UN GATO LLAMADO ARRULLO

 

HISTORIA  DE UN TRASTEO

Alfredo Cardona  Tobón

 



El  bus escalera frenó   a las  nueve de la mañana del último lunes de septiembre de 1949  frente al zaguán de la casa de don Luis y dos coteros  empezaron a cargar  los corotos de la familia; subieron las camas y los colchones, el menaje de cocina, el comedor, la sala y dos cajas con ropa. En el capacete  del bus  acomodaron la jaula del turpial y otra  con cuatro pollitas paticorticas que el muchachito mayor  puso al  lado de un costal lleno de revistas.

 En el corredor quedaron  las materas de bifloras,  los tiestos de cilantro de doña Judith; en el solar dejaron en manos de un vecino  las gallinas y el gallo saraviado,    una cria de conejos, las palomas y un banco de madera  mientras en la soledad de los  cuartos  vacios  parecían diluirse  los   recuerdos, el esfuerzo de muchos años de lucha y los sueños de esa familia exilada, forzada a dejar su casa y sus pertenencias para salvar la vida.

 Titán, el compinche de cacería de don Luis, iba de un lado a otro como  buscando acomodo, algo  presentía el pobre perro  que seguía a su amo por todas partes voleando cola y lamiendo su  mano. Al fin, cuando solo restaba la despedida , alguien le puso una cuerda y  se lo llevó. No valió la resistencia ni la mirada desesperada del pobre animal, tampoco los  ladridos plañideros ni las lágrimas de los niños al separarse del perrito que criaron desde pequeño.

 

¡Malnacidos!  fue lo único que atinó a decir don Luis  cuando cerró la puerta del zaguán  mientras un torrente de lágrimas inundaba la cara de doña Judith que abandonaba  sus  setos floridos, las cortinas de crochet que bordó con paciencia y la casa que jamás  volvería a recorrer.

 Detrás de una caneca al pie del palo de mango,  un gato atigrado  que respondía al sonoro nombre de “Arrullo”  observaba sin inmiscuirse en nada;  estaba “ remontado” desde el día anterior., sobresaltado por las explosiones de  los tacos de dinamita que los vándalos  habían hecho estallar en las vecindades.

Nadie se acordó de “Arrullo” y a él tampoco le importó  que sus amos se fueran, era un gato tránsfuga que dormía donde lo cogiera la noche y que al ver el drama de Titán, optó por salir voluntariamente por un portillo  de la cerca para instalarse en la casa de uno de  los jefes del nuevo orden del pueblo.

El bus  remontó la calle  empedrada, no  hubo despedidas ni augurios felices; en la puerta de un negocio  departía un incitador a la violencia  con otro copartidario. Al pasar el vehiculo  miró para otro lado.   “Un cachiporro menos “-  dijo al amigo-  y sonriente  se metió en la tienda.

 Como un alud, el éxodo empezó a desbaratar la vida de Quinchía. La situación se  había tornado insoportable. La región estaba  a merced de  los “ pájaros”  y de la policía “chulavita” . cuya  misión era conservatizar las comunidades  asesinando o desplazando a los dirigentes liberales.. En el occidente del Viejo Caldas  solamente faltaba Quinchía y ya le habían señalado su hora.

  La residencia de un  tal Sánchez se convirtió en un refugio de antisociales, que amparados por la policía, aprovechaban las sombras de la noche para dinamitar las residencias y asesinar a los aterrados vecinos. En su guarida “Pálida Azucena”, “ El Boquinche” y demás malhechores planeaban sus acciones y el terror crecía mientras la fuerza pública buscaba por  los sótanos y en los zarzos las armas con que podría haberse defendido la ciudadanía

 En los últimos meses de 1949 arreció la violencia; asesinaron a Simón Ladino, a Arturo López y a Gabriel Trejos. El gobernador de Caldas  nada hizo para frenar los desmanes  de  los antisociales que al finalizar septiembre cortaron las líneas telefónicas y se apoderaron del casco urbano del municipio. No quedó más recurso que abandonar el pueblo  para salvar la vida. Unos salieron para Cali, otros a Medellín, algunos a Pereira y  unos cuantos a  Manizales y Armenia. En su gran mayoría era  gente pobre, sin recursos, que viajó a la ventura, sin conocidos y sin apoyo de alguien.

 A las tres de la tarde el bus pasó por La  Ceiba rumbo a la Capital de la Montaña:   Don Luis cabizbajo y pensativo, doña Judith echa un mar de llanto. Al anochecer calmaron el hambre con  arepas y gaseosa... Era el preludio de los días por venir en tierra extraña, sin postreras de leche por la mañana, sin la inmensidad de los corredores, sin la barra de los amigos de la  infancia.,  sin todo aquello que constituía el edén que se perdió sin  haber cometido algun pecado.

.

En el pueblo los  liberales “ recalzados”  se amoldaron a las nuevas circunstancias y como no votaban ni tenían que quitarles  los dejaron tranquilos...   pero en el campo los campesinos indígenas engrasaron las  escopetas y se agruparon en bandas de autodefensa . La violencia que desataron unos pocos rebotó como una pelota de caucho y la desgracia apabulló a todos.. surgió el Capitán Venganza, luego aparecieron  diferentes  bandas criminales y el pueblo de la niñez desapareció para siempre.


En cuanto a “Arrullo”, el gato tránsfuga,  el destino le mostró otros trasteos y otros amos que cambiaron con la ruleta de un destino cruel, signado por la violencia.”Titán” no sobrevivió a la ausencia y pronto viajó al cielo de los perros, donde anda cazando gurres. Don Luis superó  su desgracia, al igual que doña Judith, pero jamás regresaron al pueblo pues temían que su castillo se hubiera convertido en una choza y los sueños  de entonces en meras quimeras.


 Un sentido homenaje a la memoria de mi querida Edith Angelica Bustos Cremieux quien con todo el cariño me revisó este escrito que fue el último que corrigió en su vida. 

 

 

Comentarios

  1. Muy buen relato de la época de La Violencia, aunque triste y lamentable lo ocurrido...
    Felicitaciones a su autor por lo bien escrito, y reconocimientos a doña Edith Angelica Bustos Cremieux (q.e.p.d.) por su revisión y corrección.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario