LIBRO DE GERSAIN BETANCUR BECERRA
Alfredo Cardona Tobón
MEMORIAS DEL INGRUMÁ
Alfredo Cardona Tobón*
Recordar a Riosucio es traer a la memoria el Carnaval,
los chiquichoques, los chontaduros, el chirrinche y los zurrungueros de
Tumbabarreto. Todo esto viene, y más,
en el libro “Memorias del Ingrumá”
escrito por don Gersain Betancur Becerra, un riosuceño de cepa, cuyo afán es el rescate de los valores de su pueblo.
Don Gersain revive personajes que difícilmente
se habrían aclimatado en otras latitudes como, por ejemplo, don Rafael Tascón, fundador de la aldea de El
Rosario, o el Balandú de Mejía Vallejo
en “la Casa de las dos palmas”, por cuyos tremedales volaban los caballos
mágicos del cacique Cándido Aricapa según
las leyendas de los abuelos.
En las memorias de Don Gersaín vuelven a la vida los hermanos Gabriel y
Bartolomé de la Roche, dueños de las minas de Vende Cabezas y Gabia, cuyo oro irrigó
por décadas la economía riosuceña; con
nostalgia se rememora en las Memorias el Sacatín
de Juan de la Cruz Gómez con el raudal de aguardiente amarillo que surtía la región; se habla de las jabonerías de Cruz y Quiroz, de
la fábrica de gaseosa con la famosa Calmarina,
de las procesadoras de café y chocolate y de la cerveza “La Negra” de
Eleazar Londoño.
El libro nos
lleva a tiempos que “el viento se llevó”, cuando las carreteras
aún no habían succionado el espíritu de las aldeas, los dirigentes respetaban los
erarios y Riosucio era una capital de provincia tan importante que el general Uribe Uribe la propuso como capital de Caldas. Eran
épocas de comunidades autosuficientes con periódicos, pequeñas y
surtidas empresas, con fiado para pagar con la cosecha, sin alardes
ni doctores y dignidad para valerse sin esperar todo del
Estado central.
En esos lejanos tiempos rescatados por Don Gersain,
los patriarcas riosuceños se refugiaban
en el “Club Colombia” y los aficionados
al fútbol se embelesaban viendo jugar al
“Deportivo Dinastía” de la Primera B,
donde Nury Cuesta y Chicho Serna se
equiparaban con Rossi o Pedernera. En ese Riosucio viejo cada sitio y cada esquina tenía su historia: una
en la plaza de arriba y otra en la plaza de abajo; la iglesia de San Sebastián
regía la comunidad blanca y en la iglesia de la
Candelaria giraba el mundo de los pardos.
Las memorias se desgranan por todo Riosucio; en “El Chispero”, “La Sacristía”, “El Teatro
Cuesta”, “El Bar Deportivo”, “Las
Galerías”, “Sipirra”, “Ojo de Agua”, El Ciprés y la salida hacia El Oro.... En “Memorias
del Ingrumá” se van descubriendo las nostalgias de una comunidad que no ha querido abandonar el surco y sigue anclada a los
imaginarios de los matachines y guaraperos, de los “pirsas peinados” como les decían los
manizaleños, o de los godos de buena macana como los distinguían los generales
caucanos en las guerras del siglo XIX.
Al correr las
páginas y llegar a las biografías uno
espera toparse con Otto Morales Benítez y su Guardia Roja, con Jorge Gartner y
los Devaneos inútiles de un desocupado, con la verraquera de Tulio Bayer o con Carlos Gil y sus versos ; pero no: don
Gersain reservó espacio a Helena Benítez, la primera alcaldesa de Colombia, a Amparito Velásquez en las minas de oro y como primera autoridad defendiendo a
los suyos contra la rapacidad de las empresas de los servicios públicos.
Don Gersain va de la mano con Tobías Díaz el
cronista de la vida simple y rinde
tributo a Lorenzo Gañán, “El Tigrillo”, que convertía en trova los reclamos del pueblo mientras Arcesio Zapata encendía el verbo en “Leño Verde”, donde entre poemas brotó el primer Encuentro de la Palabra
En “Memorias del Ingrumá” se hace visible la
gente del común hecha a puro pulso; y entre las notas de las chirimías de
Bonafont y la Montaña y la explosión del alma musical de los riosuceños se
va entrelazando su vida
cotidiana. En los textos pasa el padre
Gerardo Jaramillo haciendo milagros para sostener las obras pías, se recuerda a
cantautores como Cornelio Antonio Guerrero, a educadores que modelaron el espíritu del Ingrumá y se realza la labor artística de Gonzalo Díaz con sus murales y carteles, los cuadros de la pasión y los diablos irreverentes. Es un libro ameno
donde reverdece la memoria de Néstor Cruz, empresario y hombre cívico y se
recuerda con gratitud la labor del el padre León Trejos y de Mesías Pinzón, capitanes del civismo que fijaron rumbos a su gente.
Se remata el
libro con las “Cosas Viejas” y la dosis de ají y pimienta para adobar la identidad riosuceña tan ligada
a los “Cenaderos” a la
chicha de las Palomino, el guarapo de
Higinio, las empanadas de “Ministro”, los tamales
de “La Cabuyera”, las “Nalgas de
Ángel” y los sancochos de la Galería.
.
Quienes tenemos
el alma adosada al Ingrumá, al cerro Picará y al Batero, cuánto quisiéramos
devolver el carrete para torear vacalocas,
comer minisicuí o retornar a la cueva del Ermitaño... pero los años pesan... quedan por fortuna los recuerdos que nos permiten volver atrás y soñar
con aquellos tiempos cuando el
mundo era nuestro y tenía sabor a
panelitas de coco.
Comentarios
Publicar un comentario