Y AÚN EXISTE QUIEN NIEGUE ESE PAVOROSO CRIMEN
Alfredo Cardona Tobón*
“Dolorosamente sabemos que en este país
el gobierno tiene para los colombianos la metralla
homicida y una temblorosa rodilla en
tierra ante el oro americano.” –Jorge Eliecer Gaitán-
No se supo cuántos
muertos hubo ni los heridos a bala y a bayoneta por cuenta del ejército y la policía; tampoco se siguió
juicio al general Carlos Cortés Vargas responsable
de la masacre del cinco de diciembre de 1928, ni la historia ha cobrado al
régimen de Abadía Méndez ese crimen horrible contra el pueblo colombiano. No
hubo justificación alguna para ello; aseguraron
que estaba en curso una rebelión
comunista, lo que era falso; se trataba de una huelga reclamando
salarios justos y mejores condiciones de vida.
La United Fruit Company era un
enclave norteamericano en una vasta zona bananera con epicentro en la ciudad de
Ciénaga. La compañía era dueña de los
cultivos, aguas de riego, vías férreas y el comercio. Fijaba precios,
manejaba el crédito, pagaba con vales que se cambiaban en sus comisariatos y
para aumentar las ganancias enganchaba el personal por medio de contratistas y
subcontratistas que no respondían por los accidentes, las horas extras, los dominicales, cesantías, ni vacaciones.. En una palabra, la United se enriquecía a costa de la miseria
colombiana con la tolerancia del régimen y el apoyo del ejército y la policía
que obraban como dependientes de los altos funcionarios de la empresa extranjera.
El régimen conservador consideró
los movimientos de reivindicación social como asonadas comunistas, no había quien acompañara al pueblo, pues la oposición liberal
era una entidad sin garra, empeñada en debates estériles. Por otra parte el
departamento de El Magdalena estaba casi aislado del resto de país y bajo el
mandato de un gobernador pusilánime y corrupto al servicio de la United, que manejaba el enclave como otra republiqueta bananera.
Tras varios intentos fallidos, los trabajadores de las bananeras se unieron y cesaron labores a fines de 1928. La empresa solicitó más fuerza pública para reprimir las pretensiones
de los obreros y eso se hizo mientras se
les negaban todas sus peticiones.
En noviembre de
1928 el general Julio Guerrero informó
sobre una concentración en Ciénaga con miles de huelguistas que
marcharían hacia Santa Marta dispuestos, según él, a causar daño a las propiedades bananeras. Entre la noche del cinco de diciembre y la
madrugada del siguiente día se reunieron en la plaza de Ciénaga más de 4000
trabajadores citados por la unión sindical. Esa misma noche el gobierno central nombró al
general Carlos Cortés Vargas como Jefe Civil y Militar de Santa Marta y decretó
el Estado de Sitio dando al militar completa libertad para manejar el orden público
en la zona. Para justificar los
dolorosos hechos perpetrados en esa
madrugada del cinco de diciembre de 1928, Cortés Vargas dijo que tenía noticia de la presencia de
tropas norteamericanas en Turbo, listas a marchar en caso de un ataque a las bananeras, y por
ello él había disuelto la manifestación
para evitar que se mancillara el honor y la soberanía colombiana
Era falsa la
presencia de tropas extranjeras y falsa la intención de los huelguistas de
atacar los bienes de la compañía. Así pues, el cobarde general que debía gastar
sus balas en defensa de su patria, mintió para justificar su crimen.
Era la una y
veinte minutos de la mañana del seis de diciembre. Cortés reunió a sus soldados, muchos de ellos borrachos, y
se dirigió a la plaza de Ciénaga donde estaban reunidos hombres, mujeres y
niños desarmados, indefensos e
ilusionados por un posible arreglo con los gringos.
Cortés Vargas ordenó un toque de corneta para que se
retiraran los huelguistas, un ¡Viva la huelga¡
fue la contestación de la masa compacta de trabajadores; se oyó un
segundo toque; los soldados prepararon las armas y enfilaron las ametralladoras
contra la multitud que no se intimidó y contestó con ¡abajo los traidores y el
imperialismo yanqui! y el tercer toque de corneta se confundió con
los gritos de dolor de los huelguistas acallados por la descarga a quemarropa y rematados por bayonetas asesinas de los
soldados de su propia patria
Los primeros rayos del sol descubrieron un dantesco
escenario: varios camiones recogieron muertos
y agonizantes y los descargaron en el mar y en fosos de las bananeras que cubrieron
con tierra para esconder el crimen. “La
embarramos”- le dijo un oficial a otro; pero todo estaba consumado. Las viudas y los huérfanos empezaron a buscar a sus
seres queridos, mientras en Bogotá felicitaban a Cortés Vargas, y el viejo
cacreco que ocupaba la presidencia,
dormía tranquilo convencido de haber
salvado a Colombia de una revolución bolchevique.
* http://www.historiayregión.blogspot.com
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