UNA CARTA PARA
EL CIELO
Alfredo Cardona Tobón
A veces se cree que los seres amados son imperecederos, que su vida se va
consumiendo sin fecha de despedida ni
tiempo de caducidad, que son otros los que mueren y están lejanos los tristes momentos del adios. Pero
inexorablemente llega el instante fatal,
cuando se apaga la vida y uno los ve marchar sin que nada pueda impedirlo.
A la media noche del trece de febrero pasado mi esposa me despertó. No hacía mucho habíamos
apagado el televisor y al momento de
conciliar el sueño todo parecía normal, sin que se presintiera la amargura que
iría a trastocar mi existencia.
No encontré el número del teléfono para llamar la ambulancia y cuando por fin lo logré no los distinguía pues lo veía borroso. Edith se puso las gafas y logró identificarlo en medio de la ansiedad y la escasa luz del cuarto. De inmediato llamé una ambulancia que llegó en unos diez minutos que me parecieron una eternidad mientras sostenía la mano de mi esposa sin poder hacer nada por ella.
Una médica tomó la presión y un electrocardiograma confirmó el principio de un
infarto
Quédese
quietica la dijo la médica, pero Edith Angélica no le hizo caso. La “
pinchadita” como la llamaban sus alumnos
cambió de piyama para ir bien presentada, se peinó y fue al baño. Como le tenía pavor al Covid_19 se resistió a ir a a urgencias pero lo aceptó cuando la médica le dijo que estaba en peligro de un desenlace fatal. Entonces se
incorporó para buscar un tapabocas que la protegiera del virus.
—Me voy a desmayar, —dijo recostándose sobre la mesa
del comedor— y se fue escurriendo mientras
la médica corría a auxiliarla y la sostenía para que no se golpeara en
el piso. Pasaron unos segundos. La
médica la reanimó con unos masajes y Edith
Angélica, sin reponerse del todo,
preguntó que le había sucedido mientras los camilleros la levantaban y la
llevaban a la ambulancia.
—¿Me vas a acompañar? —me preguntó al entrar al vehículo—. Yo,
abrumado por la preocupación solo atiné a decirle que iba también en la ambulancia. Salimos del
conjunto habitacional, continuamos por la avenida sur y al llegar al cruce con
el barrio Cuba, la médica me dijo: —“Don
Alfredo, Don Alfredo”... pero no agregó
otra palabra ni me respondió cuando le pregunté como seguía mi esposa.
.
La ambulancia aceleró y al fin llegamos a
urgencias de la Clínica San Rafael. Me
bajé de la ambulancia y fue tras los camilleros que la llevaban. Traté de entrar con ella y me lo impidieron. Como nadie me informaba sobre la
situación abrí la puerta y seguí con un
zapato que se le había caído en la entrada. A lo lejos vi a mi esposa tendida en una camilla con los pies desnudos.
Pensé que era el colmo que la tuvieran descubierta en medio del frio de la madrugada.
.
Cuando me acerqué
a la camilla la médica me detuvo. —Lo siento, —me dijo—. Su esposa
falleció. Nada pudimos hacer para salvarla—. Por los visto ella había muerto en la ambulancia y al llegar a la
clínica habían tratado inútilmente de
reanimarla.
Fue un golpe en seco. No lo acepté. Me parecía
imposible que una mujer vital, berraca, sana, llena de motivos para vivir
hubiera muerto así sin más, de improviso; sin que nada se hubiera podido
hacer para salvarla.
.
Imposible, no lo podía creer y con la certeza de
verla viva me acerqué para cubrir sus pies, ponerle el zapato y decirle que
todo iba a salir bien. ¡Ay Edicita
querida!, allí estabas desencajada, con la frialdad de la muerte. La abracé, la llené de besos, clamando por un milagro,
pidiéndole a ese Dios que no era mío, que le permitiera
levantarse y salir de ese salón
lóbrego donde se agazapaba la muerte.
No aguanté la
cruda realidad y lloré sin que se tendiera una mano amiga. Los de la ambulancia
había hecho su trabajo y salieron sin más ... Un medico llenó unos papeles con el acta de defunción donde
constaba que Edith Angélica Bustos Cremieux había muerto a causa de un infarto del miocardio
y preguntó por la agencia funeraria.
Yo quedé solo
con mi dolor, incapaz de llamar
por celular. Dos señoras compasivas que estaban en la sala de urgencias se
acercaron y marcaron los números que les
indiqué. Nadie contestó a esas horas de la madrugada Al fin, después de algunos intentos me comuniqué
con mi hija menor en Bogotä.
—Irmita, te doy una mala noticia: tu mamá
falleció. Avisa a los demás— . Eso fue todo, no hubo más palabras. Yo quería
morirme, si hubiera tenido con qué me hubiera matado. Con Edith Angélica se fue mi existencia y los deseos de seguir el camino. Regresé al apartamento. Se
sentía la presencia de mi esposa. .Creía verla en la alcoba, prendiendo el
fogón para calentar el tinto y afanada tendiendo la cama que habíamos dejado desarreglada.
Luego vinieron los tramites de la cremación. Hubó que
esperar dos días por efecto de las defunciones debidas a la pendemia. Al fin se dispusieron las cenizas en un ceniciario,
que ví como la boca de un lobo y allí quedaron
los restos mortales de una argentina que quiso a Colombia más que a su
tierra, que luchó a brazo partido por los suyos, que entregó su vida al servicio de nobles causas, que fue una
esposa fiel, abnegada y una dama elegante, bonita y clasuda...
Edith Angelica cruzó por este mundo dejando huella entre quienes tuvimos la suerte de acompañarla: Fue docente distinguida en el área de el idioma español, líder civica que promovió campañas en Turbaco y en Quinchía, autora de varios libros, correctora de estilo, hábil artesana, conferencista, empresaria, emprendedora; presentadora en la televisión mendocina, locutora, vendedora estrella, historiadora y estudiosa del folclor regional. Su vida fue de lucha, con valles y cimas, con realizaciones y sueños. Ella fue la razón de mi vida el motor de mis realizaciones y la concreción de mis sueños.
Para Edith Angélica, para mi amada compañera, va un
hasta luego... allá en la eternidad
continuaremos charlando y cambiando
este mundo como lo hicimos de novios a la distancia, cuando cartas iban y venían de Medellín a Mendoza. Te
quiero Edith Angelica, intercede por todos allá en la eternidad y trasmítenos tu risa y tu optimismo porque
a mi solo me quedan lágrimas y
una soledad infinita.
Alfredo, un relato estremecedor. Solo va mi consuelo y voz de solidaridad. Gran ser humano y compañera. Un fuerte abrazo !
ResponderEliminarEn nombre de mi familia le expreso nuestro más sentido pésame. Que esté doña Edith en santa gloria.
ResponderEliminar- Nicholas A. O. Salazar
Sr. Cardona: Apenas me entero de la partida de doña Edith... Mi pesar. Lo lamentamos de corazón. Dios te bendiga y te la fortaleza para soportar este dolor. Q.E.P.D
ResponderEliminarFamilia Vallejo Galeano - Condominio Sabanitas
Alfredo: Significativa despedida plena de sentimiento y gratitud. Quienes hemos sufrido ese trance, sabemos del dolor de la pérdida que sólo mitiga el recuerdo del amor que pudimos prodigar a esos compañeros de viaje. El recuerdo de su amor te acompañará siempre y te alentará a mantenerlo vivo en la acción trascendente que fortalecerá tu espíritu para que continúes el camino abonado de recuerdos y de esa inteligencia transformadora que compartieras con tu Edith. Fuerza mi amigo, haz ganado un Ángel de luz.
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