QUÉ PASÓ DE VERDAD EL 10 DE MAYO DE 1957
-10 de mayo de 1957 (en la casa privada)
Héroes de cartón-
Por: REDACCION EL TIEMPO
05 de marzo 2000 , 12:00 a. m.
DECLARACIONES
DE MARIA EUGENIA ROJAS CORREA
Muchas páginas se han escrito sobre esta
fecha y se han tergiversado los hechos, algunas veces por mala fe, otras por
petulancia y otras por perversidad. Nadie hasta ahora ha contado qué pasó en la
sala privada de nuestra casa en donde se llevaron a cabo diversas reuniones con
los jefes militares y políticos y con algunos amigos, muchos de los cuales
siguieron leales y otros desertaron.
“Mi padre envió a Navas Pardo a fin de
que asistiera a una reunión de notables convocados por Antonio Alvarez Restrepo
en su casa, donde se debatían los argumentos surgidos de distintas vertientes
de opinión, sobre la posibilidad de un retiro temporal del Presidente, de la
Jefatura del Gobierno, mientras se superaba la crisis desatada. Navas informó
detalladamente todo lo tratado en esa reunión y posteriormente mi padre convocó
a todos los comandantes de las distintas armas, al Comandante de la Brigada y a
los comandantes de las guarniciones de Bogotá. Esta convocatoria era para saber
en qué ánimo se encontraban quienes tenían el mando de las tropas en la Capital
de la República. A la vez se comunicó con los comandantes de todas las brigadas
del país y comandantes de la Policía, quienes le ofrecieron su total respaldo.
Todo esto acaecía el 9 de mayo, en horas de la noche.
Le había dicho a mi padre que corría el
rumor de que Navas Pardo lo estaba traicionando y era importante
desenmascararlo y destituirlo de su cargo como Comandante del Ejército, pues
nada ocurría al tomar esa medida. Yo presencié la reunión en la sala privada
con los altos mandos. Mi padre fue interrogando a cada uno y les preguntaba:
Usted qué órdenes ha recibido? . Todos, sin excepción, contestaron lo mismo:
Nosotros no recibimos órdenes sino de su Excelencia . El más enfático de todos
fue el coronel Hernando Forero Gómez, Comandante de la Policía Militar, el más
importante batallón en ese momento, quien le dijo: Mi General, yo le pido
levantar la orden de no disparar y en 15 minutos desalojo la plaza de Bolívar,
sin que haya un herido . El General le contestó: Mira, mono así lo llamaba
afectuosamente , por ahora no levanto esa orden .
Esa reunión duró hora y media. La
conclusión era patente, inobjetable. Existía un sólido y unánime respaldo al
gobierno y a su Presidente, por parte de los altos mandos militares, tanto en
Bogotá como en todas las guarniciones del territorio nacional. Al finalizar esa
clara demostración de solidaridad y afecto, mi padre les dijo: Les agradezco la
lealtad y los términos generosos que han expresado esta noche; yo les convocaré
de nuevo para darles las instrucciones necesarias. Por ahora, pueden retirarse
. Todos se despidieron dándole un fraternal abrazo a su Jefe, papá se quedó
solamente con su familia.
Mi padre había encomendado a Samuel,
quien era director del Diario de Colombia y mantenía una estrecha relación con
Gilberto Alzate para que le ofreciera el Ministerio de Gobierno, quien era uno
de los colombianos más ilustres, y venía desempeñándose como embajador del
gobierno en España. Además, el General consideraba a Alzate como el personaje
más indicado para dirigir la cartera de la política.
Hubo una llamada como a las 11 de la
noche del doctor Gilberto Alzate Avendaño. Papá le tenía un especial aprecio
porque el general Marco Alzate, el padre, había sido padrino de su matrimonio y
Gilberto había sido también el padrino del mío. Alzate le informó que había
hablado con los distintos grupos en los cuales se hallaban divididos los
partidos y ya tenía configurado un gabinete de unidad nacional; le agregó que
la huelga patronal estaba quebrada y los bancos estaban decididos a abrir
nuevamente.
Ya estaba tomada la decisión de
nacionalizar los bancos que no abrieran o no prestaran el servicio normal. Mi
padre le pidió a Alzate que estuviera pendiente de una llamada que le haría más
tarde. Con una leve sonrisa nos dijo: Miren lo que me cuenta Alzate y nos
relató su conversación. Mi esposo se había comunicado con los doctores Fernando
Urdaneta Laverde y Hernando Escallón, a quienes les comunicó la decisión del
General de nombrar a Alzate como nuevo ministro de Gobierno. Como esa noticia
cundió, en el interior de la casa privada, Hernando Navia Barón, quien era el
titular de esa cartera y manejaba muy finamente el humor, me preguntó: Es
verdad María Eugenia, que me van cambiar de Ministro? Le respondí: No, te van a
dar otro despacho, pero en Roma . Entonces me dijo: Al único que le entrego el
Ministerio es a Alzate porque los demás candidatos son de cartón . Esto daba a
entender la admiración que suscitaba el nombre de Alzate. Las únicas personas
que se oponían a esta designación eran Josefina Valencia y Navas Pardo porque
se dividía el partido conservador . Todos nos reímos y en ese momento papá se
comunicó con José Manuel Rivas Sacconi, Ministro de Relaciones, quien le relató
su conversación con varios obispos que respaldaban al General. El cardenal
tenía reticencias pero no quería la división de las jerarquías eclesiásticas.
Como a las 12:30 de la noche nos dijo:
Váyanse a dormir, mañana pienso designar una junta militar de Gobierno. Por la
mañana escogeré los nombres . Quedamos atónitos, estupefactos. Nos mirábamos y
no lo creíamos. Mi madre solo nos dijo: Yo creo que esto no puede ser, no se
preocupen . Después de la respuesta de mamá, entré a la alcoba donde ya estaba
recostado y le dije: Papá, tú no te puedes ir porque el pueblo te respalda y
las Fuerzas Armadas, totalmente solidarias, siguen solamente tu orientación,
como lo acabamos de presenciar en la reunión con los comandantes de todas las
armas y de las guarniciones de Bogotá, y tu conversación con la totalidad de
las brigadas. Cómo vas a tomar esta decisión cuando, además, ya está resuelta
la coyuntura política con la escogencia de Alzate para el Ministerio de
Gobierno. Yo no estoy de acuerdo con esta decisión. Estaría muy bien si hubiera
un alzamiento popular o militar. Por favor, hazle caso el coronel Forero Gómez,
quien promete despejar la plaza de Bolívar en 15 minutos y sin que haya un
herido .
El me respondió pausadamente: Mira,
Nena, después entenderás esta determinación. Pero me siento hastiado con la
conducta artera del Cardenal y de algunos pocos jerarcas a quienes les ha dado
todo y ahora piden más. Mira, el Cardenal está entregado a la oligarquía.
Además, yo que he logrado la pacificación del país no puedo empañar mi nombre
con el derramamiento de una sola gota de sangre . Me despedí con un beso,
agregándole: Todavía tienes tiempo para pensarlo. Ayúdame en esto, paisa , le
dije a mamá.
Al siguiente día, 10 de mayo, regresé
muy temprano a Palacio. Lo encontré desayunando como de costumbre, a las 7:30
de la mañana, y en la conversación habitual él se ratificó: La decisión ya la
tomé. La historia me hallará la razón . Y añadió: Ahora subiré a mi despacho y
escogeré los nombres definitivos con los cuales voy a integrar la junta para
que se encargue del poder y convoque a elecciones dentro de un año. El pueblo
no olvidará mi obra de gobierno . A todas estas empezaron a llegar los más
cercanos empleados, los conductores y los miembros de las escoltas, quienes en
tono airado vociferaban contra Navas Pardo. Uno de ellos, el sargento Garavito,
les dijo a sus compañeros: Voy a matar a ese h.p... de algo me va servir esta
pistola y la mostró enfurecido. Yo le manifesté: No vaya a cometer una locura
porque Navas nada tiene que ver en la decisión de papá . Sin embargo, los
ánimos no se calmaron sino se fueron exasperando cada vez más (...) Me
pregunto, abismada, cuando se habla de que al General lo derrocaron el 10 de
mayo de 1957: la totalidad de las Fuerzas Armadas lo respaldaban
incondicionalmente, y el pueblo y la clase media estaban contentos con su
gobierno, quiénes lo podían derrocar? Los banqueros que ya iban a abrir los
bancos o los señoritos de corbatín o las damas perfumadas del Chicó podían
hacerlo? Tenían capacidad para ello? Alguien cree que a un mandatario lo pueden
derrocar con sombreros de pluma y pieles de armiño? Puede alguien creer
semejante ingenuidad? Mi padre se fue porque le dio la gana, por voluntad
propia, por decisión propia. Mentirosos serían los que afirmen lo contrario. Me
río, no una sino muchas veces, cuando algunos hablan de los héroes del 10 de
mayo. Cuáles son, dónde están, quiénes eran? Quisiera saber de ellos,
conocerlos o reconocerlos o aprenderme los nombres de semejantes valientes, de
semejantes héroes de espuma, de cartón...
Yo me di cuenta de qué clase de gente
estaba en la Plaza de Bolívar, pues, hasta allá fui en el carro del coronel
Forero Gómez. Todos los asistentes eran miembros de la oligarquía bogotana,
elegantemente vestidos y con sus carros estacionados sobre la carrera 7a. No
estaban ni los sectores de la clase media ni los obreros, ni los campesinos, ni
los trabajadores. Allí no estaba el pueblo. Porque el pueblo estaba con Rojas.
Entonces exclamé: Lástima que mi padre no hubiera aceptado la propuesta del
coronel Forero .
Como la decisión estaba tomada, algunos
oficiales como Forero, Manuel Medina, Suárez, Turriago y otros comandantes de
la Guarnición de Bogotá, le pidieron al General que no se fuera del país sino
que permaneciera en su casa veraniega de Melgar, para visitarlo constantemente.
Mi padre no lo aceptó pues quería que los de la junta tomaran libremente sus
decisiones, y me manifestó su deseo de viajar a Estados Unidos o a España. El
embajador Urrutia solicitó la visa para los Estados Unidos pero yo le dije que
era mejor viajar a España, donde había un Presidente amigo. Y la verdad sea
dicha, el embajador de España en Colombia llamó a la casa privada para
transmitir las instrucciones de su gobierno e invitar al General Rojas Pinilla
y su familia a fin de que se desplazaran a Madrid, donde serían recibidos con
el mayor agrado y con los honores inherentes a su alto cargo. Y eso fue lo que
se resolvió (.2 de mayo de 1958 En manos de los coroneles Integrantes de las
diversas armas, pertenecientes a todos los grados, se hallaban engañados con la
manera como la junta militar había traicionado los ideales de su máximo jefe,
el General Rojas Pinilla, y buscaban un relevo en la dirección del gobierno. De
este movimiento hacían parte altos oficiales que ocupaban señalados cargos como
para no citar sino algunos los coroneles Quintín Gustavo Gómez, Jorge Ordóñez
Valderrama, Alberto Gómez Arenas, Luis María González, Manuel Medina y muchos
otros cuya lista mantengo en mis archivos. Algunos de ellos decían que en la
misma tónica se hallaban miembros de la junta militar como el general Luis E.
Ordóñez, descontento con Navas por su avidez desmesurada. Hacían parte así mismo,
los comandantes de policía de todos los departamentos, personal de alta como de
baja graduación, pues se sentían menospreciados por Navas y Piedrahita,
sometidos a los peores tratamientos.
En el documento confidencial que el
coronel Forero Gómez dejó en manos de su esposa por si algo fortuito sucediere
, en el punto 5o., después de manifestar que el general Ordóñez en dos
conferencias sostenidas con él había aprobado el plan, se contempla la
integración provisional de una junta de Gobierno compuesta por los coroneles
Quintín Gustavo Gómez, Alberto Pawels y Luis María González, mientras se
producía la llegada del General Rojas. Todos los comandantes de la Guarnición
de Bogotá y de varias brigadas estaban dispuestos a respaldar estas
determinaciones. Así me lo confirmó el coronel Forero Gómez en una larga
conversación que sostuvimos en mi casa. Hago mención a su nombre pues el
coronel Forero fue senador de la Anapo por el Tolima, en las listas
confeccionadas por mi padre, varios años más tarde de aquellos episodios y he
mantenido con él y su familia una estrecha, permanente y sincera amistad.
En algunas de las reuniones secretas de
oficiales se escogió como coordinador de la operación militar al coronel
Hernando Forero, por ser el oficial mejor calificado en el campo personal dada
su valentía, y en el campo militar por su capacidad de estrategia e integridad
incuestionable. Yo me encontraba en Madrid y luego me trasladé a Nueva York,
dos meses antes del golpe, pues consideraba más fácil comunicarme desde allí
con los civiles y militares que entrarían en acción. El coronel Forero
encomendó a un prestigioso industrial y dirigente popular de Santander, común
amigo de toda nuestra confianza, la delicada misión de comunicarse con
nosotros.
Constantemente recibíamos información
detallada de la organización tanto en el ámbito militar como político. La
operación militar consistía en detener a los miembros de la junta y al
candidato Lleras Camargo, a fin de que, al producirse el vacío de poder, el
General Rojas llegara a Bogotá y asumiera de nuevo la jefatura del Gobierno.
Muchos políticos activos respaldaban de manera franca y activa la decisión de
las unidades de tropa comprometidas. El ambiente era propicio pues las gentes
de los estratos populares y de clase media que se sentían estafados con las
medidas de la junta militar, entregada por completo a las oligarquías, estaban
listas para respaldar a los contingentes militares y hacer acto de presencia
beligerante.
El compromiso era serio y de una
incalculable gravedad pues todo giraba sobre la llegada del General Rojas al
aeropuerto de Bogotá, a las 3 de la mañana del 2 de mayo. Las tropas estarían
esperándolo, lo llevarían directamente al Palacio de San Carlos; desde allí
pronunciaría su alocución y anunciaría el comienzo del nuevo mandato.
Inmediatamente, las guarniciones del país reconocerían el hecho cumplido y se
pondrían a órdenes de su mentor, jefe y amigo. La mayoría de los comandantes de
Ejército y Policía estaban ansiosos de que este suceso llegara a feliz culminación.
Yo viajé a Bermudas y mi esposo permaneció en Nueva York. Mi padre llegaría a
la isla y allí nos encontraríamos, como exactamente sucedió, a fin de ultimar
los minuciosos detalles del viaje a Bogotá.
El General se había comprometido con sus
compañeros de armas y estaba dispuesto a cumplir el compromiso corriendo todos
los riesgos. Samuel despachó el avión que debía conducir a mi padre hasta
Bogotá, y fue así como a las dos de la tarde aterrizó en la isla un DC-4 al
mando del capitán Taylor, veterano piloto de la segunda guerra mundial. Tomamos
un refrigerio y cuando ya mi padre se disponía a abordar el avión, el capitán
de la nave nos dijo que no le habían aprobado el plan de vuelo, Bermudas Ciudad
Trujillo Bogotá. Le comunicaron tajantemente que no podía tomar esa ruta sino
la de Europa o regresar a Nueva York. Este hecho tan inesperado nos llenó de
perplejidad. Mi padre expresó su extrañeza y me dijo: En esto están metidos los
gringos . Después supimos que, evidentemente, el gobierno americano había dado
esa orden. Inmediatamente me comuniqué con mi marido a fin de avisar al coronel
Forero para posponer el golpe por 24 horas, mientras el General viajaba a
Barbados, donde lo recogería otro avión de propiedad del capitán Oscar Squella,
gran amigo de la familia. Samuel llamó inmediatamente a Bogotá y por conducto
de nuestro contacto le hizo saber al coronel Forero lo acontecido en Bermudas y
la necesidad de aplazar el golpe por 24 horas. El coronel respondió que era
imposible posponer el plan acordado pues las órdenes ya habían sido impartidas
a todas las unidades militares.
Mi padre llegó a Barbados el 2 de mayo
al amanecer y se preparó para tomar el avión de Squella y llegar a Bogotá a la
hora convenida, el día siguiente. Desgraciadamente, hubo algunos errores en el
operativo y el golpe fracasó: uno de los miembros de la junta quedó libre y la
patrulla que detuvo a Lleras Camargo lo entregó por equivocación a un teniente
del Guardia Presidencial. El coronel Forero, quien asumió la total
responsabilidad, llegó a un acuerdo con la junta militar pero sus integrantes
no lo cumplieron. Este compromiso implicaba que ningún oficial comprometido
sería juzgado ni condenado. Fue así como convocaron un consejo de guerra contra
el coronel Forero y otros militares, menos contra los generales de la junta,
comprometidos. Fue condenado a cinco años de prisión y recluido en la Escuela
de Artillería. La sentencia no fue firmada por el Presidente del Consejo Verbal
de Guerra ni tampoco el acta correspondiente al fallo de los vocales. Por esta
causa se decretó la nulidad del proceso, se abrió otro consejo de guerra y el
coronel Forero fue absuelto, se le devolvieron todos los honores militares y
los privilegios de su rango, incluyendo el derecho a vestir el uniforme y a
lucir las condecoraciones.
En la versión recogida por el doctor
Jorge Serpa en su libro sobre mi padre, se afirma que en el plan del 2 de mayo
estaba incluida la muerte del doctor Alberto Lleras a manos de un teniente de
la Policía. Nada más falso, ilógico y extravagante. Quién puede pensar que
semejante orden, tan grave y repulsiva, se podía dar a un teniente de la
Policía, acompañado solo por su conductor y menos por radio como consta en el
relato? No tenía sentido manchar de sangre una jornada sin necesidad alguna.
Además, para escoger una junta provisional de coroneles a nadie se le puede
ocurrir la muerte de un civil, que no tenía poder alguno en ese momento. El
coronel Forero desmintió categóricamente el contenido de esta absurda
publicación, en la última conversación que tuvimos después de la aparición de
la obra del doctor Serpa y agregó: Ni siquiera se podía contemplar la muerte de
alguno de los cinco generales de la junta, porque era inútil e innecesario
hacerlo. Todo el operativo está escrito en la carta que dejé en manos de mi
mujer antes del golpe (...) Abril del 70 Con Lleras en la Nunciatura Quiero
hacer mucho énfasis sobre este pasaje, porque para mí es fundamental la
claridad que surja de estas líneas, que servirán para despedazar las malvadas
sugerencias que se desprendieron de una conversación entre mi padre y el
presidente Carlos Lleras Restrepo.
El lunes 20, a las seis de la mañana,
repicó el teléfono 453138. Contesté inmediatamente y habló una voz que no había
escuchado nunca y preguntaba por el General Rojas. Indagué: Quién lo llama? y
me respondió: Lo llama Carlos Lleras . Yo me reí y colgué el teléfono. A los
cinco minutos volvió a repicar. Yo contesté de nuevo y se produjo el mismo
diálogo. Al colgar el auricular grité: Por favor, coja oficio . A la tercera
llamada, contestó Isabelita Rojas Franky, amiga muy querida y familiar nuestra.
Ella, que conocía a Lleras, reconoció la voz del Presidente y le indicó: En qué
teléfono se encuentra, señor Presidente, para yo llamarlo? . Le dio el número privado
y enseguida Isabelita lo llamó y él personalmente contestó. Como el general
Rojas ya estaba avisado pasó al teléfono y empezó una conversación de diez
minutos máximo, que luego nos relató mi padre.
Nos informó que Lleras le había
garantizado el respeto al resultado de las elecciones y le pedía muy
encarecidamente conservar la serenidad a fin de que no se precipitara en un
abismo la República. Ante lo cual papá se abstuvo de hacerle comentarios
inútiles; cuando se despidieron, Lleras le manifestó su deseo de entrevistarse
personalmente. Al respecto no hubo ningún resultado ni decisión alguna. En
anteriores páginas relaté lo sucedido en la noche del 21, cuando el Presidente
Lleras declaró el estado de sitio y ordenó nuestra detención.
Al siguiente día, se presentó a mi casa
el doctor Mauricio Obregón, amigo de Lleras y ex embajador del gobierno militar
en Venezuela; después de analizar la situación le comunicó a mi padre que venía
enviado por el presidente Lleras, quien deseaba entrevistarse personalmente en
el sitio que escogiera y a la hora que fuera; si no aceptaba ir a San Carlos,
el Presidente acudiría al lugar escogido por el General. Mauricio se despidió
efusivamente. Mi padre le agradeció su visita y le agregó: No tengo interés en
hablar con él .
Horas más tarde llegó a la casa el
médico Hernando Echeverri Mejía, electo senador por Antioquia en las listas de
Anapo y amigo personal de Lleras. Después de examinar los cómputos electorales
de Antioquia, el senador Echeverri le confesó a mi padre que su visita se debía
a la encarecida solicitud del presidente Lleras para que aceptara un diálogo
donde señalara el General. Mi padre se quedó pensando unos instantes y le
comentó a Echeverri: Qué será lo que quiere ese tipo? . Aquí estuvo Mauricio
Obregón hablándome de lo mismo. Hernando se alejó pensativo y desanimado.
Al día siguiente, como a las 2 de la
tarde llegó a visitar a mi padre el doctor Ciro Ríos Nieto, senador electo por
Santander, enviado por el presidente Lleras con los mismos objetivos de convencer
al General de un encuentro en el sitio que él escogiera. Con Ciro Ríos fue más
explícito mi padre. Voy a donde quiera Lleras, pero bajo el compromiso de que
va a respetar mi triunfo y que esto me lo diga ante testigos que merezcan
credibilidad . Ríos, al despedirse, él que había sido del MRL, lopista
integral, respondió: General, le pido que López sea uno de esos testigos . Mi
padre accedió.
Quise comunicarme con el doctor Alfonso
López Michelsen, ministro de Relaciones Exteriores, a fin de transmitirle los
diálogos con Obregón, Echeverri y Ríos, pero consideré inoportuno hacerlo, a
pesar de las buenas relaciones que hemos tenido a través de la vida, con éxitos
y vicisitudes. A su padre, el doctor López Pumarejo, en un 6 de septiembre le
habían incendiado la casa y hubo de abandonar el país y radicarse en el
exterior. Alfonso se hallaba viviendo en México, dedicado al estudio y a la
cátedra y celebró con alegría el 13 de junio de 1953. He mantenido con él una
noble amistad que no han ensombrecido las contingencias de la política. Con
López estuvimos en la oposición al Frente Nacional y recorrimos muchos
kilómetros de nuestro territorio llevando un parecido mensaje. Me cabe la
satisfacción de haber promovido su candidatura presidencial en la justa electoral
de 1966, con tan mala suerte que no se llevó a cabo pues el doctor Alvaro
Gómez, comprometido a respaldarlo, a última hora se marginó y López consideró
que si Gómez no acogía su nombre, él no sería candidato. Estuvimos juntos en el
Senado y en 1987 lanzó mi nombre para la Alcaldía de Bogotá. Me enfrenté a
Andrés Pastrana, cuyo turbio secuestro y ocasional rescate le sirvieron para
explotar aquello como un terrible martirio y convencer a los bogotanos de que
votaran por él. Así, con ese ardid, me ganó las elecciones. Desdichadamente a
los bogotanos se les olvidó su nefasta gestión.
Después de este breve paréntesis vuelvo
a mi relato de aquellos fraudulentos días de abril. Naturalmente, después de
las visitas de Obregón, Echeverri y Ríos Nieto, el rostro de mi padre lo
encontraba con marcados gestos de preocupación. Caminaba pensativo y la natural
consecuencia era la discusión sobre si era conveniente o no ese encuentro. Yo
me preguntaba: Conversar de qué, para qué y con quién . El proceso eleccionario
se había terminado. Para qué se conversaba si los mecanismos del poder estaban
aceitados para perfeccionar y consumar el fraude que tan cuidadosamente se
había preparado. Y conversar con nuestro carcelero, quien nos había confinado
en nuestra casa y nos tenía presos por haber ganado las elecciones, no tenía
sentido ni explicación alguna.
Hubo varias discusiones en la casa,
sobre todo con Josefina Valencia, y uno de mis hermanos, Gustavo, sin criterio
personal ni político. El resto de los detenidos eran solidarios conmigo. Por
primera vez fui un poco dura con papá, pues le increpé secamente: Tú no puedes
hablar con nuestro carcelero y quien pretende seguir engañándote para robarse
más fácilmente las elecciones . El nada me contestó. Me di cuenta de que
Josefina Valencia había coordinado la entrevista en la Nunciatura. Ella era una
mujer excelente, muy capaz, inteligente y leal a su General Rojas. Lo había
defendido con brillantez y entereza, aun frente a su hermano, cuando se aprobó
el voto femenino en 1954.
A las 8 de la noche del sábado 25 de
abril, llegó un carro oficial y de él bajaron el general Charry, comandante de
la Brigada, y su ayudante. Siguieron a la sala y esperaron a que mi padre
bajara de su habitación. Yo no hablé con ellos pero confirmé que la conversación
se efectuaría en la Nunciatura Apostólica, ubicada a pocos metros de nuestra
casa. Lo único que le dije a Josefina fue: A este encuentro deben concurrir dos
testigos por lo menos, pues si no es así, Lleras inventa cualquier cuento .
Supe que al llegar a la reunión, el
Nuncio lo saludó muy amablemente y adelantaron un corto diálogo. Lleras ya
había llegado; mi padre quería que el Nuncio estuviera presente en aquel
encuentro y escuchara los temas allí tratados. Pero Lleras no lo invitó, le
agradeció su hospitalidad manifestando que quería conversar a solas con el
General Rojas.
Cuando mi padre regresó a la casa nos
relató lo tratado con el Presidente en esa reunión, le expresó que estaba
profundamente preocupado por la tensión política que vivía el país, le prometió
respetar el resultado de los escrutinios departamentales y municipales y
sugirió la necesidad de integrar una comisión de cinco miembros, encargados de
vigilar el proceso y pidió algunos nombres para expedir el respectivo decreto.
Fueron designados como ex funcionarios del gobierno militar los doctores Carlos
Mario Londoño y Alvaro Ortiz Lozano, sin consultarle a papá.
Sabía de antemano: para que algo no
marche, basta con nombrar una comisión. No valía la pena integrar un grupo de
notables que serían solo testigos mudos del resultado de los escrutinios. Papá
le solicitó al Presidente que pusiera en libertad a todos los dirigentes
nacionales de Anapo, más de cien, que se encontraban presos para que pudieran
vigilar los escrutinios del domingo siguiente. El mandatario no cumplió. Los
anapistas siguieron detenidos 10 días más y no respetó la voluntad popular.
Otra burla más al compromiso pactado.
Lleras Restrepo no informó a ninguno de
sus inmediatos colaboradores la intención de reunirse con el General Rojas en
la Nunciatura. Unas semanas más tarde, visitando al canciller López Michelsen,
al relatarle este encuentro con lujo de detalles, me manifestó: No tenía ni
idea de esa entrevista, pero ahora entiendo por qué una amiga me comentó que
había visto esa noche el carro del Ministerio, por los lados de la Nunciatura.
Pienso que el Presidente utilizó ese automóvil para su traslado, seguramente
para hacer creer que yo me encontraba en la Nunciatura .
El resultado de esa entrevista no fue
saludable para nosotros, por dos razones: primera, el fraude de todos modos se
perpetró y solo 30 días después de las elecciones se conocieron los datos, ya
arreglados; segunda, de aquella reunión que en cualquier país se hubiera
catalogado como normal, surgió la especie infame de que nosotros habíamos
vendido las elecciones. Quién podía sospechar semejante falsedad? Qué cerebro,
por obtuso, puede pensar que se puede negociar el poder total por unos pesos?
Mi padre, quien solo pensó en adelantar obras en beneficio de los millones de
colombianos humildes y necesitados, como lo había hecho en su primer mandato,
iba a renunciar a esta acariciada esperanza de redimir a los de abajo, por unos
denarios? Esta noticia absurda y sin fundamento minó la mística de nuestros
militantes, y muchos me argumentaban en mis posteriores correrías y campañas:
Pero, Capitana, cómo vamos a votar por la Anapo si ustedes vendieron las
elecciones . O me decían: Si le robaron las elecciones al General, con mayor
razón se las van a robar a usted. Nosotros la queremos mucho, pero no
volveremos a votar .
Una dispendiosa labor de pedagogía era
necesaria para explicar a los dirigentes escépticos la verdad de lo acontecido.
De todas maneras, el daño estaba causado y fue inmenso. A pesar de semejante
calumnia insana, considero una proeza haber obtenido en 1974 más de medio
millón de votos por mi candidatura presidencial, y otro tanto por las listas de
las corporaciones públicas.
El doctor Lleras, en sus memorias, hace
una alusión a estos hechos manifestando que le parecía conveniente que se
celebrara esa entrevista . Dijo Lleras: Los dos nos encerramos solos en un
cuarto y conversamos por más o menos dos horas. El tono fue invariablemente
cordial, aunque el General afirmaba una y otra vez, que se le quería burlar su
victoria. Rojas dio, ya hace tiempo, una versión de la conferencia que no
concuerda por entero con mis recuerdos pero siempre me pareció inútil entablar
una discusión al respecto. Le repetí, de nuevo, que si resultaba triunfante, el
mismo gobierno se encargaría de hacer respetar su triunfo .
Añadió que no podía tomar resolución
alguna porque la jurisdicción estaba en manos de las autoridades electorales.
El General puso mucho énfasis en su amor a la paz, en la manera como había
evitado derramamiento de sangre cuando el 10 de mayo, por patriotismo y amor al
pueblo, condiciones ambas que yo le reconocí entonces y le sigo
reconociendo,pese a las grandes diferencias que con él tuve. Nos despedimos
cordialmente y me marché seguro de que el General iba a ser un factor de
conservación de la paz pública .
Queda claro que en ese momento el
escrutinio definitivo no había terminado y durante ese tiempo urdieron el
fraude en varias mesas de votación de veredas y corregimientos apartados, como
quedó comprobado en el libro del doctor Carlos Augusto Noriega, ministro de
Gobierno de Lleras. Se demostró también con nitidez que mi padre quería solo la
paz, como lo anota Carlos Lleras en sus memorias, y confiaba con vehemencia en
que su triunfo sería respetado pro el gobierno. Desgraciadamente no fue así y
el país se hundió en la violencia, la miseria y la desesperación. El pueblo se
sintió estafado. Las masas, burladas y humilladas, no han vuelto a tener fe en
la pureza electoral.
-Rodeado por oficiales, Mariano Ospina y
Lucio Pabón, Rojas habla luego del golpe del 53 -Rojas y su hija María Eugenia
saludan desde Palacio, en la séptima de Bogotá.
- Los coroneles Hernando Forero Gómez y
Manuel Medina -Rojas Pinilla vota en abril del 70 - La Junta militar: generales
Fonseca, Navas, París y Ordóñez, almirante Piedrahita.
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