Alfredo
Cardona Tobón*
El nombre de una serranía, de un aeropuerto, de una
emisora y variados centros comerciales en Barrancabermeja, rescatan la memoria de los indígenas yariguíes que en pasados tiempos poblaron las riberas del Magdalena Medio al occidente del moderno departamento de
Santander.
Esos
nativos eran alfareros, pescadores, cazadores. Y atendían cultivos de maíz y
fríjol; cuenta Fray Pedro Simón en sus
crónicas sobre las Indias, que se defendían con macanas, flechas y dardos
envenenados, y dice la leyenda que caminaban sobre sus propias huellas para
no ser detectados por el enemigo.
Los
conquistadores españoles, los colonos
mestizos y los contratistas de las compañías petroleras Troco y Standard Oil,
en cada uno de sus tiempos, cazaron a los yariguíes como alimañas y los asesinaron vilmente en nombre del progreso y la civilización
cristiana; pero no olvidemos que los
nativos estaban defendiendo su tierra,
preservando su mundo y oponiéndose a los invasores.
Los
yariguíes conformaron un pueblo valiente que en el siglo XVI hizo frente a la
tropa del conquistador español Gonzalo Jiménez de Quesada. Por su valerosa
resistencia empezaron a tildar a los yariguies de indios bravos, ladrones y
antropófagos con plumas en la cabeza, anillos en la nariz y cráneos colgados de la cintura. En 1601 el Oidor Luis Henríquez lideró la
primera campaña contra los yariguies en compañía de varios religiosos
franciscanos, de los capitanes Benito Franco y Pedro Arévalo y de doscientos soldados que atacaron por
tres frentes y capturaron al cacique
Pipatón con sus mujeres e hijos y unos cien aborígenes
Para
que Pipatón no escapara le cortaron los talones, y aún así, el bravo
combatiente nativo huyó de sus captores y continuó la lucha contra los invasores
españoles. Tiempo después lo acorralaron y tuvo que entregarse al enemigo. Hoy el
barranqueño Elmer Pinilla Galvis ha rescatado la memoria del cacique Pipatón y de su esposa Yarima. En un “comic” exalta sus hazañas y lo presenta como un ser
extraordinario con alas en sus talones dispuesto a defender a su gente. Elmer Villa ha despertado el interés de la juventud santandereana por
su pasado y está fomentando la identidad
cultural de una región rica en historia,
en realizaciones y afligida por muchísimas
tragedias.
.
Los yariguíes estaban divididos en clanes independientes donde sobresalían los chivacotas, los opones y los carares. En 1536 la
etnia agrupaba 50.000 individuos cuyo número apenas llegó a mil personas en el año 1.900. Las
enfermedades traídas por los españoles fueron la principal causa del
despoblamiento, pero influyeron en grado
sumo los ataques y las hambrunas como consecuencia de la
destrucción de sus cultivos
A
mitad del siglo XIX, cuando abrieron el
camino entre la población de El Socorro
y el río Magdalena, se incrementó la resistencia
yariguí; entonces las autoridades del Estado Soberano de Santander decidieron
acabar de una vez por todas con la amenaza yariguí y el capitán Lorenzo Zarria
entró a sus territorios con tropas del Ejército Nacional para hacer una
sangrienta batida en los caños e islotes del río Magdalena.
En 1869
Geo Von Lengerke, un empresario alemán dedicado al comercio de
importación y exportación y a la apertura de caminos, se quejó ante los
diputados de El Socorro de los ataques yariguíes y solicitó armar un ejército
para exterminarlos, pues entre 1853 y 1855
habían asesinado a veinte personas, impedido el comercio con el río
Magdalena e inhabilitado el camino, pues para los indígenas los caminos eran una desgracia y significaban la destrucción de su mundo.
A
principios del siglo XX llegó la fiebre
de la quina y el caucho y los nativos del Carare y del Opón fueron
deliberadamente cazados y asesinados cuando trataron de impedir que los
“blancos” atravesaran su territorio en busca de esos materiales. Un empresario
norteamericano habló del peligro que entrañaba penetrar a las selvas colombiana
donde vivían esos “cazacabezas” y por ello era necesaria la eliminación física
y cultural de esos nativos, que en
realidad eran unos pobres compatriotas desnutridos perseguidos y al borde de la desaparición después de siglos de atropellos y pillaje. El último ataque yariguí se presentó en 1913. A partir de entonces cesaron sus
acciones mientras los curas y la policía completaban la tarea de aculturación
en tanto
que
los últimos yariguies perecían víctimas
de las enfermedades y de los fusiles de los exploradores petroleros. La cruzada
en busca de petróleo no fue distinta a las emprendidas por los europeos y los
empresarios: se utilizaron los mismos métodos destructivos y la arrogancia de
los capitalistas petroleros en nada se
diferenció de la prepotencia española. En los veinte años de la presencia de la
Concesión Mares, los indígenas fueron exterminados en forma callada sin dejar
memoria, tal como sucedió a lo largo de
la época republicana donde se habló de la reducción de los nativos a la
civilización, cuando en realidad se buscaba someterlos a la fuerza a un régimen
de vida que significaba su destrucción.
Antes del establecimiento del enclave
petrolero de la TROCO (Tropical Oil Company), la localidad de Barrancabermeja,
o el Tora de los yariguíes, era un
pequeño caserío adonde se llegaba por
caminos de herradura o por el rio Magdalena. Durante la segunda mitad del siglo
XIX empresarios y colonos ocuparon la región a costa de sus
pobladores originales. A partir de entonces los esfuerzos de los
aventureros, empresarios y colonos se
dirigieron al exterminio de los nativos, que se consumó a comienzos del siglo XX.
En
1908 el corregidor de Barrancabermeja denunció
la guerra contra los yariguíes a
quienes los caucheros y tagüeros les
arrasaron las labranzas, les robaron los
alimentos y los persiguieron como animales de cacería sin que pudieran
defenderse con sus armas primitivas contra los ataques de los colonos y de los
testaferros de las petroleras.
Por
siglos hubo silencio absoluto de todos los gobiernos y de la Iglesia Católica
que remató la identidad yariguí cerrando los ojos ante el genocidio.
Pareciera que estoy mintiendo, pero lloro al leer como se desvaneció un pueblo ancestral que solo defendía sus costumbres, soy barranqueño nacido y criado y sería bonito poder fortalecer la historia de nuestros ancestros que aún lloran en silencio su exilio.
ResponderEliminarLo felicito por el material interesante, me identifico con su pensamiento después de leer su investigación siento nostalgia y dolor en mi alma al saber el costo que tuvieron que pagar nuestros antepasados por el bendito desarrollo que hoy por hoy nos esta destruyendo.
ResponderEliminarQue tristeza lo que pasa con la gente buena y desarraigar nuestros ancestros que miserables claro que no a cambiado en nada la crueldad
EliminarHola, donde puedo comprarlo? Lo venden aun fisico o es posible que este en digital? Gracias.
ResponderEliminarY tanta sangre por el "Progreso" que muy rara o escasamente favorece al Barranqueño nacido y criado en ésta sufrida tierra, como pasa con los empleos fijos y de contratistas alrededor de Ecopetrol
ResponderEliminarAl leer ésta triste historia no pude controlar el dolor y el sufrimiento por lo que tuvieron que pasar mi espíritu se quebrantó, para luego tener que dejar su vida regada por dónde quiera que corrían
ResponderEliminarHoy precisamente que escuchaba a Diana Uribe contar la leyenda de PIPETÓN y las comunidades que habitaban los Santanderes (su exterminio), lloré y lloré. ¿Cómo es posible que todo éste legado no se trabaje en todos los establecimientos educativos de Colombia? Se hace urgente rediseñar la educación colombiana!
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