Alfredo Cardona Tobón*
Nunca se había visto tanta
gente en la entrada del Panóptico de Bogotá como en ese tres de febrero de
1934; las marchantas arreaban los burros asustados con tal bochinche y en las calles de los barrios aledaños
empezaba a levantarse la neblina paramuna mientras los gendarmes bajaban a
“Calzones” del vehículo que lo había recogido en la Estación de la Sabana.
El bandido saludaba con la
mano en alto como cualquier político; para el grueso público era un espectáculo inusitado; no todos los
días se conocía a un personaje que robaba a los ricos para darles a los pobres,
conquistaba el corazón de las mujeres y tenia pacto con el diablo. Pero
“Calzones”, o Manuel Tamayo por nombre,
no era el jayán que esperaban ver: era un bizcoreto de 1.60 metros de
estatura, piel oscura, escaso en carnes y mediana edad, que no mostraba, ni remotamente, la
peligrosidad que le adjudicaban las
autoridades.
“Calzones” nació en
Sopetrán, Antioquia, en un hogar
campesino de gente pobre golpeada por las necesidades. En 1917 entró por
primera vez a la cárcel sindicado de vender licor después de las 12 de la
noche. Meses después volvió a la
guandoca por el robo de un vestido blanco y un cirio que regaló a una niña para que hiciera la primera comunión.
Así empezó la lista
interminable de correrías delictivas que
dieron a “Calzones” fama nacional y lo distinguieron como un malhechor maestro
del disfraz, derrochador con las mujeres, que se enfrentó a la policía y gozó
de la admiración del pueblo que lo
consideró como un benefactor de los desfavorecidos por la suerte.
Varias veces lo capturó la
fuerza pública y otras tantas huyó de las prisiones. Una vez lo enlazaron con
sogas como si fuera un toro bravo y arrastrado lo llevaron al calabozo; en otra
ocasión lo capturaron después de asestarle cinco tiros y en otra lo
aprehendieron tras una noche de persecución recorriendo cantinas y burdeles del
Valle de Aburrá en compañía de un chofer, tres músicos y una prostituta. Veinte
policías lo agarraron ebrio, embebida su
malicia y estropeados sus musculos, con cincuenta centavos en el bolsillo y un
revolver sin tiros.
A “Calzones” le gustaba
darse corte y presumir, y para ello buscaba
a los periodistas para contarles las fechorías. “No soy bandido ni agresivo -decía- no abuso de los niños ni de los ancianos, ni
de las mujeres porque las quiero mucho.
No se entonces porqué la policía me persigue con tanta saña.” Y en esto hay
mucho de cierto, pues en una ocasión uno de sus compinches quiso violar a una
víctima y “Calzones” lo impidió: “ aquí venimos a robar no a violar” fue su
orden imperiosa.
Manuel Tamayo tocaba
guitarra y trovaba. Era un genio del disfraz: a veces aparecía como un
pordiosero, o una dama, se vestía de
cachaco o como un peón. En uno de sus robos tomó la figura de Satanás y en
medio del humo azufrado la víctima aterrada le entregó el dinero y el oro que
guardaba celosamente en unas alforjas. Aseguraban que tenía el don de la
ubicuidad y la capacidad de volverse invisible, que se convertía en gallinazo o
cirirí para huir de los perseguidores o
en un racimo de bananos como aquella vez que casi lo devoran unos policías que
quisieron echarle diente a la fruta.
“Calzones” usaba sombrero,
ruana y alpargatas, pero también lucía flux de paño y gafas elegantes. Le
gustaban los gallos y jugaba a los dados. Su debilidad eran las mujeres que lo
esquilmaban y lo dejaban sin un peso. Un día se presentó a la alcaldía de Sopetrán disfrazado de
“piernipeludo” a solicitar un certificado de buena conducta sin que lo
reconociera el inspector que lo estaba buscando y en otra oportunidad se
entrevistó con el cura de la parroquia que trató de encarrilarlo por las buenas
sendas. “Yo no soy asesino ni soy ladrón mi padre -le dijo al levita- de buenitas
que soy yo, por donde quiera que voy todo lo encuentro a la mano”.
En una de sus correrías
“Calzones” enamoró a una quinceañera y
se la llevó para el suroeste
antioqueño. Corrió la bola de su captura
y la recuperación de la niña y desde el
pueblo de la muchacha mandaron un telegrama que decía: “Con Calzones o sin
Calzones devuelvan a Margarita”. En otra comunicación que reproduce la
picaresca de Medellín unos detectives que
perseguían a Manuel Tamayo
informaron al alcalde :” En bola (o sea un carro de la policía)
continuamos buscando Calzones”.
El 24 de agosto de 1938 a
las siete y media de la mañana dos sujetos que acechaban a “Calzones” lo
mataron vilmente cuando se dirigía a la fracción de Morritos en Sopetrán. La autoridad dio con los asesinos, que al quedar libres después de
purgar la pena, tambien fueron ultimados por amigos de “Calzones”, quien
como un “Robin Hood” pasó a nuestra pequeña historia como el primer bandido
social antioqueño.
* http://www.historiayregion.blogspot.com
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