PENSANDO EN VICENTE ARANGO
Pedro Felipe Hoyos K.
Ha pasado un año desde la muerte de
Vicente Arango. No fue un año normal que hubiera facilitado una reflexión sobre
este significativo historiador. La pandemia nos dispersó recetándonos un
aislamiento llamado cuarentena.
Fui interlocutor de Vicente por muchos
años. La historia como tema en común nos motivaba a largas conversaciones ya
sea en los cafés tomando tinto, en otros metederos tomando aguardiente o
viajando a diferentes ciudades del país para presentar un libro o dictar alguna
charla.
Hoy me admiro del interés tan arraigado
que tenía Vicente en la historia de nuestra ciudad y no logró explicarme que
motivó tanta pasión. ¿Será porque ambos descendemos de familias que jugaron un
papel preponderante en la fundación y conducción de Manizales y nos sentíamos
vinculados a ese legado? Más ese legado no estaba organizado y mucho menos
documentado y la mayoría de la gente lo ignoraba, especialmente nuestros
parientes. Existían los nombres como titulares, pero había que volver a
“colonizar” ese pasado. Para nosotros era urgente entonces explorar,
documentar, explicar y divulgar esos hechos del pasado de la ciudad y a esa
labor nos dedicamos por muchos años.
Tenía Vicente una gran facilidad para
leer y comprender documentos notariales que combinada con sus conocimientos
genealógicos le permitían reconstruir el pasado desde estos escritos. Así que a
los personajes que intervenían en estos actos, reflejo jurídico de la vida
real, él les sabia su historia familiar y su vinculación política logrando
plasmar una visión panorámica del pasado desde un ángulo diferente. Estos
estudios, que le granjearon la admiración y simpatía de personajes de la
historiografía nacional como Jorge Enrique Robledo, Luisa Fernanda Giraldo,
Roberto Luis Jaramillo o Luis Horacio López Domínguez, los publicamos en 2
libros que llevaron por título “La Fundacion de Manizales, un mito en apuros”.
Logró Vicente sustentar hechos desconocidos, irrefutables porque se basaban en
documentos escritos y auténticos, como la asignación durante la fundación de
Manizales de lotes a mujeres a pesar de que ellas no eran sujetos de derecho.
Más el logro más interesante fue el concepto de actitud fundacional que
concebimos después de largas horas de conversación. Pretendimos reemplazar con
este nuevo enfoque el maniqueo concepto de fundadores. Decíamos que, para una
ciudad como Manizales, asi todas las otras surgidas en la época de la
Colonización Antioqueña, era más importante saber por qué se fundaron y el cómo
que indagar por el quién. Que buscando esa actitud fundacional se percibía
mucho mejor lo conflictivo y también civilizatorio que habían sido esos momentos
definitivos para una población.
Era Vicente el perfecto divulgador de
estos descubrimientos y afanes. Su humor y su lenguaje jocoso lo motivaban a
actuar de forma especial. Me acuerdo la vez que nos encontramos con el senador
Robledo en la calle 20 entre la 23 y 22 y Vicente le entregó su última
publicación “Las sotanas inquietas de Antioquia” que Robledo recibió con una
marcada sonrisa y Vicente, sorprendido con la buena acogida de parte de ese
gurú de la izquierda de su libro le dijo: “¡Jorge Enrique no vaya a decir que
NO, que peleamos! Robledo que entendió la puya, le puso la mano sobre el hombro
y le pidió otro libro más. Sobre ese mismo libro le dijo a Vicente Marian
Ponsford, directora de la revista Arcadia en esa época, que el libro tenía sexapil,
y es cierto, Vicente sabía aderezar lo suyo de tal manera que el lector quedaba
cautivado. Pienso que esa cualidad era el reflejo de haber sido vendedor por
tantos años, oficio que enseña que el comprador es la razón de ser del vendedor
y un buen vendedor solo existe con un cliente satisfecho.
A Vicente le gustaba comunicar la
historia en todo el sentido de la palabra. Hicimos libros, tuvimos programa de
televisión en el canal de la Universidad Autonoma; hicimos radio en la emisora
del departamento; publicamos revistas y dictamos muchísimas conferencias y creo
que lo de conferenciar era lo que a Vicente más le gustaba. Ver al auditorio
desde un atril era para él lo máximo. Acuerdo una muy buena que dictó en la
Academia de Historia de Antioquia presentando su otro libro “La Endogamia en
las concesiones Antioqueñas” que había sido premio de historia a nivel
departamental en el año 2002 y que yo reimprimí. Decía Vicente que cuando él se
sentí cómodo, o sea reposaba su peso sobre el brazo colocado en el atril,
estaba perfectamente conectado con el tema y el público. Había sido invitado
porque los antioqueños querían conocer ese hombre que hablaba de lo de ellos de
una forma diferente.
La novedad de los temas y la metódica
sustentación hacen de Vicente Arango un importante historiador digno de ser
nombrado a la par de un Emilio Robledo, un Restrepo Maya; un padre Fabo o un
Luis Londoño, todos ellos hombres que sentían un profundo amor por el pasado de
su entorno y nunca habían estudiado historia en una universidad.
Confieso que el Centro Histórico de
Manizales y sus emblemáticos edificios ya no son lo mismo sin la posibilidad de
conversar con Vicente, ya sea en el café El Graduado o en la sede del Centro de
Estudios históricos de Manizales ubicada en el edificio de la Sociedad de
Mejoras Públicas. Ha desaparecido un manizaleño sin par, dejando sin vigilancia
un trecho de la muralla que nos separa de la ignorancia y el olvido.
Pedro Felipe Hoyos Körbel
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