareció, no lo vieron en el rancherío ni donde solía pasar sus largos
sueños, pero no era extraño, pues el oso a veces salía y se adentraba en el
monte o se alejaba cuando en las fiestas prendían pólvora y hacían estallar
voladores.
Ese día fue esplendoroso, el cielo sin una nube y el espíritu de navidad
flotando por encima de los ranchos decorados con guirnaldas. Se sentía el olor a
natilla y buñuelos y el
aroma de sirope del tenderete vecino.
La tarde llegó y el Niño
Dios prestado permanecía oculto hasta la medianoche cuando el doctrinero lo
descubría para que Jesús recién nacido atendiera la visita de los pastores, los
ángeles y los reyes magos.
Con velones y lámparas de
higuerilla se alumbró la capilla. Un coro de niños cantó los villancicos y rezó
la novena. A las doce de la noche el cura doctrinero se acercó al pesebre y
quitó las motas de algodón que tapaban
al Salvador del mundo y entonces
vivos rayos de luz iluminaron el
ranchito del pesebre donde María y José adoraban al Niño al lado de un asno y
un buey.
¡Es un milagro! ¡Es un milagro!
Exclamaron los presentes al ver el portento.
En la humilde cuna estaba el
Niño, pero no el prestado sino otro hermosísimo que irradiaba luz mientras a sus
pies reposaba el oso guardián en miniatura
velando el sueño del recién nacido: El
oso del resguardo indígena se había vuelto pequeñito para acompañar al divino Niño en el pesebre.
En esta parte del cuento
Martina estaba dormida. La abuela la
tomó en sus brazos y la llevó a su cama donde la cobijó con el oso de peluche que abrazado a la niña
parecía protegerla contra todo mal y peligro.
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