POR RAMIRO
TABARES IDARRAGA *
Don Gentil Quintero
La historia es real y tiene lugar en Quinchia, la
tierra mágica del Batero y Gobia, dos de sus cerros tutelares. Es la Colombia
de finales de siglo XX, amarga y aciaga, heredada de la hegemonía
conservadora y los malos ejemplos del Frente Nacional. Es esa sociedad
empecinada en mantener exclusiones y privilegios, sembradoras
en sus fértiles campos de sombras y tempestades.
Uno de los notables de ese entonces es Don Delfín
Quintero Tapasco : autodidacta y empírico quien ejerció como tesorero
municipal, alcalde y notario único. En
un pueblo de mayoría liberal brotaba en
don Delfín el coraje y la
entereza en defensa de las tesis de
Uribe Uribe, Gaitán y de su amigo el senador Camilo Mejía Duque. Desde el
sillón de su oficina que era a la vez su residencia, armaba listas al concejo, ungía diputados en representación de Quinchía
y apoyaba las candidaturas para la alcaldía; ladino y sagaz, quizás
por su estipe indígena del lado materno, nunca perdió su influencia, hasta con los conservadores, en cuyas filas tenía buenos amigos.
Para la época solamente tres personas en la localidad tenían suscripción
de periódicos de circulación nacional. El era uno de ellos. A su oficina
llegaban La Patria, El Tiempo, El
Espectador y las Selecciones del Reader
Digest, a veces con una semana de atraso, pero llegaban en el único bus
escalera que rodaba por el difícil ramal de la Ceiba.
Don Delfín tenía un radio de onda corta
para escuchar las noticias y los grandes debates nacionales. La prensa y la radio apalancaron el secreto de su éxito
en la vida pública. Avezado lector, analista profundo, buen observador y
jugador taimado del ajedrez político a pesar de no tener capacidad de
oratoria, era el encargado de redactar
los discursos de los domingos liberales y cuando llegaban visitantes ilustres de
ese partido, pues si las personalidades militaban en las toldas azules, los
discursos los escribía y los presentaba Dn Julio Uribe, la contraparte de don
Delfín. Cuenta la historia que fue el
responsable de contestar el memorial de agravios y ofensas de Alzate Avendaño contra la comunidad quinchieña. A través
de la famosa Proclama Libertaria, don Delfín llamaba la tolerancia política,
la convivencia y el respeto por los valores democráticos.
En los años sesenta del pasado siglo ell liberalismo local estaba dividido entre el Oficialismo y el MRL ( Movimiento Revolucionario Liberal). Don Delfín pertenecía al Oficialismo, un grupo
cerrado cuyas mayores diferencias las tenían cuando había
que pagar las cuentas del tinto en el
”Café Lux” de Cachaco. Los directivos salían del directorio o
llegaban de correría y se acercaban al establecimiento a tomar su famoso tinto. El problema era el
pago de la cuenta ya que todos salían furtivamente aduciendo que la mujer los
esperaba. Gilberto Cano, Cachaco,
cansado de esta situación optó por cobrarles por adelantado.
En tiempos del capitán Venganza el notablato se cuidaba de
establecer contactos directos con las guerrillas, pero buscaban a Claudio Rojas, su canciller,
para solicítale favores como permisos, salvoconductos o el respeto por una u otra vereda. Un
día, una delegación de Quinchia se
dirigió a Bogotá a una convención del
partido liberal y pasando por Anserma se dieron
cuenta de un reten ilegal de los pájaros azules; rápidamente guardaron banderas y todo lo
rojo y se hicieron pasar como gente
que venía de Chinchiná a una reunión
cafetera.
Mientras don
Delfín rumiaba recuerdos en la tranquila notaría del poblado, yo era un estudiante, que como cosa rara en
esa edad, me interesaba en temas del
acontecer nacional. Obviamente no
tenía posibilidad de comprar un
periódico y la única radio de mi casa estaba ocupada exclusivamente con las
radionovelas. Me había hecho amigo del notario a través
de dos perros hermosos de su propiedad. La táctica era escuchar sin interrumpir
y hablar con argumentos. Me funcionó la estrategia y por varios años tuve
acceso a ese paraíso maravilloso de la lectura gracias al notario. Incluso me
regalaba los periódicos y revistas viejas que conserve como
verdaderos tesoros. Cuando al final del colegio le comenté que iniciaba como
corresponsal del diario del Otún, con mirada inquisidora y voz de
fiscal me dijo: “Cómo se le ocurre que va escribir para un periódico godo”.
También lo miré fijamente y con voz de agradecimiento le dije: “Don Delfín las
letras no tienen color político”.
Hoy en
tiempos de pandemia y crisis de lectura recuerdo a ese prohombre con otra de
sus famosas frases: “el que lee le lleva ventaja al otro”.
La historia de los pueblos se escribe a
través de relatos como el de don Delfín, un personaje local que sobrevivió a
una época turbulenta sin abjurar de sus principios. Vivió cuando el pueblo estaba a merced de la pajaramenta alzatista y luego bajo el
mando de las bandas del Capitán Venganza. Pocos en su posición pudieron contar
el cuento.
La cultura
popular es la esencia de la vida que da identidad y respeta
las tradiciones y valores de esos pueblos mágicos cuyo
ciclo vital está entrelazado con personajes como don Delfín Quintero
Tapasco, quien nació en Quinchía en 1913
y entregó su alma al Creador en Pereira
en 1994. Sus raíces fueron caucanas y umbras como lo ratifican sus apellidos y su
vida sin tacha fue una sucesión de servicios a una comunidad que lo recuerda con cariño.
*El autor es gestor cultural y docente
universitario en la ciudad de Pereira.
Excelente relato don Ramiro, la historia de Quinchia aun no se a escrito pero estas narraciones van por buen camino...el canciller de Venganza era Claudio Rojas Calvo...muchas gracias
ResponderEliminarluis, buen tarde, si correcto claudio rojas, secretario, canciller y hombre de letras, empirico y auto didacta. tiene mas datos de el?
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