Alfredo Cardona Tobón
Germán Tobón Tobón
Aunque los términos parecen sinónimos, no es así, pues una cosa es el antioqueño y otra cosa es el paisa. Así, pues, no todos los antioqueños son paisas ni todos los paisas son antioqueños.
Se denomina antioqueño al habitante de Antioquia, vive, por ejemplo, en Vigía del Fuerte, a orillas del Atrato y tiene cultura chocoana, es el embera que vive en el resguardo de Cristianía en Andes, o el vecino de Tarazá con costumbres sabaneras.
Los paisas , a suvez, traspasan los limites de Antioquia y los define esencialmente una cultura. Paisa es la gente de Caicedonia en el Valle, o la de San José del Palmar en el Chocó, es el campesino de Fresno en el Tolima, la muchacha de Pácora en Caldas o el comerciante con raíces en Santa Rosa de Cabal en Risaralda. Son paisas los vecinos de Carmen de Atrato en el Chocó o las colonias caldenses que se establecieron en el Aguila, Valle, a principios del siglo veinte; . Son paisas por cultura, por costumbres y en algunos casos por fenotipo..
EL MITO PAISA
Los mitos que identifican a los paisas parecen haber
empezado a tomar fuerza en los socavones de
Marmato. En la segunda década del siglo diecinueve los ingleses se
hicieron cargo de la explotación minera y a falta de esclavos negros[1],
se contrataron antioqueños para que trabajaran en las minas. Los paisas
trabajaban durante unos meses y regresaban a su tierra para retornar con víveres y provisiones para otra temporada. Boussingault empieza a hablar de
su presencia en la región y los califica como aventureros.
Hacia 1840 los paisas, además de la minería, ven en
la cría del ganado y en el cultivo del fríjol cargamanto otro filón de riqueza,
e invaden las tierras altas del Resguardo de la Montaña, donde además del
barequeo en las quebradas que bajan de la serranía, producen alimentos y
engordan reses para los mineros de Marmato. Además de lo anterior, comercian
con los indios del Chamí, a quienes suministran perros manchados y aguardiente
tapetusa a cambio de polvo y pepitas de oro.[2]
La fama del
utilitarismo paisa se cuela a las crónicas de los viajeros extranjeros, como
sucedió en 1862 con Safray, en su descripción de las costumbres y forma de vida
de los vecinos de Medellín:
"El término único de comparación es el dinero: si un hombre se enriquece por la usura u otros medios por el estilo, se dice de él: ! Es muy ingenioso!. Si debe su fortuna a las estafas o las trampas de juego, solo dicen: ! Sabe mucho!… pero si piden informes sobre una persona que nada tenga que echarle en cara sobre este punto, contéstase invariablemente: Es un buen sujeto , pero pobre."[3] Safray equilibra un poco la balanza al agregar: "Los hijos de Antioquia son laboriosos, inteligentes y sobrios"" y anota que aman la propiedad como pocos y por ello cada quien quiere tener un pedazo de tierra.
En 1896 el explorador francés Pierre D'Espagnat,
hace un bosquejo de los antioqueños , en parte influenciado por su ayudante que
tiene un gran concepto de os "maiceros", pero cuyas observaciones
directas son muy valiosas pues se trata de un viajero sagaz que ha recorrido
casi todo el mundo:.
"En cuanto se sale del Tolima las gentes se anticipan a prevenir vuestra sorpresa: Ya veréis- dicen- en Antioquia todo mundo trabaja.
Raza de mineros y comerciantes, descendientes, sin género alguno de duda, de las colonias judías trasplantadas por los españoles al Nuevo Mundo, el pueblo antioqueño vive un poco como extranjero, casi aparte, en el país de los Césares y los Robledos, retraído, y sintiéndose superior al término medio colombiano añora su antigua soberanía de Estado"[4]
La imagen de gente blanca forjada por los foráneos
se vio reforzada internamente por los paisas de la banda oriental del río
Cauca, que desde su cuna en Rionegro, Antioquia, o en Abejorral, se sintieron
de cepa castellana y hasta "primos
del corazón de Jesús y de la Virgen del Carmen"[5].
"Yo alcancé a presenciar, en mi infancia- escribe un notable escritor- la apertura de las haciendas en los últimos montes de Salamina. Era aún la época de las migraciones de peones de Abejorral, Sonsón y Aguadas. Todos ellos blancos, altos y fornidos. No traían ni enfermedad, ni vicio alguno. Muchos de ellos salían a la población solamente una o dos veces al año. En los días domingos iban de paseo a alguna casa de las fundaciones vecinas, prefiriendo aquellas en que hubiera campesinas bonitas, a quienes visitaban con la mayor compostura, surgiendo siempre de esas visitas los futuros enlaces. El peón raso al casarse, se iniciaba en la posición, ya más estable, de "agregado". Era la nueva cepa que se plantaba y que habría de constituir, en unos lustros, una nueva familia, vigorosa y extensa. Luego habían de seguir las migraciones desde estas regiones del norte de Caldas hacia el Quindío y el Valle del Cauca. Allí encontrarían las tierras de Canaán a las que llevarían sus austeras costumbres, su laboriosidad y su raza."[6]
La visión
pura e idílica de Jiménez y otros autores se ve contrastada por los informes de
campaña del general Sergio Arboleda en la guerra de
1862, que trató de coordinar la campaña de un ejército paisa bajo las ordenes
de Braulio Henao, que apoyó a los conservadores caucanos en su campaña contra
Mosquera:
"El
orgullo y la fatuidad que dominaba a esa gente ( los antioqueños) eran
sobremanera insultantes; sin embargo, gracias al buen sentido del pueblo
caucano, todo el mundo se propuso ser moderado con ellos, corresponderles con
agasajo y tratarlos como hermanos. Aunque el gobierno de Antioquia había
provisto de fondos a sus tropas, de Cartago a Cali los jefes de ellos exigieron
a las autoridades y tomaron $ 12.600, único fondo con que contábamos para el
ejército del Cauca. Aunque fueron entregados 1.200 caballos y mulas que se
perdieron definitivamente, no por eso dejaron de tomar todas las bestias que
encontraron en tránsito.
Como el
ejército del Cauca estaba completamente desnudo y no había telas ni arbitrios
para contratar vestuarios, propuse al gobierno que hiciera un repartimiento de
vestidos entre los pueblos, y así se
hizo, pero todos los tomaron los antioqueños, bajo la promesa de devolverlos,
que han olvidado."[7]
A los pocos escrúpulos de los
paisas con los bienes ajenos, el general Arboleda les sumó
la indisciplina y la afición desmedida por el alcohol. Por ello, cuando Pedro Justo Berrío preparaba un ataque a
Mosquera, recordó la experiencia en la
guerra de 1862 en el Cauca, y en comunicado oficial exhortó a los capellanes castrenses que previnieran a
la tropa contra el robo y las borracheras, que deslucían el honor de las
milicias antioqueñas.
El tolimense Medardo Rivas aporta otro valioso
testimonio sobre los ancestros paisas que forjaron el mito antioqueño El
empresario hizo un gran abierto en las selvas del valle del río Magdalena a
mediados del siglo diecinueve y para la fenomenal aventura contrató personal en
Manizales. El día menos pensado, relata Medardo Rivas, aparecieron los maiceros
con perros, niños, mujeres y micos, como si
llegaran con un circo:
" Todos de guarniel atravesado donde llevaban todo lo que puede necesitar un hombre, inclusive la navaja barbera para las peleas; el sombrero alón, arriscado a un lado, capisayo rayado, camisa aseada y pantalón arremagado. Traían un negro maromero, dos o tres jugadores de manos que hacían prodigios con el naipe, tres micos, diez loros y una yegua. Todos ellos llegaron a medio palo, y con la seguridad de que llegaban, como los judíos, a la tierra prometida.
Jamás conflicto tan grande se había presentado en mi vida de campesino. Yo era un niño en presencia de cada uno de esos gigantes, y todos ellos formaban una legión formidable, incapaz de gobernarla. Pues bien, a los pocos días estaban ya instalados, sumisos, trabajando, y cumpliendo mis ordenes como lo hacían los indios sabaneros.
…armados de calabozos o cuchillos de monte, empezaron la tala; y devoraban la montaña como por encanto. Los gigantescos cumalaes, los guayanes y los hobos se doblaban a su paso, y caían dejando una amplia huella y un ancho vacío del uno al otro lado de la montaña. A los tres meses el bosque íntegro había desaparecido; y a los seis meses se recogían mil cargas de maíz; al año estaba formado el potrero de lurá para cebar quinientas reses.
Los antioqueños trabajaban en su retiro infatigables y contentos. Solo dos o tres muertos hubo entre ellos por rivalidades; pero los jueves bajaban los capitanes al pueblecito al mercado y había las de San Quintín con sus habitantes, y por allá cada mes salían todos a descansar y entonces era la desolación de la desolación. Se bebían cuanto aguardiente había en la colonia, formaban querella con todos los habitantes, les quitaban sus mujeres, los estropeaban sin consideración, y cuando ya nadie quedaban y todos huían, se ponían a ver maromas, muertos de risa de las gracias del payaso.
Habiendo cumplido sus compromisos y sin deber un cuartillo a nadie, pues si eran honrados, los antioqueños se fueron de Guatequisito para Lérida, contratados por otros hacendados; y tal guerra dieron, que en los archivos de aquella municipalidad se registra el decreto que prohibe el trato con los antioqueños y el que estos pisen su territorio."[8]
LA RELIGIÓN Y VALORES DE LOS PAISAS
Los nativos abrazaron la fe del invasor europeo sin mucho
convencimiento, y ante la presión del
conquistador simularon aceptarla pero adaptándola a sus ritos y creencias.. En
los resguardos indígenas la manifestación
cristiana ha sido meramente externa y así ha sido con los mestizos que asumen que tienen la
exclusividad del favor divino, y por ello invocan a la Virgen antes de cometer
un asesinato o piden el apoyo de Cristo antes de marchar al combate en las
tantas guerras que nos han asolado.
Al igual que los españoles en la época colonial, los
paisas establecieron una simbiosis entre sus principios políticos y la iglesia católica. El clero, y la milicia, en
grado menor, fueron los escalones de ascenso social durante la colonia y en el
primer siglo republicano, de tal manera, que entre más clérigos tuviese una
familia paisas, más campanillas y
reconocimiento adquiría entre sus coterráneos..
Los antioqueños vivieron en un Estado clerical,
donde se vivió una doble moral: una estricta y ceñida a los cánones en el mundo
de la familia y ä la luz del día, y otra disipada y borrascosa , en secreto o "bajo ruana". El padre de familia
era muy estricto con las mujeres de su familia, pero no respetaba las ajenas de
inferior condición social o económica, arrojaba del seno del hogar a la hija
seducida, pero se amancebaba con la hija del peón o del
agregado.
La moral se vivió por estratos en la
sociedad paisa. Unos eran los valores de los "Dones y las "Doñas"
y otros los valores de los "ñapangos" y de las "misiás". El
jefe del hogar era caritativo y se vanagloriaba de ayudar a los pobres, pero
contrabandeaba y arruinaba a quien pudiera en los negocios[9]; los patriarcas y próceres
paisas comulgaban y se daban golpes de pecho, pero su intolerancia condujo a
muchas guerras que asolaron no solo a su estado sino a toda Colombia; en
Antioquia se libraron arduas campañas contra el alcoholismo y la prostitución
pero el alcohol fue base del jolgorio paisa
y mientras su sociedad toleraba el asesinato de la esposa adúltera, con
la consabida disculpa de "ira e intenso dolor", al hombre le dio licencia para sostener una o
más barraganas.
La iglesia fue factor de construcción y a la vez
factor de polarización y ruptura. Hizo, pues, el doble juego de crear y civilizar, de destruir y
enfrentar. A través de la historia regional, el clero católico fue adalid en el
poblamiento y en la colonización, promotor de caminos y cultivos y también el
clarín que congregó a los parroquianos para tomar la lanza o cargar la carabina
en supuesta defensa de la fe, o de los
intereses de la iglesia. La iglesia empujó al labriego sin tierra hacia nuevos
horizontes y en otras ocasiones apoyó
latifundistas explotadores o se hizo de la vista gorda cuando sus amigos
desplazaron y alejaron de sus terruños a los supuestos enemigos de su causa.[10]
Durante la época colonial la iglesia se alió con la
administración española y sin remilgos aceptó el patronato de los reyes.. Una
vez se logró la independencia se rompió esa alianza, pero a partir de 1840 se fragua una nueva alianza
entre la iglesia y el conservatismo y se crea el imaginario, fatal para el
futuro de Colombia, que divide al país
entre buenos y malos y las contrapartes dejan de ver al opositor como un
contrincante que debe vencerse en el campo de las ideas, sino como un enemigo
al que hay que someter o destruir.
Mientras los conservadores ven a los liberales como enemigos de la fe,
estos ven al conservatismo como la mano política del papado que trata de
revivir el catolicismo prehispánico y cerrarle al pueblo las posibilidades de
una educación libre.[11]
[1] La guerra de
[2] CARDONA, 2004, pag 166
[3] SAFRAY,
1970, pag 185
[4] D'ESPAGNAT, 1983, pag 198
[5] Es un refrán muy popular en la zona y que se aplica a quien se cree de alta alcurnia, o "salido del sobaco del Espíritu Santo"
[6] JIMENEZ, 1977, pag 114
[7] ANDRADE G. Gerardo -1994, pag 120
[8] RIVAS, 1972, pag 239
[9] ARCHIVO DEL CONCEJO DE MANIZALES, 1864, sin clasificar,
[10] CARDONA, 1985, pag 63.
[11] Ver "Los caudillos del desastre"- CARDONA, 2006.
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